sábado, 5 de noviembre de 2016

Dolores Etchecopar


Dolores Etchecopar (CABA), El cielo una sola vez, Hilos, Buenos Aires, 2016.



























mi vida como liebre lleva una bala
está en apuros y mira
entre las margaritas aplastadas y el granizo
cómo levanta el día sus alas de la hierba
en este punto de la llanura que desaparece
entre el miedo y la luz
donde el árbol solista canta muy despacio













y si ya no fueran sustento
estas flores      por desventura
si el temblor de las hojas del tilo
ya no fuera sustento
si a partir de ahora
el aire que respiro
solo se desconsolara    no se encaminara
al canto de salutación
si así resulta
si nada cuenta como abrigo
a la fragilidad de una gramática
si el rumor del bosque
da muerte a su animal
si así fuera perder pie
el pie iluso
y el otro sin nacer
pasos que desafinan el mundo
sobre una casa anegada
si así fuera vivir
un viraje en mi respiración
de allí me arrancaría
por amor a un sonido
primero y último sonido
de un alfabeto que insiste
en mover la arena de los vestidos
donde un niño ha llorado
de allí me arrancaría girando mis almas
hasta vaciarlas de toda espera
hasta el vacío que renueva
los tesoros sin habla de la noche












acaban de llegar tres palabras
como tres pájaros se detienen
sobre la página blanca
miran a su alrededor por si algún peligro dictara huir
yo tomo la distancia necesaria para no espantarlas
las escucho crepitar de una nada a otra nada
tres palabras respiran    fuera de alcance
lo que dicen se escabulle en el temblor de la tarde
premura de vida y muerte tienen sus alas-sílabas
la exacta velocidad del colibrí mientras liba
el néctar de su abismo













al alba mataron una oveja los palos de la casa

tan pronto dimos a luz el grito
dentro de él comenzamos a vivir

se mataba cerca del agua que bebían los pájaros

 ¿te acuerdas?

algo imperioso que no existía

una gota de odio
descendió
horadó la gratitud

vimos las patas del poema

quienes por un instante caminamos
sin defendernos del secreto infinito

quienes vivimos allá
en el viento
en su breve misericordia

¿te acuerdas?

vivíamos

con algunas moscas
y un silencio en el corazón
que provenía de los caballos












una vez
escuché a la niña inca detenida en la montaña
sostuve su pequeña mano en la mía
su mano tocaba la hierba de un reino
y la posé sobre mi pecho

cada cosa anhelada irradia un silencio que protege
me fue concedido sostener una pequeña mano
en las sombras de la montaña
y cantar lo inusitado   lo breve de un cielo
que se espanta con el pensamiento 













el hachazo no se vio
entró por las hojas y los pájaros
el grito destemplado del chimango
durante años y sin darse a conocer
alguien le dejó su sangre intranquila
es mujer dijeron
sorprende que así
toreada por la muerte
se sostenga
su balido de oveja negra urgido a salir
por la boca del matarife