sábado, 14 de marzo de 2015

Alejandro Méndez




Alejandro Méndez (CABA), Pólder, Buenos Aires, Bajo la luna, 2014.




















Un cuáquero en la corte de los milagros

La educación sentimental
fue un título con abandonos documentados.

La educación sentimental
fue pura vocación crónica y automedicación.

La educación sentimental
requirió posgrados y maestrías.

Sentimental,
la ambición por el mar proclamada desde la orilla.

Sentimental,
la disposición del repertorio de nombres propios.

Sentimental,
la nota más alta en el karaoke.

Mi educación sentimental
fue como el grito de guerra de los esquimales, en silencio.

Mi educación sentimental
fue como el rezo secreto de los ateos.

Mi educación sentimental
fue como el ave fénix, pero mis hombros no cargaron el cadáver de mi padre.

Educado
con el metrónomo de las pasiones menores.

Educado
en la creencia del dios de la simetría.

Educado
para mirar el Rubicón sin cruzarlo.

Una educación sentimental
para poder contarla y despuntar el vicio por los aforismos.

Una educación sentimental,
ahora que la lírica está muerta y hay déficit de laúdes.

Una educación sentimental
revisionista y autoindulgente para llorar a secas.

Sentimental,
la mano que escribe ajena al cuerpo que la sostiene.

Sentimental,
aun leyendo los diarios o sacando la basura.

Sentimental,
en los 0.4 segundos de la sístole y otros tantos de la diástole.

Tuve una educación sentimental
con temblores como un cuáquero del siglo XVII.

Tuve una educación sentimental
jacobina en las despedidas y garantista en el placer.

Tuve una educación sentimental
supersticiosa a la manera de los pigmeos.

Fui educado
por la didascalia homoerótica de mis tías.

Fui educado
en el dojo de un cinturón negro para aprender a caer con elegancia.

Fui educado
para ser paciente como un filólogo con su piedra Rosetta.

Sentimental,
por las mañanas separando las hebras del té.

Sentimental,
el tarareo del estribillo de esta canción.

Sentimental,
la diáspora de amantes.









viernes, 13 de marzo de 2015

Paula Jiménez España



Paula Jiménez España (CABA), Paisaje alrededor, Bajo la luna, Buenos Aires, 2014.















El Huaico 


                                                         a Macky Corbalán 




Chillan cada mañana
entre las hojas verdes y difusas
del aguaribay. Enredadas en ellas 
nos hacemos testigos del cortejo
del revuelo que acaba con la danza
de esas cotorras volando hacia el vacío.
Más tarde vuelven, o son
otras iguales, interminablemente repetidas
entre las ramas donde se escucha al viento
descender desde el cerro.
Miro los picos bañarse de una luz
limpísima, la misma que al caer al lado nuestro
ilumina el detalle. Miro el agua
correr por su canal y la escucho arrastrando
la multitud de hojas que son gotas
separadas del hielo. Y veo el césped
y sobre él al hombre de sombrero
que trabaja con la cabeza gacha y que sonríe
cuando paso. Veo el camino ir
hacia la altura y volver en el suave desliz,
en la alargada promesa de la sombra
que al fin se desvanece. Los cuises
a los saltos por el pasto, el bramido
del toro que retumba
en la tierra, el zumbar de una abeja
el colibrí incansable suspendido: nada está quieto
acá, ni la maleza, por cuyas hojas
pasan una tras otras las hormigas.
Si miro el suelo veo
la andanza del insecto, el micromundo
organizarse debajo de las moscas
que en círculos recortan el silencio 
aparente de la tarde. Escucho el aire
mezclarse con el agua y el murmullo no cesa
no va hacia ningún lado
siguiendo una corriente que no busca
más que afirmar su ser en la caída. Su forma de no ser,
su pasado de nieve transformado en blandura,
en transparencia. Fuerza sutil, el agua
que tira hacia delante unas truchas pequeñas
llamadas arco iris.
Tan diminutas son que hasta parece
que nunca crecerán
pero la inmensidad que en ellas también es
y las rodea
avanza a su favor. No retrocede
y se hace manso el tiempo al empujar
ligero, imperceptible, en su canción
hasta el final. 








Derrumbe 
Poema 12 


Japón 


La tierra no da más. Los caminos se abren y se tragan
la vida breve. Esto es temblar. La estabilidad perdida.
Porque la tierra no da más, mi amor. El pecho abierto
como un león cazado, los colmillos inútiles, inútil su fiereza.
¿Resistirse? Aunque te aten de pies y de manos, aunque contenga
una pared el viento
se escaparía, de cualquier modo. Entonces, ¿con qué sentido?
¿cómo pedirle a la tierra que obedezca
al destino maleable
de las cosas pequeñas? Y más aún, me pregunto
mirando la luna desde mi cuarto, sola: ¿cómo puedo esperar
una quietud así de mi propio corazón?









Costa marsupial 



¿Por qué no puedo escribir algo que resucite a los muertos?
Patti Smith 




Sobre la arena estábamos. Yo pregunté:
¿cómo deja de latir un corazón?
¿cómo es posible? El sonido del mar
convirtió en muecas
vacías mis palabras. ¿Cómo es posible?,
repetí. No dijo nada.
No conocieron alimento, aire
las criaturas perfectas que nunca develó
delante mío. En medio de la noche, silenciosa
las acopió su corazón secreto.
Yo vi al amor, dije después, se iba tapando
como la luna en noches nubladas por la lluvia.












jueves, 12 de marzo de 2015

Javier Martínez Ramacciotti






Javier Martínez Ramacciotti (Córdoba), Alto mediodía, Llantodemudo, Córdoba, 2014.



















parir pare cualquiera
lo que estás diciendo
no tiene sentido si vos y yo sabemos
que nacer es cosa de otros tiempos
todo futuro será peor mientras tanto recordemos
cuando las cosas aún nacían,
era como si cada pequeña parcela de tierra
contuviera la respiración y exhalara más tierra
era como si
cada pequeña fuera más grande que el segundo anterior
y más chica que el venidero el cambio es el cambio
que es una forma de parir, te acordás?
pero respondeme te acordás? decime que sí decime
que no
decime algo no te quedés ahí con la boca cerrada
llena de palabras como tumba común de fetos
que no eran para este mundo que no eran
para ninguno.
















si los tribunales si la casa de gobierno
si el árbol podado cómo
como se usó hasta hace tres minutos
en el barrio alto
si el edificio si la casa si la mesa si el piso si
se caen y no hay
en todo el diámetro de la tierra
nadie para oírlo
hay
ruido?
 


 

cada desastre tiene una nota
emancipada de sus ruinas.













vos no elegiste estar parado ahí
el azar es el nombre que le das a tu incertidumbre
la etiqueta que le ponés a tu gesto de estar moviendo la cabeza
de un lado a otro tratando de registrar un muestrario para el que no tenés
nomenclatura a mano, azar es lo que te repetís para convencerte
que aún sin haber sentido ni flechas señalizadoras las piedras en el suelo
trazan un camino, o dos, o muchos.
como sea, vos no elegiste estar aquí pero tampoco allí, ni así ni asá.
levantás la cabeza frente en alto las manos como viseras para poder ver
y te movés hacia cualquier lado porque el movimiento
                                                     / es lo único que corrobora
que aún, eso, precisamente,
que
aún.



















miércoles, 11 de marzo de 2015

Diego Colomba







Diego Colomba (San Nicolás, Buenos Aires/Rosario, Santa Fe), Desaire, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2014.



 Colaboración de José Villa.















Desaire



Mi mirada se pierde
un instante
en las espigas
altas y amarillas
del campo.

En otro tiempo
ese llano encendido
me mantuvo ocupado
entre esperanzas
y desazones.

Hoy apenas son guiños
burlones de las espigas.

El viento las atraviesa
y deja claros
entre una y otra.

Nada
es lo que siempre sostuvo este aire.











Año nuevo



Los restos del maíz
se acumulan en la troja
para volver a arder.

Papá los junta
con balde
y a pesar de los retos
los dilapida mientras asa.

Como pastos secos
crepitan los marlos
en la parrilla.

En un descuido
del asador
(fue por el calendario
del año que se va
para quemarlo)
probé el vaso
translúcido
que abandonó
en el tapial
y tuve que beber
el agua fresca
del pico de la canilla.

Papá arde
al calor de las brasas
y del alcohol:
revive el fuego
con otro fuego.
Las mujeres también
se cuecen al sol
del mediodía
recostadas en reposeras
con sus corpiños caídos.

Yacen en medio
de un parque raleado.

Nosotros serpenteamos
bajo la parra y las galerías.

Vamos por el agua
tibia hasta los tobillos
de la pileta de lona
pero nos echan
como a cuzcos
con un grito:

¡Ustedes tienen
la sombra!











martes, 10 de marzo de 2015

Silvia Japaze




Silvia Japaze (Tucumán), Leve, Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2014.

Colaboración de Fabián Soberón.
















Hablo con mi sombra a veces


Hablo con mi sombra a veces,
cuando más se aleja.
Hablo con las plantas, al regarlas
y al despojarlas del polvo o de sus hojas muertas.
No sé hablarles sin tocarlas o servirlas
ni indagar en mí sin atenderlas.
Hablo con la lluvia
y me sincero.
Tampoco sé fingir cuando hablo con la lluvia,
ni esconderme con la piel mojada.
Conozco mis maneras de no estar
y las invariables maneras de volver.
Los pasillos del silencio que transito
como yendo a casa.
El mínimo estremecimiento
que resiste mi regreso en las cosas.








Recuerdo

Recuerdo
el color desnudo
de tu piel arena,
mi sed
en la eterna siesta de tus brazos.
Recuerdo
el susurro del viento
entre los sauces
y la almohada nuestra,
su verde perfume al dormir
y ese buscar
en tus ojos
mi agua fresca.
Recuerdo
cada cosa
que no viví
contigo.