domingo, 22 de febrero de 2015

Javier Adúriz






Javier Adúriz (Buenos Aires, 1948-2011), Poesía completa, Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2014.


El libro reúne los ocho poemarios publicados por el autor: Palabra sola (1971), En sombra de elegía (1979), Solos de conciencia (1985), Égloga brusca (1993), La forma humana (1999), Canción del samurai (2004), La verdad se mueve (2008), Esto es así (2009) y Los nada (2011). Este último fue publicado por Del Dock tras el fallecimiento del autor ese mismo año.

Colaboración de Griselda García.











Piercing



1.



Hijo, qué sorpresa me das
con ese sólido arito colgándote del iris.
Pasear un cuerpo atado a las pulsiones
es inquietante sí, por lo que sabe
a revuelta generacional...
Lo nuestro fue más ensoñado siempre.

¡De verdad!, no creo que hayamos sido
unos ilusos mejores o peores. Que yo sepa
el sol salía igual que para ustedes
mientras el mar batía los acantilados.
Fuimos masacrados nada más.
Quiero ser directo, disculpame.

La diferencia radica tal vez en los matices.
Como ayer, la historia hierve como ácido.
No te rías. Por qué buscar solución
en la materia, si la cuestión del espíritu urge.
Pero es cierto, no tenemos casi derecho a importunar:
la ley del fracaso no levanta la voz.

Aun así, guarda un vago consuelo
sostener pensamiento sobre casi todo.
Opinar fue la forma de ser libres. Sí,
más mentira para más verdad...
No me pegues. Nadie te quita la palabra
aun cuando sea tan gestual lo tuyo.

Y no sabés, querido, cuánto reconforta
que hayas resuelto confiarme el sueño.
          Aplicarte un ancla en el escroto
no suena nada mal, habida cuenta
que parece otro gesto sobre el aquí y ahora,
esta turra injusticia que nos ahoga a todos,

eso tanto más viejo que nosotros,
que vos y yo.





2.



Viejo, siempre en estado de pancarta.
No entendés nada. (Tampoco hay tanto
que entender, poner el cuerpo nada más.)
Me hablás de espíritu. De qué espíritu
hablás. ¿No ves que eso de ser libre
brilla sólo en tu baldosa? ¿No ves
la radiación por todas partes?
Vivís entre abstracciones. No quiero ir 
a tus libros ni al pasado. Entre otras cosas
porque ahí estás vos y tu ficción
de perdedores. No quiero terminar
llorando y ¿sabés?,
me voy a perforar el cuerpo y pintar
la carne hasta que se me dé la gana.
                       Digo,
¿por qué no fumamos uno de los buenos
y la seguimos disueltos en el humo?












Cediendo en Baltimore*



                                                     Calme bloc ici-baschud’undésastreobscur

                                                                                                        S. M.



A garrote llovido - tanta golpiza pule
tu sonrisa deforme. - Estás cayendo a tierra
como si lo desearas, - a la borra del día.

Pero qué más, entonces, - con la rígida furia
de lo real. Está visto: - no todo fue bajar
de los trenes, buscando - el sol de la palabras,

algo más agrio y ruin - había en la taberna
donde el azar ocurre. - Y por qué todavía
seguir en el umbral - de la noche más pura.

Las manos de Virginia - no pulsarán de nuevo
tus mejillas ardidas - y aun esa vieja culpa
ya clausuró el milagro - para tu honor sombrío.

Cada puño en el aire - es un latido absurdo,
otro chasquido inútil.

Vengan recuerdos, pasen - ahogándote en hilera
pero que el suelo llegue, - a vos, que fuiste huyendo,
en vano huyendo siempre - de la imaginación.



para Eduardo Méndez




*Por alguna razón, Edgar Allan Poe, que iba a Filadelfia, bajó en Baltimore. Sus pies lo llevaron a una taberna. Allí se produjo un altercado y le pegaron duro hasta dejarlo tendido. Fue su última noche. Jamás llegó a Filadelfia.












Lamento desesperado por Pat Morita



Pat, Pat, Pat, mil veces Pat, acabo de enterarme,
te has ido. Mi amor por ti se ha vuelto imposible.
Discúlpame que te hable en español doblado,
pero es fácil, conozco de tu facilidad para idiomas.
Además, aquí se habla terriblemente mal, voseando...
Tal vez debas seguirme como a un subtitulado.

Oh Pat, carita de balón (el que por aquí llamamos
pelota de cuero y chutamos en el juego balompié,
ese game en el que los españoles son tan rudos),
oh Pat, qué cruel todo, no verte más, no soñar ya
contigo. Dime, cómo haré para arrastrar la cadena
de mi vida, dímelo, dímelo al menos en un sueño.

Oh jetilla inquieta, rebotín con visajes y mohincillos
tan mononos, de pequeño comediante de carácter,
cómo, cómo haré para hablarte, si ahora sé que estás
más allá de todo, como muerto, como ido a tu the end,
el Paraíso de la Tierra Pura... ¡Te lo digo!: siempre,
pero siempre, siempre, estarás en mi corazón, oh Pat.

Y lo juro, hubiera cogido un aeroplano a Hollywood.
Lo imaginé mil veces mientras trabajaba en la ferretería.
Cada vez que me esnifaba soñaba contigo, Pat,
hasta que me echaron -pero no por ti, no por ti,
oh Pat, sino por las faltas de pasta pegamento,
que hoy se ha encarecido tanto y tiene menos vuelo.

Me arrodillaba detrás del mostrador, oh Pat, y lo creas
o no, remiraba feliz tus tiras de la tele, oh Miyagi.
Pat, Pat, Pat, qué ojos y qué chivita de friki. Y más,
qué enorme tu cintilla de inscripciones, cubriéndote
el frontis, esa cinta o pañoleta o cubrecama blanco,
ilustrado (a menudo) con el sol naciente. Oh, oh,
oh. Cómo hago, dime, cómo hago para vivir ahora.

El amor se fue, Pat, no hay más magnetismo de ojos
perforantes, esos óculos rasgados, algo ridículos sí,
pero que te volvían único, tan distinto de los caritersos.
Por qué, por qué, por qué no viniste a Chacabuco al 300
donde vivo. Yo te hubiera mostrado mi colección
de pistolas tiraclavos, la que hurté de la ferretería.

Oh Pat, discúlpame, voy a llorar, estoy desesperado...