domingo, 5 de diciembre de 2021

Carolina Musa

 


Carolina Musa (Rosario, 1975)

La soberana idiotez, Rosario, Brumana, 2021.








La ventana


Los horneros que construyeron el nido

sobre el tanque de agua

seguramente ignoran

cuántas generaciones de pájaros

siguen criándose ahí y seguramente

quien haya colgado la bandera

en ese cuarto ignora

el zarandeo multicolor sobre la pared del edificio

cada vez que enciende la luz.

Qué suerte –pienso– qué suerte

este palco mío caprichoso

donde apilo las variaciones mínimas

que se deslizan delante y detrás de los ojos

yo también soy el paisaje que envejece

la conciencia del tiempo

el escarabajito dado vuelta

ahhhhhhhhhhhhhh Antes

estos hallazgos me hacían mal.

Ahora los dejo pasar

como vehículos que se adelantan en la ruta

por la izquierda, o de frente: dos luces

se acercan y se agrandan

hasta convertirse en un sonido

que roza la ventanilla

desvaneciéndose al instante

¿y podrías asegurar qué clase de vehículo

fue?






Milonga sentimental*


Qué milagro vas a hacer ahora

pregunta una chica a un chico

a mis espaldas

mientras desayunamos 

en un bar, y en la voz

no hay sarcasmo

admiración sería más indicado

admiración apenas entrevista

–según infiero por la charla–

anoche y en lo que va de la mañana

¿Cuánto podría durar?

Al señor Darcy seguro le bastaba 

declaración semejante: «Usted 

me ha hechizado en cuerpo y alma»

hubiera confesado algo así 

tomando la mano de miss Bennet

en un campo sembrado de amapolas

bajo un sol parco de invierno (ella

es obvio eligió las cintas del vestido 

con la debida anticipación)

Anoto esta retahíla de gansadas en una servilleta

como quien hace tiempo entre dos trámites 

un poco por aburrimiento, otro

por la tentación de torear los principios deslizados secamente

en un fenómeno taller de poesía

y casi diría que lo logro

ajá ajáaa el amoooor

pero el viejo patriarca objetivista

disfrazado de reportero en el televisor

me chasquea los dedos, anuncia 

la congestión de tránsito

entre San Lorenzo y Puerto San Martín

Cínico el letrero en la pantalla indica:

Colapsó el puente Homero Manzi.


* Milonga sentimental es una milonga compuesta por Sebastián Piana en 1931, con letra del poeta Homero Manzi. La famosa versión de Carlos Gardel fue grabada en 1933.






Open mind


En un rincón de la cocina

a la izquierda de la puerta, colgado en la pared

un reloj redondo blanco (insondable

regalo de una tía) está parado hace meses

en las 8 y 45.

Más abajo, sobre la pequeña repisa

que rescatamos de la calle

un gato chino de la suerte

lleva varias semanas con el brazo quietito.

Los dos objetos

se han quedado sin pilas.

El feng shui recomienda (según he leído

en el apartado “tips tops” de una revista)

imperioso ocuparse de estos menesteres

“que paralizan toda gestación”. No obstante

lo que podría considerarse el súmmum de la dejadez

habilitó en la casa un rincón quieto

(que así lo nombro)

donde a veces corrijo unos textos

y donde acabo de mandar a mi hijo adolescente

a reflexionar.

Y hoy, viendo el problema

en su contexto estrictamente metafísico

me pregunto cómo hemos vivido siete años

sin sospechar la existencia de este espacio

aletargado reflexivo soliloquial meditabundo zen.

Así las cosas,

como una maniática de la aceptación universal

–con la coartada perfecta

para adormecer al pajarito de la nuca

que sugiere a diario comprar pilas

me acomodo en el rincón lápiz en mano

plenamente dispuesta y

con la solemnidad del caso

te recibo, parálisis.






Las cosas


A la siesta andábamos como fantasmas

en silencio, en bombacha, en puntas de pie.

Aunque no había represalias por el ruido

era una tradición

a medias apurada por el infierno del patio.

Mi hermana leía.

Yo pasaba horas sobre el cerámico fresco

jugando con una balanza:

dos platillos de plástico

y cinco pequeñas pesas grises.

Pesaba los objetos de la casa,

las muñecas, los adornos, los libros

algunas piedras y flores

que arrancaba del patio, la ropa,

las uñas de mi propia mano pesé.

Era cada vez una maravilla

pero no exactamente

la medida en gramos de las cosas sino

su relatividad, las relaciones fortuitas

de esos datos más o menos duros

4 medias=1 llave

1 birome=21 cartas

¿Qué es mayor o menor que qué?

la raqueta y la pava

los lentes y el pescado de cerámica

los libros ¿cuál libro?

La fascinación de ese acto

mecánico, cada vez

la soberana idiotez revelada en unas reglas

que aseguraban disponer el orden de las cosas.

“Estate atenta” dice el mensaje

que la de entonces, toda intuición,

me envió a través del tiempo

en una cápsula cromada.






Contramano


El bebé sobre mis hombros

señala hacia la izquierda

mi amiga levanta la cabeza

para atender su reclamo

yo miro hacia adelante

tres personajes en tres mundos

una foto tomada al azar, puro movimiento,

al fondo dos globos revelan el cumpleaños

y la señal de tránsito colgada en la pared

mueve la memoria hacia el patio de tierra

donde brotaban unas campanillas salvajes.

Me gustaba mucho ese cartel

rojo, austero, solo un guion blanco en el medio

con la inscripción CONTRAMANO

que repito en voz alta

y el sonido –se ve–

expulsa de su recóndito intersticio

al sueño que me despertó esta madrugada

y luego olvidé: Era un dinosaurio

herbívoro, cuello largo, un diplodocus

subido en una grúa petrolera en alta mar

exactamente sobre el brazo metálico

que extrae día y noche esa maldita bilis negra

¿qué hace ahí? Yo lo observo incrédula desde lejos

y la premonición, sine qua non, se cumple:

el dinosaurio vence el peso del brazo metálico,

el océano se traga

completa la escenografía surrealista

y no provoca un tsunami sino

un oleaje tierno, espuma blanca

desde donde viene una ballena franca austral

mirándome con su ojo-pelota

una revelación hay ¡ay!

en la hondura transparente de su ojo

¿un ensueño lejano y frío? ¿una promesa?

Afortunadamente soy incapaz de descifrar

los sonidos leves que agitaron el aire

y lo que sea que haya insinuado el cetáceo

sigue ahí, alegre, ingobernable,

hamacándose en el humo del café.






Intríngulis chiribitíngulis


Las palabras mágicas

caen livianas mientras te acomodás los ojos

debajo de los lentes. Busco y no encuentro

argumentos razonables en contra de tu idea

de suicidio: preferiría que no,

que fuéramos las dos viejitas del cuento

tomando sidra a la sombra de una parra

discutiendo una tontería por costumbre

brindando por los días aciagos en que ibas a

tirarte bajo un tren. Fumamos

y el humo va a parar a la mesa contigua

donde un gordito le pregunta a la madre

si en inglés es lo mismo with que witch.

Claramente alrededor la escena es una cacería de brujas:

la plaza a oscuras, el camión de mudanzas,

los polis tomando coca un poco más allá ¿lo ves?

no son argumentos son cábalas, intuiciones

para atrapar los cascarudos que se te escapan de la boca

estoy comiéndolos

y vomitándolos

por una simple razón:

que no te muerdan esos bichos tontos

siempre dispuestos a inmolarse panza arriba. Además,

¿no se pasa de lindo este asqueroso mundo?











lunes, 22 de noviembre de 2021

Diego Colomba

 

Diego Colomba
(San Nicolás, Santa Fe, 1972 / vive en Rosario)

Poetas que regresan a la patria de la infancia, Barnacle, 2021.



















Tu infancia puede ser un vasto eco

 
Los caminos que hacen las hormigas, el zumbar de las abejas, la luz que se astilla en unos vidrios... Un pájaro muerto incluso y el delirio de los crotos. Todo
reverbera. En el prodigio de un mundo indefinido.

 

 

 

Un aire descompuesto


Nadie quiso mojarse con la lluvia y las gallinas deambulan en el barro. Podés verlas, a través del mosquitero, si te parás en una silla. También el chirle resplandor que irradia el cielo. Se oye ahora cómo crece en la cornisa el repique granuloso del agua. Relampaguea un refucilo. La abuela pide que cerremos puertas y ventanas. Habrá que respirar el humo del tabaco, el vapor del caldo que está hirviendo en la cocina, el olor a querosén, a ruda, a madera apolillada de los muebles. Como si fuesen el oxígeno real de nuestra casa. ¿No somos, acaso, una familia?

 

 

 

 Verbo

Nadie pone en duda la hospitalidad de tus palabras, papá. Pero mirá cómo se llenan de polvo, girando en el vacío de la casa. Una vez vi tu foto de monaguillo: guardabas silencio al lado de Dios. Pero tuviste que hacerte carne, habitar entre nosotros. Sentir cómo el viento se mete en los resquicios, confunde tus palabras con el ruido del mar.

 

 

 

El planeta de la poesía

 

Esa noche caminamos en la luna. Nuestras sombras tenían el mismo diámetro que nosotros. Es que casi no tiene atmósfera la luna. En la tierra, en cambio, nuestras sombras se deforman. Y nos dejan respirar.

 

 

 

 Digno de alabanza

 

¿Qué sería de una vida dirigida, Francisco, por la

suave psicodelia de la mente? Habría que tener el

corazón fuerte para dejarse gobernar por la intuición.

Colocado con tus versos voy, bizqueando como un

chico la bengala encendida de tu imaginación. Hasta

me olvido, risueño, del poema en el que están. A vos

también parece sorprenderte la brasa en la yema de

los dedos y le das ese final algo forzado. Es evidente

que estás habitado por el genio. Y no querés dejar de

creer en la poesía.

 

 

 

 El sonido que uno no está seguro de haber oído

 

"¿Qué hacés durmiendo todavía?” La voz de mamá golpeó en mis oídos y me arrancó del sueño. Con la respiración pesada y la suficiencia de los que aún se saben vivos, sentí compasión (¿qué podía estar haciendo yo a esa hora?) por el fantasma trasnochado de mamá, atrapado en las minucias sin tiempo de nuestra vida en común. Antes de que el eco de su voz se perdiera para siempre, me propuse darle asilo en mi cabeza. No fue una buena idea, sin embargo… Con la clara luz de la conciencia, la voz de mamá se ha vuelto presa de mis burlas. De mis fáciles reproches. La voz de una madre necesita un corazón.

 

 

 

 Has vuelto, Leónov, a respirar el aire de la tierra

 

Tu misión marcha a las mil maravillas. Oís por primera vez el silencio en tu huevo espacial. Pero extrañas luces se aparecen a lo lejos y te salís de órbita. Ahora te estás precipitando como un gran carbón prendido. Ya te apagarás en la nieve terrestre. El frío te obligará a quemar ramitas que ahogan con el humo. Y el agua sucia del canal te mostrará algunas estrellas. Una de ellas serás vos, camarada Alexéi, cayendo.

 

 

 

 Un médium

  

Tu retrato de maestra novel hace silencio. Un vacío

de muerte. Pero también el soplo del pequeño

ventilador de pie y las pisadas del gato sobre las

chapas del techo me envuelven. Fantasmales. El

tiempo es el muerto que habla.

 

 

 

 Preguntas que se hacen con el cuerpo

 

Una vieja amiga hizo, con su propia espina dorsal, un

signo de pregunta. El signo de pregunta final.

Prolijamente dibujado, podía leerse en su joroba de

perfil. Algo, seguramente, en el oscuro mecanismo de

su cuerpo, quería una respuesta, al parecer más

importante que su propia vida. En apariencia menos

urgente, el cuerpo de papá también se mostró

interrogativo frente al mundo, sobre todo en la etapa

—que alguna vez denominamos— “nihilista”. Cada uno

de sus músculos parecía comprometido en gesticular,

mientras se llevaba algo a la boca —un pedazo de

comida, un cigarro, un vaso de ginebra—, una de esas

incómodas preguntas existenciales que llaman al

recogimiento y a la postergación de cualquier tipo de

decisión: “¿Para qué reproducirnos?”














 


lunes, 15 de noviembre de 2021

Daniel Freidemberg

 

Daniel Freidemberg
(Resistencia, 1945 / vive en Buenos Aires)

Un hilo naranja, Buenos Aires, Barnacle, 2021.










 

I

 

Real es

lo que

resiste,

       ahí

 

donde el ángel

precario

que te habita

patalea enojado.

 

Real es

lo que responde

lo que no preguntaste.

 

 

 




IV

 

La resis-

tencia de

los materiales

 

: nada

dice

nada

más.

 

Como quien

vuelve a

donde

siempre es-

tuvo,

tocar

lo que

no soy, lo que

me pone a ser

lo que no sé

qué puede ser,

lo que ahora,

donde estoy, está.

 

 

 

 

 

 

XV

 

real es lo que

resiste: amor

           al orden

intraducible

del cosmos

 

hojas amontonadas

junto al cordón

reflejos en

vidrio y metal

que rui-

doso pasa

temblando sin fin

 

hacia algún fin

 

ahora y acá

 

el sol que transparenta

la última de las hojas

que quedan del fresno

 

no hay miedo ya

no hay maravillas

 

allá donde las cosas dejan

de decir su nombre, ahora y acá

 

 

 

 

 

 

XVII

 

no se juntaron

junto al cordón

las hojas

para que las escribas

 

ni el brillo del

último sol

ahí, en las cúpulas

ni las manchas

de orina de perro

 

ni la irrupción

de esa materia

se produjo

para que vengas

y la mires

 

“ni la irrupción

de esa materia”,

escribo,

“se produjo

para que vengas

       y la mires”

 

 

 

 


 

XIX

 

real es

lo que

resiste:

 

un

paso, dos

atrás:

 

limpiar las

cosas

de tu pensamiento

percutiendo en las cosas

 

¿ese ruido son las cosas?

 

limpiarse

de historia arrumbada

 

como carcazas

(herrumbre y

vidrios rotos)

una sobre otra y

sin rodar ya,

raudas, al

viento, en

la carretera

de la mente

rumbo al

futuro, ese horizonte

abierto hacia un cielo

de película

 

 

 

 

 


XXI

 

no hay más película

no hay ganas

de pulsar el botón

y que se encienda

lo que impide ver

la tierra arrasada

 

botellas rotas, bo-

tellas no rotas,

llenas o no,

o aplastadas,

epifanías del papel y el cartón,

formas de lata y plástico

 

los consumidos

residuos

del consumo

preguntando algo a nadie

 

la ocupación

del universo

por letras

que dicen de más

 

o testimonios

de una civilización

que tal vez sea la tuya

 

y los relumbres

del último sol

alto en las cúpulas

con lo oscuro ahí nomás

 

 

 

 

 

 

XXIV

 

Lo que cede al tacto,

              esa promesa

de que las cosas vengan a

                  decirte “estás”.

 

 

 




XXXVI

 

Lo que se

toca, al tocar

los nombres de las cosas,

son los nombres

                        de las cosas.

¿No son los

nombres de las cosas

                                cosas?

 

 

 

 










martes, 9 de noviembre de 2021

Malu Kruk

 

Malu Kruk
(Lanús, 1985)

Punto de encuentro, Buenos Aires, Peces de Ciudad, 2021.




















Pedraza al 3900

adentro y afuera
del barrio
las primaveras
no traen flores
a mí no me dejaban jugar en la calle
y, sin embargo,
todas las esquinas
cornisas de humo
tetra mordisqueado
perros sobrevivientes
bingos clandestinos
pasillos ajenos
la cumbia al palo
los vecinos que no conocí
el 9
Warnes y Obon
mis amigas de Caraza, Ilaza o del tercero
aunque ya no viva ahí
aquel rancho de Pedraza
donde fui feliz
con mis hermanos
con mis abuelos
con Teresa y Juan
aquel jardín de árboles inmensos
sigue sugiriéndome poemas
de madrugada
cuando no puedo dormir











huir de mi mamá
de todo lo compartido
escarbar el lugar común
desfondarlo con una cuchara y mientras
estoy acá sentada, esta silla gira
una tómbola o un reloj o un planeta
enfrente, mi jefa que no sabe
¿qué son estas formas difuminadas?
mamá prende un cigarrillo
es joven
yo juego en la terraza
me asombra un monstruoso árbol del baldío
mi abuela me llama para tomar el té
crecí entre grandes relatos de mujeres
entre Chile y Tucumán
crecí sometiéndome
¿qué clase de curvas te deja eso en el cuerpo?
¿qué tipo de espalda?
tengo que terminar un trabajo para la oficina
contesto un mail y pienso
cuándo será viernes, cuánto falta
mamá prende otro cigarrillo
después de comer
a veces su juventud implacable y salvaje no me deja concentrar
¿quién acaso podrá escapar de aquello a lo que pertenece? 











tuve un sueño
una zanja de agua dulce
atravesaba el barrio
mi papá me señalaba
a dos de mis hermanos
jugando, mientras
el río subía
me zambullí
sin pensarlo
y nadé

Nicolás era muy chico
Carolina tenía 17 años
cuando estaba por alcanzarlos
una ola me empujaba hacia atrás
ellos seguían jugando
ignoraban mis esfuerzos
mi papá frenético los señalaba
allá están, andá
yo obedecía y seguía el rastro
de sus ojos

aún hoy
distingo esa distancia sostengo
la mirada de mi viejo no
puedo alcanzarlos
y ya no estoy dormida
























domingo, 31 de octubre de 2021

Selene Avalle


Selene Avalle (Pinamar, 1991 / vive en Mar del Plata)

Perdimos los días de la lluvia, Mar del Plata, Cepes, 2021.











I


Mi madre escribía

en cursiva y de un solo trazo.


De chica buscaba

como en el juego del tesoro:

siempre encontré palabras aterradoras.


Mi madre escondía los mensajes en su cajón

y en el de mi padre

los guardaba en los jeans y en las camperas

para que él los encontrara.


¿Qué pensaría al leerlos?

noto cómo mirás a tu hijo

quisiera que a mí me vieras con los mismos ojos.


Mi papá escribió:

adriana tiene una enfermedad grave,

no sabemos si sobrevivirá.

Durante meses temía volver a casa

y encontrarla muerta.


Estaba recostada la mayoría del tiempo

me acostaba a su lado y veía cómo

caían amontonadas las lágrimas.

Su piel era muy blanca

los párpados transparentes

¿mamá estás llorando?

no, es porque estoy de costado

y tengo sueño.

Dormía siempre,

las persianas bajas.


De mi papá aprendí a abrir las cortinas

a ventilar los ambientes, sin metáforas

en casa no había lugar para eso.

Me gustaba en la noche

cuando mamá estaba en el baño

acostarme en su lado de la cama

mi papá hacía rollitos con mechones de mi pelo

los enroscaba en el dedo

luego los soltaba, reíamos.


Todos en casa guardaban

secretos en papeles

doblados con cuidado

mi juego era encontrar las partes

las letras pulcras

del desastre del hogar.








II


Tu padre es un psicópata

no es un diagnóstico que sirva

para entender por qué no me ama.

¿No ama a nadie?

¿es una bestia?

Nada puede

contra la arrolladora esperanza:

que admita que no pudo

que quiso pero no le salió.


Mi padre es carismático, jovial como yo

no le gusta el pollo,

cuando eran pobres

era lo único que podían comer.


Los amigos lo quieren

los que aún no fueron engañados.

De chico mis abuelos

lo cubrieron aquella vez

que la policía del pueblo les advirtió.


Cuando golpeó a su hermana

en la adolescencia,

apenas lo demoraron cuando atacó a mi tío.


Mi abuelo rompió con tijeras las zapatillas de mi papá

las únicas que tenía.


Mi padre odia

a sus padres.


Mi abuela dice que nunca les faltó nada

mi tío decía que su hermano siempre

se había salido con la suya.


Yo solo intento entender por qué

tanta gente tiene familia

para destrozarla.








VIII


Viajamos cargados de cosas.

Mis abuelos hacen que tosen para evadirse del llanto

suena Charles Aznavour.

La ruta no puede estar más triste

cargamos las cosas de alguien que no está.

Nosotros no estamos

mis abuelos dicen

estar al final del camino.

Yo no quiero estar sentada acá

en la ruta penosa de sus recuerdos

después me pregunto a mí misma

¿De dónde sale todo este peso?

¿De vivir?







IX


Perdimos los días de la lluvia


Como si no fuera parte de lo mismo

todos repiten la cuestión del clima

nadie habla de cuando llora


El viento golpeó las gotas contra el vidrio, sí

yo también limpié antes las ventanas

¿Te diste cuenta de cuánto se quejan

por el tiempo?


¿También perdiste la cuenta

de cuántas veces lloramos

y nos volvimos a lavar?


El agua cambia

desordena

¿No es eso la libertad,

la austeridad de los ojos

bañados por el agua?








XVII


Moma me regaló unas sandalias blancas con taquito

las usé un verano de calor

junto con un vestido

no hacía más que bailar.


La abuela dijo

que Winka se las había comido.


Un día encontré el par escondido debajo de una cama

estaban cubiertas de polvo.


Los tacos los usan las putas.

Las nenas no usan tacos

las nenas que usan tacos parecen putas.


La abuela se interesa por el desempeño

de mi pareja en la cama

la abuela me cuenta que es ardiente.


La abuela dice que le practicaron un aborto

me dijo también que su hijo me pegó por puta.


La abuela está confundida

habla de mi cuerpo, me dice:

cómo debería ser

que está tan flaco

que nadie lo va a desear.








XXI


Se me ha dado desde chica

un placer por el olor a pasto recién cortado.

Resulta un goce bastante común,

como el olor a la lluvia sobre las calles de arena

y a la humedad de los eucaliptus

cuando se descascaran.


Vivir en lugares con mar

nos rige de cierto carácter de austeridad.

Las sudestadas,

temporadas lluviosas de violencia contra los árboles

desparraman nidos de cotorras.

La infancia también

tiene ese olor a pájaro aún sin crecer.