Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
domingo, 25 de junio de 2017
Cecilia Carballo
Cecilia Carballo (Tierra del Fuego/CABA), Hay tierra bajo mis pies, El ojo del mármol, La Tablada, 2017.
Tal vez
era mejor ser un iceberg
mostrar sólo una parte
no dejar que ningún viento me arrase
en plena armonía
con las aguas y las aves
hoy prefiero
ser el Titanic
un gigante que se quebró
y demostró ser vulnerable,
sumergida en el océano
permito que ingresen
dentro de mí
algas, peces y tiburones.
Como una campesina
en una cueva
a la espera
de que la lluvia cese
escuchando la bandada
de pájaros
que emigran hacia otros rumbos
aguardo el momento oportuno
para salir
que la púrpura niebla
me envuelva
correr por el bosque
sentir la brisa.
La habitación
vive en penumbras
dos edificios
le han sacado
su luz
intento ver por el haz
que entra por la ventana
unas plantas nacieron
casi sin agua
las hace
bailar
el viento
con sus tejidos verdes
la naturaleza
crea
entre murallas
sus poemas.
sábado, 24 de junio de 2017
Marcelo Rizzi
Marcelo Rizzi (Santa Fe), La destrucción, ebook, poesiaargentina.com, 2014.
tendidas de espaldas las mujeres
parecen más pequeñas
bajo la esquiva luminiscencia
de las linternas; a veces,
cuando una de ellas intenta
erguirse, adopta por un instante
la forma de un pesado animal
de la costa, mientras las otras
bajo su sombra apenas se mueven
o duermen de a ratos;
decirles que no nos iremos
con el último vaporetto del día
acaso ya no les baste; tampoco
que el abandono hacia un humo
fresco se enarbole precisamente
allí donde sus cierzos se confunden
con una desencantada alegría;
tal vez les importe más
aquella ligera amistad con vocablos
sicilianos que llegan extenuados,
deslizándose en ecos sobre
la superficie rugosa de las aguas,
su íntima relación con el contemplar
de lejos la demencia, como cuando
se arrojan los dados en la casa
y abolimos por ello mismo
todo el azar por única vez
al observar de cerca el objeto inerte
no sabemos si la belleza estuvo en el
movimiento, en la pausa o en el reposo;
esta indecisión crea por igual al ornitólogo,
al esteta y al experto en balística;
pero habremos por cierto de hacer notar
que es en el sueño donde todos tenemos
las más firmes convicciones, ya que las
dudas comienzan al minuto de despertar
–cuando la seda de ese presente vaciado
de todo futuro se adelgaza para desaparecer;
uno debería cavar túneles durante la noche
hasta encontrar una nueva fe en las palabras
que durante la vigilia dijimos con llamados
de larga distancia, para escribir mejores
páginas durante el viaje hacia el otro lado
del globo, dejar por fin constancia veraz de
la última cena, o simplemente seguir de pie
dentro del círculo de luz que nos dibuja la luna
a menos que el hombre se atreva,
en la galería del caserón con jaulones,
a soltarle la mano a la niña, podemos
conjeturar que la escena nos habla
de un padre y su hija recorriendo
el lugar que habitaron, el palacio que fue
para las miniaturas de los cuerpos la tarea
de envejecer el estuco, despintar el lienzo,
retratar en scorzo el perro que se acercaba
a la puerta a ladrar;
pero un leve movimiento de sus pies
levantando una nubecilla de polvo morado
y la mirada tal vez a través de la estrecha
cerradura, les cambia de perspectiva:
de pronto se distancian un poco y comienzan
a hablar de otra cosa, de algo más remoto
que se encendía con el calor de la siesta,
se apagaba con la brisa agria de un sauce,
para posarse después sobre los limoneros
más austeros de la huerta, como esos pájaros
sobre los hombres de Asís
imagen del cielo en la tierra que ardía
entre los árboles; dos muchachas reían
como si nada vieran –decías que por esas
cosas estaba todo aún en su lugar;
las barcas iban siempre hacia Sorrento
pero un espejo de mar hacía que todavía
estuviésemos frente al Cristo de Sopocani;
era, me decías, la afirmación de lo bello
sin sufrir el peso de lo absoluto,
mientras yo pensaba esa relación
pero de forma inversa:
admitía la cantidad
de sangiovese que progresaba
en el fondo de los vasos
–el calor del pan
y el calor de la mano
que otra mano a tiempo
habría de disipar
viernes, 23 de junio de 2017
Rafael Felipe Oteriño
Rafael Felipe Oteriño (La Plata, Buenos Aires), Viento extranjero, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014.
Todos, alguna vez, estuvimos en el Paraíso
El que observó a medianoche la espuma blanca del cielo,
el que oyó un galope prolongado en la estepa de la mañana,
los que presintieron la lluvia y se refugiaron en ella,
el pescador que aguarda el próximo pez que prenderá esa tarde,
el que recuerda el olor a café detrás de una puerta que no existe,
quien siente en la boca la primera palabra de un verso:
todos, alguna vez, estuvimos en el paraíso;
las manos lo tocaron y el pecho aspiró su aroma,
el Paraíso cedió por un instante –se detuvo allí–
alzó un vivac en el que cada fragmento coincidió con su parte:
las sombras con el árbol, el árbol con el camino,
el río de Heráclito con el río a secas.
En grandes círculos
Quedé varias horas mirando el humo girar sobre los techos,
la vida regresaba a mí en grandes círculos,
una nube era seguida por otra nube,
la luna no menguaba sino para brillar con más fuerza,
la confianza era bendecida por gotas de lluvia.
Una rama menos callada musitó al oído:
lo que no tuvo comienzo tampoco tiene fin.
En grandes círculos,
como las batallas en los libros de la historia,
como las fechas en la memoria de los más viejos,
como las notas de cristal de ese pájaro
que canta a intervalos y aclara el día.
Soñar con agua y con fuego
Volverse sabio:
decir dos palabras en lugar de ninguna
y una sola
cuando se escucha más fuerte la voz del abismo.
Recibir el día como una propiedad
y de inmediato devolver esa propiedad
a los que todavía no despertaron.
Observar el río correr dentro del río,
rápido como las nubes, persuasivo como las olas.
Sentir la dureza de la piedra y la docilidad del viento
y saber que ambos son argumentos de Dios.
Porque el viento sube a los techos,
y las ráfagas son montañas
y el cuerpo es una ráfaga que se deja llevar.
Volver al lago donde se hundió la infancia
y ver que en su bosque anegado está tu imagen.
Quizás el polvo sea una maniobra de purificación
en cuyo puente estamos solos, suspendidos.
Dar señales de cuál es el lugar
y al instante borrarlas
porque no son claras ni precisas
y todas conducen a un sitio que no es el lugar,
pero que lo anuncia.
Buscar abrigo en lo invisible y en lo callado,
soñar con agua y con fuego.
Andante
1
Puedo dejar que la hoja amarillee antes de caer,
que el gato continúe su siesta indolente,
que la pared se desgrane como una imagen del tiempo.
Comenzaron antes y seguirán después,
urdiendo combates sobre secas laderas.
Lo que no puedo es dejar de observarlos
y de unirme a otra alianza que no sea la suya.
Cautivo de galas que se cumplen sin reparar en mí,
yo las recibo como si hubieran nacido para mí.
No puedo rehusarme: mi deber es decirlo con palabras.
2
Hablo de "nieve" pero en mi país no hay nieve,
escribo "montaña" pero no he subido a ninguna,
menciono "grifo" y no hay hilo de agua
ni animal fabuloso bajo los pies.
Porque las palabras son fuentes, avenidas, excesos.
Dicen carbón y, al mismo tiempo, diamante,
dicen viajero y en su hospitalidad dicen agua.
"Relámpago" es mi palabra preferida.
Libra a la noche de la noche y a la hoja de reverdecer,
cruza el río, atraviesa el puente,
trae la llave aunque la luz derrame oscuridad.
3
Palabras que se aproximan como un rebaño.
Vienen de luchar con palabras de acero que dejaron atrás.
Yo estaré aquí para protegerlas,
pero sólo por un tiempo.
Porque no es posible establecer la paz definitiva.
Son necesarios el laúd y la pólvora para vivir.
Pedí que este viento
Pedí que este viento no terminara nunca
y eso es imposible:
las cosas nacen para sucederse, no para durar.
Es lo que marcan las estaciones,
los cambios en la piel
y esta misma plegaria a través de los años.
No permanecen igual: se suceden.
Incluso la propia imagen del viento
lo dice claramente:
lo que hay es cambio y nada lo frena.
De lo más cálido a lo frío
y del frío a la frialdad extrema.
El viento desprende las hojas,
que son otras, otras.
Contagiadas por esta lección,
las manos se sueltan de las manos.
Nada permanece:
ningún trabajo sobre la superficie blanca del mar.
martes, 20 de junio de 2017
Rosario Sanchez
Rosario Sanchez (Lomas de Zamora, Buenos Aires), Las piedras y el polvo, El ojo del mármol, La Tablada, 2016.
I. Runas
no querer usar la sabiduría
para predecir
y llevar dentro
estas marcas
quemaduras
imperceptibles
como las que deja el tabaco en la ropa
cuando pasa una brisa
XII. Viento
veo por la ventana de la cocina
un enorme eucaliptus
mi vista va por la mañana
a concentrarse
en sus ramas
vaivén del pelo de un árbol
que me acompaña hasta hoy
el reposar del sol
y las cigarras diciendo:
pronto va a pasar enero
y el viento va a contar esa única
verdad que,
como toda raíz asentada,
aún sigue esperando.
viernes, 16 de junio de 2017
María Laura Decésare
María Laura Decésare (Santa Fe/CABA), Somos lo que damos, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2015.
Coraza
La voz se quiebra
al tirar de la cuerda.
Una palabra lleva a otra,
sacude la espesura
y parte el cuerpo
en dos.
Revelación
Por las noches
un frío me desvela,
miro la puerta
que no se abre y me pregunto
qué te detiene
cada vez que arrojás la piedra
para luego esconderte.
¿Podremos vencer el miedo?
Yo estoy acá
y pienso en qué pasará
cuando vea en el fondo
de tu mirada
la joven que fui,
lo feliz.
Molde de base
El lápiz se desliza
por el papel madera,
traza una línea recta
y une a B con E
hasta la curva
decide de manera casual
dibujar un rostro.
Qué técnica nueva
hace y deshace el tiempo
para jugar con la memoria
y transformar en segundos
el pasado en presente.
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