Miguel Gaya (Ayacucho, Buenos Aires/CABA), Cabeza de artista, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2016.
Estamos hablando de
Ezra Pound
una cara de la moneda
está abierta a los vientos, la otra
es abrasada por el sol. en cualquier caso
esas caras cambian
y la pregunta es
si la moneda cambia o
si las caras de las monedas son
la moneda, erosionada. o
si la moneda existe
sin la corrosión del tiempo.
esto es lo que yo llamo
las preguntas pertinentes
de la
economía de la política.
cuando a Ezra Pound lo encerraron en una jaula
y lo exhibieron para regocijo y espanto
de las almas buenas
el problema de la corrosión del tiempo en nuestras caras
se puso en evidencia.
¿podía un anciano caballero cargar con nuestras culpas o
ese anciano nos daba la certeza
de haber expiado alguna?
así, el viejo anatema de expulsar a los poetas
lejos de la ciudad
se ha resuelto
para alegría y piedad de las almas buenas:
dejad que gocen y retocen en los parques porque
a prudente distancia tenemos
nuestras jaulas.
Pero
a prudente distancia
nuestras monedas
exhiben
cara al sol
y cara al tiempo
Sobre los equívocos
que provoca Virginia Woolf
Un cuarto propio, una voz reconocible,
el cielo por asalto, ¡cuánta pedantería!
Caminamos por un sendero estrecho,
nuestra mente es estrecha, y la tumba a la que bajaremos
será estrecha.
de una mente ajena, ocupada febrilmente
en otros menesteres.
Pero a la noche nos volvemos a empeñar
en palabras que son aire, en
música leve
y sentidos oscuros,
solo para ver crecer dentro nuestro
y fuera nuestro
algo diferente y tenue
con una suave gracia.
Solo nosotros sabemos tantear
la inmensidad,
y aún así apoyamos
nuestra tonta cabeza
en su regazo.
A Ana María Moix,
In memoriam
Mi corazón temblaba y no era un sueño.
Fueron muriendo todos los soldados de la guardia del
rey
y mi corazón seguía temblando.
Primer poema escrito
por Leopoldo María Panero a la edad de 4/5 años.
no hay error posible,
todo es cierto.
y la verdad es apenas
una línea paralela
a la mentira. nunca sabrás
a cual apostar
para tener certeza.
esto es cierto.
y entre la verdad y la mentira está
lo cierto
de la órbita de mi corazón.
y en el centro
de la órbita de mi corazón
sólo habita el ritmo
del latido del
miedo.
el corazón gira y el mundo
se espesa
entre el desastre
y el miedo.
y la canción que canto
la canción que digo
la canción que escribo
la canción de mi sangre
dicta las revoluciones de la órbita
del desastre
y el miedo.
el corazón no calla,
el corazón late
entre los pajonales
del alma,
esperando la yesca
del desastre
y el miedo
que lo ponga a cantar
como un endemoniado,
como un tonto,
que se pone a cantar y aullar
en mitad de la noche
en una azotea
blanca
en una noche negra.
porque el mundo negro es el centro
de la órbita del corazón
y se llama miedo
y se llama desastre
y en el centro del mundo
entre la desastre y el miedo
cabalga
una mujer.
cabalga una mujer
que me causa desastre
y me alivia
del miedo.
esa mujer a horcajadas del mundo
hace una órbita
y es igual a mi corazón
a horcajadas
entre la verdad y el desastre
y entre el desastre y la sangre.
Y ella gobierna el ritmo
de mi corazón
y lo hace rabiar y aullar
y se llama moix.
ella gobierna el desastre.
ella es la especie que domina el mundo y el desastre
y el resto es muerte
y estamos muertos
y es el desastre de la muerte
apenas comienza a latir
tu corazón. cualquiera.
ella es la especie
que domina la sangre
y que domina el miedo
y que domina el mundo
y su órbita
es mi desastre
secreto.
ahora arranca la órbita de ella
de ella sola
y es perfecta
y vuela raso
sobre mi corazón
y es mi desastre
de sangre.
y ahora para ustedes
hago cabriolas
entre el desastre y el miedo,
como una órbita secreta
del corazón,
y desaparezco.
y con una reverencia
me retiro,
y me pongo en órbita
como mi corazón.
y como de mi corazón,
como lo hace moix
como me lo hace
ella
cada noche
de estrellas.
El
paraíso de los Renoir
Tenemos sobre los Renoir una hipótesis
inquietante:
La tristeza del padre fue a parar a sus
hijos, las heridas de la guerra
declarada por él,
destinadas a él,
mordieron otros miembros
de esa familia
desgraciada
que vive en el paraíso.
¿Y es que acaso el padre, todo padre, no atina
solo a sacudirse de sí el sufrimiento
no ya como padre sino, apenas, como hombre,
y cae todo
(el sufrimiento, la finitud, la
incompletud) en el hijo
no tanto como hijo, entonces, sino apenas,
creo, como hombre?
Pero ese hombre, Renoir, el padre,
tiene puestos en las piernas, en las manos,
en los brazos
el dolor y la pena y la enfermedad
y en un gesto de magia
a orillas del río que atraviesa el paraíso,
a la sombra del árbol del conocimiento que
crece en el paraíso
las arroja
al viento de tramontana que atraviesa el
paraíso
y las transmite, da en herencia,
a los hijos
por la mitad,
porque a uno le duele solo el brazo, y solo
la pierna al otro,
y ese dolor fue causado
por el padre
¿y para quién? pregunta el menor de los
hijos y el más dolorido
por no saber señalar con qué dolor
lo señaló el padre,
tal vez con el dolor de no poder
dejar de ver,
cuando el padre eligió para sí,
para que no doliera, eligió mirar
lo que él mismo se pintaba para ver.
Y entonces, dice el hijo,
no es del árbol del conocimiento
que el dolor viene,
dice él,
el menor, el menos indicado,
sino del otro árbol,
de la arboleda absurda
de la creación,
que se mece a la suave brisa
del orgullo
y la pena.
Árboles engañosos, dice,
innecesarios
y por eso incesantes
como tumores del mundo,
repartiendo el dolor
que dicen ocultar.
Y el hijo menor dice,
doliéndose
de lo que el padre le brinda
de beber,
que ojalá el padre
reviente
del dolor suyo
y que el dolor ese
no le llegue a él,
ya que él solo quiere
ahora
irse del paraíso de una vez,
de la casa del padre,
para ensuciarse los pies
en el camino.
¿Tienen entonces los hijos la culpa
del dolor del padre, aunque lo deseen?
No.
¿Tiene el padre la culpa
del dolor del hijo, aunque le espante?
Sí.
Rudas maneras de vivir
el paraíso
donde todo sucede
una sola vez
y nos marchamos
dejando detrás nuestro
delante nuestro
retahílas de padres y de hijos
baldados
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