lunes, 9 de noviembre de 2020

Liliana Campazzo

 


Liliana Campazzo  (Buenos Aires, 1959 /vive en El Cóndor)


Fuera de juego, Lago Puelo, Espacio Hudson, 2020.











De "UNO: la que pone la mesa"




IV

 

Bebe café

en cantidades peligrosas

abona vigilias

sueña puentes

arroja bocanadas de aire trunco

en sueños.

 

 

 

 

 

V

 

Estamos rodeados

una polvareda

corta el horizonte

mantener el paso

es un trabajo duro

no se vislumbra

nada

digno

de ser destino

cruzamos el río

donde ya no

vemos

al barquero

todos

a la intemperie

estamos rodeados

las sombras

son

de hierro

forjado

por la mano

misma

que empuñaba

el arma.

                                   

 

 

 

 

VII

 

Hay lugares

parecidos a sótanos

pero no existen

en el espacio físico del mundo

se encuentran o pasan desapercibidos

según el clima o el ánimo de dios

caemos o entramos allí

cuando el borde mismo de la realidad

se hace permeable o se derrite

y lo otro la atraviesa.

Esos sótanos son oscuros

en su interior voces negras

o heladas

nos recuerdan

que nada somos sin la luz.

La luz es la flecha o el pájaro

que sale de tus ojos o de tus manos

cuando en la mesa

hay un pan que no se come

pero se guarda

para el otro

que está en el fondo mismo

ese fondo sin luz

que no es un lugar físico del mundo

y se parece a un sótano

donde el ánimo de dios

nos pone a prueba

y entonces la voz de adentro es la que dice

dios... no existe.

 

 

 

 

 

X

 

Entre el norte y el sur

mi corazón de pensar elije

cortar el camino

saltar

el cerco

arrimar la silla

al borde mismo

acariciar la soga

pero me acuerdo

que hay ropa para tender

las papas en el fuego

tendría que comprar broches

pagar la boleta de la luz

escribir unos poemitas

llamar a mi amigo

hablar de libros

y hacer de cuenta

que nada ha sucedido.

 

 

 

 

 

XVI

 

Nada se puede repartir

con más facilidad que la miseria

hagamos entonces

lo posible

tiremos frazadas en las calles

platos de sopa en los umbrales

zapatos chuecos

agujereados

en los cordones

sillas desfondadas en las veredas

y si se puede

algún libro de poesía

para creer

que no todo está perdido.

 

 

 

 

 

 

De "DOS: las González"

 

 

II

 

Hubo un tiempo

de campo

en que padre volaba

raudo

fumigaba a los tordos

que se nos cruzaban

en las calles del pueblo

nosotras acompasadas de zambas

nos movíamos como reinas

en la chatura de la pampa

éramos tres

mirando los panales

cortando el aire con la frenada

del auto robado

a la siesta

Nos veo ahora tan prolijas

dadoras de manos a chicos

que nos brotan

nos veo ahora

volando

aviones para padre

que nos mira.

 

 

 

 

 

VI

 

Hoy llueve afuera

adentro hace frío

la mano tiembla

cuando aparece

lento

el trazo

de su nombre

se imagina el pueblo

las calles gastadas

la máquina de la municipalidad

las trata mal

los frentes de las casas

sin jardín

los olmos salvajes

destrozando las pocas veredas

la plaza tan fea como siempre

la iglesia allí

hecha de a pedazos

no da ni sombra

todo es rastro

de la huida

ni los chinos

con su arroz

y sus ropas oscuras

ni las ventanas que se robaron

nada

hace que pueda volver

pero

sin embargo

cuando la lluvia

así

como hoy

en mi cabeza

ronda

su cielo

y los chicos

a los gritos

buscando a los vecinos

hace que sienta

que allí

contra la sierra

está mi casa.

 

 

 

 

 

XII

 

Sólo puedo enumerar

las coincidencias entre una y las otras.

Se vierte mucho corazón

en este país que alguien nombró amarillo

dejándolo para siempre encallado

en el otoño.

Mi pensamiento es una página

abierta a un abismo

o quizás es sólo la impresión

de una partitura de dos por cuatro

que mis sentidos confunden con la vida.

 

 

 

 

 

XIII

 

Entre una y las otras las coincidencias

son el gusto por el mar

y cierto tipo

de caricias

que van más allá

del cuerpo.

También se pueden tener en cuenta las miradas

y la forma de decir –qué bueno que ya es suficiente

de este río y de estos gritos–

cuando en realidad nada les alcanza.

 

El origen mágico de los objetos

está relacionado, íntimamente,

con el uso que ellas hacen de ellos

por eso en las tazas blancas de sus casas

el té

tiene la fragancia

de un paso de frontera.

 

 

 

 

 

XIV

 

Abre su boca mientras aspira el humo del último cigarrillo.

Pide a su hermana que cambie el disco

se saca los zapatos

sube a la mesa

y baila.

La otra se sienta con un cuaderno y va tomando notas

el plan será robar un banco

cada una va explicando lento y seguro

la forma de entrar y de salir

las idas y venidas de los cómplices

no alterará el discreto atisbo

de belleza.

La foto del diario debe ser perfecta.

No podrán decir que las chicas eran feas

con sus mejores ropas y sus tetas erguidas

estás muchachas cometerán el crimen.

Por la mañana

en medio de la resaca de la fiesta

cruzarán mensajitos de teléfono

para preguntar si lo de anoche fue en serio.

 

 

 

 

 

De "TRES: no se salva nadie"

 

 

 

I

 

No queda resguardo

ni lugar para apoyar esta cabeza.

En el tallo vegetal

del cuello depositó su beso

la belleza

y de ahí partió.

Queda ahora algo en la voz

o algunos gestos que hace con sus manos

nada

hay en tu sitio.

Desanda la bruma

cae gota ácida

en la memoria.

 

 

 

 

 

II

 

Saliste de tus ropas

no preguntaste por el estado climático del pecho

ni una mano tendiste en la espesura de estos tiempos

mi sonrisa fue el paréntesis

que quedó entre nosotras

suspendido.

Juro no devolverte nunca

más ese libro que me prestaste

para que sientas

como unas golondrinas colitas de tijeras te recortan

de mi foto

para siempre.

 

 

 

 

 

VI

 

En cada vuelta de la calesita

te veo

estás parada allí

esperando

a que me baje

y no te voy a dar el gusto

seguiré montada en esta yegua blanca

tirando ruiditos con la lengua atrás de los dientes

poemitas

melancólicos

hojitas frescas

plantitas nuevas

chasquiditos no más.

 

 

 

 

 

VII

 

Mi perro se parece al perro de Robert Creeley

lo descubrimos con mi amigo poeta Fritz en la foto

de la tapa de su antología.

Hasta allí

llega la semejanza.

Creeley escribía unos poemas magníficos

hablaba del amor que llega quedo

de las viejas maneras de ser hija o mujer o esposa.

Decía la palabra "dulcemente" sin pensar en que las traducciones

cargarían con un adverbio que cambia el clima

 de un verso para siempre

él tenía un perro mejorera más feliz

o comía otros huesos

no sé

yo me siento acá

y escribo

mientras mi perro olisquea

las plantas

y no puedo decir nunca nada que tenga

la consistencia de los restos del azúcar

en el fondo de la taza de café.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 





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