Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
sábado, 28 de febrero de 2015
Patricia Verón
Patricia Verón (San Justo, pcia. de Buenos Aires), Emilia, ArbolAnimal, Buenos Aires, 2014.
Como el más hermoso paisaje
del mundo. Así de inútil
abandonado a su majestad.
Mejor eso y no la ruina que queda después
de algún intento de definición.
Podría irme a África ahora
y me sentiría una con la arena
y lo que sea que sea en África
seguiría trazando una línea en el reverso del lenguaje
y no me opongo ni me preocupa
lo que tira, que duela
y vuelva al amanecer
a pasear su sombra por la casa de siempre
hasta que acepte ser sombra
de mi cuerpo
viernes, 27 de febrero de 2015
Osvaldo Aguirre
Osvaldo
Aguirre (Rosario, Santa Fe), El campo,* Ivan Rosado, Rosario, 2014.
*Reedición conjunta de Las vueltas del camino (1992), Al
fuego (1994) y El general (2000).
Colaboración de José Villa.
Hablando
de autos
Estaba para el desarmadero
cuando lo compramos, regalado,
dice Pelacho, sentándose
sobre el capot del auto.
Antes dio una vuelta
comprobando, a puntapiés,
el estado de las cubiertas
mientras explicaba,
enumerando con los dedos
engrasados: hubo que hacerle
chapa, pintarlo, cambiar
la caja, la batería
–para ponerlo en categoría.
Leyendo, en la Corsa,
una nota de Oreste, el mago,
yo mismo –dice, y se señala–
lo he preparado.
A ver, a ver –le digo,
con cara de incrédulo,
como para tirarle la lengua
y, hablando, no vea
que nada entiendo de autos.
cuando lo compramos, regalado,
dice Pelacho, sentándose
sobre el capot del auto.
Antes dio una vuelta
comprobando, a puntapiés,
el estado de las cubiertas
mientras explicaba,
enumerando con los dedos
engrasados: hubo que hacerle
chapa, pintarlo, cambiar
la caja, la batería
–para ponerlo en categoría.
Leyendo, en la Corsa,
una nota de Oreste, el mago,
yo mismo –dice, y se señala–
lo he preparado.
A ver, a ver –le digo,
con cara de incrédulo,
como para tirarle la lengua
y, hablando, no vea
que nada entiendo de autos.
El
asador
El cuchillo, que pasa y repasa
en esméril, porfiado en dar
brillo al filo de la hoja,
lo trajo, hace una punta
de años, un turco de paso,
cuando los turcos venían
en sus carros con telas,
baratijas y raros tabacos.
Ya el fuego va queriendo.
Deja el trabajo, toma
un trago, toma otro trago
de vino y alzando la vista
ante el graznido, que llega
débil, de la bandada
en ruta hacia alguna aguada,
declara: al pato le tengo,
hace tiempo, ganas
–y a la iguana. El Manso,
todavía cachorro, ladra
porque sí, y trota rumbo
a la puerta, como otros perros
cuando los turcos venían
en sus carros con telas,
baratijas y raros tabacos.
Levanta, con la pala de hoja
ancha, la chapa que cubre
la parrilla y sopla de golpe,
en su cara sudada, la brisa
caliente alentada por las brasas.
Hace a un lado la chapa,
cruza las manos sobre el mango
de la pala: a la carne, dice,
le falta. Vuelca en el suelo
un canasto de mimbre, elige
y añade al fuego dormido
algo de leña. Al potrero postrado,
al monte donde florecen
los cardos, a la tapera,
vuelve la espalda: de otro
paisaje fue paisano.
Cuando sirven la mesa
el asador ya está tomado.
Sobre la parrilla nomás
cortó la costilla: paaaa,
no hay cosa más rica,
dice, y saborea con ojos
cerrados. Pero aunque
haya reparo, fuego hecho,
mucho espacio, se come
en la cocina, en familia,
con mantel, fuente, plato.
en esméril, porfiado en dar
brillo al filo de la hoja,
lo trajo, hace una punta
de años, un turco de paso,
cuando los turcos venían
en sus carros con telas,
baratijas y raros tabacos.
Ya el fuego va queriendo.
Deja el trabajo, toma
un trago, toma otro trago
de vino y alzando la vista
ante el graznido, que llega
débil, de la bandada
en ruta hacia alguna aguada,
declara: al pato le tengo,
hace tiempo, ganas
–y a la iguana. El Manso,
todavía cachorro, ladra
porque sí, y trota rumbo
a la puerta, como otros perros
cuando los turcos venían
en sus carros con telas,
baratijas y raros tabacos.
Levanta, con la pala de hoja
ancha, la chapa que cubre
la parrilla y sopla de golpe,
en su cara sudada, la brisa
caliente alentada por las brasas.
Hace a un lado la chapa,
cruza las manos sobre el mango
de la pala: a la carne, dice,
le falta. Vuelca en el suelo
un canasto de mimbre, elige
y añade al fuego dormido
algo de leña. Al potrero postrado,
al monte donde florecen
los cardos, a la tapera,
vuelve la espalda: de otro
paisaje fue paisano.
Cuando sirven la mesa
el asador ya está tomado.
Sobre la parrilla nomás
cortó la costilla: paaaa,
no hay cosa más rica,
dice, y saborea con ojos
cerrados. Pero aunque
haya reparo, fuego hecho,
mucho espacio, se come
en la cocina, en familia,
con mantel, fuente, plato.
Cuando
nadie la llama
Ahora se acuerda,
cuando nadie la llama.
No digo la vecina
–sin nada que hacer,
charla que te charla.
El círculo que tiene
la luna: para mí,
en cualquier momento,
se larga. El molino,
enloquecido, tira,
eh, casi rebalsa.
Y le pasa raspando
si no viene, dejá
de joder, una piedra
de aquellas.
Un desastre, la nube
de polvo que levanta:
se llena de tierra
la casa, dejaste ropa colgada.
Cuando nadie la llama:
lástima.
cuando nadie la llama.
No digo la vecina
–sin nada que hacer,
charla que te charla.
El círculo que tiene
la luna: para mí,
en cualquier momento,
se larga. El molino,
enloquecido, tira,
eh, casi rebalsa.
Y le pasa raspando
si no viene, dejá
de joder, una piedra
de aquellas.
Un desastre, la nube
de polvo que levanta:
se llena de tierra
la casa, dejaste ropa colgada.
Cuando nadie la llama:
lástima.
jueves, 26 de febrero de 2015
Fabián Alberdi
Fabián Alberdi (Bahía Blanca, Buenos Aires/Viedma, Río Negro), Fósiles en ámbar. Poesía 1985-2012, Vox, Bahía Blanca, 2013.
luz en mi casa
luz en mi casa
y yo en otra ciudad
que la cartelería da por real
allá a doscientos kilómetros
pavimento mediante
(dos o más liebres
que en la banquina yacen;
un látigo de caucho
como rúbrica final
para una escueta
nota suicida)
luz en mi casa
y yo en la de otro
ahora que viene el fin del mundo
tal como lo conocemos
chimangos
y otros carroñeros de la ruta
esperan
a los pequeños mamíferos atropellados
tras la huida
de los mamíferos más grandes
luz en mi casa
sin una fuente cierta
definiendo a su paso los objetos queridos
dándoles por mí
el beso del adiós
luz en mi casa
y yo aquí detenido
(De Chimangos y otros carroñeros)
más lejos
más lejos de la casa y del camino
la tierra se pone roja
de minerales
si se escucha con atención
cascarudos lustrosos se dejan oír
practicando lo que sea que hacen con sus patas
con frenesí admirable
llamada de amor
o puro acicalarse
mi tránsito no ha sido previsto
tampoco mi pisada torpe
me pregunto
en voz queda
para qué ir más lejos
(De Más lejos)
lo que se quiere
cuatro músicos frente a la fuente de los deseos
se turnan
para arrojar monedas de diez centavos
con despareja eficacia;
mellan los cantos ya gastados en rebotes imposibles
(en años de crisis estas moneditas se utilizaron
para hacer arandelas;
ahora el estado reemplaza el bronce por latón)
los cuatro músicos desean hacer tango
pero han nacido tal vez en Corrientes
o en la Patagonia
la Fontana di Trevi vernácula
emplazada en medio de un desierto
no tiene a Neptuno domando tercos hipocampos;
casi no lleva agua y la poca que lleva
se escurre
entre las groseras grietas de la piedra caliza
las monedas de los músicos que aciertan
corren la suerte del agua;
lejos de la vista recuperan su valor
se vuelven más necesarias que el deseo
(De Senderos peatonales)
miércoles, 25 de febrero de 2015
Raúl Artola
Raúl Artola (Las Flores, pcia. de Buenos Aires/Río Negro), Registros de hora prima, La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2014.
Indicios
(fragmentos)
Un estandarte japonés habla de viento, bosques, fuego y
montañas. El nieto del guerrero pregunta por qué la montaña
es más importante. Mira a su abuelo, en silencio, callado. Ya
no necesita la respuesta.
*
Las fuerzas de la naturaleza suceden. Las obras de arte
también, dice Borges que dijo Whistler.
Algunas personas también suceden. Y a su paso hay quienes
se asombran, se santiguan, se indignan, agradecen, se
arrodillan, sonríen y hasta claman por ayuda. O se enamoran
aunque no sepan cómo se hace.
Ensayo general
(fragmentos)
Cuando cayó el sol me demoré con el fuego. Todo lo demás
era prestado. Las ramas del sauce movidas por el viento
abanicaban el suelo, los pájaros acomodados en los nidos,
el rumor de las aguas del río que corre aún cuando ya no
estamos. A él ya no volvería a verlo. Su última brazada
coincidió con el rápido que no conocía. Yo llevaba los
mapas que se negó a revisar. Ahora no sé si llamar a una
patrulla de rescate o acampar aquí de nuevo, avivar el fuego
y quemar las cartas de viaje. Él no se despidió ni lo alerté
con prevenciones. Siempre lo sabía todo. Mejor pongo más
leña y espero el amanecer en la bolsa de dormir. Pensar sola
es lo que siempre me salió mejor.
*
El viejo escribe en su nikki las impresiones del día. Su
amiga en Obaru se ha roto una pierna y el hijo la ayuda
como puede.
El viejo quema unas hojas en el jardín agrega flores secas
de cerezo y ruega para que su ofrenda llegue hasta Obaru.
Las nubes parpadean cuando sube el humo perfumado.
El viejo entiende que su amiga ha recibido la intención.
(a Yolanda I. Garrafa)
martes, 24 de febrero de 2015
Elvio Gandolfo
Elvio Gandolfo (Rosario/Montevideo/Buenos Aires), El año de Stevenson, Ivan Rosado, Rosario, 2014.
Colaboración de José Villa.
Otra
vez el pasado
Estaba el Austin
que parecía eterno
pero que se fue,
como tantas otra marcas
y perfiles metálicos
de coches que parecían
eternos, para siempre.
Y estaba el Tolby,
el perro negro que era como
un hombre que se paraba
en dos patas,
te apoyaba las otras dos
sobre los hombros
y te miraba a los ojos
con la cabeza inclinada,
inquisitiva,
como un hermano
más bien díscolo,
tanto da si mayor o menor,
que te pregunta,
sin decirlo,
con la mirada,
por el sentido de la vida,
o al menos por la razón
de su extrema complicación,
y el despiste que eso le provoca.
Llegó también la vez en que
tampoco el Toby estuvo.
Solo la inalterable Guzzi
fue resistiendo arreglos
y enchapes, pintura, antióxidos,
moto heroica y tana,
falso símbolo
(transitorio como todos)
de la eternidad,
ante la implacable y lenta
corriente subterránea
del tiempo y el olvido.
que parecía eterno
pero que se fue,
como tantas otra marcas
y perfiles metálicos
de coches que parecían
eternos, para siempre.
Y estaba el Tolby,
el perro negro que era como
un hombre que se paraba
en dos patas,
te apoyaba las otras dos
sobre los hombros
y te miraba a los ojos
con la cabeza inclinada,
inquisitiva,
como un hermano
más bien díscolo,
tanto da si mayor o menor,
que te pregunta,
sin decirlo,
con la mirada,
por el sentido de la vida,
o al menos por la razón
de su extrema complicación,
y el despiste que eso le provoca.
Llegó también la vez en que
tampoco el Toby estuvo.
Solo la inalterable Guzzi
fue resistiendo arreglos
y enchapes, pintura, antióxidos,
moto heroica y tana,
falso símbolo
(transitorio como todos)
de la eternidad,
ante la implacable y lenta
corriente subterránea
del tiempo y el olvido.
Retocando a Lihn
Ahora que quizás en un año de kilombos,
piense: la poesía me sirvió para esto:
pude ser feliz, ello no me fue negado,
pero escribí.
piense: la poesía me sirvió para esto:
pude ser feliz, ello no me fue negado,
pero escribí.
En la
vereda
Tendrá 15, como máximo 16,
camina apurada, tal vez
rumbo a un trabajo mal pago
y en negro.
Con una mochila más grande
que ella misma.
Pero lo que más impacta
es la impresionante masa
de cabello negro
que se ha acomodado
trabajosamente sobre una mitad
de la cara, que le tapa
un ojo.
El otro mira para no caerse
en un pozo o tropezar
en la vereda mojada
de los baldeos matutinos
por esa ceguera capilar
producto de la búsqueda
excitante, a tientas,
de un look llamativo,
fatal, en las primeras
horas de la mañana.
Seguramente tiene amigos
o amigas o compañeros
y compañeras de trabajo.
Seguramente alguien lanzará
una carcajada al verla
o lanzará una frase fuerte
coreada por risas alrededor:
¡El narcisismo herido!
¡El ego apuñalado!
El enfrentamiento del deseo
de imagen confrontado
con los demás.
En cambio me deleito,
viéndola venir (más bien
baja, pero más bien
por edad escasa
que por estatura biológica)
y cruzándola, en sentir
el impacto primero
(sonrío con toda la boca,
casi río) y después
el remoto recuerdo
de aquel entonces
(¿con qué grueso doblo
el ruedo del vaquero?)
¿me dejo la barba
o me la quito? ¿y el bigote?).
Después pasó el tiempo,
y ahora tranquilo,
cruzo a la muchacha,
la chica, casi la niña,
que se dirige a las guerras
de confrontación con
lo real, social, laboral,
que ve a medias con el ojo
que le deja libre el pelo.
camina apurada, tal vez
rumbo a un trabajo mal pago
y en negro.
Con una mochila más grande
que ella misma.
Pero lo que más impacta
es la impresionante masa
de cabello negro
que se ha acomodado
trabajosamente sobre una mitad
de la cara, que le tapa
un ojo.
El otro mira para no caerse
en un pozo o tropezar
en la vereda mojada
de los baldeos matutinos
por esa ceguera capilar
producto de la búsqueda
excitante, a tientas,
de un look llamativo,
fatal, en las primeras
horas de la mañana.
Seguramente tiene amigos
o amigas o compañeros
y compañeras de trabajo.
Seguramente alguien lanzará
una carcajada al verla
o lanzará una frase fuerte
coreada por risas alrededor:
¡El narcisismo herido!
¡El ego apuñalado!
El enfrentamiento del deseo
de imagen confrontado
con los demás.
En cambio me deleito,
viéndola venir (más bien
baja, pero más bien
por edad escasa
que por estatura biológica)
y cruzándola, en sentir
el impacto primero
(sonrío con toda la boca,
casi río) y después
el remoto recuerdo
de aquel entonces
(¿con qué grueso doblo
el ruedo del vaquero?)
¿me dejo la barba
o me la quito? ¿y el bigote?).
Después pasó el tiempo,
y ahora tranquilo,
cruzo a la muchacha,
la chica, casi la niña,
que se dirige a las guerras
de confrontación con
lo real, social, laboral,
que ve a medias con el ojo
que le deja libre el pelo.
lunes, 23 de febrero de 2015
Osvaldo Picardo
Osvaldo Picardo (Mar del Plata, pcia. de Buenos Aires), 21 gramos, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2014.
Entre dos fondos, en la superficie del mar, todo pesa menos
Hay
algo único en nadar
cuando se acerca una tormenta.
Sorprende y tranquiliza ver boca arriba
la velocidad con que el aire frota
las partículas de los cúmulos grises y blancos.
Se puede con cada brazada tocar
la intemperie, mar adentro.
Nadás de espaldas. Y tus ojos flotan
con tu cuerpo, sin resistirse,
en otras aguas, en un archipiélago de nubes
entre la visible consistencia
y la más transparente inconsistencia.
La corriente te lleva a donde quiere,
rendido a su deseo y su fuerza.
Pensás que también así debería flotar
tu pequeña historia, sobre el doble fondo,
entre toneladas de relámpagos
y el sordo respirar de los peces.
Teoría del color alrededor de un significado
Con las lluvias el limón parece más amarillo.
A la sombra. Adentro de la barnizada fronda.
Ni todavía redondo ni todavía arrugado
es un brillo contra un fondo de claroscuros.
Aislado entre lo amargo y lo dulce
resulta un débil latido, ahí, sobre la tierra,
de nuevo aparecido.
Y está a punto de decir algo.
El color de un significado
va cambiando con los días. También
su objeto en la estridencia de la luz
como en un cuadro de Kandinsky.
Lo estoy viendo al final del corredor
donde hay que ir a buscarlo.
Es necesario acostumbrar la mirada
a esa insistencia con que las cosas regresan.
cuando se acerca una tormenta.
Sorprende y tranquiliza ver boca arriba
la velocidad con que el aire frota
las partículas de los cúmulos grises y blancos.
Se puede con cada brazada tocar
la intemperie, mar adentro.
Nadás de espaldas. Y tus ojos flotan
con tu cuerpo, sin resistirse,
en otras aguas, en un archipiélago de nubes
entre la visible consistencia
y la más transparente inconsistencia.
La corriente te lleva a donde quiere,
rendido a su deseo y su fuerza.
Pensás que también así debería flotar
tu pequeña historia, sobre el doble fondo,
entre toneladas de relámpagos
y el sordo respirar de los peces.
Teoría del color alrededor de un significado
Con las lluvias el limón parece más amarillo.
A la sombra. Adentro de la barnizada fronda.
Ni todavía redondo ni todavía arrugado
es un brillo contra un fondo de claroscuros.
Aislado entre lo amargo y lo dulce
resulta un débil latido, ahí, sobre la tierra,
de nuevo aparecido.
Y está a punto de decir algo.
El color de un significado
va cambiando con los días. También
su objeto en la estridencia de la luz
como en un cuadro de Kandinsky.
Lo estoy viendo al final del corredor
donde hay que ir a buscarlo.
Es necesario acostumbrar la mirada
a esa insistencia con que las cosas regresan.
En la verdulería de Titi se pesa hasta el sabor del verano
I
En la
verdulería el verano
sorprende más que en un campo de flores.
sorprende más que en un campo de flores.
¡Oh,
gran Titi de Berisso,
entre
cajones de lechugas bolivianas,
frutillas
de Brasil, bananas de Ecuador
y una
redonda, inverosímil papa
de
orgullosa existencia argentina!
El
diario, acá, recobra su naturaleza
para
envolver la abundancia del mundo.
Y la
única realidad entre tanta materia fugaz
no
depende sino de una sucia balanza
donde
se pesa, colorido y exuberante,
hasta
un kilo del mismísimo Dios .
II
Equilibrio
de nubes en las manos.
Titi
sobre la balanza posa última
una
pera casi roja sobre cuatro verdes.
¿Cuánto
más debe pesar el sabor de un verano?
Esa
balanza sabe desniverlarse
hasta
con el peso de una mirada.
Y aún
cuando el tiempo lo aplaste todo
hay un
punto en que la quieta aguja
rompe
el cero inicial y sube y baja
no más
allá de los veintiún gramos.
Luego,
nada deja de ser
rigurosa
quietud en el conjunto.
¿Sentís?
Es
ahora el peso de la luz.
Empuja
arriba.
Pero
¿Sentís?
¿Quién
diría que también esto termina?