Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
jueves, 14 de julio de 2016
Patricio Foglia
Patricio Foglia (CABA), Tokio, ilustraciones de Inés Isaurralde, Caleta Olivia, Buenos Aires, 2016.
Los pescadores del Japón
En el informe anual que elabora
el Ministerio de Agricultura y Pesca
de la República del Japón
se detalla que la jornada
de los pescadores de pulpos
comienza a las cinco horas de iniciado el día hábil
cuando el buque pesquero zarpa mar adentro.
Cada expedición puede durar más de una semana,
días y noches con un objetivo:
cazar la mayor cantidad de pulpos
antes de poder emprender el regreso a casa.
El clima no suele ser amable con los trabajadores
la amplitud térmica es elevada
y los vientos contra-alisios
conllevan fuertes cambios estacionales:
Si las nubes negras cubren el cielo
llega la tempestad y el buque tiembla
sufre por el temporal mientras, más allá
el mar es un animal que está furioso y ciego.
Otra veces el sol permanece en lo alto
durante más de una jornada
sin una sola nube que lo interrumpa
y la mente de los trabajadores
enloquece, como las hojas de un sauce
contra el viento.
Según informa el Ministerio, estos trabajadores
tienen una vida útil acotada
y después de algunos años
es necesario efectuar su reemplazo.
El sueño de Takashi
El buque está zarpando
o se escucha el sonido del buque zarpando
el chillido agudo de la partida
pero en vez de subirnos, como cualquier día,
salimos volando.
Salimos volando
primero Muai, nuestro capitán, después todos
Ken, Jô, hasta el viejo
y malhumorado de Hiroo sale por el aire;
yo mismo vuelo,
no siento nada debajo de mis pies.
Somos como gaviotas, pero mecánicas
una bandada de robots
que dibujan la figura
de un único pájaro marino,
comandado por supuesto por Muai,
un enorme pájaro de plata que, como cualquier otro,
buscará posarse sobre una rama invisible
un punto en el cielo
para descolgarse, como el puño de un gigante
desaforado, sobre el mar, justo sobre su presa.
–Y ese sueño, ¿qué significa?
–No sé… Pero estamos mojados
y satisfechos.
Son las 3 de la mañana
y el puerto está en silencio.
Apenas se escucha el golpe
del agua contra el muelle
y unas gaviotas
que giran alrededor de un islote
a lo lejos. Cada tanto,
una moto acelera a fondo
y se pierde por la avenida.
Después
durante horas
no se escucha nada más
no se escucha nada más
hasta que llega de regreso
el buque pesquero
justo antes de la salida del sol,
mientras Tokio abre de par en par
sus enormes ojos blancos.