jueves, 7 de abril de 2016

Bárbara Belloc



Bárbara Belloc (CABA), Canódromo, Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015.































Fogatas para combatir el frío y la intemperie, cocinar, festejar el lugar recuperado y vuelto a poblar; fuegos que señalan dónde se ha perdido la batalla y quedan cuerpos dando coletazos como peces fuera del agua, como poemas que fueron escritos y destruidos, quemados, un día inhóspito o dichoso ¿qué sabemos? ¿Qué sabemos de esa quema, que fue copiosa y dio luz y calor suficiente hasta que se encendiera el nuevo amanecer, que en comparación se veía anémico? 
Poemas como cometas con su cabellera desplegada aun si su núcleo está extinto, porque así son los poemas, que rasgan el cielo y las vidas en dos. Luces sin sombra en la tierra. Un esqueleto expuesto a los elementos. Océano sólido. Sin brillo. La veta mineral y adentro la gema suculenta y virgen, sin tasar, guardada en su capuchón de berilo y cromo por miles y miles de años, como la nuez antes de nacer, la que no es para comer. En carne viva, en silencio. 
En el más absoluto silencio, poemas: los peligros del bosque. Y lianas, donde no hay palabras, como fogatas, fuegos. Como la rosa de los vientos fraguada en plata con forma de Cruz del Sur, llamada de Agadez, que los padres tuareg dan a sus hijos “porque no se sabe adonde iremos a morir”, antes de salir al desierto a seguir las rutas como los perros el rastro, a lomo de camello. Porque el fuego devora la vida del aire y el aire vive del cuerpo vivo que lo devora. 
Lianas porque no hay palabras porque hay poemas.











La primera comunidad cristiana organizada, en el siglo I, fue la de Egipto, y la iglesia de Alejandría aventajó a la de Roma, extendiendo la influencia de la nueva fe entre los bárbaros y los celosos clanes del cercano oriente hasta la distante Antioquía, ciudad portuaria cuyo trazado replicaba el plano original de Alejandría, cuna del perro continuo y rival de Atenas, cuna del cinismo que Antístenes impartía en un gimnasio conocido como Cynosarges, nombre que significa “perro blanco” o “perro veloz”, en un círculo de vacío perfecto perfectamente completo; como en una cacería. 
          Era una carrera desenfrenada. 



Tan solo un siglo más adelante, Panteno, su seguidor Clemente y el poeta Orígenes ya habían establecido allí un centro de irradiación teológica perseverante y sutil como el Khamsin, un viento que sopla en paralelo al Zonda: una corriente cálida, turbadora, envolvente. 




Las hordas nativas de hombres menudos, de piel oscura y áspera e idiomas guturales que habitaban ciudades, pueblos y campamentos en construcción y destrucción permanente, y los viajantes marítimos, esclavos de los esclavos de las sedes 28 imperiales, todos ellos homúnculos o casi animales por no haber sido iniciados todavía, eran persuadidos en masa con el minucioso tramado de tapiz de fiestas, conjuros y terrores para asumir un nuevo orden de la carne, y con ello del espíritu, como hombres–perros detrás de una jugosa pata de cordero o un amo más protector, más poderoso, un rey de reyes. 








Cristóbal de Licia, mártir del siglo III y santo patrono de los viajeros y el granizo, habría sido bautizado en la magnífica ciudad de Alejandro. 
Habría nacido en África del norte, en los territorios móviles del Tamazgha o en la Media Luna fértil, primogénito y gigante. 
Y habría sido un cynocéfalo (con cabeza y rasgos físicos de perro) o de alguna de esas subespecies, a causa del prodigio natural tan frecuente en esas regiones o en castigo por su belleza lobuna, encarnada en una figura de hombre enorme, de suavidad salvaje y brutalidad semisalvaje, tentadora para los ejemplares del otro sexo y las aguas femeninas de los ríos que él cruzaba mordiendo el aire, los remansos tramposos que olfateaba mientras cargaba a los creyentes, uno por uno, a través del tamiz del río. 
Hasta que se presentó en la orilla el propio Cristo infante, aseguran las versiones no canónicas, el peso más pesado, inamovible, quizás el lastre espiritual definitivo.
Entonces Cristóbal, además de perro, monstruo y hombre, fue héroe. 




Pero como nada es eterno, las tierras que habían estado por los siglos de los siglos apartadas de Dios pronto volverían a estarlo. 
Y los perros, a pasar hambre.


















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