Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
jueves, 30 de junio de 2016
Adriana Petrigliano
Adriana Petrigliano (La Rioja), Los días sobre mí, Nexo Grupo Editor, La Rioja, 2016.
Es aquí
en este planeta
de millones de gentes
y de casas
de lugares y cielos
y palabras
apenas catorce personas
un jardín de dos metros
un perro y un árbol perdidos para siempre
una esquina...
alcanzan para atarme
para decidir el amor más absoluto.
O como medir el amor y la ternura
Habrá hecho muchas cosas mal
pero todos los sábados
llenaba la heladera para que la comida no faltara
y encendía fueguitos con sus manos
un poco torpes pero buenas, y silbaba
y dejaba que el olor del budín de pan
llenara sus infancias.
miércoles, 29 de junio de 2016
Diego Colomba
Diego Colomba (San Nicolás, Buenos Aires/Rosario, Santa Fe), El largo aliento, Alción, Córdoba, 2016.
Mientras caminamos hacia adelante el mundo sigue cayendo
Hace un rato una bandada de tordos manchaba el filo del tapial.
Había llegado poco después de que la lluvia cesara al igual que nosotros
que la habíamos visto caer durante horas detrás del mosquitero de la cocina.
Pero ahora esos pájaros renegridos que tornasolaban en el nimbo del porlan
se precipitaban sobre la tierra anegada donde no podríamos trabajar.
Nos conformábamos entonces con hundirnos en el barrizal lleno de charcos
que desdibujaban los surcos de reciente tierra removida
que esas aves nerviosas escarbaban en busca de alimento
picoteando incluso los trapos y maderas de un espantajo
con quien la fuerza del agua no tuvo miramientos.
Microcosmos
Espera, sin apuro, que la cáscara de naranja que cuelga del clavo, en esa pared descascarada, al sol, se seque, endurezca, se quiebre al tacto, se vuelva polvo perfumado entre palitos de yerba. Pero es puro berretín de viejo, piensa, viendo las moscas negras que se posan en la piel anaranjada, ajenas a cualquier infusión. También la vida anida en esos bichos. Y otras esperas.
Una pasión
No aminoran las revoluciones, ni se corta el chorro de vapor que enturbia el aire. Con la máscara caída, apura tres pitadas del cigarro que ahora apoya en el borde del hule, todo quemado, de la mesa. En esas confusiones gesticula la inocencia.
Composición
En un rincón exterior de la casa, las paredes lucen sus lamparones de musgo. Una pequeña ventana se insinúa tras un mosquitero corroído en sus extremos. A su lado, la herrumbre de la bomba descubre sus capas de pintura. Un tacho de cincuenta litros, que linda con una chapa suelta y algunos caños inclinados, mezcla aceite, escombros, cal y agua de lluvia. Entre la bomba y el tacho, una pila de cajones amarillos de cerveza, puestos de canto, entronizan a un gallo rojo, con el brillo perenne del plástico. Porque también hay luz en lo que se corrompe.
martes, 28 de junio de 2016
Cecilia Perna
Cecilia Perna (Buenos Aires), Otra víspera, Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2016.
El beso con el árbol
Completamente fuera
de mí en un sueño
supe arrastrarme hasta la boca del árbol
del tilo añejo —
sus efectos sedantes me atraían
al centro umbroso donde el viejo
tronco se erguía.
Para llegar — palpitante corazón
en la garganta
debí arrastrarme — la panza entre las flores
dormideras
y múltiplos de ramas que se hilaban
raspándome la espalda
caían desde el fondo
de su cielo colgante — el tilo
me llamaba. Quería devorarme —
Casi parecía una mujer
envuelto entre florcitas amarillas — Pero no era. Sin duda
yo
lo amaba
y en su antigua prepotencia
— seductora
esperaba él de mí — me acaballara
de colita a las raíces
y le diera con las piernas una vuelta
rugosa al tronco
la aspereza — pasada de sus años
iba a subirse por mí
trepándome — el árbol
quería que yo lo besara —
metiéndole mi cabecita
entera adentro de su boca — por fin
mi carne blanda
pasaría al corazón del tronco
rígido centro
impredecible.
Después
no recuerdo nada
que hubiera realmente pasado — Ahora
escribo debajo
de un joven alerce.
Sus ramas recubren mi cabeza
en reverencia curvada hasta el suelo
me adoran
un poco por delante
se inclinan ante mí.
Y detrás — justo a mi espalda el tronco
se ofrece suave
ancho respaldo y firme
sostén de amor — para mi cuerpo. Yo
sin embargo
sigo en silencio
y un poco atontada todavía por el sueño
no me atrevo a girar de un solo golpe
y entregarle por completo
la boca que me pide —
Noon
La perpendicularidad de Dios
sobre la tierra
dura nada más unos minutos —
justo antes
de la Nona
se hace su poder
particularmente extraño:
podría él a esa hora — de hecho
perforarnos la cabeza con un rayo —
La luz
de su mirada ubicua
se posa sobre el centro irracional
de nuestro cráneo — punto ciego
desde el cual se trazaría
la línea primordial que nos traspasa el cuerpo
a todos
y directo hacia la tierra — por fin
nos destruiría — tal es la fuerza asoladora
de sus ojos —
Su poder
aumenta de tal forma al Mediodía
que nosotros
somos apenitas sus reptiles
erectos a la luz
pequeñísimos monstruos hambrientos —
Es por tal motivo que debemos
— después del Mediodía
cantar en somnolencia
un salmo diminuto de alabanza
una ofrenda mínima de voz — misericordia
de animalito muerto
apenas renacido en las palabras — que fue presa
— perfumado
sobre la mesa tendido
a la cruel voracidad
de nuestros dientes.
Juego en el Bosque
Espero en cuclillas
— la salida al corazón del Lobo.
Mis compañeras todas
me abandonaron ya.
Tiempo atrás — acostumbrábamos
imaginarlo desnudo
su cuerpo pequeño de perro
salvaje y gris — el músculo fuerte
se movería en círculos
seguro
a nuestro alrededor. Él mismo
haría la ronda. Para ostentar así
su mandíbula monstruosa — imposible evitar
la radiante fantasía
de montárselo a pelo —
el cuerpo hirsuto y la boca
babea amenazante — la carne toda entera.
Pero éramos nosotras
criaturitas —
impedidas por completo a semejante
fantasía.
Así que cada tanto — preguntábamos al Lobo
si estaba terminando
de vestirse
de hacerse a la costumbre de los hombres del pueblo:
ellos sí
habían aprendido — a tapar su santidad
bajo las telas.
El Lobo — asomando a la espesura
el ojo apenas
afilado — respondía vagamente
hasta asustarnos — cuánto más grande era
su domesticidad
— mayor era el peligro
amenazante.
Jugábamos así. En el bosque yo
y mis compañeras.
¿Pero cuál — entre todas estaba
dispuesta a esperar
— realmente
por el proceso del Lobo? — ¿Cuál
de todas por fin
arriesgaría completa — la primera juventud
mano a mano en una apuesta
— contra lo espeso del bosque?
Lentamente todas ellas
partieron — a la cruel civilidad
del Pueblo. La piel les maduró
sobre costado del ojo. Yo
no tengo espejo aquí. Vivo debajo
de los árboles y soy
como un pájaro durmiendo entre sus plumas —
no tengo frío — y espero
el día en que un Lobo me devore
completamente
— desnudo.
lunes, 27 de junio de 2016
Vivian Lofiego
Adán y Eva bajo las estrellas. Cuadro de la autora. |
Vivian Lofiego (CABA), Vida secreta, Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2016.
Clara
Odio y amo. ¿Por qué es así, me preguntas?
No lo sé, pero siento que es así y me atormento
Catulo
¿Quién atiza el fuego de la nota?
Ella es Schumann,
Es Brahms, en la espera
No hay triunfo posible
Componer:
Horadar el tejido de un amor de infancia,
Encendido en mensajes musicales,
No hay bordes
Ni cicatrices
Una mujer
Un piano
Partos
Desvelos
Ungüentos
Clara va,
Encendida de bosques
Mudando su cuerpo menudo
Trenzando cuatro manos
Scherzos
Preludios
Fugas
Asilos
Países
Camas
Teatros
La felicidad ganada en notas:
Robadas al tuntún, fugaces
Nada ignoró Clara
Del amor
la música
La locura
La renuncia
Gustav Mahler
A Gustavo Fasseti
-in memoriam-
Cerró los ojos, halló el bosque
la luz en un abanico,
sombras bajo la hostilidad de los pinos
pinchando cuervos en el eco del cielo
Transmutando riguroso,
dolor por belleza,
infatigable, perenne, alquimista
Beethoven asedia en cada nota,
corpulento, terrenal, sagrado,
ese mortal intento de igualarlo
El rigor no sabe de límites
del alba camina hacia el ocaso
forjando diamantes musicales
de los agujeros negros
Notas de piedras luminosas
nervios desnudos en la caída
del roce de los extremos nace el fuego
El galope del caballo,
galope cortante,
sequedad de los cascos
Carrozas y pavana para la infanta
Buscar la perfección es ensordecer,
al mundo y su pedido incesante
al pan y el vino en las naturalezas muertas,
a la banalidad que urde la rueca del vivir
El silencio bordado en briznas,
venenosos hongos apetecibles
vigilando el bosque,
el fuego de la ausencia
Mahler resiste,
El oído escucha su perfección en la música
la materia no es más que peligro,
el exceso de un cuerpo deslindándose de lo mortal,
Alma la ausencia
Alma el reclamo
Irse de la vida y ser
en esas ínfimas partículas elementales,
¿rerum natura?
El universo es música,
ahí el vacío,
una Apolínea forma indestructible de armonías,
Asir la nota
dios fue posible en la constancia,
el arrebato nada sabe del sosiego,
La música es como el amor,
soberana, enceguecedora,
es la inalcanzable promesa,
la eternidad delante de los ojos,
los sonidos en los huesos,
en la nieve,
en la huella,
en la piel,
en la corona que prueba en las sombras el esclavo
Tus notas vivirán junto a las de Beethoven
en un piano cualquiera
y una noche te soñaré
y otras intentaré imaginarte
Pero nunca nos encontraremos
Vos y yo,
Gustav
Serafina de Senlis
Los colores son feroces,
Cercados en el marco:
Muerden, aúllan
Pequeñas fieras primaverales,
De hojas celestes el cielo las arrastra
Flores que son labios, espadas desnudas
Párpados que nunca descansan
Presumiendo inquietas e indómitas
Bajo el suelo nevado, blanco,
Esparcido de ojos en la escarcha
Serafina es sirvienta en Senlis
Detrás de las fortalezas de piedra,
Con un batón desgastado en los bolsillos
Encubre el color, un fuego
que no puede dejar de extinguir
En un delantal ajeno a lo impecable,
Loca o profeta como un oráculo griego
Entre cartones
Extasiada aunada al dorado de los santos,
La intemperie del pobre, las piedras
Y ella, como Teresa, unida a la pasión
en el color,
El color,
Un potrillo atravesando
edades, campos, los tiempos,
La luz
Siempre la luz
Las flores encarnadas en la tela, multiplicadas
En lenguas de terciopelo, respirando suaves
Ajena al mundo su ventana
Se abre en arterias y vasos
Que dilatan absorbiendo partículas
Del haber cotidiano,
De los restos del color
Saben las uñas rotas, manchadas
¿Quién podría sospechar de ella?
Murmuran locura
Hablan
Hablan de aquellos desórdenes
Pero Serafina es hija del Renacimiento
Esconde el color en ungüentos mágicos
Descarna sus labios en bermellones,
Los azules son sus venas intrincadas
Directa mano del cielo poseyéndola
Limpiar no es un oficio cualquiera
Cuando el rojo se acaba, va a la sangre
Cuando el día acaba en la promesa de la luz
La vela, escasa, oficia bajo la promesa de la noche
Ese fuego adivino de la divina psiquis
Tus flores Serafina me golpearon en el vientre,
–un puñado de nieve improvisto helándome–
Fustigando con su vértigo sangre y mejillas
Me veo en tus flores en un Museo de Arte Bruto de Montmartre
Un canto suave y salvaje en la sala muda,
Tu nombre de arcángel vibrando en los salones,
Vehemente e inocente, tu figura de novia
Yendo hacia tu obra en la modesta promesa del amor
Ya no podré mirar las flores
Sin ver la pulpa minuciosa
El flagrante delirio del color
La desdicha de las bocas maquilladas
La ferocidad ardiente
en un simple bouquete de siempre vivas
Ropa interior
En el vacío, Eternamente los principios giran
Lucrecio
Fue una inmensa explosión, dicen
La materia se fue uniendo lenta, caliente, glaciar luego
El luminoso átomo, poderosas partículas hicieron el trabajo
Y fue naciendo el encaje, el desvelo
Tomando vida
Tiempo, sábana que cada cual borda a su manera
Tramándose a deshoras
Allá en la noche
Célula tras célula, después el tejido,
¿Quién habrá erigido semejante ejército?
Tisú de las venas unidas azul mar noche cerrada
Deambulando la sangre lenta,
Años de cada mes de días de horas de segundos
Heráclito: ¿Nadie se baña en el mismo río dos veces?
Cuánta agua define al cuerpo,
Sudor, placenta, lágrimas, flujos, líquidos
Esponjas de mar para las hemorragias
Y las sedas manchadas aureoladas de vida
Corazones varios en uno, vasos, arterias
Latidos, zumbidos, holanes, la danza
Enagua y debajo pureza arrebato impostura
Abandono en la nieve, amor como arma mortal
La desilusión es solo materia para un falso destino
Amor en llamas en llamas mas no
Lady Godiva montada al esqueleto del caballo
Eva y la manzana, oscuro desvelo, corre, corre, corre,
con el contenido del infierno que acaba de recoger del fruto,
ofreciendo el lugar donde todo se condena
Perfumada piel con limones amargos
Jazmines en la línea del pecho
Debajo de la ropa interior circula el ADN
Tu ADN su ADN ahora mi ADN
Y elijo el viaje la música la mariposa la carta muerta, la carta
La pintura, la danza, para romper cadenas
Del amor prohibido, de los barcos zarpando
De niñas en los partos –las bisabuelas–
La desilusión un hueso duro para la ilusión
Elijo ser desnuda como las margaritas en el campo
Amarillo hiriente blanco inmaculado
Rojo sangre rojo fuego rojo carmín
En la mano dibujada la línea de fuga
Escribir para que vivan los ancestros
Pulmones suspiros, riñones con obsidianas
Corazón fuerte un tambor africano
Blancos colmillos de marfiles el esqueleto
Vísceras pasiones parenquimatosas
Huellas digitales, eres única, genuina
Plantas de los pies cuánto te ha costado
Pararte en tierra abandonar las alas del ángel
Tu ropa interior luce única
Pero el desnudo no te asusta
Este no es asunto para ciegos ni necios
Encallada en la arena yace la ropa luciente
Pero ella, ella se arroja a esas aguas
Las enaguas quedaron atrás
Y ahora desfilan sus anhelos sus ausencias sus huecos
Su hoyo negro en hoyo blanco se revierte
Luminosa ahuyenta sus peligros al fondo abisal
Se puede transformar en estrella de mar o en hipocampo
Puede revertirse ser un caracol señalando
en su esqueleto al laberinto de su casa
Se ríe como la primera mujer frente al cielo bañado de constelaciones
sábado, 25 de junio de 2016
Hugo Toscaraday
Hugo Toscaraday (CABA/San Antonio de Areco, Buenos Aires), Elogios o las alucinaciones del derrumbe, Homoludens Ediciones, Bahía Blanca, 2016.
La pluma invisible
¿La intuición es un desprendimiento sutil
del oscuro pájaro de la hermosura cuando pasa?
¿Una pluma invisible en el ojo del poeta?
¿Será, su rozamiento fatal, semejante al deslumbre de Adán
la primera noche del abrazo? ¿O al deslumbre de Eva?
¿O como el temblor de la palabra TIERRA,
en los oídos de Colón?
¿Será semejante a la pausa, entre el vértigo de Arquímedes mojado
y su grito?
¿O como el relámpago que iluminó la frente de Galileo
ante la evidencia del espasmo planetario?
¿La intuición es una pluma invisible en el ojo del poeta?
Pagodas
1.
Al tío Ho le gustaba conversar con los niños bajo la sombra de las esterillas.
Les hablaba de reyes decapitados, de príncipes traidores;
del dragón de los arrozales que incendiaba la cabellera de los impiadosos.
De las largas caravanas que trasladaban mágicas piedras y animales increíbles.
De los bandidos tumultuosos que asolaban las aldeas y de su contra cara
los pícaros contrabandistas que, siempre generosos,
aplacaban el hambre de los viejos y claro, también, la sed de las muchachas.
Al tío Ho le gustaba conversar con los niños bajo la sombra de las esterillas.
¡Y cómo reía el tío Ho con la risa de esos niños!
Al tío Ho –ahora el poeta Ho Chi Min– le gustaba conversar con los niños
bajo la sombra de las esterillas a pesar de los bombardeos y el napalm.
Años después aquellos niños ya hombres,
supieron que bajo la sombra de las esterillas
habían escuchado el trino venidero.
2.
Yukio Mishima ingresó en el pabellón dorado,
buscando la huella del samurai perdido.
Yukio Mishima solía decir que añoraba el pasado porque amaba el futuro.
Él sabía, o al menos presentía, que esa huella
lo llevaría hasta la barba misma de las tradiciones más puras
que su gente –dolorosamente– había olvidado.
Yukio Mishima comprendía, o se esforzaba por imaginar,
que con esa búsqueda su pueblo recobraría la felicidad.
Yukio Mishima –ahora el poeta Yukio Mishima– ingresó en el pabellón dorado
buscando la huella del samurai perdido
y encontró la rebelión y mudó en harakiri.
jueves, 23 de junio de 2016
Jorge Santkovsky
Jorge Santkovsky (CABA), La incomodidad, Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2015.
Puede ser que no existas,
que la maleza se plante viva
como una herida abierta
que no rezuma
voces ni pasados.
Puede ser que tu voz
sea un eco de la noche,
un caparazón que esconde los otoños
hasta rehacerlos en verde.
Puede ser que existas,
y que no te haya visto
preocupado como estoy
por la palabra,
que mis manos
no sepan moldear
la arcilla de los dioses,
y entonces te dibujen
con un lápiz infantil,
casi jugando
preguntándote si eres
o si sueñas que eres.
Para que se sintieran distintos
consentí que se crearan
múltiples religiones.
Con el pasar del tiempo,
casi todas me avergüenzan.
Permití la violencia
que me llevó al fracaso.
Me tiene sin cuidado
el juicio de otros dioses,
no me es ajena
la incomodidad de su ironía.
Pero no hubo milagro que evitara
el cansancio de las almas buenas.
Ahora temo a la decepción de los hombres.
Cuando llegue mi hora
seré el más fiel de los creyentes.
Espero que me perdonen
mis repetidas burlas a los dioses
y sus seguidores.
Aclaro que busqué con honestidad
comprender sus fábulas y ritos.
Admiro sus recursos
para conservar bienes y adeptos.
Es que algo debe de haber
detrás de las tinieblas
que explique tanta dispersión,
tanta extrañeza.
Espero estar alerta
para escuchar el secreto
que susurra la materia.
Me gusta pensar
que puedo detener el viento
y saber en mi cuerpo
cuándo se avecina la lluvia;
que todo ser viviente
puede compartirme sus secretos,
y que si esto no ocurre
es porque no deseo
alterar el orden establecido.
Me gusta pensar
que puedo sumergirme en otras vibraciones
con solo regular el ritmo
de mis impulsos cerebrales;
que soy imperceptible
en el rango de las galaxias
e inmenso en el nivel molecular.
Me gusta pensar
que vivo con una cuota tolerable de dolor
que domestica mi soberbia.