jueves, 26 de diciembre de 2013

Horacio Fiebelkorn






Horacio Fiebelkorn (de La Plata, vive en Buenos Aires), El sueño de las antenas, Ediciones Vox, 2013.
















Caminata lunar

 

Pensamientos fríos, los actos propios
del cuerpo del amor empaquetado
en lo que está a medio decir. Encerrona:
caída en los pozos, el callar
de los pozos al tragar el cuerpo del amor
con marcas de dientes en los labios. No hay
donde sostenerse, ni colchón donde desmayar.
La más perra verdad de lo que nunca
es cierto: flores en el culo de la luna ausente,
lengua cortada que nunca se va.
El cuerpo que camina sin echar sombra,
la rabia blanca para iluminar lo que queda de oscuro
en las manchas de sangre seca.
Ojos más muertos que vivos para ser
tirados con una honda contra los vidrios
de la ventana de una casa a medio desarmar,
y nada más que niebla, nada más que
humedad en los zapatos.









Bajo consumo
 


No es este bar lo que está enfermo.
Siglos de visiones torcidas hicieron lo suyo, pero
todo es culpa de esa lámpara que esparce
una luz extraña y llena de dudas.


No está enferma la cena de urgencia,
ni la botella de Pineral que intercambia moscas
con la de Veterano Osborne -de donde
podría derivar la palabra sbornia-.


No están, no estuvieron, nunca, enfermos,
los que no duermen, los que miran televisión
o boquean ante la pantalla. Tampoco
los parroquianos están apestados,


no lo estuvieron ayer, no lo estarán,
y hace demasiado calor para pensar
en que la luz es tísica, palabra que antaño
tuvo un prestigio que no aparece ahora en escena.


Todo es culpa de esa lámpara, centinela que
viene a revelar que en lugares así
y en noches como esta, tu vida no es un interrogante
sino el buzón de las malas noticias del verano.









Las cosas
 


Ahí viene otra vez, de nuevo. Viene
otra vez pero no es, no es la misma,
no la misma cosa blanca, la que recién
cayó, la cosa blanca de la canción
que viene a callar el ruido de mi bote
cruzado por la música de la cuadrilla
que desarma estaños, parte maderas.
Se llevaron la escenografía, los actores
no vinieron, el director no existe y yo
escucho una y otra vez la caída de la
cosa blanca. La verdad es que no sé,
no sé si llueve,  no sé qué cae de allá,
no sé qué son estas cosas blancas que
no paran de bajar desde hace horas.
No tienen una sola letra para mí,
son nada más que cosas blancas.









Clelia Bercovich






Clelia Bercovich (Buenos Aires), Intemperie Buenos Aires, Imaginante editorial, 2013.
















Ventana

 

Lloverá en este instante sobre su ventana
(en el cristal donde apoyaba la frente).
Tal vez la pared blanca esté sola
o no haya pared
ni planta que caiga desde el techo.


Tal vez la lluvia golpee como siempre la pared
la planta y la ventana
y falte nada más que mi frente


en el cristal










Solo el misterio

                                                             a Liliana Díaz Mindurry


Existe poesía de garajes vacíos
de autos abandonados por un tiempo
y golpes de lluvia sobre el techo
que adquieren
       la repentina autoridad que da el misterio.
Puede ser que aparezca una rata
(en ese abandono asignado a las ratas).
Que se sume un gato inmóvil
con los ojos fijos en ella.
Hay poesía en lo que no pretende


ni siquiera existir.













Marcelo Dughetti





Marcelo Dughetti (Córdoba), Sioux, Pan Comido, 2013.














la araña tomó
un aro de sauce, el de mayor edad
plumas
pelo de caballo


cuentas y ofrendas


y empezó a tejer


 

soy
un
sioux


 

en la llanura avasallada por la nieve
los árboles semejan miles de hombres blancos


pidiendo piedad


 

qué no daría en la bella sombra del fuego
sobre mis sandalias
para ver quemarse los piojos de sus cabelleras
ahora mías como sus almas


pero mi caballo ha sido descubierto
mi caballo muerto


dice mi nación
que cuando se descubre
que un caballo está muerto
no hay más que desmontar


la araña sigue trabajando su tela
trenza cada pluma, cada cuenta, cada ofrenda al sauce congelado
luego me habla
de los sueños de un pueblo que perdió a su líder


yo pienso en todas las guerras que vendrán


en mi caballo muerto


en la vieja voz de la araña
en el hacha de mis hermanos
partiendo el hielo que quiso congelar el río










madre,
no has dejado
que en tu puerta
mi caballo bebiera


está muerto
me dices


es un caballo solo y estremecido por su visión
inolvidable
cuando mueras sabrás lo que vio mientras vivías
y querrás volver a ese día
a este punto
donde el sioux te pide agua para su animal


y derramas sal en sus heridas









la madre que buscamos
caballo muerto
es una madre
hermosa
ángel del desierto blanco


habita un palmar y está dispuesta a recibirnos
a darnos luz por una noche
a ofrecerte ese cubo lleno de estrellas
a besar tus ojos y llamarte hermano
la madre que buscamos no es el vientre negro que avergonzó mi  

                                                                                        existencia

es la que trepa a su telaraña


y teje encantada la artesanía final


sobre la rama del sauce congelado