sábado, 30 de julio de 2016

Griselda García


Griselda García (CABA), Ahora, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2016.





















El dique



En las últimas vacaciones Papá
construyó un dique en el río.
Le llevó toda la mañana.
Cuando terminó, el sol
había bronceado su espalda.
El agua nos llegaba a los tobillos
nos metíamos en zapatillas
para que los pies no dolieran.


En ese mismo río esparcimos
sus cenizas pocos años después.


Mamá llevó flores y una botella de vino.
No había nadie ese día
solo un hombre acostado en la arena
que al ver la botella gritó de satisfacción.


A Papá le hubiera gustado, pensé
y entrando al agua rompí el dique.












Creer para ver



I


El primer día el cielo se oscureció
empezó a llover un agua tibia.
No enciendas la luz, dijiste
para qué si ya vimos todo.


Había amigos en la casa, los tomé de un trago.
Madres creadoras:
nunca imaginé tal ostentación de carne.


No fue difícil trepar a tu espalda
Lo difícil fue estar a la altura, no retroceder.


Siempre creer, decías, pero perdiste la fe.



II


Cuerpo mío
aprendiste del mar a caer y levantarte
fuiste llenado y vaciado por y para ellos
para hacerlos más hombres cada vez
con la insistencia del mar te ofreciste
te fustigaron en tus avatares
en cada fase de la luna y sus ciclos
cuerpo mío, te hicieron hablar
tus secretos parieron locos nuevos
no es sin riesgos la escucha.


Ante un cuerpo de hombre sólo siento gratitud.












Modelo en estudio de pintor



Ansío el roce del lápiz contra el papel
la caricia del pulgar que esfuma el trazo.
Voy a esperar que prepare sus cosas
que despierte el ojo que todo lo ve.


30 minutos. Su rostro filtra sudor.
Me mira y es como si viera
más allá del más allá.


45 minutos. Un mosquito hunde su trompa.
El poro se rebela en hinchazón.
El isquión lucha por adaptarse
un deslizamiento mínimo
que atenúe la molestia.


50 minutos: Abre los ojos.
La menor tensión del músculo
cambia la pose, el rictus es otro
nuevo y distinto.


60 minutos. La mancha de vino en la pared
se convierte en un espía a quien llamo Dimitri.
Con él dialogo en la duermevela.


75 minutos: No muevas la mano, por favor.
Los huesos del coxis gritan desde su caja.
La inmovilidad que parecía un descanso
se vuelve una jaula en la que estoy atrapada
en la que ya no busco estar cómoda
sino atenuar el dolor.


A través de los párpados la luz cambia.


Al final, la disciplina hace la vida más fácil.
A una orden suya podré moverme
pero eso no me hará libre.












I. El pintor



Cuando esa mañana ella
abandonó su túnica
yo aparté los ojos.


Hubiera dado diez años
por reconocer sus detalles
y dibujarla con paciencia.


No podía, como antes
mover el pincel durante horas
mi cabeza flotando sobre océanos
y levantar la vista para captar
el paso de la luz en el mediodía de verano.


Sé lo que hubiera dicho mi maestro.


No voy a condenarla a la chatura del papel
voy a darle dimensión de vida, la mía
y amarla.











II. La modelo



Cada jornada sos vos el modelo y yo la que absorbe
mil detalles de placer en tu figura.


Esas mañanas te veía
entornando los ojos para captar
la incidencia de la luz, las sombras
recortándose en la trama de mi piel.


Me costaba mantener la quietud
cuando te acercabas para reconocer
cierto pliegue, algún matiz.
Hubiera querido tocar tus manos
tus dedos con el tizne del carbón.


Que tus ojos se hagan de agua y pueda beberlos
que no veas más que mi cara en otras caras.


Te amo aunque no lo sepa
todavía.


























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