sábado, 26 de septiembre de 2020

Noelia Palma

 
Noelia Palma
(Morón, 1984)



Luxemburgo, Villa María, El Mensú Ediciones, 2020.




















1

Era insoportable
todo el verdor quedándose
en las bocas mugrientas de la felicidad,
yendo y viniendo en una fotografía
dispuesta a ser olvidada.
Nadie dirá lo contrario.
¿Y después?
No olvidaremos el sabor de estas piedras,
que nunca se acaban de pulir,
anunciándose tierra fértil.









2

En la rama del árbol
un pájaro corta las hojas secas.
Las hojas secas crujen sobre el pasto.
Así se tienden mansamente.
¿Qué haremos con la devastación
arrodillada sobre los insectos?
Mirá: la tierra se balancea como un jinete
y nosotros
somos el mantra que el viento
dispuso en el pico
de todo lo que nace para extinguirse.
¿Qué quiero demostrar?
Nada. No, nada. Nuestra casa es hermosa.









3

Hemos amado bajo la copa de un árbol
para que sea imposible.
La fortaleza del verde en lo alto
juró que por la noche
Dios no existe.

A esta hora,
ni siquiera se oye el piar de los pájaros.

Dirá que todo lo he inventado.









5

Treinta y cuatro mil novecientas gotas
para contabilizar los signos de la tormenta.
El chasquido del agua conoce la inutilidad
de ciertos pétalos.
Los destruye para domesticar.
Los pétalos mojados caen y dicen algo
ilegible sobre el paisaje.

El patio oscuro parece deshabitado.
El gran bosque parece deshabitado.
Se oyen los truenos como si dijesen
aquí no queda nada,
las señales cotidianas mermaron toda respiración.

Permanecimos de este lado de la ventana
creyendo que enarbolamos toda la fe.

Oímos el agua corriendo en las cañerías
como si la sangre aceptara el crimen brilloso
y anaranjado del encierro.

Sobre las ollas viejas están las flores viejas,

sobre la pava hay un pájaro carcomiendo
los engranajes de la noche.









9

La lluvia se contoneaba como el cuerpo de Cristo.
Le hizo una seña al fantasma de los abedules,
lo ató a su hueso.
Las colas de las ratas brillaban
al entrar en las alcantarillas.
Este paisaje tristísimo no es culpa de mi amante.
Él estaba ahí. Yo estaba ahí.
Y no lo sabíamos.









10

                                    Nada dejó que no doliera
                                         Macedonio Fernández



Subiste,
miraste por la ventanilla cómo se iba perdiendo
el paisaje, que se alzaba, casi tangible,
como un cuerpo vivo.

¿Subiste al avión?
¿Qué palabras se dicen cuando se sube a un avión?

¿Rezabas como si Dios te hubiese humillado?









11

Después de tanto viento
el vestido sigue atado al balcón
secando esa pobre, pobrecita luz
del aliento contenido.
¿No es un milagro?
Los buenos tiempos
detrás de la niebla
pasaron.

Luxemburgo es una hermosa historia para un libro. 









12

¿Dónde estabas cuando llamaste?
¿Lille? ¿Niza? ¿Habías llegado a Luxemburgo?
¿Viste el resplandor de mi cuerpo
comido por los girasoles?

Sirvo la taza de leche de mis hijos
mientras voy dichosa de aquí para allá
porque tu voz sonaba
como una gran ciudad
con sus luces,
como un muchacho joven
asomado al jardín
que nunca encontró su lugar.