domingo, 23 de octubre de 2016

Graciela Perosio


Graciela Perosio (CABA), El privilegio de los años, Leviatán, Buenos Aires, 2016.



















cómo soportar la propia historia
el peso de todo lo que hicimos
y el de lo que no
sin poder cambiarlo y midiendo
ahora, las consecuencias
del vértigo
del miedo
o de la ineptitud
cómo soportar y soltar riendas
a ver qué hace el próximo jinete
y qué entregar aún
cuando hayamos
traspasado la montura
qué otra palabra
capaz de alquimia
o acaso de perdón
y aún así
cómo soportar
haber envejecido
y no saber












a veces, raras veces
al mirar atrás hacia las raíces
con los ojos cuajados de relámpagos
porque los temporales se agazaparon allí
pensás “¿será verdad que es ésa nuestra vida?
¿será cierto que los hechos ocurrieron así?”
la memoria se divierte con la fragilidad
de nuestros sentimientos
y dibuja historias fáciles de confundir
la palabra “yo” nombraba algo
hace tres meses
que hoy no nombra
aún no había llegado el correo
que nos sumergió en la incertidumbre
ni había muerto ella
a quien llamaban mi alter ego
y su voz me inundaba de risa
en el teléfono
eso que dice la palabra “identidad”
es tan cómico
porque nunca es idéntico
lo idéntico y al mirar atrás
qué ves, acaso
¿el cuento de la noche
para poder dormir
o la esperanza
de despertar
y averiguarlo?












hubo en mi infancia un patio amarillo
hubo además, un acolchado rojo
que los años fueron destiñendo
lo tendía en el centro
para recostarme encima
con el propósito expreso
de mirar nubes
cuánto amaba seguir las transformaciones
de castillo a dragón, de princesa
a caballo, a pajarito, a mariposa
y mi vieja desde la cocina: Graciela,
andá al almacén, necesito manteca
y yo: pero no puedo, mami, estoy ocupada,
estoy pensando
mi vieja impávida, sin saber
qué hacer con su enojo
porque intuía que la hija
no le daba una excusa, sino que era cierto
el pensamiento siempre fue mi fortaleza
frágil e invencible
como las nubes
el deseo de la piel
en cambio
se me perdió
¿cómo encontrar hoy esa voz subterránea?
apenas, el gemido de una niña
que se quedó sola con las hadas
no del todo confiables

                                                     (a Leonardo Martínez)












agotada de libros y papeles
–tanta letra–
salgo a despabilarme por el Rosedal
al llegar al lago, oigo el atronar
de un avión que despega
lo veo girar al elevarse de la pista
sobre el río, invisible desde aquí,
en la curva distingo
que es un Airbus de Tam
miro la hora, sí, en él
viaja a Brasil, mi nieta
siento que el futuro va
allá arriba por el aire
con el canto de las mujeres de casa
el mar de Génova
las alturas de Chiávari
unidas a la selva africana
al samba brasileño
ahora se aleja, sube, sube
ya no hay ruido de motores
sólo queda flotando
sobre el agua
la palabra
ella