lunes, 13 de marzo de 2017

Valeria Tentoni



Valeria Tentoni (Bahía Blanca, Buenos Aires), Antitierra, Ediciones Neutrinos, Rosario, 2016.























SI TUVIESE QUE ELEGIR UNO
entre todos los héroes
mi héroe sería Leonardo Da Vinci.

Dicen que inventó la polea, el tenedor
y hasta una máquina de hacer fideos
que hoy se parecería un poco a la pastalinda
que mi abuela paterna abandonó hace años
y cambió
por las pastas frescas al vacío
que venden en la Cooperativa Obrera.

Dicen, también, que andaba
de acá para allá
sólo con dos cosas a cuestas:

esa máquina
y su Mona Lisa,
aunque una amiga
que fue a Europa me dijo
que la Mona Lisa es una mierda, al final.

Da Vinci inventó, además, la servilleta
(dicen)
y antes de ese invento
se limpiaban las manos con conejos blancos
vivos
atados a las patas de las sillas.

También me dijeron
que mucho de lo que circula
de acá para allá
sobre Da Vinci
es mentira.

Pero a mí me gusta creerlo todo.

O que la exactitud
es una versión más
entre todas las posibles
de un hecho.












UN CORAZÓN ITALIANO COMO EL MÍO
no puede menos que servir
en el plato
mucho más de lo que se puede comer
sin empacharse.

Ahora estás mirando ese plato
de frente
con los cubiertos limpios
sobre una servilleta blanca.












LE PREGUNTO CUÁNTO ME QUIERE
y le pido que lo cuente en kilos de alfalfa, en jaulas de
leones, en latas de duraznos en almíbar.

La cantidad es una trituradora de oficina
que convierte a las palabras
en cintas de papel
en las que ya no puede leerse nada
de lo que se dijo antes
como si fuera cierto.












MI CORAZÓN ES UN CINE CONTINUADO
en el que alguien se masturba
en la oscuridad de la última fila.
Un lugar al que nadie entra
sin algo para esconder
y algo para confesar.
Mi torpe y astuto y víctima y cerebral
corazón
tan angurriento
como la pollera que abría de chica
bajo las piñatas
para llevarme más caramelos que el resto.
Es un aula de colegio católico vacía
después de clases, el sol que entra
y fulgura ese vacío
y se impone y luego se retira,
y devuelve los pupitres a lo oscuro.
Todos los libros que presté
y nunca me devolvieron.
Mi corazón es una máquina de expectativas
que se atasca de noche. Un soldado que vuelve a casa
después de equivocar los himnos.
El movimiento que se reserva
una bicicleta quieta.
Y la posibilidad, ese límite granulado
que lo recibe.
También es
quien me acuna y quien me ahorca,
y quienes me relevan
del trabajo del amor
hacia los otros.
Ahora te muestro este corazón redondo
y te lo ofrezco
a pesar de su forma.