Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
miércoles, 30 de septiembre de 2015
Mariana Finochietto
Mariana Finochietto (La Plata, Buenos Aires), Cuadernos de la breve ceguera, La Magdalena, City Bell, 2014.
16
La tarde
se detiene,
suspendida
en los hilos
de luz
que teje
y desteje
el viento
entre las ramas.
En este instante
de pájaros agrestes,
la pureza
y la crueldad
son las únicas
certezas
sobre el mundo.
27
Buscar la palabra,
la exacta,
la precisa,
la maldita palabra,
con ciega terquedad,
con ansia,
con urgencia.
Buscar la palabra
con sed de enfermo,
y saber que no es agua.
Presentir que es la llave
de todos los infiernos,
el corazón del caos,
el final
de las búsquedas perpetuas.
Y buscarla.
lunes, 28 de septiembre de 2015
Iris Rivera
Iris Rivera (texto, Buenos Aires) / Josefina Calvo (ilustraciones), La niña de agua, Del Naranjo, Buenos Aires, 2015 (fragmento).
La niña de agua
En
el lago vive la niña de agua
con
las tormentas se despeina y araña las orillas
pero
en los días claros se vuelve transparente
y nadie puede imaginar que existe.
Un pescador de lunas
arrastró hasta la orilla su barca
cuando caía la tarde.
La luna que subía
brilló en la media sonrisa del pescador.
La niña de agua
enrojeció de sospecha
y lo vio entrar en sus dominios
como se mira a un ladrón.
El bote se movía mientras ella
sosteniendo la luna
dejaba que los remos la peinaran
pero sus piernas de agua
iban rozando los bordes de la barca.
En la mitad del lago
el pescador deslizó el ancla
que nadó como un pez
y se prendió en el fondo.Entonces
la tanza silbó en el aire
y el anzuelo cayó sobre la luna.
Un toque apenas
una salpicadura
pero la niña arqueó
los dedos como garras
y con sus uñas blandas
desgarró la luna.
Y el pescador
no la pudo pescar.
[...]
En
el lago vive la niña de agua
con
las tormentas se despeina y araña las orillas
pero
en los días claros se vuelve transparente
y nadie puede imaginar que existe.
domingo, 27 de septiembre de 2015
Lisandro González
Lisandro González (Rosario, Santa Fe), Poemas lumbares, Ediciones UNL, Santa Fe, 2014.
11
"Ni vos ni yo salimos de la tapa
de un disco de Dylan,
ni siquiera vivimos esa época
de la tapa
(año 1963,
disco The freewheelin' Bob Dylan)"
dice
mientras pájaros picotean
el vidrio de la ventana.
Gira el cuerpo
para que la luz que los pájaros picotean
no dé tan de lleno
y piensa que no salieron de ninguna tapa
y sí habrán quedado rondando
alguna canción de Blonde on blonde.
F.S.
fueron fotos que el tiempo mismo toma
así sin saberlo
brazos como hélices
risas como ácidas palomas en un cielo extraño
instantes de una película que somos
cada uno un poco
infierno que enfriamos vanamente con poemas
o
salvaciones cuya grafía esbozamos
inútilmente
miradas que repartimos
entre la mente y la menta del texto
o qué otra cosa?
nada que no merezca
intentarse para un feliz fracaso
jueves, 24 de septiembre de 2015
Analía Giordanino
Analía Giordanino (Santa Fe), Terrícola, Iván Rosado, Rosario, 2015.
Cosmic microwave background
El universo hace un eco.
Es un lenguaje que comprenden
delfines, ballenas o murciélagos.
La radiación de fondo
es el sonido del universo.
El eco reproduce,
remite a sí mismo y se replica.
Afuera en el foco de la luz
hicieron su casa unos horneros.
Cuando uno vuelve al nido
se anuncia con un canto,
el otro se prepara y sale
y todo se repite muchas veces.
Construye su casa una vez,
arma su familia y se va.
Otra vez la construye,
arma su familia y se va.
Dejan ahí un eco fino
que escucharán otros pájaros.
Una mujer canta
mientras tiende la ropa.
Se ve la ropa tendida
y a la mujer no la vemos.
Yo la oigo en mi habitación
porque es sábado de mañana
y abríamos los ojos de mañana
mientras la mujer cantaba
en otra casa que no es ésta.
Las acciones del día reclaman
repetición de urna abierta,
y una urna es un sueño
con raíces por despertar.
Escuchamos esa música o no.
Un universo está vivo
en el medio de la intemperie.
Puntada con hilo
Cuando enhebrás una aguja
a veces el hilo que se enhebra se afina
por zonas diminutas.
Hay que mojarlo con la lengua
para que entre en el ojo de la aguja.
A veces no entra.
El ojo puede ser grande
y entonces parece que es fácil enhebrar.
Es fácil. Pero después
la punta te abre
un redondel grande en la tela
en la trama.
Y el nudo que amarra costura
al final del hilo se pierde
pasa como agua.
Las agujas que sirven
son las de ojo chico:
para costuras a mano
para ruedos finos
para puntada escondida.
Una costura a mano se resuelve así:
levantás un hilo de la trama invisible
das la lazada arriba
(esa tela no se verá,
no importa si picás grande)
terminás el punto abajo
(queda un ángulo agudo)
en otro hilo de la trama visible.
Es como los dos caminos: el ancho y el difícil.
¿Te acordás de las figuritas difíciles?
Pocas había. Muchos sobres había que comprar.
Si el hilo es nuevo y no hay irregulares en el enrolle
tampoco quita que sirva una aguja de ojo grande.
Pasa lo mismo: la punta corre y no queda.
Yo no quiero decir nada con esto.
Pero algo quiero decir.
El amor es un trabajo
como cualquier otro.
Doomsday
Lijar un mueble es cosa de paciencia.
Tengo estos materiales,
hace días que los usan mis manos:
lija de 90, espátula, removedor,
aguarrás, tinner.
A medida que salen las superficies
reconozco colores superpuestos:
blanco baldío, negro cerrado, gris elefante.
El gris suena a hueco de hospital.
El negro me habla de un hombre viejo.
El blanco baldío es baldío,
dejó su yuyo
en los ligamentos
de la madera.
En algunas partes queda
la madera pura:
un color zapallo
que dan ganas de lamer
o sembrar.
No sé qué madera sea
pero imagino un árbol dorado,
de membrillo.
Este objeto de la casa me habla
desde que empecé la lijada.
No sé bien qué me dice.
Yo recibo su polvillo planeador
y hago dibujos con él
sobre una baldosa.
En las manos me quedan grietas
secas como piel de laucha,
cuadradas, yemas duras,
músculos trapecios tirantes.
Cuando termino el trabajo del día
me pongo crema de caléndula
y llamo por teléfono a mi amor.
Le cuento cosas inútiles:
que la lijada me dejó doliendo la espalda
que la crema es blanca, huele lindo y calma
que la paciencia sobre los muebles
es una canción con muertos y con árboles
que estoy cansada pero contenta
que todo puede ser posible
mientras el sol brille y él venga.
Si este fuera el último día del universo
me gustaría irme así.
Quinteros
Estaba lloviendo pero fuimos igual
el r12 navega la avenida en salticado
todos los autos salpican piedritas
los paseantes no se enojan
andan felices de sábado.
La calle se nubla, pica el agua
no se encuentra sitio para la poblada.
Al r12 hay que amarrarlo bajo un árbol
y lamentar no haber traído botas.
El galpón pintado promedia la manzana
entra y sale gente con bolsas desbordadas
la lluvia se nos pega entre la ropa.
Adentro el agua suena cortita
sobre los techos claveteados.
Las personas y las cosas se entreveran
entre los surcos de los puesteros.
Están desordenados pero invocan
arcoiris, banderines, fruta puesta
en montones de triángulos amigos.
Los que atienden son jóvenes
y tienen las manos gastadas.
Todos parecen parientes.
Los que compramos
nos vamos de boca
ay qué hermoso! ay qué barato!
Haber sabido antes
que las quintas no están lejos
y los surcos no son hendiduras
que sólo máquinas tocan.
Ésta es mi lista de compras:
berenjenas panzonas
primas gordas de las peras
remolachas con su hojas
de venas rojas como garras
pimientos de dos colores
limones puntiagudos
gengibre raíz
para picantear fragante
un queso amarillo
que me pone loca.
No puedo más de encendida.
Nos quedamos esperando a la tía
bajo el agua afuera que nos moja.
La calle se llama Alfonsina Storni.
Pienso en frutillas y en Coronda
en la poeta en medio del campo
cuando estudiaba de maestra.
Recaló un tiempo ahí en pensiones
y se fue con panza a Buenos Aires.
En el interior todo es posible.
Las cosas arman su revuelo
no se anticipa la felicidad
y pulsan en silencio
igual que los sembrados.
viernes, 18 de septiembre de 2015
Yanina Escalante
Yanina Escalante (Pergamino, Buenos Aires), Las musas por la ventana, Dunken, Buenos Aires, 2014.
Padre, sos todos los hombres que se van
y cuelgan su sombrero en la delicada curva
de una mano que mendiga tu presencia.
Escribimos para poder amar,
amamos para mejorar el aspecto
de nuestras palabras.
Hay un momento del día
en el que todo empieza
a volverse letra.
miércoles, 16 de septiembre de 2015
Daniela Camozzi
Daniela Camozzi (Buenos Aires), Mones Cazón, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2015.
Turquesa, oro, salmón
El viaje a Mones Cazón
por la ruta cinco
era tan aburrido
todo igual de plano
y de vacío hasta llegar
a Pehuajó
justo doblando
la curva del acceso.
Hasta entonces
solo una estación de YPF
idéntica a la anterior
en la entrada de cada pueblo.
Papá nos hacía jugar
al veo veo.
Mamá con la mirada
fija en la ruta,
decía no tengo ganas.
Pero cada tanto jugaba igual
y algún color raro
se le ocurría: turquesa,
oro, salmón.
Yo nunca encontraba nada
entre los grises de la ruta
y el tapizado sin gracia del auto.
Nos entreteníamos así,
buscando
lo que no estaba
en ningún lado.
La tía Ema
El tapizado impecable
del Fiat familiar color ladrillo
huele a esencias dulzonas
como las rosas
del jardín de la tía Ema.
Hay enjambres
de avispas doradas
que si te tocan te clavan
su aguijón venenoso.
La pollera de la tía Ema
es tan acampanada
que cuando el viento la levanta
se sacuden las rosas,
las ramas, la casa.
Un viento que llega
hasta la ruta
y me golpea en la cara
me despabila y me hace
a mí también
dueña de su jardín.
La abuela Julia
En la cocina de aquella casa
vos amasás con firmeza
los fideos con albahaca
más ricos del mundo
mientras yo te miro
desde la altura de tu delantal.
Van y vuelven tus manos
sobre la mesada
y se llenan de engrudo las juntas,
los azulejos partidos.
Desde ahí arriba me pedís
que te ayude rápido a limpiar
todo el enchastre
antes de que lleguen
los tíos y el abuelo
así queda todo listo
para nuestra cena juntos,
ustedes y nosotros,
los recién llegados
de la ciudad.
Bendición de la tierra
Coma este durazno, m’hijita,
qué es eso
de andar siempre revoloteando
y buscando caramelos
en mis bolsillos.
O no sabe usté
que la fruta es un regalo
una bendición de la tierra,
la mejor golosina.
Pero abuela, ahora no, así no,
que se chorrea todo el jugo,
se van a ensuciar
las flores de este vestido
que me bordó mamá.
Que después ella dice
que le hago unos manchones
imposibles de quitar.
Abuela, usté se ríe
poniendo los ojos como dos rayitas
inclinadas para abajo,
se agarra la panza de la risa.
¿No sabe cómo es
su hija cuando algo
no es como debiera?
Mi única defensa será
quedarme quieta
muda y en cuclillas,
repitiendo en mi cabeza
que no quiero,
no debo mancharme.
Está bien, abuela, siga
torciéndose de la tentación
que el delantal se le da vuelta
y cae para mí una lluvia
un plac pluc de caramelos
contra los baldosones
cuadriculados, brillosos,
impecables del patio.
Usté se ríe
pero la exigida soy yo
El caballo de gana
En la entrada aparece
un caballo lustroso
te sigue impasible
con su ojo único
una bolita
de vidrio de ámbar.
El viento de la siesta agita
la cortina de flecos
que hace de puerta.
Le jugás al caballo
a ver quién
pestañea primero
hasta que los ojos te duelen
como si algo los pellizcara
desde adentro.
El caballo te gana.
Te iba a ganar siempre
inmóvil en el cuadro.
Pero entonces te saltan
lágrimas de derrota
y de alivio, y es casi
como si escucharas
un relincho de triunfo.
No vas a jugar nunca más
a ese juego que duele
en los ojos.
La hamaca
Me tiro al sol
boca arriba
el pasto es
muy suave
no hay
espinas
ni cardos.
Cierro
los ojos igual
que en la plaza.
Me empiezo
a hamacar despacio
me empujo
hacia atrás
con una fuerza
que no tiene movimiento.
No despego
el cuerpo
del pasto
ni un poco.
Me doy
otro envión
ahora
para adelante
más fuerte
uso todo
el cuerpo.
Tengo dos
redondeles
de sol
en los ojos.
Me hamaco
cada vez
más fuerte
sin marearme
cada vez
más rápido
sin miedo
ni vértigo.
La tierra
es mi hamaca.
Tengo cosquillas
pero no son
de risa.
Parecen
de felicidad.
Filtrar la luz
Era la rama con la luz.
Arnaldo Calveyra
Otra vez un viento
entre las hojas de la parra.
Pero ya nada se derrama ni se cae.
Mamá se ríe ahora
sin preocupaciones
sentada en el sillón
de hierro del patio.
Sonríe con mi hermana a upa
mientras se acomoda el pañuelo
que la protege del sol.
Un sol que pega fuerte
en el verano de la tarde
y atraviesa las hojas.
Es una escena que reaparece
en las mejores tardes de verano
cuando estoy al reparo de algún verde
y las hojas se mueven levemente
y al moverse dejan
filtrar la luz.
lunes, 14 de septiembre de 2015
Pablo Queralt
Pablo Queralt (Buenos Aires), Ser y ser visto, Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015.
Se derrite la ciudad como un chupetín continuo como
siempre
hasta donde mis sentidos llegan
tan oscuro este mundo de lo bueno y lo malo a través de
su
sangre
esta entrando en mí
donde ellos ven el pique de la pelota nosotros vemos
belleza
la suela que avanza sobre su cielo bufandas al viento
me gusta caminar en medio de la noche de cama en cama
siguiendo
ese ruidito suave sigiloso que la muerte busca
dar un paso más en su profundidad
cerrar una ventana mear sacarme el sueño
y despertar en un eco de lo que el miedo destruye
la vergüenza es mi camino
murmuro mi deseo
esas son mis alas.
Emulsionados embriagados en ese exceso de amor bombeados
por su sangre pisando nubes en el día amarillo latiendo
nuestra
propia vida
que encuentra su luz de estrógenos y
testosterona
formas que se me escapan de las fotos que
guardé y ya no son
nada como olas que salpican las nubes en esa
baranda me
siento a mirar donde
comencé a ser un extraño.
En ese aire de ir hasta el puente para sentir pasar los
autos
bajos los pies
su murmullo que golpea para que la muerte sea lejana
como
un viento borrando el tiempo el amarillo que dibuja su
retirada
y alza la alegría
de olvido solo para mirar lo que
veo.
Una vez en la vida acaricio el vacío las palabras en el
rumiar la
voz y dejarme llevar en esa sinestesia de silencio
rezado en esa
nada en que todo vuelve a la
sinapsis de su limo.
sábado, 12 de septiembre de 2015
Giovanna Recchia
Giovanna Recchia (Chubut), Sed, Espacio Hudson, Lago Puelo, 2015.
(mudez)
Colores se desplazan
mareo del minuto en que llega la palabra
La forma de la duda
es un monstruo que se alza
sin rostro que nombrar
sin sombra
noche que le toma el cuerpo desmedido
y se abre
se estrella
se mutila
trizado el poema
fragmentos de la lengua
acobardada
Atardece
y
no es posible
huir
más cerca
ni
más lejos
¿Quién
dijo que a la vida
se
va por este atajo?
(señal)
En el reverso de la tarde se instala
el levísimo indicio
de una hoja caída
hacia el poniente
Paradoja de otoño
que señala
dónde la vida
promete
(vuelos)
Cielo que en silencio se esfuma de las palmas
grietas que se leen en el destino
hado sin nombre
hijos
profundas acequias de piel
que laten
prensiles secretos
que florecen
noche en la caricia
ausente
pero cierta