jueves, 24 de septiembre de 2015

Analía Giordanino



Analía Giordanino (Santa Fe), Terrícola, Iván Rosado, Rosario, 2015.























Cosmic microwave background

El universo hace un eco.
Es un lenguaje que comprenden
delfines, ballenas o murciélagos.
La radiación de fondo
es el sonido del universo.
El eco reproduce,
remite a sí mismo y se replica.

Afuera en el foco de la luz
hicieron su casa unos horneros.
Cuando uno vuelve al nido
se anuncia con un canto,
el otro se prepara y sale
y todo se repite muchas veces.
Construye su casa una vez,
arma su familia y se va.
Otra vez la construye,
arma su familia y se va.
Dejan ahí un eco fino
que escucharán otros pájaros.

Una mujer canta
mientras tiende la ropa.
Se ve la ropa tendida
y a la mujer no la vemos.
Yo la oigo en mi habitación
porque es sábado de mañana
y abríamos los ojos de mañana
mientras la mujer cantaba
en otra casa que no es ésta.

Las acciones del día reclaman
repetición de urna abierta,
y una urna es un sueño
con raíces por despertar.

Escuchamos esa música o no.

Un universo está vivo
en el medio de la intemperie.










Puntada con hilo    

Cuando enhebrás una aguja
a veces el hilo que se enhebra se afina
por zonas diminutas.
Hay que mojarlo con la lengua
para que entre en el ojo de la aguja.
A veces no entra.
El ojo puede ser grande
y entonces parece que es fácil enhebrar.
Es fácil. Pero después
la punta te abre
un redondel grande en la tela
en la trama.
Y el nudo que amarra costura
al final del hilo se pierde
pasa como agua.

Las agujas que sirven
son las de ojo chico:
para costuras a mano
para ruedos finos
para puntada escondida.

Una costura a mano se resuelve así:
levantás un hilo de la trama invisible
das la lazada arriba
(esa tela no se verá,
no importa si picás grande)
terminás el punto abajo
(queda un ángulo agudo)
en otro hilo de la trama visible.

Es como los dos caminos: el ancho y el difícil.
¿Te acordás de las figuritas difíciles?
Pocas había. Muchos sobres había que comprar.
Si el hilo es nuevo y no hay irregulares en el enrolle
tampoco quita que sirva una aguja de ojo grande.
Pasa lo mismo: la punta corre y no queda.

Yo no quiero decir nada con esto.
Pero algo quiero decir.

El amor es un trabajo
como cualquier otro.










Doomsday

Lijar un mueble es cosa de paciencia.
Tengo estos materiales,
hace días que los usan mis manos:
lija de 90, espátula, removedor,
aguarrás, tinner.
A medida que salen las superficies
reconozco colores superpuestos:
blanco baldío, negro cerrado, gris elefante.
El gris suena a hueco de hospital.
El negro me habla de un hombre viejo.
El blanco baldío es baldío,
dejó su yuyo
en los ligamentos
de la madera.
En algunas partes queda
la madera pura:
un color zapallo
que dan ganas de lamer
o sembrar.
No sé qué madera sea
pero imagino un árbol dorado,
de membrillo.
Este objeto de la casa me habla
desde que empecé la lijada.
No sé bien qué me dice.
Yo recibo su polvillo planeador
y hago dibujos con él
sobre una baldosa.
En las manos me quedan grietas
secas como piel de laucha,
cuadradas, yemas duras,
músculos trapecios tirantes.

Cuando termino el trabajo del día
me pongo crema de caléndula
y llamo por teléfono a mi amor.
Le cuento cosas inútiles:
que la lijada me dejó doliendo la espalda
que la crema es blanca, huele lindo y calma
que la paciencia sobre los muebles
es una canción con muertos y con árboles
que estoy cansada pero contenta
que todo puede ser posible
mientras el sol brille y él venga.
Si este fuera el último día del universo
me gustaría irme así.  










Quinteros

Estaba lloviendo pero fuimos igual
el r12 navega la avenida en salticado 
todos los autos salpican piedritas
los paseantes no se enojan
andan felices de sábado.

La calle se nubla, pica el agua
no se encuentra sitio para la poblada.
Al r12 hay que amarrarlo bajo un árbol
y lamentar no haber traído botas.

El galpón pintado promedia la manzana
entra y sale gente con bolsas desbordadas
la lluvia se nos pega entre la ropa.
Adentro el agua suena cortita
sobre los techos claveteados.

Las personas y las cosas se entreveran
entre los surcos de los puesteros.
Están desordenados pero invocan
arcoiris, banderines, fruta puesta
en montones de triángulos amigos.

Los que atienden son jóvenes
y tienen las manos gastadas.
Todos parecen parientes.
Los que compramos
nos vamos de boca
ay qué hermoso! ay qué barato!
Haber sabido antes
que las quintas no están lejos
y los surcos no son hendiduras
que sólo máquinas tocan.

Ésta es mi lista de compras:
berenjenas panzonas
primas gordas de las peras
remolachas con su hojas
de venas rojas como garras
pimientos de dos colores
limones puntiagudos
gengibre raíz
para picantear fragante
un queso amarillo
que me pone loca.

No puedo más de encendida.
Nos quedamos esperando a la tía
bajo el agua afuera que nos moja.
La calle se llama Alfonsina Storni.
Pienso en frutillas y en Coronda
en la poeta en medio del campo
cuando estudiaba de maestra.
Recaló un tiempo ahí en pensiones
y se fue con panza a Buenos Aires.

En el interior todo es posible.
Las cosas arman su revuelo
no se anticipa la felicidad
y pulsan en silencio
igual que los sembrados.