jueves, 4 de agosto de 2016

Lucas Soares



Lucas Soares (CABA), La sorda y el pudor, Mansalva, Buenos Aires, 2016. 






















falta poco  
para que nazca mi hija

tengo los ojos insomnes
del conductor que mira
el camino de todos los días

no entiendo danés
las personas que tengo delante
sólo mueven los labios

para los vecinos de arriba soy
la santiagueña embarazada  











cuando Thor vuelve a su casa
se duerme mirando el maniquí
que Kenia dejó parado frente a la cama
con una peluca Marilyn
y una corona
de flores enroscada












*




a Lerma le gustaba repetir:
el que pone los signos
guía











la luz solar es una extravagancia
por la que los daneses
se arrancan los ojos

por mi ventana sólo veo pasar  
pinos inclinados
y fragmentos
de días lluviosos












*




mientras hace la cama
en la que anoche se acostó
con Kenia por última vez
la memoria de Thor caracolea
por la cabeza pelada
del maniquí en declive











a Lerma le gustaba repetir:
el que pone el bolero
domina











*




en la pileta del Lawn Tennis Club
los adolescentes jugaban
a hundirse la cabeza
con saña

yo gozaba la inminencia  
de cada hundimiento











Thor mira fotos de Kenia
hasta perder el rostro y terminar
haciendo sus muecas en el espejo















lunes, 1 de agosto de 2016

Jorge Aulicino


Jorge Aulicino (CABA), Corredores en el parque, Barnacle, Buenos Aires, 2016.























Mujeres que cuentan su experiencia

Mujeres que cuentan su experiencia,
el alto tejado ajeno, el regreso
a la casa paterna,
el dentista, los chicos ensortijados, altos ya.
El trabajo alienante las has hecho sentir la distancia
-que en realidad existe- entre lo que se recuerda
y lo que se ve: bolsas negras
para devolver a la tierra
la ropa y el tocador de la madre muerta;
cartas que no se sabía que existían, el dentista,
el plomero, el trastorno de hoy, el auto finalmente
parado en el costado de una calle,

y mirar enfrente a los que corren en el parque.












Así como los merovingios decayeron y degeneraron

Así como los merovingios decayeron y degeneraron
en bebedores, idiotas de ambición, menores,
así la tarde ha pasado de un raro castaño general
a un gris vidrioso y caliente atravesado por insectos
que dan vueltas alrededor de dos luces ahí no más, en un balcón
cuyos bordes están herrumbrados, y recién me doy cuenta.












Ahora, las cosas que no son fundamentales para mí

Ahora, las cosas que no son fundamentales para mí
forman una difusa legión, como ciertas veces las sombras en el día.
Son, entonces, las cosas realmente importantes y casi siempre inaccesibles.
Ahora, llueve sobre el río: no hay nada más inútil que esta lluvia sobre el agua.
Tal vez nada más fascinante, por otro lado.

Papá se achicó con los años. Aunque no podía contener su ira natural
y tampoco descuidaba su pelo ni su cara, hablaba a veces en italiano
y se mostraba atento a muchas cosas que para él antes no eran nada.












Pongamos que oyeras todos los sonidos como un ciego prodigioso

Pongamos que oyeras todos los sonidos como un ciego prodigioso,
como Daredevil, el superhéroe inválido: no serían las voces sino
del dolor, de la ambición, de la villanía, del crimen, de los despachos
y de los galpones, de las construcciones y los entierros:
no serían las voces ni los sonidos -taladros, sirenas, disparos- de una
civilización que se extingue.

Te basta con las voces y los sonidos del pasillo. Son los mismos.
El don sería oír los pasos de una lagartija en tu cuarto.
Podrías decir entonces que oís el corazón del universo,
su din-don, su campana, su mecanismo racional o carnívoro.
Todo lo que sube en cambio al cielo es de la obra, la marcha,
la estridente sinfonía en un vacío donde no ululan los vientos
ni cazan los murciélagos.













17

La consistencia de la musa es la de los fantasmas corredores
en el parque; la musa pierde la consistencia al ritmo
de la disolución de los fantasmas; la musa necesita los cuerpos;
necesita desafiar la continencia y la pertinencia de los cuerpos
y encender ciudades en ellos como en un mapa aéreo.
La musa necesita el recorrido eléctrico de los pensamientos,
la inmaterialidad que hará materiales las trasmisiones incorpóreas;
aquello que se da del uno al otro; aquello que produce breve convulsión,
la catatonia pasajera: “Canta, oh Musa, la cólera del Pélida
Aquiles” que sembró males llevado por Amor; esto es, trasmisión
de La musa, la única que canta: sin empuñar el instrumento canta en él,
legitima las transacciones, aun las comerciales; pone arrobo en la tez,
cristaliza el negocio, facilita la circulación de los humores.

Ahora pierde consistencia, se han blindado las ciudades, no las asedian.
Corre por un parque entre plátanos, pinos, fresno y sauce.
Ejercita el lento circular de lo inmaterial, como río, entre hombres que querrían
ser inmortales. Sólo para correr y tomar jugo de naranja.













































sábado, 30 de julio de 2016

Griselda García


Griselda García (CABA), Ahora, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2016.





















El dique



En las últimas vacaciones Papá
construyó un dique en el río.
Le llevó toda la mañana.
Cuando terminó, el sol
había bronceado su espalda.
El agua nos llegaba a los tobillos
nos metíamos en zapatillas
para que los pies no dolieran.


En ese mismo río esparcimos
sus cenizas pocos años después.


Mamá llevó flores y una botella de vino.
No había nadie ese día
solo un hombre acostado en la arena
que al ver la botella gritó de satisfacción.


A Papá le hubiera gustado, pensé
y entrando al agua rompí el dique.












Creer para ver



I


El primer día el cielo se oscureció
empezó a llover un agua tibia.
No enciendas la luz, dijiste
para qué si ya vimos todo.


Había amigos en la casa, los tomé de un trago.
Madres creadoras:
nunca imaginé tal ostentación de carne.


No fue difícil trepar a tu espalda
Lo difícil fue estar a la altura, no retroceder.


Siempre creer, decías, pero perdiste la fe.



II


Cuerpo mío
aprendiste del mar a caer y levantarte
fuiste llenado y vaciado por y para ellos
para hacerlos más hombres cada vez
con la insistencia del mar te ofreciste
te fustigaron en tus avatares
en cada fase de la luna y sus ciclos
cuerpo mío, te hicieron hablar
tus secretos parieron locos nuevos
no es sin riesgos la escucha.


Ante un cuerpo de hombre sólo siento gratitud.












Modelo en estudio de pintor



Ansío el roce del lápiz contra el papel
la caricia del pulgar que esfuma el trazo.
Voy a esperar que prepare sus cosas
que despierte el ojo que todo lo ve.


30 minutos. Su rostro filtra sudor.
Me mira y es como si viera
más allá del más allá.


45 minutos. Un mosquito hunde su trompa.
El poro se rebela en hinchazón.
El isquión lucha por adaptarse
un deslizamiento mínimo
que atenúe la molestia.


50 minutos: Abre los ojos.
La menor tensión del músculo
cambia la pose, el rictus es otro
nuevo y distinto.


60 minutos. La mancha de vino en la pared
se convierte en un espía a quien llamo Dimitri.
Con él dialogo en la duermevela.


75 minutos: No muevas la mano, por favor.
Los huesos del coxis gritan desde su caja.
La inmovilidad que parecía un descanso
se vuelve una jaula en la que estoy atrapada
en la que ya no busco estar cómoda
sino atenuar el dolor.


A través de los párpados la luz cambia.


Al final, la disciplina hace la vida más fácil.
A una orden suya podré moverme
pero eso no me hará libre.












I. El pintor



Cuando esa mañana ella
abandonó su túnica
yo aparté los ojos.


Hubiera dado diez años
por reconocer sus detalles
y dibujarla con paciencia.


No podía, como antes
mover el pincel durante horas
mi cabeza flotando sobre océanos
y levantar la vista para captar
el paso de la luz en el mediodía de verano.


Sé lo que hubiera dicho mi maestro.


No voy a condenarla a la chatura del papel
voy a darle dimensión de vida, la mía
y amarla.











II. La modelo



Cada jornada sos vos el modelo y yo la que absorbe
mil detalles de placer en tu figura.


Esas mañanas te veía
entornando los ojos para captar
la incidencia de la luz, las sombras
recortándose en la trama de mi piel.


Me costaba mantener la quietud
cuando te acercabas para reconocer
cierto pliegue, algún matiz.
Hubiera querido tocar tus manos
tus dedos con el tizne del carbón.


Que tus ojos se hagan de agua y pueda beberlos
que no veas más que mi cara en otras caras.


Te amo aunque no lo sepa
todavía.


























viernes, 29 de julio de 2016

Mariana Finochietto


Mariana Finochietto (General Belgrano/City Bell, Buenos Aires), La hija del pescador, Homoludens, Bahía Blanca, 2016.















3

¿Adónde van estos caminos, padre?
Las hojas secas del sauce ruedan por el patio.
Cierro los ojos.
Suenan como la lluvia, digo.

Sentados sobre la raíz amable del ombú
miramos los caminos cansados de barro.

Levantás una hoja,
enrollada en sí misma como un animal asustado.
A contraluz se vuelve transparente,
atravesada por el sol.

Todos los caminos conducen al pueblo.
Mamá sale de la casa
con una escoba de ramas de romero.
Estas hojas, dice,
que todo lo ensucian.
Te reís.
En tus ojos aprendí
cuánto se puede amar lo distinto.












7

Mi padre
me enseñó a pescar
durante tardes eternas
de veranos viejos.

A la sombra de los talas,
sin hablarnos,
pasábamos las horas.

Yo conocí
en su silencio
las sutiles formas de la soledad.

Respiré
en el aire marrón del río
el olor de su tristeza.


Y aprendí
que yo también llevaba
el don de la melancolía.












9

Siempre
le he temido al agua.
Hija de río,
sé respetar
la implacable
corriente que todo arrastra,
que todo lo lleva.

No hay aguas mansas
que no encierren el azar
de una vorágine
donde hundirse sin remedio.

El río no tiene crueldad.
Sólo debe pasar,
como todas las cosas.

El río no tiene bondad.
¿A qué aferrarnos
cuando los naufragios llegan?












19

¿Qué buscabas
a la orilla del río
en las noches de invierno?
Siempre te alumbraba un farol
por si la luna era esquiva.

Siempre estabas a solas.
¿Qué oías
en el rumor del agua
que te hablaba y no entiendo?

Yo hago palabras de agua
para nombrarte.
Para nacerme
hija de tus silencios.












33

Ésta era la muerte,
entonces.
Este jadeo en pos del aire,
la mano que se estira
en busca de la luz.

Hay cierta belleza
en la afilada línea
que dibuja
la urgencia
en los huesos.
La muerte pule
a los cuerpos
como el mar
a las piedras.

Si se lograra,
por un instante,
despojarse
de la vanidad de la tristeza,
se podría observar
que jamás
esos ojos que se extinguen
tuvieron tanta luz.


























jueves, 28 de julio de 2016

Paulina Aliaga



Paulina Aliaga (Chubut/CABA), La Contra Dicción, Espacio Hudson, Buenos Aires, 2016.


















Amanece se nace

Cada mañana hay que atravesar de nuevo la escoria muerta
para llegar al núcleo vivo y cálido.
L Wittgenstein

¿Un ojo está despierto si lo amamos a
la distancia y aprendemos la sazón que
lo acicala al mediodía,
de luz?
y después abrimos una lata de luz
y comemos hasta el hastío
y le hablamos
despacio al repartidor
y cuchareamos con fingida remilguez
con finas manos blancas
esa lata que vence este mismo día como todas las
latas de luz
abiertas del mundo
vencen hoy
y a la mañana hay que correr
a nuevas cilíndricas y abrir
y la cuchara
y el rincón o la ventana de sentarse a adivinar
la evolución
del sol
en los ojos
de un transeúnte amado













Seductores de salón. Rateros.


Cuánto tránsito gozando
                 la costumbre.


Rateros de bestiales escenarios
asolando las esquinas
azotándose en la oscuridad secreta
dejando adivinar el sabor
de sus humores
                           el color
de sus espaldas deliciosas.


Magos de la cuaresma
se aparecen y deslizan patrañas bendecidas


                                                    disparan
gracias al desierto

y aciertan.




















Incisiones privadas


odiamos la práctica airosa
de la cicatriz.
porque reprueba
infulosas críticas
a la muerte.
lentas gemidas
en gran enfermedad
de guardar gran cama
y menos que gran abrigo la piel.
ha visto balido este orador
ha lento sido incisivo
en macular
la lente
quisquillosa
de la guillotina






















Patronas a las fieras


Crasa carrrne
socarrón troceador malvón
a cuchillo su frente la gruesa
herida regresa al hogar:
a tener miedo.
Violencia carmesí
no te arrepentís conmigo
porque soy buena
picoteando hambres:
liera y preciosa. Hermana.
Armemos la garganta
para exhalar la venganza de la
primavera
amemos la gracia caníbal de las flores
que se dan,
patronas, a las fieras.