martes, 10 de noviembre de 2020

Lucas Peralta

 

Lucas Peralta (Avellaneda, 1977)


Praxis, Buenos Aires, Barnacle, 2020.










De "I. El espejo"



VIII

 

Eso que alumbra ahí es la palabra y su silencio,

la piel terrosa que, en el aprisco, desempeña su

toda potestad de lugar erial, su predominio en

tentativas asociaciones propias de toda lengua

desplazada y ya no impuesta. Figuras, entre el

charco y el matorral, provistas de enunciado y

sentido, márgenes apelativos como aquello que,

de consideraciones motivadas, tiene su red de

valor ahí donde se atreven extraños sonidos a

imaginar el elemento primero como huella de las

palabras, sus miembros, sus formas, sus piedras

de origen y materia.

 

Imagen heridora, pliegue de agua profunda que

promulga las cenizas como ícono de lo ustorio

del espejo, aquella que, por experiencia, propaga

las edades de las lenguas naturales.

Territorio considerado y estructuración temaria.

Fragmentos tras los cuales, como aquello que de

rápido viene de la oscuridad, optamos por

revelar y querer introducir en estos dos discursos

paralelos, en lo que de común tiene lo epifánico,

en el mérito inmanente de mirar y ver el lenguaje,

la acción de los hechos y el sonido y los rostros

que llegan a la palabra como sudarios, como

amarres, como términos de valor por los cuatro

rincones de la tierra.

           

Solo los rincones contienen al mundo, claman en

silencio ojos, palabras, sonidos inatendidos que

vienen a enunciar lo cerrado y vencido del amparo

de la tierra de nadie, su aridez habitable desituada.

Reciedumbre donde la mirada encuentra su paradójico

lugar natal sin significado, salmos unidores al ras,

hipótesis de autor definiendo lo poético.

 

Tal vez maniobras en el mutismo ambiguo de lo real,

en lo tácito de quien reclama una nueva luz,

en lo explícito de los círculos plurales del barro,

en lo que de verbo le queda al polvo, a los escombros

que casi se oyen.








I

 

¿Es un concepto lo real? Entre el silencio y los escombros

las palabras solo alcanzaron a reflejar no poderlo todo.

El presagio cumplió su mandato por los ríos, aquellos de

piel barrosa y de pausas que agencian la cuerda colosal y

arrugada de la tez aguda y melancólica.

Nosotros y la piedad de escribir lo que somos.

Dureza en la aurora y objetos por las noches.

¿Hablar de lo que nos pasa es lo real? Nos arrogamos lo

anterior de la aurora y toda la construcción del sujeto,

sesgado e inmóvil. Rostro y río;

máscara como firmeza creada por el aire que mueve

su pecho y que mira por espaldas sumergidas

en el mudo modo de ofrecer labios.

Hilachas guiadas por el ojo. Fuego. Ver la mudez primera

en los bordes de llamas secas y en las lloviznas de costado

que solo pueden acompañar estos pasos breves.

La imagen rueda sobre el ruido, y las cosas, al nombrarlas,

penetran en el fino respiro de la niebla.

Dijimos problemas y adecuación de la palabra; eso,

y risas cómplices de la comunicación y ya no del mensaje

escrito. Música o instrumento no ya libre que se impone a

la ilustración de ciertos registros o la escritura de signos que

acompañan a la comunidad. Lenguaje como función referencial

o como búsqueda de aquello que dice mi gente. Lo decible que

sugiere el hoy; lo que tiene que ser dicho y hace falta.

Configuración donde el espejo habla y caracteriza el instante;

signo del lenguaje capaz de percibir el momento por donde

pasan estas imágenes en la intemperie. Es ahí donde se ponen

en un mismo plano el reflejo y lo reflejado.

Lo intentamos decir con las palabras y lo aturdimos en el silencio.

Bajarse del espejo y volver a ver si la tiznada instancia

del segundo mirar acaricia lo inútil de la noche en el día.

Respiración que rompe los muros de la última pregunta,

aquella que rueda como pedazo incidente, silencioso y arrugado.

Incidente como una carcajada que comienza con la saliva

del amanecer en tanto morada de las ruinas de la lluvia que mira

con ojos conocidos; silencio sin ningún tipo de adjetivos;

y arrugado como los aplausos que se le colocan al ojo cerca

de la inauguración de lo oscuro del barro sin métrica.

Insanable sentencia. Así, el fenómeno adquiere

un relieve sintáctico, semántico y fónico.

¿O acaso lo real no reclama tales características?

Los hechos, desgraciadamente, tienen que respetar

procedimientos por fuera del día a día y la plaza pública.

Así, el barro sin métrica intenta ser academia y así, una

vez más, fallan las categorías y la retórica poética.

En un lenguaje de intemperie, esplendoroso,

el último seglar vendrá a sanear el peticionario barboteo

como recado próspero que César Vallejo hendió en su vaguada.








De "II. El silencio"



X

 

Establecer la base y el plano sonoro. Marcas.

Después, supuestos que enmarcan el qué y el

cómo. Tal vez manchas. O dislocación total

continua que considere al texto y apele a nociones

como término de valor. Algo ahí. Presto, docto

y berreta.

 

Inerme ante tantas cosas que, como provisto al

disgusto, la adecuación visible marca hechos.

La eficacia como objeto de estudio y lenguaje.

Nada. Proveer como lengua de autor fallas

secundadas y ejercicios como sistema de reglas.

Insisto: Lengua de autor, ajena.Inquirir quién

dice lo que dice.

 

Asolar lo dicho tanto antes. Antes mesurado

como espina o púa, o como monte o espesura

en inquieto desarreglo de sonidos.Ahora es la

hora de preguntar. Es el tiempo de ver si después

de tanta bulla se erige la fecundia caída.

Hoy hemos sido menos todavía. Hoy oteamos en la

urdimbre acalorada, en el empíreo escombro donde

se labra el recupero. Así vamos juntando. De a poco,

y mucho.

 

Después, lo mismo. Colegir en la arenga empecinada;

la pérdida, el descenso. Y así un montón de cosas más.

También el pregón pestífero irrefrenable. Se dice y no

se puede nombrar. Una y otra vez se dice y los términos

precisos de realidad textual introducen la extensión y

el desatino.

 

Expresar lo poético y explotar lo dialectal. Emocionarse

por una relación y, luego de descubrir la falsedad de la

sinécdoque, conformarnos con el argot. Lezama habló

del ocio y a Orfeo se le cayeron sílabas en el espejismo. 


 






XV

 

¿Es la poesía la imitación de una acción?

Sigue en curso el hecho de asolar lo dicho tanto antes.

Antes mesurado como espina o púa, o como monte

o espesura en inquieto desarreglo de sonidos.

La palabra consigo misma es lenguaje en la medida en que

se sienta como ejemplo inadecuado; como opción provista

en edificio lírico o en noción instintiva del voseo de la

plaza pública. Reposa en las calles y se vuelve mensaje.

Examina el funcionamiento y emplea usuales modelos

de selección. Provee márgenes y desata la lengua de

autor desde el punto de vista de los formales rendimientos.

Cosas que pasan; espacios, a los ponchazos.

Asimismo, en donde llovían palabras como manos, se puede

hallar el fecundo sacrificio y el dolor, el sigilo

penitente, los ásperos augurios y las palabras a

cuentagotas como en todo testimonio. Pedazos,

o lugar erial de coherencia reconocida.

 

Ajada así la prosa; áridos los ruidos a tener en cuenta.

Lustre evidente para todo rostro. Máscara desaguada

del lenguaje; imágenes construidas en la pugna de los

previos e indiscutibles modos que el silencio deschaba.

 

Y los pedazos representan también una lectura, como así

también la aridez de toda historia quebrada por los ruidos

y el silencio. Todo lo que designa a la realidad es motivo

del poema; terreno, espejo y código de lengua práctica.


















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