jueves, 11 de marzo de 2021

Catalina Boccardo

 
Catalina Boccardo
(Buenos Aires, 1961)

El pico de los pájaros, Buenos Aires, Barnacle, 2021.























Acá no hay palabras que hablen de los pájaros,

hay pájaros.

El ronquido,   

piar,

en medio de lastimeros fracasos

del vuelo,

 

nido primigenio

romperse un ala

o una pata,

caer,

este mundo no dará reparo alguno,

aves trastornadas,

mismo aire,

 

desfallecen en verano sobre el pavimento.

 

Yo encontré la salvación, un pájaro herido.

Pía, siempre pía de felicidad.

Alegre y profundo, ni siquiera encoge sus plumones ante la lluvia.

 

Y ella se habrá creído muerta pero tenía dos vidas:

la de la melancolía

y la hondura

de este repentino hogar.

 

 

 

 

 



Queremos acceder al vuelo.

 

Un deseo se asemeja a la dirección

hacia la cual nos movemos

y escapamos de la orfandad,

veloces.

 

Un pájaro herido. Un pájaro huérfano.

Sus plumas cambian cada día,

se eleva apenas puede.

 

La forma que toma eso amado,

hecho carne,

se sostiene con tu mano

al vaivén del viento.

 

 

 

 

 


veces hace así: con un solo ojo observa una rama.

Y la rama se mece y le provoca un temblor.

 

Cuentan que hace miles de años otra paloma fue 

                                         /lanzada en medio del diluvio.

Regresó con gajos de olivo de tierra cercana.

Está escrito.

 

Ahora un minúsculo animal se asombra por primera vez

ante la naturaleza;

crea un árbol,

el cielo,

las hojas entregando la sombra.

Divino pájaro del mito

aunque éste

real y terrestre

se pierda en las tormentas

y nos deje vacíos.

Ciertas mosquitas revolotean alrededor

de los granos que fermentan,

el agua hizo su tarea

de espera,

ser alimento de paloma.

La casa se transforma, una pajarera

donde intercambiamos olores

y horas secas o

húmedas,

sueltas o en rincones,

de ave tierna

desplumándose

contra cualquier pronóstico

saldrá.

Sus semanas como años,

un nombre

como los humanos bendicen

a los seres pequeños

sobre los que se imponen,

 

llegará a construir su hogar

en el mismo sitio del primer nido,

gritará ¿ven? puedo recordar todo.








La metáfora modifica los cuerpos

de las aves

convertidas en nidos,

ramas

frágiles a la respiración densa de los días.

Custodios

ante el mal

con sus huesos

y de tierna carne

late

la horma de un corazón

arrullador

avisando el frío para que te espantes,

sabe de la calma sobreviniente

a las tormentas de algunas vidas,

los mensajes,

ellas nos eligen porque somos su alimento

de palabras.
























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