miércoles, 12 de febrero de 2014

Mario Ortiz


Mario Ortiz (Bahía Blanca, pcia. de Buenos Aires), Tratado de fitolingüística. Cuadernos de Lengua y Literatura VII, "Segunda parte", fragmento, en Cuadernos de Lengua y Literatura V, VI y VII, Eterna Cadencia, 2013.














   Ese yuyo no era diferente ni indiferente.
   ¿Había cumplido su ciclo o lo había exterminado la falta de agua? Me refiero, claro está, a la falta de agua que cae en las tormentas, porque nadie en su sano juicio desenrolla una manguera y produce una lluvia con la punta de su dedo solo para regar yuyos.
   ¿Qué nombre tendría esa planta?
   Tenía que investigar sus propiedades, sus nombres, sus efectos sobre las palabras.
   Tal cual.
   El yuyo es lo que casi por definición no requiere cuidados. Otras plantas que resultan apreciadas por el hombre porque producen alimentos o belleza necesitan una cantidad de atenciones casi sin límite. A ninguna le puede faltar su dosis de humedad. Unas deben ser apuntaladas y sujetas con hilos a cañas o ramas que les sirven de tutores, como los tomates y las chauchas. Otras necesitan soportes más vigorosos, como las parras, las enamoradas del muro o las hiedras. A muchas hay que fumigarlas contra plagas repentinas, arañuelas, hongos, hormigas negras. Hay flores delicadísimas que no resisten el sol (las buenas noches o la pata de buey), que de día se marchitan y al atardecer reviven; otras, por el contrario, solo se abren con abundante luminosidad desde la mañana.
   Muchas veces ni siquiera esto es suficiente; a pesar de todos los cuidados, los frutales suelen quedar estériles por heladas muy tempranas. Las hojas de las parras se deforman por una extraña enfermedad que les produce abultamientos con forma de verruga. Las hojas de los zapallos se resecan en los bordes y se cubren de una pátina blancuzca. Tampoco es extraño levantarse una mañana y encontrar solamente los brotes pelados de las acelgas comidas por los bichos moro en una sola noche.
   El yuyo no necesita absolutamente nada. O si lo precisa, no le prestamos atención.
   Aparece tanto como desaparece. Y si aparece en una quinta o en un jardín, hay que arrancarlo.
   Es aquello que para el hombre carece de sentido.
   Es lo insignificante.
   Las mismas palabras con que genéricamente se designa a todo este vasto sector del reino vegetal son bastantes explícitas. "Yuyo", leo en una enciclopedia, viene del quechua "yuyu". Este nombre, a pesar de todo, otorga cierto valor a esas plantas, porque hay té de yuyos, o yuyos para el amor. En este aspecto, el término aborigen se asocia con el más neutro y castizo "hierba". En cambio, la palabra "maleza" no deja dudas. Proviene del latín malitia, y refiere a lo malo. Es el equivalente vegetal del bicho. Casi se diría que no tienen nombre, o uno muy genérico e impreciso que se contenta con dar cierta forma a lo que se considera sin forma, ámbito de lo indeterminado e indeseable.
   Hay rosas, hay zapallos, y hay malezas.
   Hay abejas, hay mariposas, y hay bichos.

   Acaso sea cierto. La maleza es lo que no se desea.
   Y sin embargo se multiplica desaforadamente.
   Aparece sin que la hayamos sembrado. Se nos da sin que la hayamos pedido.

   Los yuyos y los bichos están del lado del don.

   En algún momento determinado, Nelson pronunció la palabra "acelga"; entonces fue hasta el fondo del patio con un paquetito de semillas y semanas más tarde apareció la planta. Luego, en el centro del plato, al cortar un canelón con salsa blanca, se asomó entre las espirales del panqueque aquello mismo que había dicho, cocido, triturado y mezclado con un poco de carne picada para el relleno.
   Ahora en su plato ya no tiene más una acelga previamente nombrada: no solo en la clínica falta espacio para la quinta, sino que las palabras que acaso pronuncia han perdido su conexión con la tierra, con las cosas y con las personas.
   Los yuyos aparecen sin que los hayamos sembrado.
   Aparecen sin que los hayamos nombrado.
   Entonces, posiblemente no demandan riego, ni tutores, ni plaguicidas: lo que necesitan son palabras, y si no las encuentran tratan de producirlas. Esta es una posible explicación.
   Los tallos resecos y desordenados de la esquina debían tener algún nombre además de yuyo, pero yo en aquel momento lo desconocía. Esa mata era anterior a mi lenguaje; no tenía qué decir ni cómo porque yo estaba discapacitado. En estas condiciones, nos cruzamos fugazmente a lo largo de los primeros días, hasta que poco a poco esa planta empezó a actuar en mi sistema nervioso generando sus primeros efectos aquella mañana junto a la pava.
   Lentamente, a lo largo de varias semanas, fue restableciendo algunas conexiones entre las palabras y las cosas.
   Tentativamente.
   Todo debía recomenzar del modo más humilde, como el que comienza a caminar de nuevo después de un accidente; como el niño que balbucea las primeras palabras.
   Rosa
                                    Abeja
               Nelson
                                               Zapallo
   Plantita

               Mariposa



   Así,

             de este modo.




















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