jueves, 23 de enero de 2014

Graciela Cros





Graciela Cros (Carlos Casares, prov. de Bs. As./Bariloche), Cordelia en Guatemala, 2a. ed., La Liebre Gris ediciones, 2013.



Agradezco a Carolyn Riquelme por su colaboración.





 


 
La hija del Rey Lear


Pueden ustedes llamarme Cordelia

Hija fiel

Perla sentimental

Estrella ética del Pequod

Hace algunos años
no importa cuántos exactamente
con poco o ningún dinero en mi billetera
y nada en particular que me interesara
harta del yámbico de cinco pies
pensé en

FABRICAR UN SEÑUELO

Y ver así partes risueñas y horrorosas del mundo


Es mi manera de disipar la melancolía
y regular la circulación

No hay fluoxetina ni estradiol
que pueda compararse a la fascinante aventura de

ROMPER LOS GÉNEROS

Literalmente

DEPREDARLOS

–del verbo transitivo depredar: robar, saquear con violencia
y destrozo–

Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga
cada vez que en mi alma
se posa un noviembre húmedo y lluvioso

Cada vez que me sorprendo
detenida
frente a empresas de pompas fúnebres
o sumándome
al cortejo de un entierro cualquiera

Y
sobre todo
cada vez que me siento
a tal punto hipertensa
que debo acudir a un robusto principio moral
para no salir a la calle
y patear
metódicamente
a la gente

Entonces
comprendo
 que ha llegado la hora
de construir

UN ARTEFACTO

Ese trabajo es
para mí
el sucedáneo de la pistola y la bala

En arrogante gesto filosófico
Catón se arroja sobre su espada

Yo
tranquilamente
fabrico

UNA MÁQUINA VERBAL

CONSTRUYO

UN SEÑUELO

ESCRIBO UN POEMA










En Guatemala


Fumó Cordelia las siete notas musicales y la descorchadura del licor

Fumó el esponjoso vello masculino y el jarabe dulzón de esa axila

Fumó tarántulas y orquídeas, piedrecillas preciosas y quetzales


A los puertos de Santa Catarina Palopó y San Antonio
a San Lucas Tolimán, a San Pedro La Laguna
a San Juan, Santa Clara, a San Pablo, San Marcos

A k’iché’s, tz’utuhiles, kaq’chikeles, a sus 21 lenguas de maíz
a todo aquel que se acercara hizo el relato de la espera
su agonía, su conversión más tarde, su estadío de iguana


En Santiago Atitlán hubo un capítulo jaguar, un prólogo tucán
hubo rosados cangrejitos, gallitos de veleta, lobinas negras, milpas

Todos vinieron a sus manos palmas vueltas arriba

En Santiago Atitlán comió tamales, enchiladas
estrelló huevos y volteó frijoles
habló sin titubear las 21 lenguas cantarinas


Rezó CUATRO plegarias al pie de TRES volcanes:

Una para JUAN DONNE, poeta, clérigo y amante

Otra para JUAN KEATS, poeta, muerto a los 25, tuberculoso, en Roma

La tercera a JUAN CASSAVETES, El Cara de Caballo, de quien estaba enamorada

Y la cuarta para ELLA Y EL NIDO
donde más tarde empollaría

¡UN HUEVO!


Después bebió Cordelia el aguardiente de

LA ESPERA

 tarea en la que estaba

ENTRENADA

Avistó el Sur, el Norte, el Este y el Oeste

Descansó a la sombra del COMPLACIENTE helecho

Fumó tarántulas y orquídeas, piedrecillas preciosas y quetzales

EN SANTIAGO ATITLÁN CONSTRUYÓ UN NIDO

















Martín Carlomagno




Martín Carlomagno (Entre Ríos), poemas incluidos en Tigre y caramelo. Nueva poesía entrerriana, compilación de Marcelo Leites, poesiaargentina.com, 2013.


Ebook de descarga gratuita: Tigre y caramelo













Apuntes sobre el campo de abril

Cierro los ojos y dejo que el color se apodere de mí.
Un tordillo remonta el aire y da galope al cielo.
Retengo la mirada y vuelvo a preguntarte las mismas cosas,
la tierra se abre sobre tus surcos, la tierra se cierra bajo tu cuerpo.
Retengo algo que no llega.
Que no se atreve a los árboles.
Al vértigo sigue la inmovilidad.
Y de la inmovilidad al vértigo no hay más que un minuto.
Sesenta segundos de vacío.
Sesenta pulsaciones al brote de tus brotes.
 

Cierro los ojos y mis manos fuerzan el candado, quieren abrirse a
la inmensidad y no dar más desdicha a los troperos.

Cierro los ojos como quien busca internarse en sí mismo,
sabiendo que no hay respuestas.  Silencio.  Escena que en tu voz
parece perdurar y perturbar al mismo tiempo. Retengo la memoria
de los corrales, las siestas son al fin un eterno almacén en donde
habitan los muertos.
Cierro el cuaderno
y el horizonte cae.
Cierro los ojos
y el cielo cae, sólo falta un retrato y el perfil de tu cuerpo.








El perdedor

Cuando nadie conteste
y el número de la desgracia
sólo tenga tu tono,
será
la soledad quien te circunde
en un patio olvidado
o en cualquier
estación por la que el tren
ya no espera pasar.
A veces,
duele verse en el reflejo
de un andén
o en la nostalgia
de una mañana por venir.
Cuando los días se agoten en los zapatos
no podrás elegir
más que el rostro que amaste.
La disposición final de la tristeza
aclamará tu nombre.
Detrás de las ventanas
una anciana hace gestos.
Su mirada confunde a los que pasan.
En ella puede verse
el último verano jugando
entre los campos. La noche
anuncia su lenta melodía.
Lo que pudiste resignar es la pena.
Esas casas perdidas
cercando el horizonte.
Todas esas manos en las que nadie espera,
caricia que vuelve desde ningún lugar.
Cuando nadie conteste
el mar se habrá alejado
para siempre
y un coro de palabras
dirá tus intenciones.
La vida abre sus hojas
al que aguarda.
La espera se acentúa
entre los árboles.
Ahora la anciana
abandona el tejido
y con la voz pausada
conversa con un pájaro.
El perdedor intenta abrir los ojos
pero la luna encandila
y las apuestas
descienden.
Cada escena lo aguarda
en un sitio extendido
pero no hay quién responda.
Entonces,
se abre la camisa
y sus pies abandonan la tierra.
 

Ese que ven volar desconoce el latido.










Mariela Laudecina




Mariela Laudecina (Mendoza/Córdoba), Perfume de jarilla, Llantodemudo, 2013.















[Al fondo del patio...]

Al fondo del patio

mi abuela mataba una gallina
Ya la había visto algunas veces
Aunque nunca quiso que estuviera presente
yo la espiaba detrás de los rosales
Fuerte y serena como una guerrera
precisa en cada movimiento
le retorcía el cuello hasta dejarla sin aire
y con un palo de escoba
le ajustaba el pescuezo en el suelo
La cargaba al hombro de las patas
y la desplumaba en agua hirviendo
Nunca sentí pena
ni nada
La saboreábamos al escabeche
y con mis primos
nos disputábamos la cabeza.



 



[Mi abuela estira el mantel de hule...]

Mi abuela estira el mantel de hule

con flores y pájaros
tomo yerbeado con pan y manteca
Guardo migas para el colibrí
atrapado debajo de la taza.