jueves, 7 de enero de 2016

Raúl Gustavo Aguirre



Raúl Gustavo Aguirre (Buenos Aires/Olivos, 1927-1983), Obra poética, edición selección y prólogo de María Malusardi, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2015.




























Marta

     ¿Qué teme aquel que ya no está solo, aquel en cuya casa
las vigas se confunden con el cielo, las paredes se apoyan en el
abismo, las puertas no se cierran para siempre?

     Sólo el hambre y el dolor de la belleza, el estallido y el
rayo de la belleza, le toman y le sueltan, le hablan y le olvidan.

    ¿Qué teme aquel, pala en mano, que cava en su propia
tormenta al encuentro de todos?

    Ni el bien ni el mal se acumulan en la balanza del sol,
vivimos tanto.







Por último

Haber dejado una moneda de fuego en la mano de otro,
haber atado ciertos hilos de amor y resplandor,
haber perdido algo
al salir de la casa vacía.

Haber estado, haber acompañado,
haber estado complicado con el viento que siempre tiene razón,
con la tierra y el agua y con la hierba que siempre tiene razón.

No haber cumplido años lejos de sí mismo,
no importa si de rodillas o en medio del pantano pero cerca 
          de sí,
o entre asuntos pendientes o torcidos desde el comienzo,
pero masticados con tus dientes.

No importa ser interrumpido
si estás al pie del árbol gigante en el día sin fin,
al pie del árbol de piedras preciosas del sueño que sólo
          pertenece a los hombres,
y si has podido hablar con esas piedras
y acompañar hasta su casa a alguien
en un momento duro de la noche (y vivía tan lejos).

No importa que no haya solución para nadie ni perdón
         para nadie,
ni si al fin estás solo en las salinas de la madrugada
haciendo todo lo posible para que salga el sol,
para que estos rostros queridos no se hundan en los rápidos
         de la nada
que acecha tanta maravilla.







La vida

Vives: el gran misterio
te deja mirar de pronto
la gran llanura helada.
Agradece ese temblor.







El inundado

       Sufro por causa del amor en la noche desierta.
Si yo no amara, el tiempo me sería breve
y no sabría nada.

Tendría que hablar aquí por ejemplo de las piedras,
aun de las más preciosas, y de la furtiva muerte
que estimula el olvido bajo los cielos desdeñosos.
Tendría que hablar de las tiernas auroras destruidas por el 
                                                                      /astuto mono volador,
tendría que hablar de aquello que yo también rompí,
de las raíces que arranqué sin el debido espanto,
de las maravillas que usé sin darme cuenta,
de las cuentas que hice con lo que no tiene medida,
de los volcanes que sepulté con fútiles pretextos,
de mis traiciones a la simple necesidad.
Tendría que hablar de todo eso, y enumerar una infinita
                                                                                   /dilapidación     
que a nadie, a nada, importa.
Pero el tiempo ha dejado de correr, por todas partes
        me circunda,
me lo devuelve todo,
y en esta lenta y despiadada inundación, como una boa
                                                                                    /gigantesca  
me atrapa, y vives, vives, grita mi corazón en un día que nace
                                                                                  /para siempre.







Justamente...

     Justamente, esa parte llegada del cielo es poema.

     Esa parte inhabitable del cielo que, a pesar de tus maniobras por huir de ella, por estar con los otros, siempre termina por ser tu casa.







El poeta perdido

Hoy encontré en la calle a un viejo amigo que escribía poemas,
delicados, modestos y radiantes poemas.
Y me contó el amigo que en otro tiempo fue la poesía
            una indagación de su ser,
que fue la poesía un hermoso momento de su vida,
que después se casó, tuvo hijos, y ahora peleaba duramente
            por el pan de los suyos
y no escribía más poemas porque ya no necesitaba escribirlos.
Y yo le dije me parece muy bien:
vives en el poema verdadero
que es vivir con aquellos, por aquellos que amas.
Y mi amigo se fue, su rostro triste y sus espaldas encorvadas,
y yo pensé que cada uno tiene derecho a vivir como puede,
pero en el fondo un sentimiento me decía
que en él había algo vencido,
que si uno peleó por sacudirle el polvo a las palabras
            y el resplandor de las palabras le quemó hasta los tuétanos,
ya no se puede ir para atrás porque entonces los vampiros
           avanzan
y hasta Rimbaud, si hemos de creer a su hermana, comprendió
           en su agonía,
que hay que morir peleando por el poema de siempre.







El resplandor de los amigos

La carne asada entre las piedras
bajo los alelíes de los cielos.
Oh, no hace mucho que somos hombres.

Pero este vino ya tan diferente de la sangre
y este pan compartido
son necesarios al corazón.

Y estar aquí
fuera del miedo y las tinieblas,
hermanos
en la noche que une
lo más hermoso con lo más callado.







Poema de mi muerte

Oscurecido voy
a manos de la muerte.

Nada le llevo, nada
arrancado a este sol, a estas arenas,
o cuidadosamente
guardado para mí, para después.

Haber estado en el amor.
Haber mirado ríos, rostros, cielos.
Haber hablado con los otros
y haber hablado a solas.
Haber seguido haciendo
cuando ya no importaba.

Oh, ni tengo de mí más que unas pocas
referencias efímeras.
No sé de dónde vengo, qué papeles
registraron mi nombre, ya olvidados,
qué historias sucedieron
o qué preguntas hice.

Y si había en mi vida
algo que fuera eterno,
tal vez lo di, tal vez me perdió.







Preguntas

Algunos poetas me hacen llegar
sus libros, sus cartas, sus biografías
y fotografías,
las nóminas de sus distinciones,
las fotocopias de sus declaraciones
y sus poemas inéditos.
Y yo me digo: ¿qué tengo que ver
con estos poetas tan producitivos,
eficaces y dinámicos,
tan descollantes de personalidad,
tan seguros de sí, tan convencidos
de haber encontrado las palabras
y las claves definitivas?
¿Y qué tengo yo que ver con esos
otros, los nostálgicos, los que se
jactan de sus penas y me endosan sus importantes fracasos?
¿Y qué con esos otros que vociferan sus amores
y se abrazan en público con sus mujeres y sus
hombres, con sus ciudades, sus consignas, sus banderas y sus dioses? 
¿Qué tengo que ver yo con esos poetas,
yo que soy tartamudo,
yo que estoy aterrado,
yo que perdí mis señas
y no tengo camino ni memoria
y apenas sobrevivo?





























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