María Sueldo Müller (Buenos Aires, 1980 / vive en Brandsen, provincia de Buenos Aires)
Expulsada del Edén, Buenos Aires, Leviatán, 2020.
De "Voces de arena"
viene a arder en la orilla
como los elefantes
buscando yacer 
en el osario de sus ancestros
o los perros
que vuelven a casa deshechos
después de la pelea
el mar
es una inmensa soledad celeste
se fue volviendo polvo desde adentro
sudando
llorando
exhalando polvo
hasta no ser más que una parte de la gruesa capa 
que aplasta los muebles
de la casona en penumbras
un quejido quiebra el hastío
desde un cuarto
casi viva
su madre se confunde entre los pliegues de las mantas
agrio es el olor con que el tiempo humilla las cosas
y no saben si es que afuera amanece
o es una vela que olvidaron encendida
De "Semillas de manzana"
 
 
los caracoles mueren en el mar
 
una corriente helada
los arrastra
hasta la orilla
 
la gente adorna sus casas
con los caparazones vacíos
 
        ¡son tan
bonitos!
 
 
 
 
 
no el encaje de pastos y plumas
que construyen las aves
ni los recios castillos de los hombres
tampoco
la cueva helada en que duermen los osos
la profundidad oscura del océano
ni la dorada perfección hexagonal de los panales
 
para mí
quiero una morada blanca
 
          
     solo luz
 
 
 
 
 
una teta dorada y redonda
es un durazno que cuelga de la rama
y se bambolea 
          
             según el ímpetu
del viento
fragante
madura
estalla ante el roce de unos dedos
en un estremecerse que asciende desde las raíces
hasta hacer temblar el árbol
y la tierra entera
 
 
 
 
 
no sabría qué decirle 
          
     si viene
 
por eso hice este pozo
y guardé todas mis pertenencias
grabé los nombres queridos 
    con un cincel en la piedra
y me busqué otro destino
 
pero no
 
no hay nada     posible 
 
lejos
 
voy a tirarme bajo este árbol
y dejar que me cubra la maleza
 
lo más probable
          
     es que ni venga
 
 
 
 
 
De "Huevos de víbora"
 
como única respuesta 
mi propio grito
 
reflejado en lo hondo
 
 
 
 
 
llegará el invierno
aún estaré aquí
          
               
 y nadie más
traerá una mano de hueso
con las uñas crecidas
un vestido de escamas de metal
 
            y
me dirá que no
 
solamente me dirá        que
no
 
un día cerré mi puerta con doble traba
lo dejé secarse a la intemperie
suplicándome aunque sea que lo mire
          
               
   y no pude
 
dios murió en mi jardín
    solo
       
         como un paria  
 
¿a quién puede importarle ahora
la arena que trago a cucharadas?
ya no hay
para mí
llegará el invierno
sólo
para que carezca de todo
 
 
 
 
 
 
