jueves, 2 de enero de 2014

Graciela Zanini









Graciela Zanini (Buenos Aires), Magna ubre, Ciudad Gótica, 2013.














Reflejos


Escribo cada línea de un poema
como quien graba en piedra la verdad acerca de quien es.
No epitafio, ni confesión.
Aguasanta para dejar limpia una mínima carnadura en el tiempo.
No razón de haber sido, sino nostalgia del posible no cumplido, pero al que se 

entregó hasta el aliento último.
Vientecillo audaz colándose por entre los postigos de una memoria varias veces 
reparada, la necesidad esculpirá sobre esa roca
el nombre que nadie pronunciará para encarnarse.



No hay ensueño sino imagen desgarrada en el fondo del ojo.
Voz engañosa, trepa hasta enredarse en lo real. Que también es imagen y no.
Que también es desgarro y no.
Continuar con los pies apoyados en un dibujo. Plano, no estructura.
(A lo lejos, detrás, en la cabeza, un silbido acompaña y miente).




Hablar.
Hablar como si la cabeza pudiera continuar separada del tronco.
La fortísima llamada de un gong latiendo en los restos y la cabeza,
con su boca torcida por la expresión bestial, apenas apoyada. Tambaleándose.



Algo que no estuvo antes en el mundo y no saber si es necesario que esté en él.
Pero igualmente proceder a instalarlo,
creyendo que el constructo posee belleza suficiente para justificar la inclusión.
Soberbia de lo ilusorio. Carne sin aire, nacida muerta.



Un malentendido, un aleteo perverso, una mirada en busca de legitimidad.
Alquimia inútil, sólo para ordenar piedra sobre piedra y cubrir
con musgo de lo aparente el fallido nacimiento.



Llueve desde hace días, sin embargo nada alrededor parece lavado, absuelto.
Se percibe el peso de lo que cae, sobre lo caído.
Agobio en los animales y en las cosas.
El columpio, al fondo, mecido por el viento y lo brillante de las hojas del naranjo
son un intervalo, no una alternancia.
Una simulación.



Ni siquiera la rotación de los girasoles conserva su misterio
Cavilar acerca de si es una revelación o una pérdida no suma.
Desde el color de años tempranos, reconocemos el gris.
Lo quieto, aún bajo un amable sol.












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