lunes, 23 de noviembre de 2020

Vanina Santoro

 

Vanina Santoro
(Caseros, 1984)


Niña de viento y tierra, Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2020.













De Yvytu -Viento  



13.

El día que pronuncié las palabras

me brotaron dos llagas en la lengua

para recordarme

que no hay olvido

sin dolor.







17.

Estar atenta a lo minúsculo y lo remoto

a lo que viene de lo profundo

cubrirse de miles de burbujas

camuflarse

sobrevivir.

Ser un insecto bajo el rocío.







19.

                                Todo es inmenso acá,

                       salvo las flores de la orilla.

                                                Tom Maver


                                A Ire


Pequeñísimos cangrejos 

en la palma

buscan el borde de la mano.


Arrullados por el oleaje

corazas de nácar

corren de a uno y por turnos.


Cangrejos ermitaños

sostenidos por el pliegue palmar

que fue vaciado de vida.


En el hueco de una mano

puede caber el mundo.





De Yvy -Tierra



1.

Mi vieja abrió el piso de cemento

del patio alargado del conurbano.

Cavó un hueco profundo

removió la tierra estacionada

y plantó.

Dos años esperó paciente

a que creciera el limonero.

Dos años de plagas malasangre,

hormigas enemigas a muerte

y demasiadas expectativas.

Que no salen, ni uno sale

que ahora no se maduran

que el limonero traspasó

para la casa del vecino

parte de su crecimiento.

Un día de verano el primero de los limones

rebosó de amarillo.

Mi vieja que había cavado

un hueco en el patio de cemento

lo cosechó.

Ahora reposa el primer limón

en una canasta de aopoí.

Trofeo

centro de mesa

envidia del visitante

que observa la obstinación de mi vieja

y un limonero que sobresale airoso

y desafiante

del patio de la casa baja

con techo a dos aguas 

de chapa.







12.

Soy una nena

frente a su abuela María

mis manos sostienen

la lana en infinitas vueltas rojas.

Con la madeja

si levanto un poco los brazos

se hace un rectángulo

por donde puedo mirar

otro mundo.







28.

El pequeño mono tití 

colgado de las alturas 

observa a su madre acostada

en la tierra rojiza

decide bajar de a saltitos

desciende por el tronco rugoso

y cae hacia la nada.

La nada lo sostiene en el silencio

y lo observa

estable en sus brazos.

El mamboretá, testigo de todo, 

se pregunta:

¿la selva es eso que pasa

cuando se cae a la nada?

Mi selva, responde,

es eso que ocurre

entre el vuelo imperceptible de la panambí

y los brazos de mi madre. 
















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