martes, 27 de diciembre de 2016

Leandro Llul


Leandro Llul (Santa Fe), Maratón, 27 Pulqui, Buenos Aires, 2016.














Limpio de toda retórica
el epitafio de Esquilo sólo menciona
su pelea en Maratón.
No hay entre sus líneas una palabra
que nos hable del poeta,
sólo el recuerdo de sus manos
apoyadas en los árboles,
o el destello de la luz
entre los cabellos de los bárbaros.
Seco en la piedra que se gasta
el fragmento resplandece,
y se lee: “Aquí yace Esquilo,
de cuyas proezas son testigos
los bosques de Maratón
y los persas de largos cabellos,
que las conocieron bien.”












BALLENAS PILOTO

Doscientas ballenas varadas
sobre la arena y su honda pregunta
en franjas de luz contra los lomos
intentan descifrar el rayo hirviente.
Cada una de esas carnes y el recuerdo
—la sal, el roce de los otros
en lo profundo atravesando el tiempo
detrás del piloto— serán tomados.
Un líder confundido y doscientas
masas bajo el sol se desvisten
en la virtud de la especie, un paradigma:
el jefe aturdido y sus hermanos
que lo elevan hasta el límite
del amor, el nadar en lo pesado
con el resto, que son lo mismo
de tanto impulso por llegar a uno.











îLE BONAVENTURE

Los alcatraces anidan sobre la falda
en las rocas de la Isla de Buenaventura.
A lo lejos parecen pequeños moluscos
adheridos al lomo de la ballena,
pero de cerca semejan muchachas
tendidas en la playa después de zambullirse.
En el sol las plumas brillan,
blancas, radiantes, livianas como la espuma.
Y cuando llega el hambre ellos se elevan
en flechas de punta al cielo y se clavan entre las olas,
perforan el azul precioso igual que las imperfecciones
flotan irredentas en el corazón de la piedra turquesa.
Ahí se inflan de burbujas y se los ve perderse
como sirenas de escamas plateadas
huyendo hacia lo hondo. 












MANITOS

Si se pudiesen limpiar las caras con palabras,
las manitos pegoteadas, las cabezas
de los pibes que se acercan con los ojos llenos
de preguntas, seríamos buenos,
santos, sabios, pero
sólo existe el agua, el frotar
con los propios dedos los brazos bajo el chorro
de las canillas y dejar
una sílaba apoyada sobre el labio
como una semilla del otoño desprendida.