Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
martes, 13 de junio de 2017
Carlos Cartolano
Carlos Cartolano (Mar del Plata, Buenos Aires), guíaLUCIANfreud. 33 óleos, El Mono Armado, Buenos Aires, 2016.
pincel espejo
te expresa el juego de luces lucian/ proyectás claros
cuanto trajiste y lo que llevo: un arte puesto de frente
es misericorde dicen
después el canal del brazo izquierdo
y en la punta del pincel los dos niños son gozo
juegan a encontrar la única palabra/ lucian no interesan
las herencias/ todo es hoy en el reflejo
el arte dicen es hendir en halos/ hurgar más allá
de propia imagen/ consiste dijeron en derrota de academias
y después toda tu vida habitar las herramientas
sos lucian y el reflejo sosiega calendarios/ del borde vas
a flote de cuanta luz quepa en el marco
es dicen el modo de existir
roles
cuál el modelo acaso yace el pinto desnudo y ella
viste de lucian/ sus pinceladas por doquier/ pisa
pomos y derrocha verde
es la pregunta por mirada
femenina/ quien desafía:
la lectora/ él posa
confiando sus formas a la mayor exposición
acaso es Celia/ en su cuerpo se entretuvo lucian
con los pinceles/ él será dawson otra vez pacientes
viviendo en paralelo/ dónde el pintor/ desde cuál arista
se trazó este marco
lumbre
ella es rosa en el retrato/ la persona auténtica
más real que el tacto en su visión/ con deseos y
temblores/ vello púbico axilar el sueño
que ocasiona el modelaje/ la prisión de sus piernas
por la sábana ella es rosa
favorita del pincel/ dios su padre: la paleta
si un color inunda la hoja en blanco hijas hay
que vuelven a alumbrar
porque la plástica es poesía
ella dice cuanto reste conocer
sábado, 10 de junio de 2017
Claudia Masin
Claudia Masin (Chaco/CABA), La siesta, La mariposa y la iguana, Buenos Aires, 2017.
Cómo es estar despierta mientras todos duermen en la casa
Yo salía en el acero de la siesta a recibir la quemazón. Si hasta me parece raro que no haya quedado impresa en la piel como la marca de un yunque, una señal de posesión impuesta sobre mí por el verano. Las raíces de los árboles pujaban por salir del asfalto, levantaban el cemento, mi pueblo le había robado al monte su territorio y el monte volvía siempre. En el baldío de al lado de la casa crecían las malas hierbas, ponzoñosas, las que la madre se había cansado de advertirme que evitara, porque traían la fiebre de los yaguaretés, que revolvía la sangre, la rebelaba, la misma fiebre de los esclavos que en las plantaciones, un día cualquiera, levantan la guadaña hacia sus dueños. Yo andaba igual entre los pastizales, para mí las hierbas eran siempre buenas, agarradas como estaban a los árboles, yo sabía que les quitaban la savia y los secaban, que eran parásitas y no dejaban que creciera la planta útil, la que se puede saquear, vender y comprar, una moneda de cambio entre personas, porque la civilización sí puede reducir a la servidumbre lo salvaje, hacer que coma de su mano, se amanse, entregue dócilmente su fiereza. Las malas hierbas no eran así, no servían para nada y volvían inútil lo que tocaban, se quedaban ellas con toda la riqueza. A mí me parecía que tenían más derecho. Que lo salvaje se coma lo salvaje, porque quien es manso a la fuerza, necesariamente enferma y muere de todos modos, y mejor morir en la propia ley que en una extraña. Yo caminaba despreocupada por entre la maraña de bichos desconocidos, alumbrados apenas un segundo por el claro que abrían mis pies entre los pastos, a veces me tendía incluso entre los tallos apretados como alambres y no había nada que temer. Comía del calor un alimento blando que se deshacía en la boca, una especie de pulpa que sacaba de las plantas, y estaba sola en el mundo. Pensaba, con los pensamientos pequeños de los niños, en cosas que me parecían importantes. Los pensamientos eran espesos como humo, intrincados, e igual que el humo de livianos. Yo quería escapar a una vida en la que pudiera tenderme bajo el sol y estar a salvo, ser hermana de los organismos minúsculos que me rodeaban, no tener otro impulso que el de ir hacia la luz, sin voluntad, quemarme sin resistencia cuando llegara el mes de la sequía, y que mi conciencia fuera fugaz y deslumbrante como el momento en que un fogonazo la consumiera finalmente hasta apagarla. En cambio, daba vueltas tímidas sobre la órbita de mis padres, una criatura domesticada y temerosa, una bestia mansa, transparente, que respondía a la voz de mando antes incluso de que la voz la llame, por si acaso fuera necesario ser más obediente aún, más obediente, para evitar la represalia.
El verdadero tesoro hubiera sido andar siempre como andaba en esas siestas: ser el animalito salvaje, sin dueño, que retoza sin temer que la mano del amo caiga sobre el lomo caliente por el sol, sucio de pasto y tierra, puro ante el miedo y por eso involuntariamente valiente. Pero la vida de un chico, se sabe, no está en sus manos. Al menos al principio, hasta que aprende. ¿Qué? Una resistencia que no pueda derrumbarse ante ninguna forma de violencia, una terquedad que lo salve de ser secado y extinguido para siempre.
Las verdaderas historias están escritas con esa misma fuerza loca y desmedida de la infancia: para resistir, y antes de ser escritas han pasado por los huesos y por las venas y por cada fibra del organismo de un ser vivo. Esas historias no pueden ser sino lo que son, no son alegorías ni símbolos, no establecen metáforas entre las cosas del mundo, son ellas mismas la metáfora que alguien lee en su propia carne, desprendidas del dolor o del placer o de la furia o del asco como la cáscara de una herida, como la pequeña capa que la protege insuficientemente y que ha de dejarla expuesta para que pueda curarse al sol, al aire libre, cuando sea el tiempo.
Cómo los yuyos, las langostas y los libros devoran las cosas útiles y necesarias y qué efectos produce su acción irresponsable
Los libros te meten ideas raras en la cabeza, se escuchaba en la casa como una plegaria o –mejor– un mandamiento dispuesto a extirpar lo desviado antes de que lo desviado se convierta en lo recto, en lo que sostiene el armazón de una personalidad y ya no es tan fácil desmontarlo como a una escenografía vieja.
Yo no podía estar más de acuerdo: eso buscaba en los libros, no la felicidad sino el choque eléctrico que sacude al cuerpo y lo revive, brutal como el que se le da a los que han entrado en la muerte por un instante y hay que traerlos de vuelta.
Cuando se empieza a hablar se pierde lo que tenemos de piedra. Cuando comenzamos a escribir, se recupera. Y en el medio, durante y después, leemos. Una piedra es la más permeable de las materias, yo lo sé porque las vi, a lo largo del tiempo, convertirse en otra cosa, cambiar sutilmente tragándose la lluvia o el sol en épocas donde ni agua para los animales queda, es decir, llenándose de lo que las rodea, sumando los elementos y las materias a sí mismas de tal manera que no es posible diferenciar dentro de ellas al limo de los efectos del viento, a la arena, la tierra, el barro, las partículas minerales de los insectos que han quedado inmóviles, atrapados en el interior del bloque en que se convierten, hasta que la erosión las desarticula nuevamente en diminutas piezas que ya no son la piedra pero van a volver a serlo. Se las confunde con un cuerpo macizo, cerrado y completo, pero ese cuerpo no existe sin las otras cosas que no son piedra.
Los días que yo conocí en la infancia han sido pesados y espesos como aceite, y sin embargo han tenido la fluidez de un aire ligero, delgado, que es posible empujar con el soplo de la boca de una nena. Y yo era quien soplaba para que los días corran, ¿era yo o eran los libros? ¿de quién era el aliento? Sólo sé que los libros me permitían apoyar los pies en la tierra del mismo modo que una mariposa fija sus patas al charco de jugo de un durazno; que sin ellos no habría habido dónde quedar empantanada si no era en un presente que era necesario atravesar para que el alfiler no se clavara en el corazón hasta paralizarlo.
Los libros leídos en la siesta eran devoradores, como una lluvia de cometas: imposible combatir con razonamientos la fe que ponemos en lo que estamos viendo cuando sucede algo extraordinario. Lo extraordinario nunca sirve para nada, es sólo eso, lo raro, lo que no pasa casi nunca y cuando pasa merece ser mirado como un espectáculo, pero no tiene en la vida más que el papel de alumbrar un momento determinado de un día cualquiera así recordamos que lo usual no es eso, que no debe esperarse que vuelva ni mucho menos salir a buscarlo. Es decir, es lo que ha sido puesto ahí para que quede claro hasta dónde llegar, como las boyas en el río traicionero, marcando el límite al nadador para que no se aleje. Pero los libros injertaban, en la tierra bien dispuesta que era yo, un gajo desmadrado, de crecimiento inconmensurable. No era más que un yuyo, no iba a dar nada bueno al jardín, iba a asfixiar a otras plantas capaces de dar frutos o de volverse árboles. Pero una vez que prendía, como la mayoría de los yuyos, no había quien pudiera matarlo. Ni el fuego que los paisanos encienden en las antorchas rojas y negras rociadas de alcohol en los campos que han sido contaminados, ni una plaga de langostas siquiera, que al fin y al cabo son iguales a esas ideas raras que contagian los libros: se comen lo que sirve y a los yuyos los respetan como dioses paganos, para que sigan reproduciéndose como ellas y arruinen toda cosecha con el virus de la vida incontrolable que propagan y que es –ella sí– la verdadera peste, cuyo mayor peligro es que una vez desatada ya no se detiene.
jueves, 8 de junio de 2017
Laura López Morales
Laura López Morales (Córdoba), La médula, Borde Perdido Editora, Córdoba, 2016.
Las Piedras
…”porque buscarlas
es congelarse
quedarse en la belleza”…
Diego Cortés
La minúscula piedrita bajo el agua
no brillaba
pero daba sensación de rojo
de calor profundo
y de quemar
si se la sacaba
del territorio de lo inasible
impiedad
aquí hubo un oráculo
y no este rebaño inerte de piedras
que repaso por las tardes:
nacerá la espina
la moradilla infranqueable
los caballos solos
del sur vendrá un imperio
huestes indomables
brotes desgajados
brillará el hueso de la bestia
y sino nada
y sino nada…
impiedad
ay de la luna sobre estas piedras
y su caricia blanda
y su caricia blanda
despertamos
a leer las marcas
las pisadas de la noche
en la arena amanecida
un hombre con sus perros
un caballo
el puma en las proximidades
y una vaca suelta
arrastrando la soga y la rama
a la que fue atada
a las marcas
las tenemos
algunas despejando el camino
otras desentrañando
todas con espinas encapsuladas
hasta que el cuerpo es capaz de rechazarlas
dejarlas caer
y otra vez las lluvias de verano
saber que mientras dormimos
se cierra el monte
de esta tierra era el ángel
con el ala rota a cascotazos
cuidando los muertos de un pueblo del sur
de esta tierra era
pero lo traje aquí
donde el agua no alcanza a ser nieve
y no cuajan las formas
ni el nombre de las cosas
fue un acto de egoísmo
dejarlo mirar estos escombros
estas flores infames
proclives a la más mínima redención
al más ínfimo suspiro
pero quién podrá culparme
de querer un ángel para mi sed
el humo en que cae y se pulveriza
su manera de ser inhumada
no está escrito
no busques con desesperación
porque no está escrito
ni siquiera dicho
florece para nadie
inmensamente roja
hábil
esplendente
un pequeño artilugio para mirar el cielo
y ver con más nitidez
apenas eso
ver con más nitidez
para nada
para nadie
hay palabras
que no designan lo que nombran
no pueden
Patti dijo cisne
y no alcanzó
temo del poder de los deseos
de mirarte mucho
y de encontrarte en medio de lo cotidiano
cuando no pensaba
cuando no sabía que las piedras
.
quebradas por el peso de todo
no vuelven a unirse igual
dejando solo esta fisura
que a veces habitan
las arañas cangrejo
enhebro las piedras de la última tormenta
me lo debo
por no recordar cuando perdí la cuenta
el golpe
la brutalidad de lo pasajero
las señales fueron claras
y duraron un relámpago
la sospecha
a que la tormenta fuera tan mala
que no llegara nunca
que pasara de largo
que solo dejara estas piedras inútiles
y en seco.
miércoles, 7 de junio de 2017
Laura Forchetti
![]() |
Foto tomada del Facebook de Juan Lima. |
anunciación
clase práctica de botánica
la ramita que crece en la lata de tomate
especies autóctonas
en realidad son cuatro latas con sus cuatro
germinaciones
todas de hojas bipinadas
folíolos múltiples
seis a veintiocho centímetros
desplegadas de día
por la noche cerradas como párpados
follaje azulino
barba de chivo
maldiojo
el ejemplar originario está en una vereda
abandonado
entre arbustos siempreverdes
tamariscos
hay que buscarlo
con el delicado
tacto
del ojo
yo misma voy contando los pasos
hasta verlo aparecer
tras de la loma
su floración de reina
primera vez de una flor
no la olvido:
agrupadas en racimos piramidales
amarillas limón
cinco sépalos alrededor del cáliz
cinco pétalos libres
diez estambres declinados
larguísimos
rojos
rojo rojo
y la gota de polen
novia nocturna de la polilla esfinge
a plena luz del día
del abejorro
¿qué flor es esa? –decía
al amanecer
hora en que
las cosas del mundo
se alumbran de
una en una
como lámparas
resplandecen
de una en una
como milagros
volví a visitarla
la conversación asimétrica
entre mi clasificación
de linneo
y su boca
llamadora de pájaros
es difícil conseguirla en viveros
una belleza demasiado natural
resistente a las sequías
los suelos pobres
la chica del jardín pillahuinco
me dijo
cómo hacerlo
hace dos navidades dejé bolsitas
de tul verde
alrededor de los frutos
pequeñas redes para atrapar semillas
el momento exacto en que la chaucha se abre
suelta su dádiva:
moneditas livianas
brillantes como caramelos mediahora
nueve o diez milímetros
pasaba algunos días a mirarlo
el tul como un adorno
tal vez
alguien pensó en la costumbre
del árbol de diciembre
la espera era la misma
cuando no estaba allí presente
todo queda
temblando
a punto de
caer
de deshacerse
el árbol con los tules
haciendo sus semillas
y mi pequeña trampa
identificar
poner un orden
cerrar la mano
los últimos días de enero
juntamos las bolsitas
estallaban
las chauchas doradas
con ruido de maderas
saltaban en el aire
las semillas
brasas
(no lo invento yo
sucedía)
daban ganas de llevarlas a la boca
el secreto de la flor extraña y dulce
las cintas rojas que atan el cielo
nos protegen
empezaba a llover
amarillo como las flores
un perro
bajo el agua
vigilaba mi ronda
desanudar el tul
esconder algo
era el único vecino atento
al peligro de mi mano
menos
en nuestra atención minuciosa confiamos
que en la ligera distracción de la naturaleza
puse la semilla entre algodones
la alimenté con agua limpia
del germinador a la tierra
dos cotiledones anuncian que está viva
ahora
son cuatro latas
con sus cuatro germinaciones
el follaje azul y el movimiento
de abrir y cerrar
folíolos
se fortalece el tallo alimentado
de mis amores
pero no es tiempo
todavía
de trasplantarlas
a la intensa agitación del patio
mecidas
en la vida artificial
bostezan
cubriéndose la boca
puede llevar años
la encarnación de una flor
su vestido
adoración
la
lluvia era una taza blanca
un
poco transparente
la
llevábamos a la boca
dulce
y fría
tenía
pintada una garcita azul
suspendida
sobre las varas de los juncos
vigilaba
el orden de las nubes
posadas
sobre nuestros ojos
el
remolino en el centro oscuro
no
hablábamos de cosas humanas
empezamos
a movernos
tras
un caballo estrella
buscaba
el refugio frágil
de un
sauce
que
le bajara el agua en pétalos
deshaciéndose
lo
peinara
como
recién nacido
la
lengua de su madre
pero
todo era inalcanzable
se
iba a nuestro paso
entonces
me
señalaste
entre
los pastos
los
ojos de un zorro
pudimos
mirarnos
por
un instante invisible
amor
eterno
nos
juramos
soplo
giraba
sobre el yuyal
posarse
parecía
en un
don diego cerrado
naranja
bajó
perdido
en el mar
de
puntas erizadas
de
enero
algo
fue a buscar
en la
tierra
si el
viento quería
mostraba
su
antifaz de pícaro
sabelotodo
benteveo
había
visto descender
justo
ahíí justo ahíí
algo
oscuro
un
abejorro
mariposa
negra
o el
salto de un grillo
¿quién
sabe?
sabe
el benteveo
que
bajó a comer
ojo
aguja
su
puntada en el agua
seca
olivillos
grises
gramilla
ortigas
de
tallos quemados
un
jazmín
no me
olvides
que
cayó de mi patio
después
el vuelo
y
adiós
todo
fueron
segundos
ahora
pierdo
la mañana
por
el rayo negro y amarillo
¿cómo
puede deshacerse
el
tiempo
en
una sombra
iluminada?
¿qué
quiero saber
que
mi perra
despreocupada
entiende
y se
echa a dormir
después
de la visita
desatenta?
los
versos rozan
la
orilla del silencio
un
contorno
de
restos gastados
algas
huesos pinzas caracoles
el
secreto permanece
bajo
la línea
de
flotación
benteveo
dibujado minucioso
regalado de la belleza
cada trazo
en picada sobre el día
levantás tu alimento
y te vas
anunciando el instante
tu reino
3.
no el
aromo
la
acacia trinervi
alumbra
los últimos días
del
invierno
amarillo
amarillo amarillo
repite
el mar contra la playa
abre
su boca para tragarse
troncos
ramas hojas
y las
flores
que
enhebran coronitas
entre los médanos
noviembre
¿y si
después olvido todo
el
aire por ejemplo o el celeste
si
olvido el nombre del celeste
y no
puedo decir
no
digo
que
son minúsculos y celestes
y no
sé qué es
este
perfume o voz sobre los árboles
qué
hice hasta hoy o el nombre
de la
hoja
que
atraviesa?
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