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domingo, 27 de noviembre de 2016

Claudio Archubi



Claudio Archubi (Mar del Plata/CABA), La Máquina de las alegorías, Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2016.















Bonitas o del encuentro con la Bondad


Y delante de aquella visión indeleble, y envuelto en la inmensa y suave bondad difusa de la tierra verde, del cielo clemente y del pálido mar, involuntariamente uno cae de hinojos y de su boca sale aquella exclamación que salía de la boca de Ramón Lull, tal como la representan las viejas xilografías: «¡Oh bondad!» .
 (Raimundo Lulio. Francisco F. Billoch, Temas españoles No 90)



1.

Un día Ella me condujo hasta la playa y me mostró lo que había por hacer.

            Afuera hay un mundo –me dijo, –está lleno de nieve. Con tu aliento debes derretirla.

            Yo no comprendí. Era invierno, pero apenas una fija llovizna desaparecía sobre la arena deshabitada.
            Me di vuelta y, desde entonces, sólo así pude verla: de rodillas y quieta, ofreciéndome su espalda.






2.

            –Mi cuerpo no importa –decía cada vez más fría bajo mis dedos. –Toca la nieve y aprende a atravesarla.

            Pero yo no comprendí.
            Miré en derredor, busqué en la llovizna el rastro de la nieve.
            Intenté apartar la arena –nuestra segunda piel, tan áspera–.

            Pero estaba en nuestro aliento.
           




3.

            Me dije: para encontrar –suelen decir– hay que cerrar los ojos.
            Y pensé en nieve tras la nieve.
            Y sospeché de una tercera nieve y de un camino.





4.

            Grandes acontecimientos picaron mi cuerpo, pusieron su fría espuma y su llovizna, desplazando lo no crecido.
            Yo insistía.





5.

Años se perdían bajo mi mano. Livianos, blancos.
            Cosas pequeñas deshechas en lo abierto.
            Ella permaneció ahí, atravesada por el cansancio de haber visto.

            ¿Veía en mí la nieve?





6.

            Durante tanto tiempo estuve con los ojos cerrados, adormecido, intentando alcanzarla.
            Pero mi quietud era distinta: se apartaba hacia la Verdad.




























lunes, 13 de julio de 2015

Claudio Archubi







Claudio Archubi (Mar del Plata/CABA), La casa sin sombra, Buenos Aires, 2015.





















       Él dijo:

       Mi madre me regaló una flor que se deshace.

                                               (No le echés agua, echale tierra.)

      Es una flor seca que vive en la sombra, mantiene la casa limpia, llama al silencio.
      Es una flor duradera como una foto vieja, como una idea, como un dolor.
      Dice que compite con los cactus, con los matorrales del desierto, con las cosas que se escriben en las piedras.

                              (Cuando no estemos ni tu padre ni yo...)

      La casa estaba limpia, extremadamente limpia.
      Pero ella me dio la espalda y siguió con sus cosas.  





 



       Ella dijo:

       Atada a un corazón amigo iba por una pradera de sombra.
       A mi paso, un mundo de ceniza y simulacro.

       (Mi padre había muerto y seguía trabajando.
       Amanecía.)

      También yo había muerto, pero no mi hambre.
      Miré a todos con tristeza.
      Y extendí los brazos hacia mi pradera de sombra.
      Cuán corta la correa de la vida, cuán vasta mi pradera de sombra.
      Latí adentro de la casa negra, la casa blanca, la casa roja.
      Latí adentro de la media-vida, de la media-muerte.
      Y vi mi hambre en cada cosa.

      (Lo veía caminar hacia la fábrica por la calle desierta. Lo veía con mi cabeza en la ventana, encorvado y ejemplar, avanzar entre la basura que volaba, avanzar hacia la estática de una radio lejana, lejanísima, hasta perderse en lo Abierto. Se llevaba su tesón y una parte de mi cuerpo para siempre.
      ¿Dónde estaba mi hermana?
      Mi madre no quería dejarme salir porque afuera hacía frío.
      Había algo de verdad en eso, lo sospechaba...)