sábado, 22 de marzo de 2014

Damián Ríos




Damián Ríos (Entre Ríos/Buenos Aires), El verde recostado, Caballo negro, 2013.















Cuando empezaba el asfalto
asomaba la abuela Carmen
sentada en el tapial,
esperando,
le daba el sol de esa hora,
blanca la casa,
verdes los árboles,
despacio,
la abuela rubia:
la veíamos desde la gomería,
el pelo,
íbamos en bajada
acelerados apurando el paso
esquivando las sombras
derecho hacia la casa
manchada de sol
porque íbamos en bajada nomás
se entiende, no había ningún apuro,
en la felicidad no pasa nada.








El rancho ladeado aguanta
chirría, se estira,
entra el viento
y se tensa temblando en un rincón.
Se corre el techo con ruido
a madera de tirantes,
vuela una chapa, shhh,
que nadie grite.
Ahora la claridad está bien adentro,
la luz desparrama
las cosas, hay mucho ruido.
Es una correntada
el aire y cuando amaine
que vengan los primos
a volver el techo, encontrar la chapa.

El miguel y la chichita
se habían hecho una casa de material
pintada de blanco,
tenía una enredadera
y era calentita en invierno.
En la pared del fondo
estaba pintado Perón
y abajo Vuelve,
una vez encajamos una lata
de aceite en la horqueta:
el árbol iba a crecer y la lata abollarse
entre los troncos,
qué esperanza.













Silvio Mattoni




Silvio Mattoni (Córdoba), Peluquería masculina, Vox, 2013.


















Envío

¿Acaso le hablo a alguien que no está conmigo
ni siquiera en espíritu? Ya sé que para vos
no existe nada que no sea materia, pero
las palabras duplican hasta la ilusión
del simple vidrio de algún espejo. ¿A quién
podría apostrofar con un aire de prosa
y la propiedad del nombre? Acá está el mío
y otro que se aleja más y más, que irradia
una luz muy lejana, aunque sigue brillando
y vuelve a repetirse como el ritmo
de sílabas y acentos, como si puntuase
el espacio infinito a manera de círculo
verificable en una sola frase. Y ahí estás,
consumido y a solas bajo tu lámpara fría
que casi no precisa energías renovables
para alumbrar tu libro recién encontrado,
donde leés columnas de palabras
demasiado regulares para no ser siempre nuevas
y decir la insignificancia de lo mismo: vos,
que revisás las cosas de los muertos
para seguir tu vida, no te olvidés
de mandarme noticias, chispazos de un futuro
inaccesible, porque se hace difícil
mantener la vigilia, prestar la máxima atención
a las voces, al sol y a los chicos que nacen
en este antiguo minuto de felicidad
o ilusorio desahogo que me da haberte escrito.








Una carrera

Cuando entro a la carrera con un auto
de plástico celeste, me repite: “¡Amigo,
cuidado, amigo!” Y quiero entusiasmarme
en las vueltas sin fin que habrá que dar
por la orilla del sillón. Sin dudas que
jugar le hace bien, no es un capricho como
los que opone a la comida, al baño y a los cambios
de ropa. No me abandona la ambigua
melancolía de no saber si decirle que sí
a todo, y arruinar su carácter, o gritarle
para que me obedezca. ¿A qué ley
deberíamos acostumbrarnos? Apenas paso
con mi descuidado bólido celeste
sus dos manitos que llevan uno blanco
y otro bordó, él me avisa: “¡Está rojo,
amigo!” El sí y el no que no dependen
más que del momento, las horas del día
estiran mi capacidad de decisión
hasta perder cualquier frase verdadera.
El reto o el silencio se repiten sin límites.
Tiene razón Michaux, nunca se llega,
el padre siempre es algo que va a ser.
¿Pero cómo se vive la tendencia,
lo inacabado con algo de alegría?
Ningún acto maniático o poema
podrá ser tan jovial y afirmativo,
perfecto como un niño, tan dotado
para el refinamiento extremo del amor
y del pedido irrealizable. ¿Es infinito
el espacio afectivo? ¡Como si el infinito
pudiera dividirse o calibrarse!
Pero él quiere, insiste, opone, ahora percibe
el límite, ahí puede conocerme. Lástima
que yo no pueda verlo, reírme de mi estúpida
limitación y no salir de mí con algún gesto
brusco y hosco. Y si dijera: “Amigo,
pensar es limitarse y no estoy hecho
para tanto”. Al menos podría seguir
jugando a los autitos, esperar que el sentido
se limitara solo, irreflexivamente,
a la hora de escribir. Aunque mi educación
de padre no se escriba, y deba hacerse,
¿sabré escucharte, hijito, maestro
de la sociabilidad más absoluta
y absorbente? “La última vuelta, amigo,
y vamos al jardín que se hace tarde.”














Gabriela Franco



Gabriela Franco (Buenos Aires), Modos de ir, Ediciones en Danza, 2013.















ACASO perder sea
abandonar
poco a poco
la inocencia

cada cariño ido
la estocada del cincel

como si las ausencias
escalonaran
los pasos que definen
tus rasgos

decir adiós
un modo de ir







CONVERGEN uno a uno
los acontecimientos que trazan
el escenario perfecto
de la catástrofe

¿todo evento
tiene su causa?

la grieta
que precede al derrumbe
dibuja durante años
el recorrido del proyectil

el principio de incertidumbre
socava
el examen minucioso
de los pasos que dimos
hasta el final







NO supe explicar
de mejor manera
lo que dijo pessoa
con palabra justa:
todo sinceramiento es un acto
de intolerancia