jueves, 1 de octubre de 2020

María del Rosario Andrada

 

María del Rosario Andrada
(San Fernando del Valle de Catamarca, 1954)


Obra poética (1978-2018), Vicente López, Editorial Lisboa, 2018.














De Wanaku (2017)



El viento escupe su furia

Ventilamos nuestras almas
colgamos el miedo
por un
instante
secamos la culpa
anudamos nuestro cuerpo

Desabrochamos
los misterios uno a uno
como fantasmas escuálidos

crecimos
               en la lumbre
y somos el uno en el cuerpo
del otro
afuera el viento
escupe su furia
en tierra guanaco








Piedra pómez

Me dicen la pómez
desertora de volcánicos fuegos
avisto
la soledad de un páramo
donde las lagartijas se asoman
y las vicuñas trepan
la cresta roja de arenas negras
mis aristas
son coordenadas
que el ulular del viento corroe
me envuelven auroras escarlatas
flamencos migrantes
del Salar de Antofalla







Lorenza Mamaní
(Cordillera de San Buenaventura)

En medio de la nada
Lorenza
trepa la cordillera
es una cabra
tiene pezuñas

un rosario se abre
en las mañanas frías
el humo escapa de su casa
de piedras y retamas
por una ventanita
donde
la cruz del sur
se asoma

En el páramo de San Buenaventura
el salitre forma lagunas
una caravana de aves
desciende

a preparar sus nidos
Lorenza

llega a la orilla
a contemplar
el cielo de flamencos

ella ignora la edad
la ceguera
y sigue andando con sus pies
de cabra
por corrales luminosos
aferrada al canto de una copla

a veces los vecinos de otros pueblos
la cruzan en algún sendero
ellos van en mula
y ella sigue caminando







De Suri, patitas largas (2015)



De repente
se escuchó un bramido
la lluvia caía sin cesar
una llamarada cruzó
como saeta
se incrustó en las nubes
las piedras rodaron sin parar
por el largo cauce del río
              el ruido
              la creciente
sacudió las sábanas y los amantes







Me dijo que montáramos
y lo hice con el miedo propio
de la primera vez
temblaba a cada paso de la yegua mansa
los aguiluchos
daban vueltas en círculos
en el rojo intenso de la madrugada
llevaba en la alforja
unos binoculares que no usé
porque a esa altura
el ojo de Dios nos pertenece







Cuando el sol traspasa las cumbres
salgo con la leche cálida de mi tazón
a mirar los teru teru
como aquellos días cuando mi padre
atesoraba una pareja
en el fondo de su casa
ellos picotean las migas empapadas
el macho acaricia el cuello de la hembra
que sigue a su lado
y se aleja para devorar una hormiga
escarba la hierba húmeda
y en el tanteo inmoviliza una lombriz
tironea y un hilo fino sale de la tierra
la presa soy yo
en este instante devorada
engullida
tomada de un picotazo
aquí
al pie de la cumbre del Ambato        








De Huayrapuca, la madre del viento (2014)



Enredarse en el misterio
             creer
             que somos para siempre
             mientras el adiós se cuece
             en palabras que no han de pronunciarse.
El destello
             no es más que el reflejo de un deseo.
Noche propicia
             para desnudarse
repetir el credo de todos los días
                          aún
cuando la oración ya no se rece de a dos.







                            Impiadoso
                            el amor habitó
                                         entre los sueños
                            se escurrió por algún costado.
                                         Crecimos
                            creyéndonos poseedores únicos
                                         hasta que la verdad
                                         llegó extenuada
                            se sentó a nuestra mesa
                            y nos alimentó de soledad.







Los de siempre
los que bajan
             de los ríos
esperan el anuncio de madre sierpe.
En el séptimo día
             Huayrapuca
             desató las tempestades
             movió las aguas profundas
             recorrió los laberínticos
agujeros negros del espacio
                           predicó con su nombre.
                                      La creadora
                                      esperó ansiosa
                                      la muerte
                           que nunca aconteció.         







De Los señores del Jaguar (2011) 



El vaticinio


                    Vendrán después de la tormenta
                    anunciada en sollius / libro sagrado
                    otros hombres cambiarán
                    el nombre de las cosas
                    los dioses enmudecerán para siempre.

                                        de Los cánticos de Otmerón




El anciano no ignora 
                         el vaticinio
los dioses vendrán
                         otra vez
a proteger sus templos
            un viento frío
            desconocido
    en la selva tropical
se propalará de norte a sur
no habrá resquicio para guarecerse
            será tal vez
            la señal
    o el comienzo del caos.







Los secretos de Yllopohac
                          libro sagrado
            revela
el enfriamiento
                          de la meseta
la muerte de los pájaros
el envenenamiento de los lagos
la implacable sudestada.

Una nube de ceniza
            pululará sobre las costas

el mar embravecido
                            vomitará peces
                desaparecerán líquenes.
La roca
                            será masa ígnea.







             El dolor correrá
             por los intersticios del planeta
las manos se abrirán  
en suplicio
             equinoccios de fuego
             eructos de un volcán
pondrán en duda la parusía.

             Advendrán nuevas formas
             otras realidades
                             cambiará
el nombre de las cosas
              los dioses
enmudecerán para siempre.







De Último resplandor (2007)  



El pulso último 

El fuego avanza
en los abismos
el valle
y cada espacio.

El fuego avanza.
Una ola gigantesca
        convierte
los médanos
        en profundos fosos.

La masa líquida
        hierve
en noches sulfurosas
        y las ballenas,

varadas en la playa
        mueren sin culpa.

Una densa nube de polvo
se asienta en la superficie.
Ya no hay nada.
                          Ni días
                                    ni noches.
La oscuridad es refugio del cataclismo.

No más viento.
La siesta
        arbolará
la boca de los náufragos.

Predestinados
a perderlo todo
a sucumbir a los designios

        de algo que fue,
como el aire,
las estaciones,
los espejos del mar,
una bandada de flamencos,
el rugir del puma,
las acróbatas ranas.

        Nada habrá en el firmamento.
        Ni los ojos de un Dios
                                        para mirarnos.







De Profanación de las alturas (2004)



Vendrás otra vez
como el primer día
a sabotear con ojos perversos la estatura
del silencio
a profanar el vuelo de las rosas
reflejadas en el agua de un estero
el sol cautivo en la titudes
    los círculos del cóndor
    el eco de un rezo que se esparce
    en la montaña

vendrás otra vez                y la lluvia
aún no habrá caído.







                                    No volver

                                    dejarse ir junto a la ladera
                                    siguiendo el perfil mensurable de la aurora
                                    manto adormecido
                                    silencioso

                                    no mirar atrás.







El cielo era un presagio
un canto perdido en las montañas

esparcieron mis cenizas

me recogiste        polen azul
polen negro
polen herido.







De Los cánticos de Otmerón (1998)



Las razones de la fuerza y el miedo
desbordaron las palabras,
había que arrancar las lenguas.
Un eclipse de sol paralizó la tierra,
los yaguaretés agonizantes
exhalaban el humo negro
de la conquista.







Las babas del rey Otmerón
el salvaje encerrado en un foso
las babas del rey Otmerón
                el salvaje
                arrodillado

luz en la antecámara
oscuridad en el sótano

                usurpación y miedo.







Escarabajos luminosos
            trazaban coordenadas
                    de fuego
los papagayos abrían sus alas
                    a la muerte.

En el resplandor de la agonía
            las lenguas de los mártires
se esparcían en la tierra.







De Anuin y los senderos del fuego  (1992)



Las vísperas
              encienden
el poema
y somos
              animales nocturnos
              peregrinando
en la sombra
              nadie
sabe dónde habitamos la muerte
tan sólo la palabra
    nos presagia la vida

la víspera
    es la señal
de otro nacimiento.







Como una lengua divina
la luz se proyectó en el cosmos
Anuin bebía el zumo dorado
                del comienzo.







Para enviar mensajes
inventó la marea            
y el viento que ronda en la siesta.








De Tatuaron los pájaros (1987)



En el silencio
                                    surgió el ruido como un tropel
furioso
el mar
                separó la tierra
y se hundió en los océanos

Un relámpago
                                    propagó la luz
primera.







Profanó los cielos
se apoderó de sus pájaros
de sus tormentas

Profanó la fuerza y el caos
después
comenzó el peregrinaje.







Entonces
            la transparencia fugaz
de los dioses
nos desnudaba
            viento
            luz.






De Casa olvidada (1982)    



Siesta de moras

Tenía en las manos la siesta
de las moras.
Había un secreto de adobe y plumas
en las paredes.
El sueño andaba las raíces
y el rostro callado de la sombra
me dejaba una tarde de gorriones.







De Uvas del invierno (1978)



Uvas del invierno

Navego
por estratos
que no son de este
mundo
donde se sumerge la ausencia
y donde la soledad
se vuelve palabra
que llama en el desierto
donde el cántaro
es espejismo, sueño e ironía
donde los habitantes caminan
sin importarles
que el viento borre sus caminos
donde me cubren constelaciones
de preguntas
donde las uvas se recogen
en invierno
y donde el poeta se vuelve
tierra
y la tierra, tiempo y agonía.