martes, 25 de febrero de 2014

Alejandro Schmidt



Alejandro Schmidt (Córdoba), Romper la vida. Antología existencial, Nudista, 2013.















De Dormida, muerta o hechizada (1991)


Instantes

mientras te arrodillabas para enjuagarte el cabello
tus brazos se alzaron
mezclando los gramos de la luz

como si ardiera el último secreto
y tu risa mojada

fue necesaria esta visión
para saber que estamos solos en el mundo

tigres de espuma donde aroma
el precio del instante.





De El diablo entre las rosas (1996)


el triunfo de la verdad

un día de fuego
en una casa de fuego

el vaso de fuego
en tu mano de fuego

y tu sed
que siempre
tiene razón.





De En un puño oscuro (1998)


propósitos

la luna estaba allá
sincera y lejos
como un plato
ofrecido
al pico de la tarde

jugábamos en el agua
y de pronto, hijo,
descubriste la luna

pelota o piedra abierta
para tu dicha

contra la lona anaranjada
golpeaba el agua
y tu propósito
mojar la luna
pareció posible
quizá fue así
cuando enero secaba el cielo
y salimos a un aire
benévolo en su apremiante brisa.

Por la noche
bajo la quieta conversación
la luna brillo constante
y ya dormido
fuiste otra vez
la criatura del verano.





De Como una palabra que pudiste decir (1998)


El poeta es una silla

todos lo aplastan con su culo
lo corren
lo suben a la mesa
para limpiar, limpiarse

sólo lo acompañan otras sillas
el mosaico
un cielo quieto

a veces lo roza un mantel rojo
los largos cabellos del olvido.





De El Patronato (2000)


38. la bruja

Enfermera:
pienso intensamente en una piedra
y ocurre que allí
tropiezas y te caes,
pero su materia,
casi siempre es mi corazón.





De Silencio al fondo (2000)


silencio al fondo

con pocas palabras
puede escribirse todo
pero al escribir todo
algo se borra

lo comprendemos por
el vacío que aparece
y su tajo
donde
—como una mano que
saluda al ausente—
hundimos la lengua.





De Esquina del Universo (2001)


Oyendo el corazón de las vacas

no
yo no me fui
soy de los que se quedaron acá
oyendo el corazón de las vacas
rompiendo los vidrios del espacio
para que pase la noche
y se desangre.





De Oscuras ramas (2003)


El resto es literatura

Tuve tres bibliotecas

vendí una para casarme de apuro

otra para comer

a la tercera se la llevó
el fuego de confiar en las palabras

a vacíos estantes subo
y me cubro de cenizas.





De Mamá (2007)


Debería

Ahora es cuando tengo que pensar en mi madre
pero
está mal eso
porque debería ser visitado por ella
como esa irradiación
y el humo de la lengua.

La madre no es algo que se piensa.





De 60 poemas breves (2009)


La abnegación

Si yo supiera ciertamente que
sin mí
tendrías otra vida
feroz o fervorosa pero
completa aún
podría darte entonces
con un tajo
esto que tuvo
tantos nombres y formas y distancias
y quedarme sin mí

y descansar





De Mi metafísica (2012)


Todo lo que pueda arder

Será mojado una y otra vez
por las estrellas.





De Nace tu lámpara (2012)


Amar es raro

Los ojos saltan
el alma regresa

si hay luz, hubo tigres

cuando llegues mostraré
almohadas de profeta
y la espada

¿En el momento de la desesperación
para quién
fuiste una estrella?

Los actos prosperan, el tiempo, no,

no pudiste darme porque
seguí caminando

mensajes y sidra
a quién llora al borde del sendero

escribir es más fácil que respirar

chocan el cuerpo y las palabras
sin embargo
desierto
permanece el corazón

un perfume de tinieblas rodea la búsqueda

no te precipites

amar es raro

el otro

una fe.









Catalina Boccardo




Catalina Boccardo (Buenos Aires), Elementos, La Mariposa y la iguana, 2013.















Vidrio


1

el vidrio separa

antes fue el soporte del reflejo
antes arena

cae la sonrisa
la belleza del rictus


3

esa ama quietamente

apaga la propia noción
de espacio

así también la noción de un otro


5

al vidrio regresa tu mano
espantándome la ropa
a soltar polillas

y se disuelven
el rostro
el cuello
los hombros






pluma

es insensato arrojarse
frenar la última décima de un  precipicio

el pájaro en su porte de seguridad
cobra significados

pluma
sostén inconcluso















Juan Desiderio



Juan Desiderio (Buenos Aires), Asuntos de fe, poesiaargentina.com, 2013.

Ebook de descarga libre desde: Asuntos de fe.















Parajes de miel y vino
confort para el desposeído
alas para quien se arrastra

Y esta selva es helecho
y fruta fresca
y el volar del peregrino
me seduce.

Otra estrella de agua me espera
Otro aire, otras virtudes
sin manos, la vista es hermosa
escucho sin querer tocar.











Inspiro a través de mis oídos
toscas melodías, ásperas voces
tóxicas manías, rabiosas virtudes.

Dónde están tus ramas, refucilo
cuando al atardecer echas raíces.
Dónde la materia, dónde los colores.
cuando impera la oscuridad.

Y qué, si la noche también sirve
dice el ángel y a lo lejos, muere el sol
donde yacen corazones empastados
donde meditan los hombres su pena.
























sábado, 22 de febrero de 2014

Flavia Soldano




Flavia Soldano (Buenos Aires), Matadura del rayo, Alción, 2013.















cómo será mi cuerpo
un cuerpo    puro cuerpo

leña

un solo cuerpo al fin











cómo será el muro
que me separa del alma

la herida    rastro de abandono

fósil    el cuerpo
                                   piedra

cicatriz de carne















quiénes   los atravesados por el rayo

el rayo mortifica la carne
nos convierte en herida

atravesados   pocos
sonido de zanja
















Beatriz Vignoli





Beatriz Vignoli (Santa Fe), en Yo soñaba con comprarme una combi. Selección de poesía santafesina contemporánea, selección de Lucas Collosa y Gervasio Monchietti, pról. de Fernando Callero, Erizo, 2013.














Poema escrito en camino acá

Hoteles modernos con nombres vagamente italianos
o algo portugueses, era como sonaban
antes de nosotros
el mundo, la aventura:
a transatlántico, a mantel almidonado,
a azulejos marrones
con redondeles inscriptos en cuadrados,
el jugo de naranja
en un vaso cilíndrico,
las formas racionales del amor.

Cosas de antes de nosotros:
un cartel en la ruta,
Seitú, dice.
Una máquina del tiempo
que uso para irme.







Lo real

Otro siglo, una vez
entre perfumes llenos de promesa
pasé junto al tronco de la enredadera
y me parecía que significaba
como un libro alentando, un semejante
luchando por llegar a algún lugar:
era legible el mundo.
Hoy la volví a ver. Estaba ahí,
todo su ser ahí,
pura vida ciega sin razón
resistiendo el tiempo sin saber
y se avergonzó mi duración
de haber creído.









Adrián Cuassolo





Adrián Cuassolo (Córdoba), Camalyón Culiau, entreCaníbales, 2013.
















varón o baronesa del opio-apio

al norteazur del éndicot al mesmo temp ahísito do
  la coliflor dobermaniza
el matador adora el cobertor
                      abono malraux sobrino admonitorio
                    soberbio cogollo apeado en rancio patricio
                                                                                   es esteño
 
 a plumón po arrorró overá oberol
                                                           roldana
                                                                 casamata: hip!

      la isósceles isabelina implora mayor cortesía.
      la realidad es lesa / otro
      toro caería nantes / marte
      la semántica casteana(gurutal)
      la grupa de porombres con garúas oxidando
      le
      la corona: reyerta bicicross incisivos:
                                                                         héxapla.

          cabrón o barronera pues poy acumula dingos isó
                             baras latinium,
                                                         poseida. Hic et Nunc po
                                      seída sanísima sespecializa en cobretones,
                                             en cópulas mal paridas.
                              in crescendo la zoonosis
         El zorrillo parte en dos al prisma: pringue, h
                                                              idruro, greña.
         El orientarse, savonarola, hace qel cante
                                                             jondo,
                              sea para el dios
                                                 delos almenadros.














martes, 18 de febrero de 2014

Alberto Szpunberg





Alberto Szpunberg, Como sólo la muerte es pasajera. Poesía reunida, Entropía, 2013.













De Como clavel del aire (2013)


XII

                                                                           a Cacho Lotersztain


Las manos no tienen otro sentido que el agua
que se cuela definitivamente entre los dedos:
su forma sólo se debe a lo que no retienen,
incluso el vacío que el puño sostiene en alto
como si fuese el golpe final de nuestro esfuerzo,
pero es sólo un hálito de risa que entrevemos,
como si todo fuese un juego que comienza.







De Ese azar, este milagro (2011)


XVI

Entre esas hierbas está la que nos cura:
similia similibus curantur, declinas,
y no te atreves a arrancar el trébol,
yo tampoco, tanta la fragilidad
de un gesto detenido en el aire.








De Como sólo la muerte es pasajera (2009)


IV

Como siempre, llevas la navaja en el bolsillo izquierdo:
son formas primitivas del amor que todas las mañanas reverberan,
pero la sal, ya lo sabes, penetra más adentro que el filo de la hoja.

Ninguna marea, ni la más alta, basta para borrar una sola gota de sangre:
la memoria no es la herida, es siempre el mar.








De Sol de noche (2008)


IV


Habito esta casa,
pero vivo a la sombra del otro lado.

¿Quién llama a la puerta
si no la propia espera de mí mismo,
el apremio de las vigas,
el crujido de la madera?

Lo sé:
aunque nunca hubiera ocurrido,
yo entreabrí una vez unos párpados que aún me miran
y la clara pupila, como un pequeño charco,
ya reflejaba un cielo inexistente.

¿Por qué ojos miro ahora cuando no veo?







De El síndrome Yessenin (2010)


4. Dulcemente nacer

XXVI

El viento mueve las hojas del libro entreabierto:
pesa en las manos que lo sostienen
pero sólo los ojos cerrados lo leen.
Como un junco oscilante, el hombre;
como espesura trémula, las letras.

El nombre no nombra, sólo llama.


















lunes, 17 de febrero de 2014

Valeria Meiller




Valeria Meiller (Azul/Buenos Aires), en Andrade/Glorioso/Megías/Meiller/Zoto, La diversidad del trueno (Recital de VI Festival Cervantino de Azul, 2011), Editorial Azul, 2013.















Tres viajes en auto


1

Entramos, al toc izquierdo de la luz
de giro, otra vez, al pueblo:
hay que pasar por la farmacia, y por el banco
y por el depósito de periódicos porque de nuevo
se olvidaron de enviarlo al kiosco de revistas. Siguiendo
por el camino de circunvalación, al este: está la cárcel.
Ahora que con Martín
traducimos poemas con nombres de personas, pienso
que este poema debería llamarse
como esa mujer que en julio
caminaba al costado de la ruta con tres
chicos de mi generación. Mi abuela
tenía parkinson pero todavía
hacía mermelada de sus árboles y yo
manejaba la camioneta blanca que después
sería de mi padre. Tres chicos
mal abrigados cargaban bolsas en dirección al pueblo.
Nos miramos entre nosotras y a pesar
de que éramos mujeres prudentes,
detuvimos el coche unos metros más adelante, al costado 
del camino, me bajé
y les ofrecí llevarlos. Mi abuela
había girado la cara y nos miraba
por el vidrio trasero de la camioneta blanca que después
sería de mi padre.
Ellos olían a frío y la mujer contó
que venían de Rauch, a dedo. La camioneta estaba
repleta y pusimos la calefacción muy fuerte.
Mi abuela tenía parkinson y hacía mermelada.
Ese día íbamos a la capilla
de Laura Vicuña, en los suburbios a llevar dulce
para la merienda del comedor infantil.
Los frascos, en una caja
entre las piernas de mi abuela hacían el ruido
de jingle bells y partían lo sagrado en dos.
De un lado estaba la mujer
que habíamos levantado de la ruta, venía de otro pueblo.
Cuando le pregunté adónde iba, dijo:
A visitar a mi marido, en la cárcel. Tomé
a la izquierda y manejé tratando de pensar
en otra cosa. Cuando por fin llegamos, mi abuela,
que tenía parkinson y hacía mermelada
sacó un frasco, la bendijo, era sincera.
Cuando se bajaron, nosotras, que éramos mujeres prudentes,
dimos la vuelta a la esquina, yo frené
mi abuela me abrazó fuerte. Somos afortunadas,
supimos, otra vez. Lloramos mientras los frascos
con las tapas hacían clanc
por el motor del auto y de su cuerpo.





2

Al invierno siguiente aparecieron
en la casa las rampas y las agarraderas. Sobre las ruedas
de goma viajó el tiempo hacia un lugar
donde las sillas ya no sostenían su cuerpo.
Una tarde llegué, después de viajar atravesando
el campo hacia adentro
como si viajara al centro de un anillo y la encontré
a mi abuela translúcida, dijo:
La sala de esta casa se parece
tanto a la nuestra. Las mismas
lámparas de lectura, el cuadro igual
donde pastan los ciervos amarillos.
Era nuestra casa pero ella
que viajaba al interior de su mente se alejó
por un camino doble en el que mantuvimos
una vez y otra la misma
conversación. Mi abuelo
la levantó de su silla
de ruedas y la sentó en el auto.
Todo el camino al pueblo en un auto
nuevo con la calefacción muy fuerte pero igual
no pudimos disipar el frío
de la peregrinación al baño en la que descubrí
una cantidad escandalosa de implementos
ortopédicos nuevos.
Mi abuela se durmió, todo
el tiempo se caía sobre mi hombro.
Pasamos por un vivero, ella miró
las flores con la cara de la que había sido.
En los canteros había removido,
durante años,
la tierra para los secretos bajo los cuales
ahora escondíamos nuestra vergüenza.
La bajé sosteniéndola con los dos brazos.
Era de cristal su cuerpo
que se achicaba más y más
en el lapso que separaba una de otra las visitas.
Un chico desde adentro me vio, salió a ayudarme.
En la vereda los desconocidos nos miraban pero yo
sabía que la prudencia
nos protegía con una armadura de coraje.
Ella encargó cien plantines para una primavera
que no empezó nunca. Yo negué
con la cabeza tres veces para que el florista
supiera que mi abuela
viajaba al interior de su propia mente:
ahí, sonde siempre había señoras que reían
en la sala mientras en la cocina
las burbujas de las teteras evaporaban el sentido.
En cambio le compré
una maceta con flores rojas y le dije
que las demás eran tantas que iban
a enviarlas en un camión más tarde. El mismo
chico que me había ayudado antes la tomó
por debajo del brazo y, como si hiciera
palanca para abrir una puerta, la llevó al coche.
En el camino pasamos a dejarle las flores
a su mejor amiga y esa fue
la última vez que mi abuela y yo paseamos en auto.





3

Cuando sonó el teléfono, el sol
levantaba la escarcha del pasto y viajé
en un colectivo de larga distancia
durante cinco horas sin saber
cómo iban a llamarse desde entonces las cosas
sin su presencia que autorizara
la existencia de todos los objetos. Era temprano y en el río
los rayos de la luz se atravesaron.
En mi diario escribí: "viaje a Azul, 9 de septiembre.
Alguien me buscó en la terminal para llevarme
de vuelta los ocho kilómetros que nos separaban
de una casa donde no me esperaba nadie.
La familia está toda en el pueblo, recorro
cada una de las habitaciones
en las que presididas por retratos antiguos
cuelga el silencio desde las arañas".
Subí otra vez, sin explicarme,
cómo todo podía estar tan quieto,
a la camioneta blanca que después
sería de mi padre y entré al toc
de la luz de giro al pueblo.
Tengo que encontrar el camino
a una casa funeraria donde la velan
con el camisón celeste que yo usé
para jugar cuando medía la mitad que ahora.
Era más largo que yo y mi abuela
lo ataba con una piola para que el vuelo
lo levantara unos centímetros y no
se arrastrara por el piso. Ahora es
una prenda fúnebre y en el misterio
de los aniversarios, bajo el vidrio
para preguntarle a una mujer que baja de un auto
la dirección exacta porque estoy perdida.
Es mi maestra de primer grado.
Esa que echaron porque después
tuvo un romance con el profesor
de educación física del colegio
cuando yo estaba en tercer grado.
No me reconoció. Dije
lo estrictamente necesario y fuimos
dos mujeres extrañas sosteniendo
una conversación acerca
de cómo llegar a una casa velatoria, en una ciudad
al sur de la provincia donde el verano es corto.









Jacobo Rauskin




Jacobo Rauskin (Villarrica, Paraguay), Las manos vacías, Editorial Lisboa, 2013.
















4

La resignada mansedumbre
de esta llovizna interminable.
Una camisa apenas gris.
Un hombre gris también celeste.
Mi cuadro copia los colores
de la camisa de un obrero
y de la vida de algún otro.
Ropa simple, vida sencilla.
Ambas a un tiempo se destiñen.







28

¿Dónde estoy? ¿Qué?
¿Quién me mira desde el espejo?
¿Pero por qué me has traído
a este bar de ausentes?
Pídeme un whisky, por favor.
Mejor, que sea doble.
Y sin agua, sin hielo.
Puro, el whisky es lo único puro esta noche.
Los jardines se han perdido,
el mar es un yermo petrolero
y el cielo es hoy un basural de meteoritos.
Hace calor aquí, mucho calor.
Un bar sin aire acondicionado
es un anacronismo alcohólico.
Es como estar sentado frente al piano
con un cigarrillo en los labios.
Ah, ya recuerdo, estamos en el bar de Rick.
Pero es tarde, es muy tarde.
Es hora de cerrar.
Ya se fueron las chicas lindas,
las mayorcitas atractivas,
los aburridos con motivo
y los pesados de costumbre.
La noche se ha marchado,
el alba pisa los talones
a la gente madrugadora.
Y tú, que nada entiendes, lo entiendes todo.









Martín Moureu



Martín Moureu (Ayacucho), poemas publicados en Facebook en junio y agosto de 2013.















Nacimiento del agua

Sin motivo aparente se interrumpe
la trasmisión de Direct TV dejando
un fondo lluvioso de pantalla.
Otra vez un documental de ballenas
que no termina como uno quiere.
Quizás una respuesta nos observe
desde la repisa. Agua: anunciaba
la virgencita que cambia de color
según el clima. ¿Quién podría
rechazar esa verdad revelada?
Por lo pronto, resignarse a una noche
sin tele, no queda otra, recalentar
los fideos a baño maría,
acostarse temprano en esa cama,
herencia de mamá, placentera.
Algo que debe afectarte de un modo
parecido a la gravitación del mar
cuando dormimos en un depto.
a dos cuadras de la playa.
Agua: un vaso junto a la alarma
del celular. Ponés la radio
sin sintonizar ninguna estación,
sumergirse en una lluvia
finita que te hace dormir.
Como las ballenas, la realidad muere
aplastada por su propio peso.
Conforme tu cuerpo se concentra
en posición fetal, entrás a soñar,
a recordar en sueños la placenta,
el nado prenatal, lo que sueñan
los bebés entre la panza.
                                                Pero
no llores si despertás, de golpe
extraviado, tomate el vaso de agua
mineral, asomate a la superficie
y respirá hondo, tomátelo
con calma que esas interferencias
no significan una tormenta eléctrica,
apenas un mensaje de texto
cae atravesando la radio, sabelo,
con una cadenita de la virgen
maría desatanudos o una de esas
que te conceden los tres deseos.
No estaría mal que la virgen, el celular
se ahogara en un vaso de agua.








Accidentes domésticos

Al principio, nos debatíamos
entre dudas fáciles: papas fritas
o puré. Ni cabía plantearse
si la convivencia nos aseguraría
un nivel de ingresos superior
a la canasta básica o si los hijos
aportarían una experiencia
trascendental.
                             ¿Quién iba a sospechar
entonces lo fatal del accidente,
un conflicto familiar bajo
el repasador de la cocina?
Acusativas palabras que van
cayendo, de disputas zanjadas
vuelven y se devuelven
según una mezquina dialéctica
de poder donde el único
criterio de verdad
no es el peso de los argumentos
sino quién está dispuesto
a ceder. En fin, sólo palabras, o
quizás ni siquiera eso: son
cosas que se dicen en caliente.
¿Cómo construir así un sentido
que nos incluya, una fe que
nos abrace?
                        A dormir sin comer
pareciera la sentencia definitiva
pero ahora, cuando me doy vuelta y
compruebo que ya vas por el quinto
sueño, me pregunto en qué momento
el sexo pasó a ser un accidente
doméstico que conviene prevenir.











miércoles, 12 de febrero de 2014

D. H. Lawrence (versión de Carmen Vasco)



D. H. Lawrence, Uvas y otros poemas, selección, traducción y prólogo de Carmen Vasco, Ediciones del Dock, 2013.














El deseo ha muerto

El deseo puede haber muerto
pero un hombre sigue siendo
el lugar de encuentro del sol y de la lluvia,
la maravilla siempre embosca al dolor
como en un árbol de invierno.



Desire is dead

Desire may be dead
and still a man can be
a meeting place for sun and rain,
wonder outwaiting pain
as in a wintry tree.








Fuego

Atesoramos el fuego más que el amor o la comida,
caliente, vertiginoso, pero arde si lo tocas.

No deberíamos
juntar nuestro amor, o nuestra benevolencia, ni nada de eso,
porque seguro obtendríamos muchísimas mentiras,
sino nuestro fuego, nuestro fuego elemental
para que llameante al espacio vacío se lance como un falo
y fecunde el cenit y el nadir
y arroje infinitas chispas de átomos nuevos
y nos achicharre, y deje la casa hecha cenizas. 



Fire

Fire is dearer to us than love or food, 
hot, hurrying, yet it burns if you touch it.
What we ought to do
is not to add our love together, or our good-will, or any of that,
for we're sure to bring in a lot of lies,
but our fire, our elemental fire
so that it rushes up in a huge blaze like a phallus into hollow space
and fecundates the zenit ant the nadir
and sends off millions of sparks of new atoms
and singes us, and burns the house down.








Nada que guardar

No hay nada que guardar, ya todo está perdido
salvo un pequeño núcleo de quietud en el corazón
como el ojo de una violeta. 



Nothing to save

There is nothing to save, now all is lost,
but a tiny core of stillness in the heart
like the eye of a violet.