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jueves, 17 de agosto de 2017

Jacobo Fijman



Jacobo Fijman (Uriff, Rusia / Buenos Aires), Poesía completa, Prólogos de Santiago Sylvester y Daniel Calmels, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014.























De Molino rojo (1926)


Canto del Cisne

     Demencia:
el camino más alto y más desierto.

     Oficio de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
tosen las muecas
y descargan sus golpes
afónicas lamentaciones.

    Semblantes inflamados;
dilatación vidriosa de los ojos
en el camino más alto y más desierto.

    Se erizan los cabellos del espanto.

    La mucha luz alaba su inocencia.

    El patio del hospicio es como un banco
a lo largo del muro.

    Cuerdas de los silencios más eternos.

Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.

    ¿A quién llamar?
¿A quién llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?

    Se acerca Dios en pilchas de loquero
y ahorca mi gañote
con sus enormes manos sarmentosas;
y mi canto se enrosca en el desierto.

   ¡Piedad!









El "Otro"

    Tarde de invierno.
Se desperezan mis angustias
como los gatos;
se despiertan, se acuestan;
abren sus ojos turbios
y grises;
abren sus dedos finos 
de humedad y silencios detallados.

    Bien dormía mi ser como los niños,
¡y encendieron sus velas los absurdos!

    Ahora el Otro está despierto;
se pasea a lo largo de mi gris corredor,
y suspira en mis agujeros,
y toca en mis paredes viejas
un sucio desaliento frío.

   ¡La Esperanza juega a las cartas
con los absurdos!
Terminan la partida
tirándose pantuflas.

    Es muy larga la noche del corazón. 









Las Blancas Torres

    Júbilo musical del agua.

    Permanezco anhelante.
Compases olvidados que retornan.

    Júbilo musical del agua.
Suenan las blancas torres del invierno.

    Pupilas anonadadas;
compases olvidados.

    ¡Aún guardan mis anhelos gritos de salvaje!
pero sólo mis medias noches
saben de estos pájaros de fuego.

    Interrogatorios de mi ser;

cizaña de mis sementeras
y el recodo más negro del camino.

    Interrogatorio de mi ser;
fosos que no blanquean ni la aurora.

    ¿A las anchas de qué amor
encenderé mi vida?
    Suenan las blancas torres del invierno.












De Hecho de estampas (1927)


Poema V

Yo estaba muerto bajo los grandes soles, bajo los grandes soles fríos.

A través de mi llanto
oigo el agrio sudor de la precocidad.

Yo vuelvo sobre un musgo
y las ciudades crecen a la aventura hasta la noche del estupor.

Miseria.
Dios pesa.
Me llaman vientos de mar.
Van y vienen en grandes cambios; se alargan en saltos irritados
que apagan mi temblor, que exasperan los sueños.

Jamás podré seguir.
Yo me veo colgado como un cristo amarillo sobre los vidrios pálidos del mundo.









Poema XI

Al pie de los aromas blancos recobro mis manos en plegaria.
Una vez había...

Los canales hastiados se ponen en camino lejos de nuestros ojos.

Para sí trazan el pavor los soles.

Apoyo mi rostro sobre la sombra siete veces oscura
y atravieso los diques ajustados que arrastran los vientos.

Rodaba mi acento de mar desgarrado sobre siete caminos de nieve.












De Estrella de la mañana (1931)


V

En la misma belleza saborean las lunas su soledad dichosa.
Caen todas mis muertes en el espanto
de la nada del mal de la nada irreal de la nada.

En las tinieblas puse mis manos cuajadas de llanto.
Arreó la gracia mis ojos perdonados,
y hecho he sido en lo anterior de todo y nada.
He sido en el que es de todo y nada en bella gracia.









VIII

Oye tu soledad mi soledad.
Oye en mi soledad la canción amorosa
debajo de mis labios.
Miran los cielos el día de mi corazón.

Oye en mi soledad tu soledad:
río de luz es tu garganta.

Eternidad en los caminos.
Espero en Cristo regocijado de muerte y alegre de muerte.
Paz, paz, en el camino delante de mis ojos.
Reza la sangre, la sangre de mi cuerpo en esperanza.
Pone mi corazón su desnudez perfecta sobre la noche movida en toda gracia
sobre la noche movida en esperanza.

Paz, paz,
en tierras donde corren los soles amorosos del monte santo;
mis noches iluminadas de pavor, alegres de muertes,
regocijadas de muerte.









XXXI

En mi gemido
conté mi soledad envejecida; conté las noches de mis días.
Mis huecos cantan el misterio del mundo.

El agua perturbada de mi reposo.
Me veo en mi gemido según pavores de inocencia.

Paz, paz:
oído de mis palabras.

El ruego alcanza oído a mis palabras,
carne sanada;
y hay espanto de luz en nuestras manos.












Poemas no reunidos en libro


Resurrección

Esta luz, esta forma que no es mía
Tiene mi propia luz, mi propia huella,
En armonía extraña con la estrella,
Celeste flor lejana, ardiente y pía.

Y en el tono menor de la tristeza,
La hermana luz, la hermana forma canta,
Canta, anuncia, cual buena nueva santa,
Una resurrección de la belleza.









Doy a tu piel las órbitas celestes
de Mercurio veloces, doctor de la lógica suprema.
Doy a tu piel, y en Cáncer,
las gloriosas especies, los bálsamos perfectos.

Mercurio pone el signo de la causa eminente.
Doy a tu piel el sueño de la balanza igual,
y el cinturón retórico de Venus...

Casta de mar,
casta de luna y rosa.

Saturno ara los campos y seca el roble de la antigua Roma
y el ciprés de la muerte.
Saturno ara los campos
en Rómulo y Remo;
y en el toro de Italia
añade lo lento de su mundo;
y en sus cuernos la música,
y el vino amargo que calienta Marte.









Flores de santidad

Ya quietaron, amor, con la última estrella
de eternidad el mundo;
y se unen los vientos en la nueva manzana.
Tu corazón concibe de las cosas
el verbo de las cosas,
tú que espiras, amor,
y que mueves los nombres con la última estrella
sobre el último fruto de la tierra.
Tú ves de la nube, de la flor,
la belleza del ángel, la profunda belleza
circunscrita del ser
sobre el no ser más puro del empíreo beado:
Ya quietaron, amor, con la última estrella
de eternidad del mundo.









Verso poliformo

En el nombre mayor
las ásperas colinas turbáronse en las cabras y las noches
y los valles profundos,
que nacen de los soles, alabaron los días,
que viven con el árbol de las gentes romanas.
En el nombre mayor,
voy buscando las cosas, sintiéndome en la tarde
de ciudades y llantos;
y los pasos en flor
tocan impenetrable eternidad
de la belleza pura con belleza de mundo.









El milagro harmonioso

¡Ah milagro harmonioso del paisaje
Que a mi paso me da la bienvenida!
He andado tanto en él, que en cada viaje
Un retoño de amor hubo en mi vida.

¡Ah mañanas, dulzuras y fragancias!
¡Alientos de las húmedas arenas,
De sol doradas y verde plenas!
¡Lentas lluvias que cantan disonancias!

He visto brotar árboles cual días.
¡Oh resurrección santa de las cosas
En esas mis mañanas luminosas
De oro y verde y de raras melodías!

Yo vi brotar; nacer he presentido
Los árboles, hermanos de los tristes,
Y comprendí, Señor, por qué Tú existes,
Y amé cual puede amar un elegido.









Negación

Señor:
Todo se angustia en mí y en mí padece;
En mí es noche de sol tu primavera;
Pero mi vida canta, y es grave, y es severa,
Y en tus noches mi espíritu amanece.

¿Mas para qué esta santidad sublime,
Esta pureza dura, atormentada,
Si todo se ha de ir hacia la Nada,
Hasta que mi propio ser que se redime?

En mí tu creación pierde sentido;
Nada tiene sentido, ni la muerte.
Tú, que todo lo puedes, tú, el más fuerte,
Vuélveme al polvo, a lo que ayer he sido.




























  

sábado, 24 de junio de 2017

Marcelo Rizzi


Marcelo Rizzi (Santa Fe), La destrucción, ebook, poesiaargentina.com, 2014.

























tendidas de espaldas las mujeres
parecen más pequeñas
bajo la esquiva luminiscencia
de las linternas; a veces,
cuando una de ellas intenta
erguirse, adopta por un instante
la forma de un pesado animal
de la costa, mientras las otras
bajo su sombra apenas se mueven
o duermen de a ratos;
decirles que no nos iremos
con el último vaporetto del día
acaso ya no les baste; tampoco
que el abandono hacia un humo
fresco se enarbole precisamente
allí donde sus cierzos se confunden
con una desencantada alegría;
tal vez les importe más
aquella ligera amistad con vocablos
sicilianos que llegan extenuados,
deslizándose en ecos sobre
la superficie rugosa de las aguas,
su íntima relación con el contemplar
de lejos la demencia, como cuando
se arrojan los dados en la casa
y abolimos por ello mismo
todo el azar por única vez












al observar de cerca el objeto inerte
no sabemos si la belleza estuvo en el
movimiento, en la pausa o en el reposo;
esta indecisión crea por igual al ornitólogo,
al esteta y al experto en balística;
pero habremos por cierto de hacer notar
que es en el sueño donde todos tenemos
las más firmes convicciones, ya que las
dudas comienzan al minuto de despertar
–cuando la seda de ese presente vaciado
de todo futuro se adelgaza para desaparecer;
uno debería cavar túneles durante la noche
hasta encontrar una nueva fe en las palabras
que durante la vigilia dijimos con llamados
de larga distancia, para escribir mejores
páginas durante el viaje hacia el otro lado
del globo, dejar por fin constancia veraz de
la última cena, o simplemente seguir de pie
dentro del círculo de luz que nos dibuja la luna












a menos que el hombre se atreva,
en la galería del caserón con jaulones,
a soltarle la mano a la niña, podemos
conjeturar que la escena nos habla
de un padre y su hija recorriendo
el lugar que habitaron, el palacio que fue
para las miniaturas de los cuerpos la tarea
de envejecer el estuco, despintar el lienzo,
retratar en scorzo el perro que se acercaba
a la puerta a ladrar;
pero un leve movimiento de sus pies
levantando una nubecilla de polvo morado
y la mirada tal vez a través de la estrecha
cerradura, les cambia de perspectiva:
de pronto se distancian un poco y comienzan
a hablar de otra cosa, de algo más remoto
que se encendía con el calor de la siesta,
se apagaba con la brisa agria de un sauce,
para posarse después sobre los limoneros
más austeros de la huerta, como esos pájaros
sobre los hombres de Asís












imagen del cielo en la tierra que ardía
entre los árboles; dos muchachas reían
como si nada vieran –decías que por esas
cosas estaba todo aún en su lugar;
las barcas iban siempre hacia Sorrento
pero un espejo de mar hacía que todavía
estuviésemos frente al Cristo de Sopocani;
era, me decías, la afirmación de lo bello
sin sufrir el peso de lo absoluto,
mientras yo pensaba esa relación
pero de forma inversa:
admitía la cantidad
de sangiovese que progresaba
en el fondo de los vasos
–el calor del pan
y el calor de la mano
que otra mano a tiempo
habría de disipar





























lunes, 4 de julio de 2016

Andrés Alvarado


Andrés Alvarado (CABA), Corporal Ciudad, Qué diría Victor Hugo?, Buenos Aires, 2014.
























llovizna temprana

tempranea la tarde
llovizna

de fuga misterio instante
crisálida calma revuela
con mano de cayo
lamento

uña desvanece mercado
espanto de plomo
trance violento

tempranea llovizna
la tarde












atardece frente al río

surca botes riachuelo pensar
desespera dulce itinerario
de los barquitos que se extienden
a su naderío

el lamento de una mujer se une
en un rincón del mundo
al pensar de los ojos

         ¿será nuevamente plateada la luna?
        ¿lloverá tierno dios sin olvido y sin perdón?

pero diciembre ahoga la rabia
y llueven crisantemos




























jueves, 28 de abril de 2016

Gerardo Curiá


Gerardo Curiá (San Pedro/CABA), Caldén, 2 ed., La mariposa y la iguana, Buenos Aires, 2014.




















Huitru

Huitru, guerrero de los ranqueles, el cautivo. Pampa y noche espinel, él, una herida que fuga en la oscuridad casi blanca. Arena de orfandad, su travesía hasya ya no su cuerpo.

-Guitu wuta chao, mi sentencia sea el amparo del ranquel.

El viento que llega del sur levanta su muerte, piedra de arena es el aire, y un hombre, pájaro guerrero, en árbol nace, Caldén.

En árbol agua del desierto.









Huitru

El monte, tambor de potros
lagunas de sal

Hacia la noche su valentía

We mapu peñi

La distancia
tiempo en la piel desgarrada

¿Quién hostiga a Huitru?
La soledad sentada sobre las tolderías

Caiñe caiñe caiñe

En las cuentas del saqueo
dolor por la perdida huella

Por los ausentes
cruza la derrota
y no es la herida su aliento

We mapu peñi

¿Por qué los dioses eligen
la forma del árbol
para el descanso de los perseguidos?

Huitru

Bravo en la fuga hasta la sed
Negra de estrellas es la arena
Héroe es el desierto

Peñi mapu we

Desligar las ataduras
atarlo a la tierra
Salvarle la muerte

Guitu Wuta Chao

Música del viento para el que muere

Guitu Wuta Chao

Golpe seco
cielo sin nubes
y el Dios
es el verbo
la voluntad

Peñi we mapu

Ramas en ajuar de espinas
intemperie
y en lo profundo
severas falanges
hasta el agua

Guitu Wuta Chao

En el tronco los caminos del daño

Huitru Pampa
Huitru Caldén



















viernes, 8 de abril de 2016

Laura López Morales


Laura López Morales (Córdoba), También afuera es todo esto, Llanto de mudo, Córdoba, 2014.






















algo de necesidad primera 
hay bajo alguna 
de todas estas piedras

golpea
la terca inocencia de las bestias
el cuarzo del buen tiempo 
lo que se desmorona
lo que también funda


si todo existe para ser asumido

aquí debo elegir

entre el derrumbe 
y sus atajos











porque también 
lo que no está
hace aquí su casa

su retrato preferido
su leña para el fuego

de a una junta las migas del mantel
hace pan de los restos

juega a ser el cuchillo
la rodaja










con el calor 
florecen las camas en el patio

blancas
desiguales

una constelación secreta
bajo mil novecientas estrellas

contarlas
es ir entrando en la ofrenda blanda
de los grillos de lejos

en la luz diminuta
del espiral encendido 

en la casa al fondo
sola
extraña
con los ojos abiertos











solté el animal del fondo

lo dejé morder las sombras
las sinuosidades de lo no trazado

marqué para él
un punto
un centro
 
pero no 

el animal sigue desnudo 
y sin nombre
escarba 
espera 

así me mira
desposeído 

como si también naciera



































viernes, 11 de marzo de 2016

José María Pallaoro




José María Pallaoro (City Bell, Buenos Aires), El flautista de City Bell, Libros de la talita dorada, City Bell, 2015.





     
















     ANIMALES

     ¿Han visto tendido en el jardín a algún animal llorar sus pecados? Veo el inundar de sus ojos en la gramilla acristalada. Una mujer queriéndolo alimentar con sopa de verduritas y especias. El pecado no es original, una copia inédita de madera de cajón de manzana. Durmió entre las paredes y creció hasta hacerse encima del pis y del olvido de una insistencia que nunca cumple sus promesas. Y ahí está el pobre. ¿Lo han visto? Cierren los ojos, imaginen un espejo.







     BALDÍOS

     Desde hace un tiempo, habita una extraña mancha en la pared. La veo desde el interior de mi casa. La pared es una medianera. Da a un baldío. Nunca pisé ese baldío. Tampoco sé el origen de la mancha. Si bien la pared está un poco alejada del ventanal, digamos unos ocho metros y medio, no llego a percibir su naturaleza. No es de humedad, seguro. Ni la sombra de un pájaro petrificado. Es una mancha que nunca cambia. Sea la hora del día que sea, la mancha permanece inmutable. A veces, tengo el deseo de salir, y observarla mejor, pero la sensación persiste unos segundos, y enseguida retorna la cordura. También, en ciertos breves momentos, quisiera perderla, y ver, y ver realmente esa mancha que como escupitajo o asteroide desconocido está aplastada a la pared que da a un baldío.


     

    


EL PERRO

     Lo tiró en el bosque de eucaliptos. Una costumbre familiar que trajo del más profundo Chaco. A la mañana, cuando aún la escarcha no se había disipado, se encontraba ahí, sobre el capó del 1100, con las patas tiesas y los ojos de vidrio. “Estos hijos de puta”, y lo agarró de las patas duras que ató con la soga para manear y lo llevó arrastrando hasta la quinta del loco Carlo, y lo dejó ahí, cerca del molino y de las higueras. Ese día salimos, a pesar del frío, sí, a pesar del frío, regresamos con leña seca del Pereyra, y la pusimos junto al hogar. Encendió el fuego, más bien lo avivó.
     Esa noche preparó huevo batido con oporto y azúcar.
     Esa madrugada, la pared del otro lado de la estufa se mantuvo caliente como la almohada y el colchón y las sábanas espesas.
     Antes del amanecer tuve un presentimiento, y salí. Ahí estaba, encima del auto, bajo el farol de la calle que encendía la neblina, parapetado en sus patas, con los ojos amenazantes o suplicantes, no lo sé, esperando que silbara su nombre.


     
     



    MARGARITAS

     Estamos en la cocina. Mira viejas fotos y sonríe. Le convido un mate y cariñosamente dice que después, que ahora está caminando por calles reconocidas. Tomo el mate que le convidara y sigo leyendo el libro que dejé sobre la mesa. Es un libro de poemas de un amigo de Buenos Aires. Tiene un nombre de mujer el libro de mi amigo. Pero no es el tuyo, le escucho decir. No, no es tu nombre que se repite una y otra vez. Tendré que deshojar la margarita como ella deshoja las fotos que sacamos hace apenas un rato de una caja de zapatos.







     MÚSICA DE JAZZ

     Las sillas del jardín inclinadas sobre la mesa. Piedras y arbustos, una maceta caída, vacía. En la pérgola, la parra colmada de racimos de no-amanecer. La lluvia aún no cesó, pero es leve, fina, tan fina que acaricia como música de jazz las chapas del techo. El interior es el exterior de mis cosas. El vidrio, apenas humedecido, mi rostro.







    UNA HERMOSA VIDA

     Me metí en el sueño de mi perro. Lo vengo haciendo desde antes que los árboles se acolcharan de sombras. Vi bolsas de Eukanuba. Caricias a la mañana y al atardecer. Una pelota de tenis que busca y trae algunos fines de semana. Un gato en zapatillas deportivas que siempre escapa por la medianera de las enamoradas. Inmensas y terrestres siestas al sol con pajaritos a sus anchas y a sus patas. Una hermosa vida de perro. Y no quise salir, pensando que sus sueños eran mejores que los míos.