María Agustina Pardini (Buenos Aires, 1989)
El cuerpo del silencio, Buenos Aires, Buenos Aires Poetry, 2020.
Capullo incógnito
Por debajo de la
puerta entran raíces gruesas
como las manos
pesadas de un gigante dormido.
Arrastran su
cuello bifurcado
cubierto de
diminutos brotes inocentes.
Alertas al ruido
de vidas en silencio
trepan el muro,
arraigan sus venas
al suelo.
Invadido, el día,
sucumbe a la oscuridad
sobreviene el jadeo de soles ahogados.
Cubierta de hilos verdes
me balanceo inalcanzable
en mi capullo.
Alta la luna en octubre
Moscas anidadas
en capas de tul estrenan nuevas alas.
Los 18 metros de
mi pollera arrastran madera veteada
raíces
desprendidas de una copa borravino.
Hielo en
primavera,
sombras de
aguiluchos colorados sobrevuelan
hojas con dientes
agudos a la espera de un hijo morado.
Las lucen se
abren, la piedra respira.
Pétalos de rosas
absorben la energía plateada
corriendo entre
la vid. Esto vos ya lo sabías, amante de luz.
Atrás, el puerto
sin mar trae el viento
que baila bajo
los olivos, silba su melodía
eterniza el
rasguido de unas manos pequeñas.
Esto vos ya lo
sabías
en la oscuridad
tu cabeza planeaba sobre los cerros
tropezaba con
balcones entregados a rosales blancos.
Volverá esta
noche en forma de gorrión
golpeando el
ventanal en busca de un espejo
que devuelva a
nuestros oídos su canto en escala.
Esto vos ya lo sabías.
Cacería
Lejos, descansa la verdad.
Perpetua, empírea.
Venerada por un coro de miles de
voces
que resuena entre miles de capas
donde habitan las intenciones presas.
Y en el manto
que envuelve tu corazón
el deseo.
Sucumbido en un sueño seráfico.
Se aleja del centro
certero de un inminente encierro.
La forma del silencio
lo ataja lo enciende lo quema
solo deja cenizas.
Interferencia
Hubo un tiempo de pensamientos ordenados
sin espacios entre mi cabeza y el cielo.
No se oía en la tarde un silbido
que despertara la ciénaga
de la mente.
Como un jazmín infectado
decidí no apartar
sus hojas del resto
dejé que el tallo
se enredara en mi cuerpo.
Advertí que ya no
florecían los brotes.
En la piel que
recubría el ardor
había polvo.
Partículas de
miedo anidado
trazos sin terminar en mi conciencia.
El tiempo de T. S. Eliot
La orfandad del tiempo medido florece
traslúcidas mariposas clarividentes
no habrá más fragmentos yuxtapuestos
la tradición astilla las horas
las conduce a un jardín múltiple.
El germen de la libertad se propaga.
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