jueves, 27 de agosto de 2015

Diego Bentivegna



Diego Bentivegna (CABA), La pura luz, Cabiria, Buenos Aires, 2015.

























De "La loca croata" 


[...]

(Al salir de Istria).


Como de las ventanas de los trenes que salían de Zágreb
en las madrugadas eslavas, que salían de Búdapest
en las noches melancólicas magiares,

como en las formaciones que partían
en las mañanas heladas de la estación de Trieste
de las cuevas de hierro de Údine o Milán,

ahora yo ya no veo
nada de ciudad desde los rieles:

solo unas tapias marrones, unos ranchos
que se fugan por el borde de la vía;
muros sin revocar,
obras en construcción, ladrillos,
montículos de arena, sacos
de cal, cemento;
óxido, carteles, autos
volcados por los que asoma el pasto
que crece entre los hierros;


una retama que se dobla con el viento,
un tallo que persiste en un paisaje
de Marte, en un desierto.

Porque están todos muertos
yo me visto de negro.
O tal vez sean ellos, mis difuntos, 
los que dejan por las noches
en mis cestos
su ropa oscura. 











Yo no tengo otra cosa que ponerme
que no sea mis polleras oscuras,
mi ropa negra.
Tengo además un pañuelo gris:
con él me cubro el pelo,

lo llevo incluso en verano,
y estoy en una aldea de Sicilia,
y estoy en los caseríos
de los Apeninos o los Prealpes
donde vivieron los hermanos,
y estoy en un pueblo polaco de judíos:

atravieso esos lugares marrones
sobre mi carromato. 











Desde el vagón veo cómo pasan
las cosas por el borde;

acaso no sean ellas, o sean sus imágenes.
No las puedo tocar, apenas puedo
verlas: el pasto amarillento,
las familias de perros,
la pelota que patean las criaturas,
el agua abandonada, el árbol
doblado, que no sé distinguir
con un nombre

-(¿un limonero?
¿un árbol de naranjas?
¿una planta de limas?)

un tronco
vencido por el peso
de su fruta o la lluvia-






un ómnibus quemado,

una iglesia evangélica, las primeras

vacas de la llanura
silenciosas y quietas, vacas sabias,

un carro con su carga tirado por caballos
entre las zanjas muertas. 








Me cubro toda de negro.
Yo no tengo otra ropa,
no tengo otro vestido.

Sólo esa ropa negra: se confunde
muy fácil con los trapos
que recojo a la tarde, en los campos baldíos,

entre las cosas que la gente tira a la basura,
lo que se junta
sin la menor piedad
en las esquinas.

Una sustancia simple, la materia
desnuda, los restos,
las cosas, los objetos. 
Me voy armando así,
con estos puros trastos






Unos cuantos minutos
de tren y se abre el campo:

un llano luminoso que en verano
es un pueblo movedizo de luciérnagas,

un plano en el que juegan los conscriptos
batallas falsas, guerras de juguete.

Campo de Mayo. Chingolo. La Tablada.

Voy en el tren y escucho
de repente el ruido de la guerra, las balas,
los cañones,
el canto de los pájaros como en Europa
en la llanura fúnebre, 
los helicópteros con su vuelo de pájaro rasante,

los chicos que descasan en la tierra.






Me visto toda de negro,
soy la loca croata;

me muevo como un zombi por el barrio.

Puedo rezar por horas,
desgranar el rosario en croata,
en griego, en italiano.

Rezo ante un Cristo
tallado con cuchillos en madera:

mi Cristo roto cubierto con un trapo.




[...]

















miércoles, 26 de agosto de 2015

María Lanese



María Lanese (Italia/Rosario, Santa Fe), Ancora, edición bilingüe, Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2014.


Colaboración de Jorge Santkovsky.














Mundana

I


Vive de señas
habla en tonos de agua
decora su mirada
sembrando agujas.
Habita algunos propósitos.
Cruje a veces
cediendo lugar
dejándose acunar por el mundo.



II


Redime sus intentos
con parábolas sin voz.
El pasado alude entonces
a algún vértice impreciso.
Se desvive.
Suele dejarse llevar
por un mundo en espera
habilitando ensayos
entre una sed y otra sed.

 






Mondana

I

Vive di segni
parla nelle tonalità dell’acqua
abbellisce il suo sguardo
seminando aghi.
Abita su alcuni scopi.
Scricchiola a volte
cedendo spazio
lasciandosi cullare dal mondo.

II

Redime tutti i tentativi
con parabole mute.
Il passato rimanda, allora
verso qualche vertice impreciso.
Si prodiga.
Si lascia portare, a volte
da un mondo in attesa
abilitando saggi
tra una sete e l’altra.























































martes, 25 de agosto de 2015

León Romero




León Romero (Mar del Plata), La máquina de vivir, El Ojo del Mármol, Buenos Aires, 2014.
























Dormir, 
que el cuerpo olvide 
salir hasta la orilla 
donde todavía hay niebla 
irse lejos 
ser anónimo 
ignorarlo casi todo 
para olvidar esa tristeza 
que vive en las cosas grandes.












Los ruidos de la noche se extienden y se pierden 
como el golpe de un palo sobre el cuero de un tambor; 
afuera peligra el mundo sin nadie que lo use. 
La ciudad ha roto su collar de transeúntes 
y parece frágil, como un nido en el hombro de una estatua. 
Cuando las ventanas encaucen el alba, 
este fantasma colectivo recobrará su maquinal rutina 
de signos y valores. Yo, que ahora estoy despierto, 
¿quién soy mientras veo cómo se forma la ciudad?












R.I.P.

Ni el ruiseñor de Keats 
ni el último lobo de Inglaterra 
decoran estos arrabales. 
Aquí, una flota de moscas kamikazes 
y una jauría de perros que aúllan en la calle 
se mezclan con el ruido 
que hace tu pequeño ratón blanco 
rascando en la viruta. 
Lo miro mientras fumo y tomo whisky 
con la ventana abierta, 
pensando en qué hemos hecho mal. 
Vos dormís, en una cama improvisada; 
has engordado, al igual que mi amor, 
que los tatuajes de tu piel, 
que esa vieja remera que usás 
cuando querés que las cosas se arreglen. Pero este silencio 
es necesario para que sigamos unidos, 
para que entendamos que el futuro 
siempre llega cuando muere alguien.












Si los animales hubieran anticipado la tormenta 
habríamos podido salvar lo puesto 
para que la desnudez de pronto no fuera una cosa tan fría. 

Si hubiéramos sembrado en el camino señales 
no estaríamos perdidos en una noche tan larga, 
donde no nos reconocemos a menos que gritemos de cerca. 

Tarde o temprano, el último de nosotros 
habrá de recordar que estás cosas ocurrieron. 
Pensará, “así tenía que ser”, 
porque hay un destino o porque las dijo un dios. 
Qué importa sufrir ahora, me digo 
si será mi cuerpo polvo o un árbol en flor.




















lunes, 24 de agosto de 2015

Sebastián Hernaiz





Sebastián Hernaiz (CABA), El prejuicio del sexo, Vox, Bahía Blanca, 2014.





















Asado
 
Parece domingo
en la mesa de asado a las cinco de la tarde, se hace atardecer
este mediodía extendiéndose.
Voces conversan,
atardece, domingo
en mesa de vinos, parece continúa
en carne fría, mayonesas. La charla
se agudiza en lo que hoy de los setenta
todavía, y en lo que hoy de hoy no aún pero la carne está
feteada en tabla de madera
y todavía hay coca y ron y whisky
para acompañar la picada.















Repelente
 
No hay mosquitos en el Tigre. El río
está bajo, hace días que no llueve.
Nos sorprende
en nuestras pieles lechosas
el sol seco de media tarde. De nada
nos protege el repelente, la piel
pica de mera incomodidad con el mundo.
Somos adictos a un par de alicientes. Las mujeres,
la mujer, noches ebrias, dos canciones.
No hay repelentes que resistan
al precipitado pasar del día a día. Va a llover pronto,
el río va a crecer. Vamos a quedar por siempre
en esta piel, en esta isla que late.

















Separación
 
Y ahora qué hago con las cosas
como la forma en que guardabas las galletitas
para que no se me humedecieran, con la forma
en que cuidabas que hubiera siempre
agua en la heladera. De sed se agrieta el mundo:
el agua tibia de la canilla deshidrata, me seco
ahora, con las botellas tiradas en cualquier lado,
las galletitas humedeciéndose porque no sé,
no sé. Me evaporo.
Una chica tiene que ser muy linda
para saber guardar con gracia galletitas.





















domingo, 23 de agosto de 2015

Aixa Rava



Aixa Rava (Tierra del Fuego/Buenos Aires), Barda, Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2014.





















Corazón de aire

Mamá hace pan
como yo dibujo con crayones la pared
—así de fácil 
como mi hermano ríe 
desde la cuna cuando la ve 
—así de natural 
como si fuera panadera 
y no maestra. 
Gira la masa, 
la dobla sobre sí misma, 
engendra un corazón de aire 
y lo presiona 
con la intensidad de una caricia.

La mesada se templa para recibir la harina, 
dan ganas de acostarse encima 
con la panza desnuda
—la tibieza del pan se huele cinco horas antes. 
Mamá hace panes trenzados, 
como varas, como hogazas, 
con cruces o rayitas, 
panes integrales, 
de leche, con semillas 
y agua de azahar para las Fiestas. 
Nunca le salen igual —eso ya es regla—
“a ojo” siempre dice 
y todo, todo le queda tan rico.

Cuando los bollos están 
engordando bajo el repasador 
y se renueva la advertencia de no entrar 
a la cocina, yo le voy avisando a mi estómago 
que se prepare. Con Tatung no nos alejamos 
ni dos pasos de la mesa.










Mandala

Pintar la flor antes de la curva.
La flor, la curva.
Una curva es una vuelta 
una esquina es una curva.
En una esquina te encontré
—en esa vuelta curva del tiempo—
fui la flor
y vos la curva.










Desterrados

Un momento que parecía irrepetible 
embriaga el estómago con su vaivén.

No podemos esperar un giro 
una migración 
la estación señalada.

No somos golondrinas 
como creímos.