domingo, 29 de diciembre de 2013

Alejo Carbonell







Alejo Carbonell (Córdoba), Sendero luminoso, Ediciones Recovecos, 2013.

















El motor natural

“¿Qué es eso?”
pregunté a los poetas
era de madrugada, volvíamos borrachos
mi pantalón empapado por la cerveza de otro
“¿Qué cosa?“
 “Eso” dije señalando un oído
                                        –la primera vez ellos buscaron con la vista–
“Son las golondrinas”
llegan desde el norte, baten alas
y construyen un rumor parejo
dentro de los árboles
fabrican el ruido del exilio
pero no alcanzo a verlas.
El verde de las copas está dividido
por la luz sepia de los focos
no me hace acordar a nada
pero escucho y creo
entender el pulso de los objetos que me rodean.
A veces, en mi casa
me gustaría que el ruido intermitente
fuera el de las ranas
en una laguna más oscura que profunda

pero son grillos
o alarmas lejanas
o el motor de la heladera:
abro los brazos y entro en su aura.










Cortes de primera calidad

Con gancho y todo saca
la media res de la heladera
y la cuelga de una guía del techo.
 

Hace un ruido a franela la cuchilla
cuando desprende la manta
mientras a través del tajo que crece
en la carne como una flecha hacia abajo
ve a su nena con un vestido floreado
tomando mate dulce en una tacita de loza.
 

Cuando la hendidura
está por mostrarle las zapatillas nuevas
compradas en la feria latina
con un estampado poco poetizable
según las últimas tendencias
la pieza de carne cede
y vuela hacia la balanza.
Es un vacio espectacular, le dice a la clienta.










Eduardo Abel Gimenez





Eduardo Abel Gimenez (Buenos Aires), en VVAA, Poeplas. Antología de poesía argentina para chicos (e-book), poesiaargentina.com, 2013. 

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Frío

Hace mucho frío.
Tanto frío que los autos no arrancan,
las vacas no mugen,
el corazón no late.
Tanto, que hay una nube
colgada en el mismo sitio
desde hace horas.
Hace frío adentro de la letra O.
Hace frío en la sartén
donde se fríen lentamente
unos copos de nieve.
Están congeladas las puntas del número 1,
aunque eso es algo que pasa con frecuencia.
En medio de la cama apareció
un cartel de prohibido entrar.
El café recién servido
levantó vuelo y emigró al norte,
donde dicen que es verano.

Pero es tanto, tanto el frío que
la mecedora no se mece,
la música suena más lenta,
los ojos miran un punto donde no hay nada.
En el tallo de la planta
esas no son hormigas
sino esculturas de hielo.
El aliento se hace vapor,
el vapor agujas,
las agujas giran sobre sí mismas
buscando algo que pinchar.

Las líneas de sombra de la reja del balcón
están quietas en el ángulo de hace un rato,
por más que el sol siguió de largo.

En la calle la gente se enrosca y pliega
hasta refugiarse en su propio ombligo.
Los edificios de enfrente han encogido,
de manera que entre ellos queda un pasadizo.
El aire está espeso.

El lápiz llega a un centímetro del papel
y ahí se le acaban las fuerzas.





Ilustración de Alejandra Ferrada.









Liliana Lukin






Liliana Lukin (Buenos Aires), Cortar por lo sano, Pan Comido/Gráfica 29 de Mayo, 2013 (1a ed.: Ediciones Culturales Argentinas, 1987).















Si yo hubiera visto
la retina dejaría de ser
un instrumento
ahora habría en ella una marca
el hueco que su cuerpo imprime
en la pulida lente


despojar de palabras –es la idea–
estos despojos que no se ven
que aquí no quede nada
nada nada
salvo esa costra alrededor
de la figura –en la córnea–
la materia torturada
que un deseo
pueda conservar



(De "1. la caída de un cuerpo")





un ciruelo se inclina en el aire
y abajo hay un niño


otra vez hay un niño
que no hubo


esa quietud de piernas enroscadas
en la mejilla pálida del juego
obtiene mi aprobación


otra vez
hay un ciruelo
y ahora no se inclina
pero el niño
sube por la sombra
que no estuvo


creo ver
el ciruelo creo
que hay en ese espacio
un niño que no he sido:


él juega sabiamente
en el silencio hostil
me excluye
nada sabe de mí



(De "2. un cuerpo que se piensa donde ya no está")





desde el tren
la fugacidad es
un dibujo en la retina


y nada tiene tanta certeza
como aquello que dejamos de ver



(De "3.  libro de viajes para un cuerpo en fuga")















jueves, 26 de diciembre de 2013

Horacio Fiebelkorn






Horacio Fiebelkorn (de La Plata, vive en Buenos Aires), El sueño de las antenas, Ediciones Vox, 2013.
















Caminata lunar

 

Pensamientos fríos, los actos propios
del cuerpo del amor empaquetado
en lo que está a medio decir. Encerrona:
caída en los pozos, el callar
de los pozos al tragar el cuerpo del amor
con marcas de dientes en los labios. No hay
donde sostenerse, ni colchón donde desmayar.
La más perra verdad de lo que nunca
es cierto: flores en el culo de la luna ausente,
lengua cortada que nunca se va.
El cuerpo que camina sin echar sombra,
la rabia blanca para iluminar lo que queda de oscuro
en las manchas de sangre seca.
Ojos más muertos que vivos para ser
tirados con una honda contra los vidrios
de la ventana de una casa a medio desarmar,
y nada más que niebla, nada más que
humedad en los zapatos.









Bajo consumo
 


No es este bar lo que está enfermo.
Siglos de visiones torcidas hicieron lo suyo, pero
todo es culpa de esa lámpara que esparce
una luz extraña y llena de dudas.


No está enferma la cena de urgencia,
ni la botella de Pineral que intercambia moscas
con la de Veterano Osborne -de donde
podría derivar la palabra sbornia-.


No están, no estuvieron, nunca, enfermos,
los que no duermen, los que miran televisión
o boquean ante la pantalla. Tampoco
los parroquianos están apestados,


no lo estuvieron ayer, no lo estarán,
y hace demasiado calor para pensar
en que la luz es tísica, palabra que antaño
tuvo un prestigio que no aparece ahora en escena.


Todo es culpa de esa lámpara, centinela que
viene a revelar que en lugares así
y en noches como esta, tu vida no es un interrogante
sino el buzón de las malas noticias del verano.









Las cosas
 


Ahí viene otra vez, de nuevo. Viene
otra vez pero no es, no es la misma,
no la misma cosa blanca, la que recién
cayó, la cosa blanca de la canción
que viene a callar el ruido de mi bote
cruzado por la música de la cuadrilla
que desarma estaños, parte maderas.
Se llevaron la escenografía, los actores
no vinieron, el director no existe y yo
escucho una y otra vez la caída de la
cosa blanca. La verdad es que no sé,
no sé si llueve,  no sé qué cae de allá,
no sé qué son estas cosas blancas que
no paran de bajar desde hace horas.
No tienen una sola letra para mí,
son nada más que cosas blancas.









Clelia Bercovich






Clelia Bercovich (Buenos Aires), Intemperie Buenos Aires, Imaginante editorial, 2013.
















Ventana

 

Lloverá en este instante sobre su ventana
(en el cristal donde apoyaba la frente).
Tal vez la pared blanca esté sola
o no haya pared
ni planta que caiga desde el techo.


Tal vez la lluvia golpee como siempre la pared
la planta y la ventana
y falte nada más que mi frente


en el cristal










Solo el misterio

                                                             a Liliana Díaz Mindurry


Existe poesía de garajes vacíos
de autos abandonados por un tiempo
y golpes de lluvia sobre el techo
que adquieren
       la repentina autoridad que da el misterio.
Puede ser que aparezca una rata
(en ese abandono asignado a las ratas).
Que se sume un gato inmóvil
con los ojos fijos en ella.
Hay poesía en lo que no pretende


ni siquiera existir.













Marcelo Dughetti





Marcelo Dughetti (Córdoba), Sioux, Pan Comido, 2013.














la araña tomó
un aro de sauce, el de mayor edad
plumas
pelo de caballo


cuentas y ofrendas


y empezó a tejer


 

soy
un
sioux


 

en la llanura avasallada por la nieve
los árboles semejan miles de hombres blancos


pidiendo piedad


 

qué no daría en la bella sombra del fuego
sobre mis sandalias
para ver quemarse los piojos de sus cabelleras
ahora mías como sus almas


pero mi caballo ha sido descubierto
mi caballo muerto


dice mi nación
que cuando se descubre
que un caballo está muerto
no hay más que desmontar


la araña sigue trabajando su tela
trenza cada pluma, cada cuenta, cada ofrenda al sauce congelado
luego me habla
de los sueños de un pueblo que perdió a su líder


yo pienso en todas las guerras que vendrán


en mi caballo muerto


en la vieja voz de la araña
en el hacha de mis hermanos
partiendo el hielo que quiso congelar el río










madre,
no has dejado
que en tu puerta
mi caballo bebiera


está muerto
me dices


es un caballo solo y estremecido por su visión
inolvidable
cuando mueras sabrás lo que vio mientras vivías
y querrás volver a ese día
a este punto
donde el sioux te pide agua para su animal


y derramas sal en sus heridas









la madre que buscamos
caballo muerto
es una madre
hermosa
ángel del desierto blanco


habita un palmar y está dispuesta a recibirnos
a darnos luz por una noche
a ofrecerte ese cubo lleno de estrellas
a besar tus ojos y llamarte hermano
la madre que buscamos no es el vientre negro que avergonzó mi  

                                                                                        existencia

es la que trepa a su telaraña


y teje encantada la artesanía final


sobre la rama del sauce congelado











miércoles, 25 de diciembre de 2013

Jorge Santkovsky




Jorge Santkovsky, Breves, Colección Semilla, 2013.















90.

Una ventana siempre  abierta

sin cortinas ni persianas
que nos conecte y nos aleje.

Un ancla ante la dispersión.


91.

Entre las ramas de la magnolia

veo la luna

no sé si se esconde
o solo está en su jaula.


92.

Una piedra

arrojada
al vacío interior,

un grito
recorre las cavernas
en las que fuimos
alguna vez.










 El sonido de la atención, Huesos de Jibia, 2013.














Sólo ocurre 


si hay cierta armonía
y ningún apremio reclama nuestra atención.
Entonces
el cansancio de lo cotidiano
se toma su revancha
y nuestro cuerpo
busca otro accionar.

Hay días como hoy
en que lo mejor es la lluvia,
y acompañado de ese sonido peculiar
quiero olvidarme de quién soy,
de qué pretendo ser
o de lo que hubiera sido.
Hay tardes como ésta
en que sólo deseamos
que la vida se detenga.
















Jotaele Andrade




Jotaele Andrade (La Plata/Azul), El oleaje del mundo, Editorial Azul, 2013.















Contra otros se desgasta el grano de arena



es cierto que tu vida también es esa playa con su arena
y su murmullo
con el ahogado en cuya boca reina la espuma
y las aves que sobrevuelan buscando huevos de tortuga
o desperdicios

es eso tu vida
y la mía

y cuanto sucede alrededor nuestro
de algún modo
también lo es

como la rotación de los planetas y los soles

pero cada vida
es menos el astro cerrado en su mudez
que el grano de arena

esa minúscula partícula que choca contra otras
y se desgasta









 Por lo que ves no glorifiques a tu ojo



no glorifiques tu existencia en desmedro del cuadrúpedo
o el insecto

quienes intuyen el oleaje del mundo
las tormentas
y los frutos venenosos
son su propio dios

la gota de agua basta para cierta sed



por lo que ves no glorifiques a tu ojo
ni alabes a tu mano
ni al músculo

todo estuvo antes

¿o crees que te corresponde tanta maravilla?








 

Ana Lafferanderie




Ana Laferranderie (Montevideo, Uruguay/Buenos Aires), Volcar la cuna, Ediciones del Dock, 2013.













Viniste desde un campo cercano, aturdida. Inmóvil frente a la puerta abierta podías ver el pasillo, baldosas sucederse con sus marcas hasta llegar a la penumbra. Perdida toda gracia en el color lavado de los objetos. Un sonido de cascos alejándose. Vos sin entrar, sin irte. En cada dirección un camino incompleto y en el centro tu aire respirado, tu profana voz.







La piedra de la casa se desgasta. Escucho cómo golpea afuera el agua. Algo de mí crece lejos. No sabría estar como antes intacta en el hogar, apegada a la luz de sus instrumentos.







Por ver lo absurdo. Este sopor invade el día, pierde sentido el movimiento. Miro el espacio que se abre detrás de la ventana. Lo sigo lejos, hasta una piedra donde golpea espuma fría. Se desintegra, se dispersa en lo líquido. Yo sigo frente a mí. Con los pies en el agua sé que soy materia que se apaga.






Quedarme en el aire como si no estuviera
como si hubiera una forma de xistir
faltando.















martes, 24 de diciembre de 2013

Eugenio Polisky



Eugenio Polisky (Estados Unidos/Buenos Aires), silencio en la nada luz, textosintrusos, 2013.












lenguaje


hay un lenguaje que habla
en la nitidez del símbolo
en el desorden de la luz
en la soledad de una silla o el recuerdo de una copa o la decisión de languidez
               de un mantel
en lo que vive en el salero o se esconde en el remolino del pan o grita como un
               eco desde el fondo de una botella de vino
o de sangre

o de angustia

                                                   una palabra
                                                   como la sombra de una oruga
                                                                            intenta hablar








ausencia


alguien no está
la luz lo espera
              en el lugar exacto de la silla
              el brillo donde no apoya el brazo
porque



alguien no está
la luz lo espera
              y el mantel blanco
instantáneo
             más blanco que la luz
ahí donde no hay un plato ni un vaso ni la cuchara de la sopa
porque



alguien no está
la luz lo espera
              en el piso no están los pies ni las pisadas
hay sólo claridad
              y la sombra de la silla
                  y un blanco que no es el blanco del mantel derramado por el borde de la
                                 mesa sino el blanco de la luz
porque




la luz
espera
a alguien



                                                                                 y no está









Gabriel Gómez Saavedra




Gabriel Gómez Saavedra (Tucumán), Escorial, Huesos de Jibia, 2013.












Una yegua

Con el esqueleto adelantado
y la pata atascada
está.

La yegua
convocando a la última línea del aire
comienza a parir.
Nosotros
hábiles en posterizar
el caníbal del presente
le apuntamos
con las cámaras de los celulares.

Las sombras de las moscas
sudan
carro arriba
el único círculo de fiel arrimada.
La naturaleza
descabezada
ha reproducido el suyo
y puebla el ecosistema
del desamparo.





 

La opción

Por lo menos
antes
teníamos al montecito
como para ubicar la referencia
de las siluetas sensitivas.
Nos acostumbramos a ver
hacerse la luz
desde el suelo de las sombras
cuando éstas
venían inyectadas de sal
por la estrella provinciana del sur.

Ahora
que han bajado el montecito
y el carancho aísla
su embudo de carroña
que pronto trocará
en enloquecida esfera
de infinita nada,
no habrá
opción más práctica
que sentarse frente a las casas
a talarse los ojos.










Anahí Mallol




Anahí Mallol (La Plata/Villa Elisa), Como un iceberg, Paradiso, 2013.














el perfume

en la calle
esta mañana
compré un ramito
con tres varas de nardo.
por la tarde
al escribir
noté su perfume
que intenso y sutil
se esparcía por el cuarto.

así quiero estar
rodeando
las tardes de tus manos
intensa y sutil
presente
como tres varas de nardo.


(De "el arte")






la nuca

¿quién conoce mejor
el dulce picante del poder
sino el amante desencantado que renuncia
a toda pretensión de fidelidad como si
se tratase de un don despreciable?
imaginarse esa piel tan conocida
recorrida por algún otro hombre
sin rostro pero ansioso.
pero cómo complace imaginar
que no hay más que
dar un levísimo tirón
a los pelos ínfimos de su nuca
hacer un guiño con el ojo
o resollar despacio en su oreja para saber
que va a volver
ligera alegre flotante
a este regazo.


(De "la espera")






las manos

no es por esa voz tuya
que oigo
franca y directa cada semana
cuando te llamo a la oficina
ni por el perfume
de tu pelo y de tu sexo
que atraviesa mis dedos
después de las visitas
sino por el desliz satinado de mis palmas
por la superficie lisísima de tus pechos
y tus nalgas
llenas y redondas y además nuevas
nunca antes tocadas por otro cuerpo de mujer
por lo que te deseo
tanto,
mujer casada.



(De "la espera")






iceberg

sorprendente y hermoso
como un iceberg
descubrir
una nueva forma del amor
en la maravilla del cuerpo:
cuando él llora
de la punta de los pechos brota
una forma
perfecta de consuelo
una leche
blanca y dulcísima.



(De "el acontecimiento")



















domingo, 22 de diciembre de 2013

Irma Cuña





Irma Cuña (Neuquén, 1932-2044), Pasajera del viento. Antología poética, selección y prólogo de Irene Gruss, Fondo de Cultura Económica, 2013.












De El riesgo y el olvido (1962)


III

No podrás dos veces retomar el sueño.
Cuídate de su agua.
Una vez cae el corazón entre los muertos
       con la pesadez grave de los espacios:
sólo una vez naces así
sin rosa
sin pez
sin fruto.
Todos los días del hambre se suceden después inexorables.

Tú no creerás que has partido
hasta apretar el viento entre los dedos,
y yo me desespero por decirte que huyas río arriba
con tu única siembra.
Ahora.

Nunca después remontarás las fuentes.

Y te crecerán alas invisibles
   en la región del alma donde no hay aire,
y una aleta triangular buscará el filo inútil de las olas,
y un dedal de acero guardará la espina de las primaveras
   cuando el sol salga por occidente.

Nada retorna.
Tú dormías
y pasaban los coros de la ofrenda.
Más te valiera dormir ahora.
(En el andén rectangular se despiden parejas y se besan.
En el muelle respiran los viajeros.
Una playa redonda
se recuesta a dormir bajo la arena.
Alto, sonríe el bosque visionario.)

Tú estás en la marea enloquecida de algas.
Nada vuelve.






De El extraño (1977)


El extraño


                                       A mis dos hijas, Susana y Nora


Partimos
a olvidar
nuestro dedo de sombra en el desierto.

¡Tanto andar por el aire
para tocar la interminable arena!












NO INAUGURO los pozos ni la arena.
Rama contra el muro,
golpeteo el invierno.

Sacudo mis señales
como la llovizna nocturna,
como un telégrafo sin sueño,
como el hombre del mar,
como una carcajada en el eco.

Olvídame,
sumérgeme.
No hay superficie tolerable.
La piel es un pez de plata
que se inmoviliza en el ojo,
una llamarada cenicienta sobre el filo del aire.

El corazón perdido entre las hojas.















Fabián O. Iriarte





Fabián Iriarte (Laprida/Mar del Plata), La Caja P, Ediciones del Dock, 2013.












Anécdota de John Felstiner


Érase una vez el señor Felstiner
traduciendo esos poemas alemanes
en los que la muerte es una fuga.
De pronto, sonó el teléfono.
Su hijo de tres años fue a atender.

"Papá, es para vos" "¿Quién es, hijo?"
"Paul Celan". La muerte es una fuga.

La muerte es una fuga. I say potato,
you say potato. Yo digo traducción,
Freud dice transferencia. Es una cuestión de acentos.
De cuerpos. De hablar la voz del otro.
De contagiar obsesiones a tus hijos.






El piano ausente

¿Cómo se hace para adivinar
la presencia del pieno en el salón a oscuras?
¿En la noche hecha pedazos?

O invisible, o inaudible.
Por el sonido de la madera.
Por el deslizarse de tus dedos






Ante la muerte de mamá

En el patio floreció el ciruelo
cubriéndose de algo
que más que flores blancas parecían milagro.











Denise León




Denise León (Tucumán), Templo de pescadores, Alción, 2013.














Es tarde
y los barcos
de los pescadores
regresan.
Me ha parecido oír
aquí
y allá
voces
que llamaban.
Sin esperanza
respondo

al aire vacío.









Los grillos
han entrado
y cantan
debajo
de las escaleras.
Del otro lado
de la ventana
hay
otros
–muchos–
que cantan
para entrar.
Detrás
de la pared
se oye
cómo
van hilando
la madeja
secreta
del mismo sonido.









Templo de pescadores


Igual
que un pescador
construye
una red
sólo
para reposar
su melancolía
y se demora
pensando en ella
en las tardes
de verano
y la llena
con
su esperanza
y su ansiedad,
todo
puede ser perdido.
Inútiles castillos
se levantan
y
–más allá–
se abren
y se cierran
las semillas.