domingo, 6 de septiembre de 2015

Vanna Andreini




Vanna Andreini (Italia/CABA), Salud familiar, El Ojo del Mármol, Buenos Aires, 2015.
















De "En marcha"





I
Continuo y persistente
el zumbido de los motores
impide mi hilvanar
recuerdos
cada semáforo
una pequeña multitud
se acerca a nosotros
minúsculo cortejo fúnebre
devorados
por el terco rugir
del tránsito metropolitano
rojo todavía rojo
sin compasión
mueven al arranque
embrage 1º y va 2º
el andar ritmado
conduce la marcha
de la palabra antigua
Riposa in pace
Riposa in pace.










VIII
Y cada tanto íbamos
vos nosotras
hacia tu amado
arreglábamos las flores
limpiabas la foto
nos pedías que le habláramos
eran pasillos infinitos
blancos de tanta luz
inundados de diminutas fotos
de flores sin perfume
como en un tren de pequeños
vagones
pasábamos corriendo
nos reíamos de los nombres
y luego
nos hacías callar
la paz
no sonríe como niño
calla y soporta
como adulto.










XIV
Te vi serena
ante la inminencia
de esa tapa oscura
sentí tu voz
antes del último clavo
sobre ti
sobrevolando mi cuerpo
entero
ese día
acostada
tomabas mi mano
miles las agujas
en tu cabeza
entera
me sonreías
vernos y no desbordar
en el dolor
allagare:
hacer lago
de lágrimas.










XIX
Nuestros respirares
en guerra
ocupan
los metros cúbicos de este aire
enemigos comunes
nos disputamos los olvidos
a enterrar.










XXVIII
En mí
se apilan
bellas muertes:
paisajes verdes
cortejos fúnebres
recorriendo a paso de hombre
la imagen distanciada
del dolor
sólo una me acongoja
el amante al lado del chofer
con el zapato amado en la mano
los ojos secos
sobre la árida planicie calabresa
non ti muovere
deja que el dolor se mueva
por tu cuerpo
y pase de tus ojos
a tus piernas
de tu garganta
al puño de tu mano
que asesta el golpe
sobre la ventanilla
y el rojo de la sangre te reaviva
toro furioso
aquí estoy.










    

jueves, 3 de septiembre de 2015

Ana Lafferranderie




Ana Lafferranderie (Montevideo/Buenos Aires), Día primero, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2015.

























Estabas frente al gran mundo, sólo viste
pequeños movimientos de un cuerpo agitándose.
Ese es tu acento, un detalle
te lleva a tantos lados
y no hay manera de regresar completa,
siempre algo tuyo se queda en otro sitio
desperdigándote.


Una ligera agitación te trajo
de vuelta a este momento, ves pasar
los diminutos peces
sobre un declive mínimo del agua, te vas
tras el reflejo de una rama elástica,
la travesía de una forma.













Nadie verá este andar,
deriva hacia el sonido de una antigua bisagra,
a ese lugar vaciado donde queda un baúl.
Ocurre adentro:
veo el sauce en la orilla
y aquel mantel extenderse bajo ramas.
Los pies se apoyan lentos en la arena
cada vez que en el cielo cruza la misma luz
y este calor depende de esas cosas. 
El hijo que imaginaba de la mano vuelve
cuando miro a mis hijos reales, así
cada asunto entrelaza, el sentido
nunca es el mismo, siempre es calma
un camino despejado por el que voy sin gestos
guiada por la movilidad del aire.













      Las nubes deciden lo que nos hace esta penumbra
                                                             Laura Wittner

Cada uno retoma su dirección, elige
un breve horizonte
apenas el sol queda detrás de nubes.
Sucede hoy, este vaivén del aire
el calor atenuado
los trayectos dispersos en la orilla.
¿Sentirse libre porque cede la luz?
Es solo un rato, parece conformarme
hasta que algo se mueve diferente.
Lo entenderías, por una sola nube
cualquier palabra que digo se oscurece,
cada pequeño acto cambia de intención.


El día vuelve a girar
o seré yo
que no logro quedarme en la soltura
o será el puro devenir, la condición
inestable de un momento.













Justo al final del muelle, entre turistas
una actitud despierta tu ironía.
¿Olvidás que buscabas alcanzar en un reflejo
algo que escape de tu forma tangible
y como esa mujer que simula un descanso
dentro del marco de un verano límpido
creíste capturar la claridad?













Vuelve mi voz, ¿qué persigue?
¿develar la inabarcable suma
lo que trajina el cuerpo, la raíz
de lo que digo, el sabor
de otras uvas en las uvas
y el ánimo de esa
pequeñísima hoja del árbol que cambia?
¿Qué es esta urgencia por nombrar?
¿qué marcas de la memoria empujan
detrás de lo que creo saber de mí?


Esta palabra vuelve a surgir en algún sitio
¿en qué agua?
y ese temor a quedar en silencio,
continuar  distraída
¿será el impulso que cada vez dispara
la insistencia de hablarme?













miércoles, 2 de septiembre de 2015

Cecilia Romana



Cecilia Romana (CABA), Poemas concretos, Cabiria, Buenos Aires, 2015.


















Marie
a Vitullo


Se me ocurría pensar que él no necesitaba nada, porque el mundo
estaba pendiente de lo que hacía o dejaba de hacer.
Pero esa tarde en Mountrouge, con la misma mano
que martillaba el bloque de mármol, me levantó la camisa,
la enrolló en mi garganta y se quedó mirándome,
sin ese apuro que mostraba siempre por hacer todo lo demás.
Tenía los ojos fijos, tanto que me dio miedo de que no
se animara a hacer otra cosa. En todo caso, lo inaudito era
que invadiera mi terreno: yo era la que iba ahí a mirar;
él, por ser mejor en cada cosa, no tenía derecho
a llevar a cabo un acto tan ordinario.

No hay manera de distinguir el Sena desde el taller
de Montrouge. Se lo oye y eso basta para reconocer que todavía
existe, que nadie va a morirse en la habitación de cuatro metros
por tres y medio mientras el río siga en su sitio y moje
los bordes sembrados de botellas y papeles inservibles.

Él no necesitaba nada: ¿por qué iba a hacerle falta algo
si tenía esas manos, esos ojos? Sin embargo,
se agachó y rozó mi mejilla con la boca entreabierta.
Hacía frío. No atiné a moverme ni siquiera por discreción.
Introdujo su lengua en mi boca y la agitó
hacia los lados, lentamente pero con firmeza.

No le hacía falta nada. Ni esa tarde en su taller,
ni después, cuando nuestra vida se convirtió
en un pasillo interminable. En cambio yo, en Montrouge,
volví a ser la de siempre: estoica, torpe, viva imagen
de Pascual Bailón en sus primeros años
como hermano de la Tercera Orden.












Crenovich
a Del Prete
(Línea 57)


Al contrario de lo que quiere la gente,
yo ruego que el colectivo
venga lleno cada vez que viajamos juntos.

Nosotros no tenemos nada en común.
Jamás nos hubiésemos conocido viajando.
Él vive hacia el norte; yo más al centro.
Ni siquiera nos coinciden los horarios. Damos
dos pasos atrás. Se agarra del pasamano. Yo
me agarro de él –no puedo hacer más: con suerte
le llego al pecho–. Nos presionan de todos lados:
entregar un libro en dos días; sus clases
de los viernes, y veinte albañiles que intentan
llegar temprano a casa. ¡Un pasito más!, grita el chofer.
Lo miran con mala cara, en cambio, su cara
es inconfundible: no está enojado, no está triste.
Quiere pedirme lo que no podría darle, Vení,
me dice con esa voz grave que usa a veces, y yo
me interno como una adolescente en el hueco
que hay entre su abrigo y la camisa verde musgo.
Lo abrazo. Él y yo no tenemos nada en común,
pero su corazón está en la punta de mi boca –lo
siento latir–, el colectivo va lleno, un bebé
llora adelante y nos quedan quince minutos
de algo demasiado parecido al amor.












Una línea en mil
Prati a Maldonado 


Él no la eligió. Fue al revés. Pero cuando se queja
de su insistencia,
algo en su cara dice lo contrario.
No puede mentirle. Ni ella a él. Tienen una naturaleza serigráfica:
lo que hacen se opone casi siempre a lo que dicen,
pero los dos comprenden de qué se trata esa técnica
porque la manejan.

Pueden pasar años sin verse. Quizás, ella se torna hosca; él,
indiferente. Cuando se encuentran, no saben bien qué hacer,
entonces, él la abraza y ella siente que podría morirse ahí mismo,
que su felicidad en la Tierra se justifica
en el momento humilde de estar uno ceñido al otro.

Él la quiere, no hay duda de eso.
Pero ella lo quiere de una forma, es decir, lo quiere tanto,
que si se lo dijera, arruinaría todo.












Marie
a Vitullo

La vida, al final, tenías razón, era el espacio que quedaba
entre verte y no verte.
















martes, 1 de septiembre de 2015

Anna Pinotti




Anna Pinotti (La Plata, Buenos Aires), De mala gana, La mariposa y la iguana, Buenos Aires, 2015.






















Hay más 
Después de comprometerse con la causa 
A causa de la incomodidad del instrumento 
Sobre las rodillas 
O del ejercicio de la gravedad 
Hay más 
En la sala ensayando las horas hasta altas 
Horas y siempre 
Hay más 
Por llevar en contra el peso que debería 
Estar a tono con el tono de la composición y no 
Desafinar en el estreno pero 
Hay más 
De uno que ejecuta de oído 
Una contramarcha 
Mayúscula para un mayúsculo proyecto 
De tal envergadura 
De tal erección 
Aseguró 
No fue organizado y nunca antes lo había sentido 
Así

Durante horas persiguió el objetivo 
Evitando donde patinar 
Me dijo 
Es sólo cuestión de posiciones 
Y siguió 
Entre las cuerdas 
Estirando 
Con eso 
Más adentro más
Hasta la costumbre más 
Arriba 
Abajo 
Boca abajo 
Más rápido más blanco 
Para distraerme 
De eso 
Tibio todavía. 














Sentí un alarido que no era animal 
En mi propia lengua y 
Cerré la ventana 
Lo irremediable del prójimo 
En mi propia lengua un animal 
Sentí 
Un grito que no era yo 
Para calmar lo que reclama 
Me dijo 
No hay que buscar más 
Esa huella 
A nadie pertenece o si 
Antes 
A alguien 
En la misma lengua 
Masticada 
Por ese alarido que no 
Ese prójimo que no 
Era un animal. 














Pero 
Supongamos le dije 
Ese 
Éste 
Animal nos compromete a todos 
Y no muerde 
Y no ladra 
Y tal vez nunca 
Supongamos 
El sentido 
En ese aire que se cuela 
Permanente 
Imposible seguir hurgando 
La realidad se esconde 
Me dijo 
Vertiginoso y en pleno desamparo 
Se escuchan las campanas 
Que no son campanas 
Que no son campanas.














Es arbitrario 
La derecha o la izquierda dijo 
No son opciones no son 
Direcciones 
Las circunstancias dependen 
De una maniobra 
Privilegiada aún en las peores crisis 
Sin embargo 
Con un pulgar se define quien licita 
Y quién licita 
Al borde del alambre 

Es una costumbre del cuerpo estar alineado 
Y no ceder 
A ésta contradicción subversiva 
Donde los términos superan 
Los intereses 
En hora pico 
Supuran 
Y la raíz condice 
Dice 
De mala gana 
Bajo el mismo dispositivo 

Sobre la conjetura 
Se espera 
Que asuma la longitud 
Del hueco la 
Profundidad y el peso 
Sustentable en una aspiración 
Entre los dientes
Nada 
Convencional del otro lado del convenio 
Bajo estrictas normas de seguridad 
Alternativas 
En el corrimiento que supone la vía 
Se puede ver 
De más 
Le dije sin explicarlo 
Hasta las últimas consecuencias.


































lunes, 31 de agosto de 2015

Marina Serrano





Marina Serrano (Quequén/Olivos, pcia. de Buenos Aires), Segunda fundación, Cabiria, Buenos Aires, 2015.



























I

Bulgaria es una historia.

      Delgada y morena juega con piedras
      eleva en oración restos de loza: todo lo que se quiebra
     –y es vida– corre a las manos brutales, ásperas, escondidas
en lo profundo
de Bulgaria

     se recoge el pelo
deja la nuca al viento en un lugar cualquiera
que nada representa
sino Bulgaria,

eso le viene a la cabeza,
Bulgaria
con piedras en las manos.








II

Yo, para tener una vida –dijo
la mujer que deja restos calcáreos en su derrota,
gotosa falange
lloradora de piedras–
para tener una vida
voy a esperar,
–brutal y morena, oscurecida bajo los talones–
los mismos acantilados
pueden echar soga entre las cosas.

Bulgaria,
de algún modo, siempre es esperanza. 









VI

Si llueve, y ella dijo que sucede a menudo
en Bulgaria, llueven flores amarillas,
no mentiría acerca de algo tan importante:
–la espora de mi primordio
fue una flor
que llovió en Bulgaria.

Las otras lluvias
de los otros mundos
perecen envidiar:
recostadas, alcantarillas mediocres y caminos,
suben por los techos para florecer, con su raíz
de piel.

Hay tormenta, el día es casi una tarde, y salgo a la calle:
llueve un mar de flores amarillas.









XIII

No hay paisajes lógicos en Bulgaria,
no hay lógica en ningún lugar
sino un absoluto parecido.

Sentir, aunque crea
pensar:
                Nadie conoce a nadie –hasta que amanece
                no hay imágenes en la ventana, y Bulgaria
                puede ser
                un hermoso camastro– y nuestros hijos
                hijos de la piedra,

porque no hay
más que piedras
en Bulgaria,
recuerdo de heladas y cardos azules
con flores
que nadie ama.  









XIV

¿Es posible la desilusión?
Ya te lo dije: no hay más que piedras en Bulgaria.