viernes, 2 de diciembre de 2016

Yanina Audisio


Yanina Audisio (Buenos Aires), Piedras, papeles, tijeras, Ediciones en danza, Buenos Aires, 2016.



















La mar estaba serena

La cima del mundo será este fuego (donde vuelvo a encontrar tus manos). Los ojos que pusiste en la noche (silencio y arrullo). Los ojos que pusiste en la puerta que distanciaba tu cama de mi cama (la casa es grande y es tu otro cuerpo). La cima del mundo será esta explosión donde podré dejarlos ciegos (la luz mi ofrenda, el calor mi sacrificio). Llego aquí para estallar y ser algo grande finalmente (otra partícula del infinito). Todo incendio, todo cielo ensangrentado, como tu vientre para dormirme (arrullo y arrullo).
Ya vendrá otra mañana como aquella en que me separaste de tu pecho y me elevaste ante tu mirada (luz negra, calor blanco) recién nacido y desnudo. Muerta inmensa omnipresente, recibe lo que seré, otra partícula. La que recogerás sin paciencia (vuelvo a tus manos), la que bastará para que hagas lo que sabías hacerme, de nuevo (silencio y silencio).













Casita robada

Habrás nacido en una tarde amarilla, un rato antes de que un rayo partiera en dos a un ternero o, mejor, a una perdiz. Seguro había sol y habría tormenta.
Una más de los que serían diez hermanos. Diez maneras de hacer con un padre déspota y una madre forzada. Pensar que si la tragedia menor importara a los astros, el día que la vendieron, tu madre tendría que haber podido escapar, amparada por un gran diluvio. El día que la compraron como esposa se inició el infortunio, que sería tuyo y continuaría en mí. Una larga sucesión de gestaciones contrarias al amor. Qué puede el dominio sobre el agua mansa.
El cariño de la madre de tu madre no pudo salvar a ésta de ser tu madre, no pudo salvarte de ser la mía. Qué puede poner la luz sobre el campo listo para quemarse.
Cualquier hombre es más fuerte, eso aparecía flotando en la merienda, empantanado en el puré de garbanzos. En la belleza particular que llevabas puesta, en las horas interminables cuando nadie detuvo las manos del amigo de la familia. Y mi cuerpo. Qué puede la flor dentro del vaso en las fauces del hogar sobre la mesa.
Todas tuvimos la intención de resistir. Y fue fallida. Todas con el mejor vestido y la mancha de tinta. Esa heredada imposibilidad de frenar el daño. Aunque en algo triunfó la madre de tu madre. De algún modo se cobró el golpe de tu padre sobre su rostro. Porque pudiste agitar en tu sangre a esa abuela, y quitarle al hombre la potestad. A tu progenitor la de elegirte el marido. A tu marido la de ejercer su paternidad. Siempre seré tuya. Qué puede el barrilete sin el pesado hilo.
Me soñaste para continuar la estirpe que te había repudiado. Quizás por eso me reconocías tal como me negabas. La primera vez que me negaste acababa de salir de tu útero. La sangre todavía estaba fresca. La enfermera terminaba el turno y no querías tenerme en tus brazos. Nací oscura como mi padre. Yo no podía ser. Qué puede engendrar la huida, después del encierro.
Qué puede el deseo arrinconado, más que la equivocación. 
Qué puede mi lastimadura ante tu pequeña conquista.
Qué puede inaugurar el paso sobre el borde.
Qué puede otra tarde amarilla y otra tarde amarilla.
Qué puede la linterna en la noche blanca.














Escondidas

Una gota a punto de caer del hielo. Una rama que se golpea contra otra. Un animal llamando con alguna de las formas del aullido. Las antenas que se mueven. La  miga que se cae. Estabas sobre el sillón desbordando tu propio cuerpo bajo la luz del velador, esperando a alguien que no vendría porque no lo esperabas. Pero tu cuerpo se abría como la tierra, tu cuerpo era una selva recién nacida, tu cuerpo ocupaba el aire de la casa hasta dejar de pertenecerte, hasta ser esa criatura agitada bajo mis ojos, dentro de mi carne vigía, apenas asomado detrás del muro.
El labio se me partiría. La turgencia que me atravesaba iría a golpearse contra otras imágenes, huyendo de ésa. Sin embargo todas las demás, diferentes, más largas, más breves, más cercanas; las otras estarían siempre rodeadas por esa música. Tu cuerpo asolado por la luz del velador sin saber que alguien lo miraba, cuando estabas puesta ahí como la modelo del pintor cuando el pintor se ha dormido, como la modelo del pintor cuando el pintor ya se ha muerto.