jueves, 31 de marzo de 2016

Gervasio Monchietti


Gervasio Monchietti (Rosario, Santa Fe), Mecánica del escorpión, El Ojo del Mármol, Buenos Aires, 2015.






















Admisión

Estoy escribiendo el manual que me pediste.
Estoy haciendo ajustes en mi sistema de transmisión.
Puede que corcovee
tienda a detenerme
acelere de golpe
yerre un cambio

tomalo así
es una manía
trabajar como si todo el tiempo

estuviese haciendo otra cosa.









Nafta

Hoy madre trajo unas flores
rojo y amarillo que puse
en el borde de las plantas
pequeñas junto a la cocina.
Madre trajo también
un vino Don Gervasio.
Sabe bien
y sabe bien mi madre, qué tomo,
qué dejo y cada una de las cosas
que me faltan.









Termostato

Hoy debí emborracharme pero es un poco tarde.
Hoy empecé a entender a todos los borrachos del mundo.
Mi amiga volvió a decir “estamos para aprender”.
Obstinada siempre en dar con el lado positivo de las cosas.

Escribir es un ejercicio simple  
en un teclado frases como compoteras
quedan bien
abren, repelen el agua y conservan por un tiempo los alimentos.
Lo difícil viene con el cuerpo.
No hay compotera que contenga un cuerpo entero.

































miércoles, 30 de marzo de 2016

Mori Ponsowy



Mori Ponsowy (Buenos Aires), Cuánto tiempo un día, Brujas, Córdoba, 2015.























Cuánto tiempo un día

¿Cuánto tiempo puede durarnos este día
si cuando arremeten las olas
lo barren todo: la sombra de las casas,
la arena de los sueños, el vacío
de los vanos en las puertas?

¿Cuánto, si al andar tropiezo
con pozos de cangrejos, y caigo
hasta el otro lado del mundo,
allí donde mis brazos
no se pegan a tu cuerpo?

Aspavientos del olvido,
Aspas del agua
que enmascaran la nada
de tanta tarde de domingo
que siempre llegó a lunes,
de tantos días idos
en la avalancha de las olas
que vienen y se van,
inclementes siempre.

Como las horas.









A orillas del Caístro

Un hombre está sentado junto al río, y espera.
Cuántos hombres antes esperaron frente al mismo río,
junto a esas aguas, que son y no son las mismas
El hombre, también, es y no es el mismo.

El río pasa sin prisa junto al hombre, y calla.
Cuántas de sus gotas navegaron otros ríos.
Cuántos de sus átomos nacieron en el corazón de otras estrellas.

Electrones y protones diminutos que surcaron soles y galaxias,
y recalaron un instante en esta orilla, para seguir cruzando
caudales sin descanso, acequias, vertientes, nubes
y, de ahí, de nuevo, a otra ciudad, otro país,
otro planeta, y otro tiempo.

Todo fluye, todo pasa, nadie se baña dos veces en el mismo río.
Y, sin embargo, ahora, en este preciso instante un hombre
está sentado junto al río. Es un hecho. Y el hombre espera.

¿Piensa en el río? ¿Piensa en el viaje del agua
desde el principio sin principio de los tiempos?

También él viene de otro lugar
y de otras gentes que, como el río, tienen su historia.
Tampoco él se detendrá aquí. El río es un paso, solamente,
La vida, un paréntesis entre orillas.









Nada es probable

Nada es probable
dado el infinito azar: la vida
sobre el planeta; la fórmula áurea
del nautilus; la posibilidad
de —esta vez sí— curarte el sueño;
de —esta vez sí— volver de tu exilio:
de que —esta vez— el amor sí sea.
Nada es probable y sin embargo
estamos aquí. Cuántos pasos
ha debido dar tu estirpe
para que llegaras a mi puerta.
Cuántas veces te busqué
para negarte.
Nada es probable, y
gira la tierra en torno al sol.
Todo cálculo es ocioso,
nada es probable y
henos aquí a los dos.
Los dos, y sin embargo...









Este silencio nuestro

No escribir nada en un poema
sería como enviar un sobre
vacío; una canción
silente; un cuadro
en blanco.

Te envío:
el sobre,
la canción;
el cuadro.

Este silencio.
El nuestro.





















sábado, 26 de marzo de 2016

Emilio Herrera



Emilio Herrera (CABA/Luján, Buenos Aires),  Un cuarto azul, El Ojo del Mármol, Buenos Aires, 2016.





















La lengua del viento


la lluvia más bella
se iba hasta el fondo
como agua de madrugada
en forma de guadaña sobre el campo
¿acaso era el día del juicio final?

así te ocultás con la tierra mojada
barro impreciso parecido a tu piel

lo más asombroso es el silencio tuyo
escena donde el viento habla por los dos

el amor es más constante que la muerte, leías
es claro que el tiempo se pierde
demasiado pronto demasiado tarde,
el azul nos separa
de espaldas bajo el diluvio.









Piso flotante


no hay manera de escapar
de esconderse del miedo
como hacíamos de chicos
cubriéndonos con una sábana

en la tele informan que está lloviendo
que el verano termina mal
con grandes tormentas
trato de seguir escuchando
pero la alarma del auto es más fuerte
se multiplica
como el viento
que rompe los vidrios de las casas
un rayo azul se clava en la antena
la luz de todo el barrio se corta

alguien golpea la puerta
es el agua que ya tiene forma de ola
convierte el espacio
en una habitación flotante
el gato salta sobre la cama
ya estamos nadando,
el nuevo río nos lleva.









Eugene


en el álbum de fotos
las hamacas                
vos con un sombrerito a rayas
el sol pegaba en la sombra
era invierno
y aún teníamos los pies en el aire

un día elegimos las bicis
flor de porrazo te pegaste
ese día descubrí
que no teníamos sangre azul
como los príncipes
sólo éramos
dos niños atemorizados
por la tierra que levanta las bicicletas.










miércoles, 23 de marzo de 2016

Luciana Reif



Luciana Reif (Avellaneda, Buenos Aires), Entrada en calor, El Ojo del Mármol, Buenos Aires, 2016.























Amén

En Cali
conocí a una mujer
que tenía la habilidad de rezar
con una sola mano.
Para sentirse más cerca de
dios
le bastaba con hundir sus dedos
bien profundo debajo de su falda.
Rezaba de día
rezaba de noche
en el nombre del padre
del hijo y del espíritu santo.
Amén.










1

Desde que nos separamos
perdí la costumbre de descolgar la ropa
cada vez que llueve
dejo que el agua pase con fuerza
que la vida se asiente de nuevo sobre las cosas
ya no limpio el polvo que se junta
sobre la superficie de los muebles
abro las ventanas para que el aire entre y se quede
vibrando en el ambiente.
Creo que todo lo nuevo oficia de despedida,
por eso cada tanto dejo que un chico
me agarre de la mano y me bese.










Cuando mi hija con su cepillo de pelo nuevo

Cuando mi hija con su cepillo de pelo nuevo
le pregunte a su abuela si la puede peinar,
cuando tome entre sus manos el pelo de mi mamá
y lo acaricie con el peine desde el cuero cabelludo
hasta las puntas, desenrede lo que es necesario
desenredar, se detenga con cuidado en los nudos
más enmarañados y despacio los desarme para que vuelvan
con el resto del cabello a caer en línea recta;
yo me preguntaré si son estas las raíces que nos unirán
al suelo materno, el pelo lacio y elástico
de todas las mujeres de mi familia.
Yo también peinaba a mi abuela: mientras ella tomaba mates
 en el living de casa, me subía a una banqueta con el cepillo
para alcanzar a jugar con su pelo.
Hacía y deshacía a mi antojo, trenzas de princesas guerreras,
amazonas enormes capaces de dar la vida por los suyos,
colas de caballos indomables que cuidan a sus potrillos
pero les enseñan también a galopar lejos
del potrero que les dio alimento.










Caza una mariposa al vuelo

Caza una mariposa al vuelo
y se la guarda en el bolsillo de su uniforme
mientras corre a esconderse
en la esquina de casa, porque hoy tampoco
quiere ir a la escuela.
Es mi hermano del medio y se llama Lautaro
yo lo admiro por todo aquello
en que no me le parezco.
Él no habla con nadie y aunque mamá lo obligue
no quiere ir a los campamentos del colegio.
Siempre pienso que su mundo interior
es tan grande como el barrio en donde vivimos.
Pero para su mundo exterior, le alcanza
con sus libros y su cuarto. 






























martes, 22 de marzo de 2016

Felipe Herrero


Felipe Herrero (Buenos Aires), Estoico, Lisboa, Buenos Aires, 2016.






















Trazo

Algunas veces me pregunto 
cuánto demoraran las personas 
en observar el trazo de un ave 
sin divagar en mecanismos de pensamiento 
asociados a esa acción del animal 
sin nostalgia o planeamiento
sino con los operarios de la atención a plena máquina 
todo en el aquí y en el ahora 
en ese corte transversal del aire 
en ese cuerpo en el aire 
bajo la lumbre 
del cielo crepuscular










Alrededor del Sol

Se dice que Neptuno gira a más de 19.500 kilómetros 
                 por hora alrededor del sol
y que Marte supera en mas de cuatro veces esa velocidad 
también que las flores estiran hacia septiembre 
que los peces de Oceanía son los mas coloridos 
que las hojas quebradas marcan el avance del otoño 
y que el tiempo inevitablemente nos consume

                 más allá de los diferentes puntos de vista 
sabemos que estas cosas son ingobernables

Neptuno allá arriba
esta sólo solo si se entiende a miles de kilómetros 
                como márgenes de soledad 
se piensa en una batalla perdida en un beso ganado 
en los labios de otro ser o en el cuerito aviejado
                de una canilla que gotea
incluso a veces 
apostamos a un proyecto con otro 
la historia ata y desata no cabe duda no obstante 
el amigo está ahí
como Neptuno como Marte o las hojas
agua insostenida 
que refleja nuestro sol










Anacoretas

Esto no es una despedida —dijiste aquella noche
                    en San Miguel— 
era lógico suponer que las cumbres soleadas 
y las playas de Okinawa 
que la red virtual de Tokio no nos separaría 
los amigos son los amigos aclaraba un programa
                  de televisión allá por los 90´ 
y estas distancias pueden alargarse o acortarse 
pero aún así seguimos rindiendo fruto a la amistad 
y ahora que uno de nosotros se encuentra obligado 
a tranzar con lo más oscuro de la vida 
es esa misma vida la que nos hace protegerlo 
contra su deseo de destituir lo poco de alegría 
que le queda

















miércoles, 16 de marzo de 2016

Alicia Genovese



Alicia Genovese (Buenos Aires), La contingencia, Gog y Magog, Buenos Aires, 2015.






















El pasadizo

Algunas cerraduras se abren
con palabras, otras oxidadas,
con masa y cortafierro,
con amoladora y un disco
que levanta chispas
cuando salta los pestillos.
Eso fuimos probando
hasta que la puerta cedió
y abrimos el pasadizo,
la entrada hacia el fondo
abandonado de la casa.
Allí murieron dos gatos
que solían dormirse sobre el muro,
una rata, un pájaro
volteado por la tormenta;
pero ni rastros en el pastizal,
ni en el desquicio de ramas
una y otra vez cortadas
de los mismos troncos.
Un desván a la intemperie
desnivelado entre cascotes,
forzado durante años
a esa soledad que tapona,
a esa inutilidad;
costaba suponer que unas palabras
ablandarían derechos,
darían vuelta voluntades
o que la pared de quince,
tan férrea como una muralla china,
se derrumbase.

Todavía el aire
se corta con el cuerpo al pasar;
un silencio de dádiva concede
como un poder la expectativa,
la vida atenta
o el secreto de seguir siendo
después de flaquear en un pasaje.
Un atrás del mundo,
un desierto privado,
cosas que nadie quiere
y te vuelven inmensamente rica.
El pasadizo quedó abierto
y lo que sigue es pensar un jardín;
ni un edén, ni el primero,
tierra llana será,
emparejada para que el pasto crezca,
riego, sólo eso;
y que el calor de lo fértil
le sea otorgado,
y que el agua de la franqueza
le sea otorgada.










Tormenta tropical

El ventilador de techo
gira ruidoso en medio
de la tormenta tropical;
cada relámpago lanza
una espada de luz
que se deshace contra la pared.

En la atropellada el viento
desestabiliza las aspas
barre la habitación desaforado
como el viraje
que te deja dando tumbos
frente a la crueldad fuera de cálculo.

Los containers se vuelcan
las raíces se destripan
la arboleda se dobla y aúlla;
el paisaje, esa belleza que te sembró
de horas absortas,
se desarma en sacudidas;
estalla en chaparrones
la pesadez del calor.

Pero el agua es la calma
el goterío
la serenidad de la constancia,
un torrente de bautizo
donde tendrás que morder
el grano de sal que te ha tocado

lluvia,
alegría perpendicular.










Los petirrojos del norte

Cien, cincuenta,
una bandada enorme llenó el aire,
sobrevolaron la casa
cerca de nuestras cabezas
como una nube de granizo,
como una lluvia
que iba a caernos encima
con su estruendoso concierto.
Voces chillonas que se aplacaban
en uno o dos trinos finales, para resurgir
otra vez poderosas en el tumulto.
Euforia de grandes compositores
un Brahms, un Beethoven
dando entrada al coro en notas altas
o al pulso de los timbales.

Llegaron intimidantes pero se volvieron
menudos al bajar sobre las barandas,
al posarse sobre el techo brilloso
de los autos.
Migraban hacia el norte
con el olor cálido de marzo;
dejaban nidos e invernada llevados
por el magnetismo del polo
y una afinada, envidiable percepción
del fin y del principio.
Nunca vi tantos, todos juntos;
yo estaba a esa hora
en la puerta, levantado el capot
de una camioneta sin arranque,
con una batería exhausta,
tan contradictoria, sin energía.

Torpemente terrestre estaba quieta
en la entrada al garaje de una casa de paso,
sin comunidad festiva;
llena de tareas, pero quieta
buscando un envión vital,
un sentido para irme o volver,
o sostenerme sin tristeza,
cuando ellos bajaron
y revolvieron la tierra,
cuando giraron entre espinos oscuros
y azaleas luminosas,
en su círculo de fuerzas.

No duró más de cinco,
a lo sumo diez minutos
y reanudaron el viaje,
con ese regocijo capaz
de agujerear el cielo y esa ligereza
que de todo se desprende.
En su gestalt gritona
hacia el norte seguro de lo tibio
levantaron vuelo,
contra el vértigo y la sed
que podría derrumbarlos,
contra la paciencia estacional
y todo lo que derrama furia, inútilmente.










El azul colapsa

Hay una arcada de ramas
para que pases;
hay un puente de álamos
para sostenerte.
Hay un aire recién venido
para que lo respires;
hay una grieta para que digas
palabras como felicidad o maravilla.
Todo cae, todo es suave
y desviste, todo es cuerpo
impulsado e inmóvil.

La brevedad
de lo que ocurre es inmedible
y el alma se desacomoda
en un caos benévolo.
La luna brilla cada vez más blanca
y a su alrededor el azul colapsa.

Las circunstancias varían,
los lugares difieren,
pero a veces sucede.
La mejor fruta es alcanzable,
los caminos se aclaran
en el reflejo de las piedras.
Abrir los ojos y pasar,
es tiempo,

la posibilidad
puede escaparse.