jueves, 3 de agosto de 2017

Patricio Torne



Patricio Torne (Villa Mercedes, San Luis), Frenesí, La Gran Nilson, Buenos Aires, 2017.

























El arte de bordar

Joan Cleeford bordó los 30 manteles
que se usaron en el casamiento de su hija Nancy.
Blanco sobre blanco la textura encantaría a los invitados,
después, los mismos se usarían en la película
El Gran Gatsby de Jack Clayton en 1974.
Por estos días de diciembre del 2014,
la artista y diseñadora argentina Jazmín Berakha,
después de encontrar las telas que quería
en una tienda de Tokio y bordar durante todo un año,
presenta su muestra “Encantamientos”.
Dice ella que más allá del encantamiento instantáneo
con el material, lo que fascina es la entrega
de trabajar con el bordado, una técnica poco inmediata
que requiere de muchísimas horas diarias
para poder generar una sola forma.

Mi mamá se crio trabajando para las familias inglesas
que tenían la administración de la Forestal
en el chaco santafesino, allí conoció los preciosos manteles
de hilos bordados con los que se cubrían las mesas
donde comían sus patrones.
Ella misma aprendió a bordar y las grandes bolsas
de azúcar que trasladaban en los trenes de la forestal
eran los manteles de mi casa.
Dos bolsas unidas bastaban para la mesa grande.
Sobre su madera, por dos veces
podía leerse en letras azules:
ZUGAR - The Forestal Land, Timber
anda Railways Company Limited- 
y a su alrededor, flores de intensas tonalidades,
o una extraña fauna que nos miraba y se dejaba mirar
sin que sepamos nunca de donde aparecían
esas cebras lilas y naranjas, o las jirafas de cuello corto
y manchas azules sobre fondo rojo,
para que los dedos y los hilos de colores de mi madre
los copiaran como quien dice voy a dibujar
las vacas o las gallinas del corral.
Uno comía, sin saber en aquellos años,
que ya tenía para sí, la idea de lo exótico,
ya éramos hijos del encantamiento.

Cuando la oración, a la luz del sol de noche,
mamá embellecía aquellas arpilleras blancas
que los ingleses desechaban, mientras mis hermanos
hacían la tarea bajo la tierna vigilancia de esa mujer bruta.
Sin saber -no podía saberlo-,
ella ponía ante nosotros, más que un arte,
la dignidad con la que nos iría educando.


* Jazmín Berakha, RADAR, Página/12. 7 de diciembre de 2014.












Descomposición

Todo está condenado a su propia descomposición. Desde el aire que se entrega a las manos del hombre, hasta el acero expuesto al aire. El diamante, incluso, teniendo la más alta dureza y conductividad térmica de todos los materiales, no deja de ser el resultado de la descomposición de minerales que contienen carbono. Las plantas, sus frutos, los alimentos, todos expuestos a la descomposición. Todo, menos este frenesí. Una palabra se descompone apenas dicha. El pescado con la luna llena y la carne que quedó fuera de la heladera. Todo, absolutamente todo, menos este frenesí. Una línea escrita ahora, descompuesta en la interpretación del que lee. El crítico descomponiendo lo que hizo el artista y el artista descomponiendo la realidad. La realidad alterada en los modos de ser vista por los observadores sociales y la verdad alterada por los discursos del poder, todo, todo se descompone, menos este frenesí. La luz blanca descompuesta, según Newton, en seis colores principales y los números descompuestos en decenas, centenas o la multiplicación de números primos. Todos los cuerpos vivos que pasan a formas más simples de materias, según la biología, o la ruptura de moléculas largas formando átomos, según la química. Todo descomponiéndose, menos este frenesí que vos y yo instalamos, alterando la familia, haciendo que tu madre queme toda tu ropa queriendo exorcizarte y después se descomponga del disgusto.












La cabeza

Nuestra cabeza es redonda para permitir al pensamiento
cambiar de dirección.
Francis Picabia

Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón.
    Marguerite Yourcenar


Como estar de la cabeza. Como un discurso exacerbado, polifónico, en el que se la nombra como un sujeto excluyente y en el que se reivindican o analizan las distintas fenomenologías de la misma, en tanto humana, dirigente, operativa.  La cabeza como emblema social y particular de los notarios y notables. La cabeza de Goliat. Lo que de ella se acredita y lo que espanta. La cabeza de Cristo como un oxímoron del Vaticano. La cabeza del sabio, la del criminal. La cabeza que está hueca y la creativa. La cabeza de Diana. La del conservador y la del revolucionario. La cabeza del que explota y la del esclavo. La cabeza como emblema del hombre a través de la historia. La cabeza de Salomé y en la bandeja la de Juan el Bautista. La que cuelga del mástil del barco o se ensarta en la lanza de los cruzados y siendo como es, la cabeza de un turco, es culpable de todos los males. La cabeza del religioso la del ateo la del sofista el dialéctico la racional o totalmente lírica. La cabeza que rueda después de la insurgencia y la del partisano que la perdió sin ver el triunfo. La cabeza reducida por los jíbaros y expuesta en los rincones de la jungla para recordar que no hay civilización que valga. La cabeza del estado de Israel igual que una ojiva y la cabeza rota, mil veces rota, de Gaza. La cabeza de todos y cada uno de los desaparecidos de mi Patria. La cabeza ósea que se articula con la primera vértebra del raquis, el atlas, mediante el occipital. La cabeza que no miramos. La que miro y admiro. La cabeza única y que me sabe ideal. La que contemplo. La que por ser lo que es no ha de ser otra. Ni perfecta, ni bella, pero la más cercana para que hable el corazón. La que en última instancia, desde el descalabro emocional, puedo sentir como la suma de las partes que hacen a la cabeza del mundo y me alivia. ¡Juro que me alivia!












Ley de gravedad

Algunos acontecimientos recientes hicieron
que tenga en cuenta ciertas recomendaciones necesarias
para los impulsos amorosos que,
como en los grandes emprendimientos,
suelen tener reglas implícitas que deben ser respetadas.
De ser presa de algunos impulsos provenientes
del deseo deberá hacerse carne la premisa de no ir
demasiado rápido con la intención de cobrar altura,
siempre es conveniente detenerse a discernir sobre
cómo traducimos lo que pasa por nuestra imaginación 
y lo que pasa en realidad. Si bien Baudelaire decía 
que la imaginación es la más científica
de las facultades porque sólo ella comprende
la analogía universal, se hace necesario
no tomarlo tan a pecho y evitar las consecuencias
que, seguramente, no estarán hablando de un rotundo éxito.
Deberíamos evitar, además, creer que sólo basta el deseo
para subir al cielo de la felicidad tan sueltos de cuerpos.
Si bien es cierto que Albert Einstein demostró que la gravedad
no es una fuerza de atracción, sino una manifestación de la distorsión
de la geometría del espacio-tiempo bajo la influencia
de los objetos que la ocupan, Newton
–y aquí radica lo importante- ya había descrito
a la gravedad como un fenómeno que origina
la aceleración que experimenta un cuerpo físico
en las cercanías de un cuerpo astronómico.
La tierra, lo sabemos, es y será hasta que se demuestre
lo contrario, el cuerpo astronómico donde damos
rienda suelta al deseo de conseguir la dicha
y lugar desde el que nos propulsamos con este cometido.
Así es como, cuando olvidamos tener en cuenta aquel ejemplo
de la manzana, podemos precipitarnos porque confundimos
lo que era real con lo que en realidad queríamos.






















El río

Vi el río, su orilla, la profundidad de su cauce,
su potestad, su desborde, el desconsuelo, la aparición
de algún cardumen de dientes afilados que siempre está al acecho,
un remolino que intentará llevarte a sus fauces.
La corriente y su mensaje atrayendo como un imán,
directo al corazón en el recuerdo de los días de la infancia.
La rama del sauce acariciando, con su mano de seda
las oraciones del que pesca, el vuelo rasante de la garza,
el paso militar de los gallitos del agua
y la presa en el pico del martín pescador.
Veo el río, mi historia zambulléndose en sus aguas
y la torpe manera de sostener mi cuerpo en la superficie.
Sé que si hay un modo de tocar el barro
en barro habría de convertirme para sostener las raíces del irupé
y hacer mía esa fuente, esa flor, de una vez, para saber
que alguna vez la tuve.
Nada existe como es, sino existe como ha sido.

Alguien tira la red, alguien recoge el espinel.
Cada quien busca el sustento que lo mantendrá atado
a un paisaje una religión de supervivencia y penas.
Siempre hay un anclaje que nos lleva al fondo de las cosas
y siempre una barca donde nos dejamos llevar.
Aunque dudemos, le quitemos un sí a ciegas
o nos vare la desconfianza, la corriente intentará
dejarnos en buen puerto, nos entregamos pensando
que siempre habrá un árbol de cuyas ramas
ha de surgir el sostén para salvarnos a tiempo.

Así el río ante nuestra mirada, la memoria y el eterno regreso.
Así nuestra manera de celebrar su modo de estar allí
y ser bautizados por sus aguas.
El río en el desborde de mi corazón
y la sensualidad al tacto de mis pies,
el río como una cuna donde me duermo
en la candidez del recuerdo y donde juego
y vuelvo a zambullirme para que no me pesquen.

El río, no como fuente, sino como praxis.
El mismo donde alguna vez se te lavó la ropa,
donde enjuagaste tu pelo, te bañaste,
batiste un récord o simplemente usaste
para regocijo del verano,
como un modo de salvar lo que nos da la tierra.