viernes, 29 de abril de 2016

Diego Roel



Diego Roel (Temperley/La Plata, Buenos Aires), Kyrios, Detodoslosmares, Capilla del Monte, 2016.



















Amma Teodora
(Madre del desierto. Como Amma Sara, vivió cerca de Alejandría)


Nosotras no comemos ni bebemos ni dormimos.

En el desierto dejamos la vida
como una ofrenda.

Nosotras no tenemos padre ni madre ni hermanos:
hemos perdido el tacto, el habla, la memoria.

Apenas escuchamos lo que repite el viento.

Sobre la arena vemos
el cuerpo y la sangre de Cristo.












Santa Tecla de Iconio
(23 de septiembre. Virgen y mártir)


El ojo de la eternidad se abrió en mi frente:
se desataron los dientes de la luz.

Ahora cae mi sangre como una fruta madura.

Los pájaros devoran la última espina del silencio.

Cuerpo, asno salvaje:
rebuzna, ladra.












San Juan Damasceno
(4 de diciembre. Lo apodaban el orador de oro. Patrono de los pintores)


El sol despliega su sudario y muere.

En este páramo
la patria es una isla, un sueño.

La piedra habla con la piedra.

En este páramos
el cuerpo es polvo y ceniza.












San Macario el Grande
(15 de enero. Ermitaño. Discípulo de san Pacomio)

Cae la luz en la luz.

Caen las torres del cielo.

El mediodía arroja
una lanza de oro entre los médanos.

Somos una línea de fuga,
una corriente que avanza,
el pecho abierto de la sombra.


























jueves, 28 de abril de 2016

Gerardo Curiá


Gerardo Curiá (San Pedro/CABA), Caldén, 2 ed., La mariposa y la iguana, Buenos Aires, 2014.




















Huitru

Huitru, guerrero de los ranqueles, el cautivo. Pampa y noche espinel, él, una herida que fuga en la oscuridad casi blanca. Arena de orfandad, su travesía hasya ya no su cuerpo.

-Guitu wuta chao, mi sentencia sea el amparo del ranquel.

El viento que llega del sur levanta su muerte, piedra de arena es el aire, y un hombre, pájaro guerrero, en árbol nace, Caldén.

En árbol agua del desierto.









Huitru

El monte, tambor de potros
lagunas de sal

Hacia la noche su valentía

We mapu peñi

La distancia
tiempo en la piel desgarrada

¿Quién hostiga a Huitru?
La soledad sentada sobre las tolderías

Caiñe caiñe caiñe

En las cuentas del saqueo
dolor por la perdida huella

Por los ausentes
cruza la derrota
y no es la herida su aliento

We mapu peñi

¿Por qué los dioses eligen
la forma del árbol
para el descanso de los perseguidos?

Huitru

Bravo en la fuga hasta la sed
Negra de estrellas es la arena
Héroe es el desierto

Peñi mapu we

Desligar las ataduras
atarlo a la tierra
Salvarle la muerte

Guitu Wuta Chao

Música del viento para el que muere

Guitu Wuta Chao

Golpe seco
cielo sin nubes
y el Dios
es el verbo
la voluntad

Peñi we mapu

Ramas en ajuar de espinas
intemperie
y en lo profundo
severas falanges
hasta el agua

Guitu Wuta Chao

En el tronco los caminos del daño

Huitru Pampa
Huitru Caldén



















lunes, 25 de abril de 2016

Tom Maver



Tom Maver (Buenos Aires), Marea solar, Alción, Córdoba, 2016.





















En 1763 el ornitólogo danés Erik Pontoppidan les dio un nombre científico a estas aves: SternaParadisaea. No es imposible que entre los tratados de teología y de economía política que iba a dejar inconclusos, quisiera ver nuevamente a estos pájaros, soñar con su vuelo en picada hacia el mar, oírlas caer en un nombre perfecto. Apenas un año antes de su muerte, el entonces obispo Pontoppidan se recostó e imaginó los terrenos boreales de cría, los alaridos haciendo eco a lo largo de los valles árticos. Pensó que el lugar de origen para el ave migratoria debía serle fascinante: algo hermoso a lo que no se puede volver. Se levantó y alzó la mirada bajo el cielo gris de Copenhague. Leyó en voz alta el nombre que escribió en una hoja: SternaParadisaea. Sí, sonaba a cosa antigua, traída desde el comienzo de todo. Erik Pontoppidan por un segundo se sintió unido a ese entramado infinito de migraciones. Creyó oír a las aves viniendo hacia su nuevo nombre, cubriéndose con su aliento.











Hay que avanzar y no pensar en eso.
Pero mi madre está tendida
queriendo picotear el musgo de las piedras,
escarbando. No quiso ver cómo sus pichones
dejábamos los valles en dirección al sur.
Pronto, la nieve empezará a descender
sobre ella. A medida que me alejo de la costa
intuyo que habla sola de cara al piso,
llenándose la boca con barro, como buscando
entre las raíces más cercanas al núcleo de la tierra
el tibio origen de los abandonos.












Haber aprendido a no estar
en ninguna parte es todo lo que queda
de mi infancia. Bajo el mareo
que provoca la insistencia del pasado
entiendo que hay pérdidas
que deben guardarse como tesoros.












Tendría que detenerme en algún sitio
para descansar. Pero ya estamos sobrevolando
el Atlántico. Serán meses en que la gravedad
nos aplastará con su mano contra el océano.
Sólo el insomnio nos dará el equilibrio
para no perder la cabeza viendo este colchón de agua.
¿Dónde tenemos alojada la fuerza necesaria
para atravesar tanta intemperie y no caer?
Detenernos, sí, pero el cansancio
también es un desierto que hay que cruzar
y, aunque la energía me prenda fuego,
no debo separarme de las llamas.












A veces el amor prefiere lo inaccesible,
lo que tengo, pero oculto. Avanza
hasta las zonas más secas de donde
ni siquiera yo puedo traerlo de vuelta,
donde basta una chispa para que todo arda.
Querido mundo: que el privilegio
de ese exceso sea sólo mío. 
























viernes, 22 de abril de 2016

Juan Ignacio González



Juan Ignacio González (Adrogué/CABA), En reposeras, descalzos, Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015.






























1

Tarde de otoño,
la luz justa.









3

Siempre buscando nueces,
las llevaba en sus bolsillos
pero jamás las comía,
usaba la cáscara,

la ponía en agua
a veces
en baldes, en fuentes, o piletas.

Y soplaba…
fuerte

sus barcos navegaban
por los mares
más
maravillosos.









38

Como río que se va
movimiento queda…

























miércoles, 20 de abril de 2016

Loreley El Jaber



Loreley El Jaber (Buenos Aires), La espesura, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2016.





















A veces me detengo 
en aquella foto vieja 
que retrata la que una vez fui

Me veo riendo sobre la arena caliente 
me veo satisfecha, frente a un futuro inmenso 
y deseo esa mujer 
que ya no 
y me extraño










Estoy anclada en un mar 
de profunda espesura 
intento remar 
me detengo en la consistencia 
de esa agua sin luz 
y entiendo que mi destino 
no está en el avance ni en el movimiento 
ni siquiera en la persistencia 
sino en esa espesura 
repleta de pliegues que me convoca 
a través del tiempo










En estos días 
no dejo de aprender 
la insondable precariedad de las cosas










Tengo un hijo 
y ahora 
aterrada 
pienso la muerte

Bajo los párpados 
me dejo caer en la silla 
y lloro la verdad de saberme 
en algún momento de sus días 

ausente










Como quien se entrega a un amor desahuciado
así se sube al bote para andar el río 
A medida que rema 
concentrada en los detalles del agua 
siente 
que el río la absorbe 
que hay una fuerza ahí 
que quisiera tragar con furia 
deshacer ese ritmo acompasado 
romper esa potencia que ella desea 
pero no tiene

Los que la conocen saben 
que su historia final no se debió a un descuido 
y no se explican esa imagen última 
el ímpetu de la mujer desgarbada 
aquélla de los cabellos negros 
abandonando el bote a mitad de camino 
y ofreciendo 
como en un rezo antiguo 
su cara 
su cabeza 
su cuerpo 
al río










Quien haya sobrevivido 
al desborde de la lluvia 
sabe 
que se puede respirar en el agua





























viernes, 8 de abril de 2016

Laura López Morales


Laura López Morales (Córdoba), También afuera es todo esto, Llanto de mudo, Córdoba, 2014.






















algo de necesidad primera 
hay bajo alguna 
de todas estas piedras

golpea
la terca inocencia de las bestias
el cuarzo del buen tiempo 
lo que se desmorona
lo que también funda


si todo existe para ser asumido

aquí debo elegir

entre el derrumbe 
y sus atajos











porque también 
lo que no está
hace aquí su casa

su retrato preferido
su leña para el fuego

de a una junta las migas del mantel
hace pan de los restos

juega a ser el cuchillo
la rodaja










con el calor 
florecen las camas en el patio

blancas
desiguales

una constelación secreta
bajo mil novecientas estrellas

contarlas
es ir entrando en la ofrenda blanda
de los grillos de lejos

en la luz diminuta
del espiral encendido 

en la casa al fondo
sola
extraña
con los ojos abiertos











solté el animal del fondo

lo dejé morder las sombras
las sinuosidades de lo no trazado

marqué para él
un punto
un centro
 
pero no 

el animal sigue desnudo 
y sin nombre
escarba 
espera 

así me mira
desposeído 

como si también naciera



































jueves, 7 de abril de 2016

Bárbara Belloc



Bárbara Belloc (CABA), Canódromo, Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015.































Fogatas para combatir el frío y la intemperie, cocinar, festejar el lugar recuperado y vuelto a poblar; fuegos que señalan dónde se ha perdido la batalla y quedan cuerpos dando coletazos como peces fuera del agua, como poemas que fueron escritos y destruidos, quemados, un día inhóspito o dichoso ¿qué sabemos? ¿Qué sabemos de esa quema, que fue copiosa y dio luz y calor suficiente hasta que se encendiera el nuevo amanecer, que en comparación se veía anémico? 
Poemas como cometas con su cabellera desplegada aun si su núcleo está extinto, porque así son los poemas, que rasgan el cielo y las vidas en dos. Luces sin sombra en la tierra. Un esqueleto expuesto a los elementos. Océano sólido. Sin brillo. La veta mineral y adentro la gema suculenta y virgen, sin tasar, guardada en su capuchón de berilo y cromo por miles y miles de años, como la nuez antes de nacer, la que no es para comer. En carne viva, en silencio. 
En el más absoluto silencio, poemas: los peligros del bosque. Y lianas, donde no hay palabras, como fogatas, fuegos. Como la rosa de los vientos fraguada en plata con forma de Cruz del Sur, llamada de Agadez, que los padres tuareg dan a sus hijos “porque no se sabe adonde iremos a morir”, antes de salir al desierto a seguir las rutas como los perros el rastro, a lomo de camello. Porque el fuego devora la vida del aire y el aire vive del cuerpo vivo que lo devora. 
Lianas porque no hay palabras porque hay poemas.











La primera comunidad cristiana organizada, en el siglo I, fue la de Egipto, y la iglesia de Alejandría aventajó a la de Roma, extendiendo la influencia de la nueva fe entre los bárbaros y los celosos clanes del cercano oriente hasta la distante Antioquía, ciudad portuaria cuyo trazado replicaba el plano original de Alejandría, cuna del perro continuo y rival de Atenas, cuna del cinismo que Antístenes impartía en un gimnasio conocido como Cynosarges, nombre que significa “perro blanco” o “perro veloz”, en un círculo de vacío perfecto perfectamente completo; como en una cacería. 
          Era una carrera desenfrenada. 



Tan solo un siglo más adelante, Panteno, su seguidor Clemente y el poeta Orígenes ya habían establecido allí un centro de irradiación teológica perseverante y sutil como el Khamsin, un viento que sopla en paralelo al Zonda: una corriente cálida, turbadora, envolvente. 




Las hordas nativas de hombres menudos, de piel oscura y áspera e idiomas guturales que habitaban ciudades, pueblos y campamentos en construcción y destrucción permanente, y los viajantes marítimos, esclavos de los esclavos de las sedes 28 imperiales, todos ellos homúnculos o casi animales por no haber sido iniciados todavía, eran persuadidos en masa con el minucioso tramado de tapiz de fiestas, conjuros y terrores para asumir un nuevo orden de la carne, y con ello del espíritu, como hombres–perros detrás de una jugosa pata de cordero o un amo más protector, más poderoso, un rey de reyes. 








Cristóbal de Licia, mártir del siglo III y santo patrono de los viajeros y el granizo, habría sido bautizado en la magnífica ciudad de Alejandro. 
Habría nacido en África del norte, en los territorios móviles del Tamazgha o en la Media Luna fértil, primogénito y gigante. 
Y habría sido un cynocéfalo (con cabeza y rasgos físicos de perro) o de alguna de esas subespecies, a causa del prodigio natural tan frecuente en esas regiones o en castigo por su belleza lobuna, encarnada en una figura de hombre enorme, de suavidad salvaje y brutalidad semisalvaje, tentadora para los ejemplares del otro sexo y las aguas femeninas de los ríos que él cruzaba mordiendo el aire, los remansos tramposos que olfateaba mientras cargaba a los creyentes, uno por uno, a través del tamiz del río. 
Hasta que se presentó en la orilla el propio Cristo infante, aseguran las versiones no canónicas, el peso más pesado, inamovible, quizás el lastre espiritual definitivo.
Entonces Cristóbal, además de perro, monstruo y hombre, fue héroe. 




Pero como nada es eterno, las tierras que habían estado por los siglos de los siglos apartadas de Dios pronto volverían a estarlo. 
Y los perros, a pasar hambre.


















miércoles, 6 de abril de 2016

Fernando Callero



Fernando Callero (Entre Ríos), 2, Colección Dos Poemas, Ediciones Arroyo, 2016.



















Una cacería rápida

En ayunas salgo a ver amanecer
todavía están prendidas las luces del Centro
Armo un bigote rubio de tabaco y fumo
contra el aire frío
Los pastos congelados, el tanque de oxígeno
Las cabañas familiares alineadas
contra el cerco de pinos negros
Pasa un ordenanza, saluda: buen día
está muy desabrigado
Se apagan las luces y se abre el resplandor
Dos calandrias gordas picotean desechos
mi nervio adormecido. Toda la noche
de un tirón soñando con un hombre
que me quiere vender matas perfumadas
para ahuyentar los mosquitos
cuando arrimo la nariz, se desperezan
Son animales extraños
que hay que domesticar
Yo los rechazo, son mamíferos
no sabría qué hacer con ellos
Serviles la leche temprano
para que no se vuelvan locos
y empiecen a destruir con sus hocicos
la tranquilidad 















martes, 5 de abril de 2016

Mariana Suozzo


Mariana Suozzo (Buenos Aires), Cuando la forma del día desvanece, Caleta Oliva, Buenos Aires, 2016.






















SUENA EL CELULAR Y TE IMAGINO SOBRE UNA PIEDRA
me decís que desde ahí se escucha mejor
ignoramos el espacio que recorren las voces
para llegar al otro lado
lo nuestro depende de que haya señal
las palabras se reproducen
pero el mensaje se divide cuando tu voz se entrecorta
lo que no decimos se sostiene intacto
de la conversación me quedo
solo con lo que puede desprenderse
¿es tuyo lo que decís?
hablamos de que estás bien, de que estoy bien
de las cosas que tenemos alrededor y nos despedimos.
En la cabeza me queda rebotando tu voz
y lo lejos que fuimos a parar.











LA NOCHE NO LLEGA NUNCA
y cuando camine por esta calle y ya no viva en ella
es probable que la noche venga, como vienen las cosas
que se esperan desde hace tiempo
el que no sabe dónde está tampoco sabe quién es
y el viento fuerte es una noticia que aguarda por nosotros
un soplo que nos dirige hacia donde nunca estuvimos
pero inevitablemente iremos.










LA LLUVIA NO BORRA EL ESPÍRITU DEL VERANO
las gotas que caen se amotinan contra el piso
aplastadas por los que van y vienen
los que invaden los charcos
los que se salvan del rayo
por atender una corazonada
los que se quedan mirando el chaparrón
que cae, como cae diciembre sobre los hombros
con ese peso que varía entre liviano y cargado
los que parecen disparados por la tolva
bajo el agua bajo el sol bajo las nubes negras
los que corren con los pequeños músculos de la cara
apretados fuertemente contra el viento
los que atraviesan juntos una violenta ráfaga
partidos por el clima como se parte
la leña con un hacha.










COMO SI NO TUVIERAN VIDA PROPIA FLOTAN LAS RAMITAS EN LA CORRIENTE
pequeñas partes de un árbol que nunca vimos
de este lado del monte, están ahí
como si alguien las hubiera metido en el agua
para que lleguen a la orilla con un extraño propósito
amontonadas se van tejiendo en una trenza
éstas ramitas que en el árbol, secas
proyectaban su esqueleto a contraluz
y que ahora, vacías de voluntad
son empujadas a ir adonde las lleve el viento.





























viernes, 1 de abril de 2016

María Magdalena



María Magdalena (Buenos Aires), Los nombres del padre, Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2016.





















2

Estamos caminando en círculos, María.

Es domingo y despierto
arrasada, nada queda
de la ciudad desértica
donde me invocabas.

Conjuro los nombres,
el lugar donde me dejo
caer cuando no tengo de dónde
sostenerme.

Cómo desaparecer completamente.

Cortamos el último hilo
que nos unía como un mapa
extraviado, dos puntos invisibles
llamándose al encuentro.

Se dicen las palabras del amor y nunca
las del final.

El final es siempre
silencioso.









12

Una lengua me repulsa,
la mía o la tuya o ambas cuando se tocan.
Recibo tus restos con devoción,
esperando que me salve.

¿Podrás fingir?

Que puedo concebir mi nombre,
un nacimiento o algún dios,
que puedo bautizar los placeres
inventados para morir menos.

Pero digo no, y quiero ser
sólo esa voz que dice no.

Cuánto entregaría
por unas manos que sepan tocar.

Me voy desvestida, nunca desnuda.


Murió mi padre y yo acabé. Con el goce infantil y la búsqueda de su
contrario. Le di la bienvenida a la reconciliación y comencé a morir como una mujer.









14

Hay una palabra al borde
de ser pronunciada, un hombre
que se sabe incompleto y calla,

una angustia que estremece
como una caricia,
un éxtasis que no da miedo,
esta entrega, religiosa.

Hay fuegos artificiales,
la algarabía del tango,
una alegría obscena,
y una mujer ausente.

Soy yo, en silencio y hablando
con una palabra
muda.


¿Qué es un padre? Un desayuno, la radio de fondo, la mueca en el rostro, un libro necesario a tiempo. El rasgo definitivo.









17

Dieciocho años
de vos.

El retorno de
una caricia,
y saber que no hay
más allá del padre.

Dieciocho años
sin vos.

Me ocupé de matarte
en la ausencia del llamado
que significaba
morir en tu nombre.

Morir de tu muerte.

Y yo morí de un orgasmo
celebrando haberte
perdido. Quise vivir.

Dieciocho años
sabiendo que no hay
María que alcance
ni Madre que pueda
sobrevivir a la tragedia
de tu imposibilidad.

No hubo perdón
y de todos los cuerpos
posibles fue el mío
virgen, una vez más.

Y son tantas las vidas
que vivimos, y tantas
las muertes que celebramos,
que ahora podemos descansar.

Dieciocho años
y nunca más.


Fuiste tan romántico que quisiste morir bebiendo un perfume barato como si fuese un elixir. Aprendí de vos.