Gustavo Caso Rosendi (La Plata, Buenos Aires), Lucía sin luz, El Mono Armado, CABA, 2016.
Colaboración de Javier Saleh.
“Esa flor que está naciendo,
ese sol que brilla más,
todo eso se parece,
a la sonrisa de mamá...”
Palito Ortega
Hoy tu voz está oscura
como el goteo de una caverna.
Te paso la mano como si limpiara
un mueble viejo. Pongo una carpeta
al crochet y ahí encima, un adorno.
Para que vuelvas a estar,
a ser hermosa.
No hay nada más terrible que su arrasadora
visión, como si los cordones de mis zapatillas
estuvieran desatados. Como si hubiera hecho algo
que no tuviera perdón.
No hay amor, ni recuerdo. En sus ojos no hay hijo.
Me teme como a su padre. No me necesita.
Sí, sabe mi nombre y lo repite como si invocara a Cristo.
Pero cuando acudo a su llamado no soy ese que
que se presenta al pie de la cama.
Ella todavía tiene
algo en su vientre
que no sale.
Atada en una cama, ojos de niña perdida
¿Sos vos? No sé qué contestar.
Le digo, por decir, no muy convencido
Sí, soy yo. Y ella me dice no me dejes.
Pero es que aún no me he ido –le respondo–
la que te estás yendo sos vos.
Y ella otra vez se va, antes de que yo consiga
dejarla. Tiene la misma mirada que tenía
poco antes de alumbrarme.
Los mismos dolores, pero ninguna luz.
Hoy no es tu día.
Ningún día es tu día.
Quisiera aconsejarte.
Decirte que aún sos joven y todo eso
que se le dice a una hija enamorada.
Porque al fin de cuentas, siempre he sido
tu padre, madre.
Hoy no es tu día.
Tampoco el mío.
Los dos estamos en esos días
en que ningún día ya es nuestro.
Colaboración de Javier Saleh.
“Esa flor que está naciendo,
ese sol que brilla más,
todo eso se parece,
a la sonrisa de mamá...”
Palito Ortega
Hoy tu voz está oscura
como el goteo de una caverna.
Te paso la mano como si limpiara
un mueble viejo. Pongo una carpeta
al crochet y ahí encima, un adorno.
Para que vuelvas a estar,
a ser hermosa.
No hay nada más terrible que su arrasadora
visión, como si los cordones de mis zapatillas
estuvieran desatados. Como si hubiera hecho algo
que no tuviera perdón.
No hay amor, ni recuerdo. En sus ojos no hay hijo.
Me teme como a su padre. No me necesita.
Sí, sabe mi nombre y lo repite como si invocara a Cristo.
Pero cuando acudo a su llamado no soy ese que
que se presenta al pie de la cama.
Ella todavía tiene
algo en su vientre
que no sale.
Atada en una cama, ojos de niña perdida
¿Sos vos? No sé qué contestar.
Le digo, por decir, no muy convencido
Sí, soy yo. Y ella me dice no me dejes.
Pero es que aún no me he ido –le respondo–
la que te estás yendo sos vos.
Y ella otra vez se va, antes de que yo consiga
dejarla. Tiene la misma mirada que tenía
poco antes de alumbrarme.
Los mismos dolores, pero ninguna luz.
Hoy no es tu día.
Ningún día es tu día.
Quisiera aconsejarte.
Decirte que aún sos joven y todo eso
que se le dice a una hija enamorada.
Porque al fin de cuentas, siempre he sido
tu padre, madre.
Hoy no es tu día.
Tampoco el mío.
Los dos estamos en esos días
en que ningún día ya es nuestro.
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