viernes, 12 de agosto de 2016

Maite Esquerré


Maite Esquerré (CABA), Nina nombre de guerra, Deacá, Villa Mercedes, 2016.






















Nina nombre de guerra

mamá cuando eras nina
cuando eras niña jugabas
cuando eras nina con un arma
había otra al nombrarte
muñeca clandestina
cambiaste el pelo la voz
se te cayeron los dientes
te ataban? estabas ahí? para ver?
caer? romperte en mil?












Efímera

ni siquiera es tuyo ese cuerpo
robado bajo cruces que no aprendiste
sobre el pucho la vida rezaba
la puta la jodida
hablaste del condenado
de lo intransferible
estoy prendida
la muerte es un sentimiento único












Vale casa

indolentes estos cadáveres
que se van dando la espalda
un verde suave achaparrado
al fin son livianas
nuestras casas
como destinos únicos
te metiste en mi boca
y tuve voz













Butoh


de espaldas
tiesa a un costado de la cama
se te ve el omóplato
la carne no encuentra lugar
en vos
no es el rezo tu sosiego
sino el pucho que escondés
en el baño
mientras los huesos
de a poco
se hacen protagonistas












La vida imaginada

me preguntás
si soy la que sostiene el chumbo
la guerra trae fotos sin olor
nos acostumbramos a usar
un solo sentido
se educa para la paz
los bolsillos rotos las palabras
no tienen gusto
me pinto de negro la cara
y salgo a la calle
no es bailar desnuda
sino la piel blanca
lo que me avergüenza
escribís cartas para morir menos
la radiografía…
un poema de artaud
si los hubiera
quiero abrazarte
pero te espío
hay chicos jugando a la pelota
y uno me apunta fuera de foco
sin carne
no hay cuchillo que clave





































jueves, 11 de agosto de 2016

Carolina Esses


Carolina Esses (CABA), Versiones del paraíso, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2016.


































Te habrás abierto un camino entre cañas


las manos fuertes, precisas

habrás visto todo más salvaje –los teros, las bandurrias

el humor amenzante de los patos–

te habrás sentado junto a un árbol, los perros atrás

muy atrás, con él,

tu vida te habrá parecido perfecta

como el círculo que dibujan en el aire algunas aves

–sostienen en su demora un rumor secreto–.

Con un suéter sobre el camisón envejecido, me dijiste después

entraste al mallín

y encendiste tu pequeño atado de papeles.

Viste chispear las hebras grises y negras

la fibra vegetal –¿o eran libélulas que flotaban

en el aire ciego, resplandecían?–

y tu gesto fue una súplica

una oración pagana porque creés

mucho más en la benevolencia de las estaciones

que en la voluntad de cualquier dios,

esta vida que siga su curso, habrás pedido

y después nada: el silencio de la noche

ondulante como un océano

salpicado de espuma galáctica.












Como la corriente lenta pero constante


que arrastra peces y aves marinas

como esa corriente

capaz de elegir por nosotros un destino,

el mallín nos llevaba hacia lugares que no conocíamos.

Caminábamos por el perímetro inundado

nos asombraba la voracidad de los roedores

cómo mordían con dedicación las cañas blandas

cómo las quebraban…

Veíamos nuestra sombra dibujarse

sobre la maleza tierna

flotante; no imaginamos –no podíamos imaginar–

que no había raíz ni cimientos

y abríamos las manos

pero en lugar de arcilla fértil sólo era tierra oscura

lo que se nos escurría entre los dedos cada vez.

El agua es generosidad, decíamos, abundancia.

No tuvimos en cuenta que podía ser desborde

pérdida, disolución;

salvo que fuésemos como esos juncos

tallo verde, hoja que nace

de la humedad y crece aérea, maleable

salvo que nos ofreciéramos

a la mordida filosa de los ratones

y nos transformáramos

en gozosa

fugaz celebración de lo que queda.












Nada cambiaba y a la vez


todo se volvía tibio más amable.

Las lavandas erguidas

militantes en su causa natural

como diciendo

acá el alimento, la casa;

el perfume de la salvia

el viento que dibuja el contorno

de pinos como iglesias.

Puedo verte: abrís ventanas

acomodás muebles, barrés

lo que fue dejando el día

todo es luminoso y no hay dudas

tu mano se apoya en mi espalda

mi brazo en tu nuca.

Vamos, vamos, decís

mientras suena Ben Harper

y marcás con el dedo índice

el rítmo de la música

si hasta los chimangos cantan

en la noche iluminada.

Cierro los ojos.

Te ofrezco, al fin

mi mejor versión del amor.












Pena de amor en una ciudad turística


Algunos días, como hoy, vengo sola al centro.

Busco el espacio vidriado de un locutorio

y me quedo unos minutos mirando la calle.

La parte invisible del mundo, pienso

–un hombre, una mujer, vos–

debe esconderse en esta guía telefónica

donde busco tu nombre

y la dirección donde solía encontrarte.

Prefiero caminos empinados.

Subir y bajar forma parte de mi recorrido diario.

Sin embargo hoy me detengo en una calle plana

estoy en los barrios altos

desde aquí se ven el lago, los cerros

si estirara un poco la mirada podría ver

incluso, la casa –queríamos un paisaje

pensábamos que se podía estar

como el árbol en el reflejo del agua;

pero aunque parezca que el tiempo se detiene

todo aquí sucumbe a su propio, extraño deterioro–.

La luz de la tarde desdibuja los contornos

y no se distingue el fondo de la figura que lo atraviesa.

Voy como el ciervo

la piel encrespada, el andar sigiloso

busco confundirme entre la sombra de las cosas

no hay nadie alrededor mío

y la noche se demora

como un insecto gigante sobre el lomo de su presa.

A veces tengo noticias tuyas.

Oís a lo lejos el mar, decís

y sobre tu casa vuela una multitud de aves.

Mi desierto te parecerá estepa gastada

piedra; el bosque, una maraña de hojas sin sentido

pero, ¿el viento blanco?

¿lo ves avanzar sobre tu llanura fértil

como una manada de incansable galope?

Yo, amor mío, alimento esa manada.












Antes, en el arenero


había encontrado la cadencia de unos versos.

Lo difícil era sostener el ritmo de las palabras, la música

sin perder de vista los pies inquietos del niño

sus manos trepadoras

–¿era esta la escena que imaginamos aquella vez

los pies hundidos en una orilla de piedritas

amansadas por el tiempo?–

Un bebé que duerme

un niño que tira su autito por un tobogán

y el juguete rueda

se mezcla entre ramas, flores, hojas secas

porque no hay nada profundo

acá donde caer

o quizás sí, una profundidad invertida

de nubes apelmazadas y a punto de reventar;

sólo que cuando llega el momento

de correr y buscar los juguetes

no hay rastros del auto rojo

se lo ha devorado

la cama vegetal que cuidó antes el juego.

Entonces nos vamos, con las camperas, el bolso

un bebé trepado a mis brazos, el llanto

–el auto rojo: perdido, los versos: perdidos–

corremos, así, bajo la lluvia

y estoy cada vez más cerca

y cada vez más lejos

de aquella escena

cuando presumíamos juntos

cómo sería el porvenir.
































miércoles, 10 de agosto de 2016

Anahí Mallol


Anahí Mallol (La Plata), Una ciudad, Malisia, La Plata, 2016.


























1.

no un pájaro
un pájaro cantor
que va de árbol en árbol pero
cuando llega la tormenta
no encuentra refugio un pájaro
que intenta
hacer nido en un balcón y es
rechazado con un palo
no un pájaro siempre temeroso
por la supervivencia
de sus pichones
o en los barrios
marginales un pájaro
que debe esquivar
las pedradas de los chicos
un pájaro de alas
sucias por el humo
de los autos de las estufas
no
en esta ciudad
ser un pájaro es
una condena.













2.

me habían dicho que la ciudad
sería mía un día y aunque
no entendía bien qué era lo que
eso podría querer decir vagamente
me imaginaba
que podría caminar
por todas partes sin miedo y
sin perderme
que la ciudad estaría ahí
con una respuesta pronta
para aplacar cada deseo que surgiera
que la ciudad se desplegaría ante
mis ojos mis manos mis piernas
como un libro troquelado
lleno de colores y música e incitaciones sutiles
un juego sofisticado o un
pasatiempo a medias erudito a la vez
mapa diccionario palabras
cruzadas y algo así como
un caleidoscopio amable
después pasaron los años y ahora
que la ciudad es mía
sé lo que mío quiere decir:
en esta esquina el primer beso
y en la otra cuadra una palabra de adiós
allá al norte la muerte de mi padre
en un lugar público y poblado de curiosos asistiendo
mórbidos y morbosos a sus estertores
ahogados al sur
el departamento que me gustó y no llegué a comprar
la iglesia a la que iba cuando creía
que el mundo podía ser mejor
y la casa de las mellizas donde se hacían las fiestas
y el gordito más piadoso nos hizo creer a todas
que éramos la elegida
el camino al aeropuerto y al exilio de un hermano
que se volvió extranjero en el centro
la casa de la infancia un mausoleo
de horror y recuerdos que evito minuciosamente
transitar al oeste la casa que construí
con un compañero que se fue y se llevó su mitad y muy
muy al este la casa del hombre al que más quise donde vive
con su mujer y sus hijos
mía esta ciudad
tan mía que quisiera
irme a un lugar
donde nadie me conozca donde nadie
hable mi lengua
para volver a
creer amar cuidar confiar construir
habitar una ciudad pero
esta sí
que permanezca
si hay dios
para siempre
extranjera.












3.

pero ocurre que una ciudad
tampoco es algo compacto y sobre todo
tiene sus bordes esas zonas
en que se va deshaciendo se va
como esfumando en esos
lugares donde ya no es
propiamente hablando ciudad pero tampoco
uno diría que es el campo ni mucho
menos
en esa zona de borde
esa zona sin nombre
donde hay más vegetación pero no todavía eso
que solemos llamar
naturaleza pero sí
un cielo algo más limpio una luz
que brilla como una pequeña esperanza
de algo más puro menos
contaminado o viciado o sucio
en esa zona digo
había, esta mañana,
mucha escarcha.













23.

y construimos una ciudad
sobre las ruinas de otra
desgastada despreciada
hicimos una nueva
brillante con
los materiales que creímos
más resistentes
más puros o más nobles
esas palabras de revistas
de decoración de diseño
y de arquitectos
sopesamos
cada nueva parte
cada minúsculo pedazo de construcción
la medimos la pulimos
la creímos
perfecta tal vez inamovible sino eterna
con esa eternidad de las cosas
buenas verdaderas y bellas
construimos la ciudad nueva
la dotamos de lo mejor que pudimos
encontrar
lo más cercano a una idea
de perfección o de humana posibilidad
y aún así
nos olvidamos
al construirla total y completamente
conforme y a la altura
de un deseo poderoso
de lo más elemental lo más
soberano lo más profundo:
la ciudad antigua que aún
yacía por debajo
y el suelo se movió
las paredes nuevas
se quebraron el piso
los techos perdieron
toda simetría y nuestra
ciudad nueva fue
otra vez la antigua otra vez
silencio muerte ruinas
y desolación.













25.

una ciudad es un mundo
de ciudades más chicas porque
alguien dijo que cada habitante
es a su vez una ciudad
y entre tanto desorden
urbano hay personas que se encuentran o tal vez
chocan y más que
como ciudades como planetas
miniatura las órbitas
por un rato coinciden y así
hasta que no
ya no
ahora la ciudad se levanta
amurallada fortificada
lo que quiere es
repeler cualquier posible o
imposible ataque de una
ciudad vecina.












33.

no el apocalipsis
no en esta ciudad
a lo sumo podrán verse
el fin de las personas y de sus refugios
perros muertos en cada calle
con los ojos comidos por los pájaros
y llenas de excrementos
las estatuas los juegos
las plazas
podrán verse incendiadas
algunas copas de algunos árboles unas fuentes
desfondadas unas casas
sin techos ni pisos ni ventanas y entonces
ya ni siquiera casas y no importan
otras cosas que podrían decirse los papeles
los libros volando como otros tantos
pájaros asombrados pero indiferentes
a nuestras pobres desgracias
pero el apocalipsis no
en esta ciudad
donde no puede verse
ni un
lívido o límpido
ni un
cielo devastado.













45.

no
si es lo que yo decía
al principio
desde el principio
no un pájaro
cualquiera un pájaro
con ganas de volar
de cantar tener su nido
con flores en algún árbol ver
de los huevos nacer los pichones darles de comer
enseñarles a cantar
no
ser un pájaro
en esta ciudad
es una condena.






































martes, 9 de agosto de 2016

Roberto Echavarren



Roberto Echavarren (Montevideo, Uruguay), El monte nativo, Juana Ramírez, 2016.



















La órbita elíptica 
estira lo que se ve, distorsiona
hacia el lejano oblicuo 
el cerca de un Apolo alejandrino,
gana lo lejano,
esa extrañeza salvaje 
que también está aquí,
una hebra de pinocha
resquebraja el hielo, 
una luz ciega al mediodía
ensancha las orlas,
circunferencias crecientes
aparecen al serrar el tronco,
el águila vuela en oblongos,
la voluta, el motivo, 
un torbellino nos revuelve y nos aparta, 
nos devora el maelstrom 
u ondea el feeling suave,
el juego manso de un ampo.  
La forma se deforma,
estira, encorva, 
una elipse apaisada
chorrea tangente
una lluvia de átomos.
Un termómetro  
en el remolino, eso somos,
caras que el viento rompe.