martes, 6 de junio de 2017

Lucas Peralta



Lucas Peralta (Avellaneda, Buenos Aires), Escombros, Barnacle, Buenos Aires, 2017.
























1

No es mi mano este espejo de palabras
es el Tiempo
que escribe por mis ojos.
                                                                                 D. M.


Las palabras tendrían que tener lugares.
Ahí, donde labrar los golpes en estrépito conjunto,
de temible célula en aparición, juzgue las cenizas
hasta madrugar en la instalación de la huella.
Avemaría, claustro cobarde en existencia
por debajo de la lengua impelida de anidar calvario;
apacible, de texto y zanja.
Palabras, de anarquía cercadas, de envase incierto, de
manía de pólvora, de poema anterior, de seis luces.
Quisiera ponerlas a funcionar, que pronuncien las
piedras que forman el camino de realidad manoseada
en las postrimerías de la seca esperanza.
Voz de difícil andar, de quietud y de ruido en
insinuosos vocablos que resuenan a clavija de estorbo
en situación.
Ahuecado de regreso, el lenguaje, en hechura de
estilo, precipita su relación con el objeto que nombra; 
nutrido, en penoso heroísmo de fragmento y resto de
carga que aturde.
Desintegrar, disolver el idioma en el sentido –cacería-
de la palabra hambre. Proyectarla en ataques, en
rebeliones, en montoneras, en la inrenuncia que
quema, para así pues, de llaga luchar, el canto traiga
las aguas.












 8

En los años de las espaldas caídas, la palabra como un 
instante recuerda la noche de los incendios detrás de 
todo simulacro. Oscura idea de honesta despedida, 
nervio consciente de carbón en la búsqueda. En 
empeño despacio la constante se inicia, con pizarras 
negras de anchos poemas para siempre y semblante 
de harapos indecible. Lo involuntario del género —
nudoso, torcido— rechina sus sonidos como silbidos 
adiposos en epístola ladeada, patrona y templaria, 
de punición a quemarropa.

Concebir al lenguaje como calco material enorme, 
donde mollar —en arpillera de signos— los discursos 
a trocha emulada. Numen al ras, pedestre, que 
aporree por kilos los surcos del habla. Asolar sus 
ladrillos en alza, destejer la conformidad que vindica 
todo pliego a puro porrazo, para que perezca, así, el 
semillero recipiente en ascuas.
Sortilegio en sudoeste surco que lleva el viento, 
exudar lo dable como confín a consecuencia.

Las palabras aparecen imbricadas cuando se sume, en 
piel de plebe, la tecla de lumbre en relaciones. 
Sinuosidad de sitios con distancias que se esconden, a 
veces, en idas y vueltas de tráfagos por errata.
Esclusa mecedora al momento de contar, como 
trofeo de años a martillazos en la testa.
Difuso será conflagrar asomándose por los tajos del 
habla, como si consistir sonidos fuera eso.

El instinto de afirmación que carcome el infinito, 
iferente de tantos reconocimientos, en vagido de 
empresa hombre, repite páginas en blanco. Entonces, 
vientres amurallados por la lengua como sostén, 
prorrumpen en este oficio mendigo de mecheros.

Tierra en jirones para poemas de cilíndrica incisión, 
para el fenómeno físico de la palabra.











13

Una luna sin texto,
resonando trece veces, trece sombras
como intervalos que se pronuncian por fuera,
dentro de las palabras.

Silencios que no puedo escribir, o palabras
que forman la paradoja de los enigmas hechos versos.

Un cielo sin voces que dicta piedras de imposibilidad,
como si capitular fuera eso,
una baldosa o el espacio de los ritmos
en elocuencia. Decir la poesía como hechos nada
juntos,
fragmento entre medio de rasgos,
de manchas vulnerable como origen.

Coerción en la maleza, contienda de la palabra en
indicios de agujeros posibles. Óbice con
posibilidad de legado,
época como destino de personas; derivar,
copiar desde el hoyadentro los versos y su amparo.

Habrá entonces que buscar la concretud
de las palabras,
por aquel verismo que ofrece incomodidad,

que transforman al poema
arrastrado, en una contestación.












3

El giro de estambres que organiza causales, que
traduce la discusión en perfecta mañana para la
poesía, se carga de allegro junto al agua.
Título que hubiese sido tarde para el maltrato que
justifica la jornada, para el exacto desprecio
perturbador de nutrir números, de destino redil que
perece.
Torrente de inmensidad que alumbra el charco
mostrador, rector y mulo de una talla en territorio
ausente de quita penitencia, de miércoles en la poesía 
pérfida, dormitorio o cosa viajera con palabras de
hace trece tiempos, con hermosura de versos y
noches en continuo vaivén que penetra,
como lanza o corazón de hombros arrebatado de
nosotros, y que pesa.
De estiba lejos como hueco de nosotros tras la
frustrada vida de espejos como lugar diario.