Valeria De Vito (Buenos Aires), Colección de fantasmas, El ojo del mármol, Buenos Aires, 2014.
Tomás
Tomás no acomodó los platos y olvidó su taza de Batman
en el suelo del comedor.
Se esconde bajo la cama,
sabe lo que le espera.
Siente hambre y se levanta a oscuras.
Que mamá no venga a dormir
le da miedo.
En el placard, la única frazada
está llena de agujeros pero
Tomás sabe que igual abriga.
Mamá preparó la leche y se la dejó en la heladera
para que mañana él se la caliente antes de ir a la escuela.
Oye los grillos en el silencio de la noche,
la campana del tren
y la sirena de las patrullas.
Oye los pasos de quien llega y cierra la puerta con furia.
No puede más, estornuda.
Alguien le enseñó una vez a callar a la fuerza,
pero hay cosas que no se aguantan,
que no se pueden callar.
Otro estornudo se le ahoga en la garganta
tanto como las ganas de llorar.
Mamá siempre le dice:
“Tomás no llores, no seas maricón”.
Y Tomás se escapa.
Llega corriendo hasta la vía y espera que pase el tren,
cuando está llegando a la estación
sube al vagón del maquinista y ahí pasa la noche o el día.
Los guardias lo conocen,
le ofrecen facturas o mate cocido.
Cuando sea grande va ser cafetero,
sabe que falta mucho para crecer
como para que se haga de día.
Saca la cabeza por la ventana
y el humo del motor
se le viene encima.
Estornuda, pero esta vez
a los cuatro vientos.
Una astilla puede ser un milagro.
Cuando se termina la jornada
José, el maquinista, lo acompaña de vuelta a su casa.
Tomás se pregunta
dónde se esconden los mayores del dolor,
cómo es que el cielo puede brillar tanto
cuando a un niño le pasan cosas tristes.
Estoy imaginando otro lugar
Es extraño tener tantos lugares donde ir
y girar siempre en el mismo.
Hay voces en el agua
abajo, me cuesta respirar.
Los relojes despiertan
tienen vida.
Busco tiempo
pero hay sombra.
La sombra desaparece
empuja
al salir,
parte y pierde brillo.
La sombra olvida a quién pertenece.
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