domingo, 2 de febrero de 2014

Lucho Carranza



Lucho Carranza (Chubut), La carta, Ediciones Mandala, 2013.















Trelew


Uno debe buscar hoja y lápiz, buscar una silla, una vez sentado debe mirar la hoja en blanco, garabatear con el lápiz por encima de la hoja, sin tocarla, extender una mano sobre la superficie aérea de la hoja, dejar que el viento haga brisa en las palabras ausentes, detener el tiempo en sólo unos trazos leves, tímidas líneas como brocas metálicas sosteniendo el horizonte de la memoria. La fotografía está en la pared de la biblioteca, encima de la computadora, donde los libros juegan a ser peces, pájaros remontando barriletes, ella camina por la playa, mientras más larga la cola más alto pueden volar, dale más hilo, dale más hilo gritan los chicos mientras arrojan piedras al cielo. Hoy es 28 de mayo. Pongo la fecha y el lugar a la derecha o a la izquierda. Ella preguntó si puedo preparar mate, a las diez tengo turno con el dermatólogo. No hablamos de mis celos, ella sabe que la quiero, ella me quiere pero tiene miedo. A la derecha, pero nadie lee el lugar de procedencia. Entre nosotros, nunca me importó adónde vamos… mejor empiezo de nuevo, con un ‘hola, cómo estás’ o ‘espero que todos bien por allá’… Hola… Saltan los peces, la red libera toda el agua y ellos saltan, enceguecen y mueren. La brisa tibia de mi brazo borra las palabras, mi vista se pierde por encima de la hoja, estiro el brazo, no puedo tocarte. Anclamos los pies sobre la arena mojada, los pescadores estiran las redes y los niños saltan buscando pececitos plateados, piececitos que se hunden en la arena mojada, piececitos que saltan de alegría. Mis dedos tocan tu mano. Los peces y los pájaros juegan a ser libros, extienden sus alas como los hombres extienden sus brazos, pero los hombres no vuelan, solamente estiran los brazos a los extremos, y muy de vez en cuando se dejan abrazar. Te llamo a la tarde, dale. La juana te manda saludos, dice que cuando vengas te va a cocinar ese pancito que tanto te gusta. Espero que vuelvan pronto. Los hombres se preñan de ideas y mueren plateados al sol. 






Comodoro Rivadavia


Hoy es jueves 28 de mayo. Ellos festejaron la compra de la estampilla, dos centímetros de papel y el dibujo de una mara en el centro. La juana recordó que están al costado del camino, debemos mirar rápidamente, acostumbrar los ojos a la velocidad del auto. A veces nos engañan las matas que juegan a las casitas. Ahí hay una, dónde, ahí, ahí. Y de repente no hay nada, sólo arbustos. La carta llega el sábado. Tocan la puerta: hola, te estaba esperando. Pálido…, ocre pajonal del silencio mortuorio, afuera las huellas son efímeras. Ella me pide que cambie de música, ahora una mujer canta: vos tenías un pájaro en blanco en blanco de blanco papel…, hay tachaduras en el margen de la hoja, los borrones indican los estados de ánimo. Ella fue la primera en irse. Entre nosotras, nunca me importó a dónde vamos, como si irnos implicara olvidar. Hay secretos que sólo habitan en las casas. Le pegó con sus manos grandes, una vez en el suelo sólo lloró. El poeta me dio una vara: cuando quieras dejar algo atrás debés partir el cielo en dos. Los domingos no se reparten cartas, los domingos se duerme hasta tarde. Una vez despiertos se piensa en las comidas: salar la carne, encender el fuego, trozar el pan. Los niños extienden sus brazos y parten el aire en dos, los trompos se marean, caen y ríen. Volvió a agarrarla y después se fue y nunca más regresó. Las alas de los pájaros cortan el cielo en dos, lo cortan en pedacitos, lo cortan y lo vuelan. Graciela me dijo que cuando llegó, lo primero que hizo fue ir al mar; me senté en la arena y lloré. Hola: espero que todos bien, yo acá con frío. Todos los días corre viento, ese viento infernal al que ni las sombras sobreviven. Trabajo en la casa de una señora, cuido sus niños, son hermosos como nosotros fuimos. A la mañana preparo el desayuno y los despierto, los llevo a la escuela, vuelvo y limpio la casa, después la señora me enseña a cocinar. No cocina como la mami, pero cocina rico. Por las tardes me voy a jugar con los chicos. Me senté en la arena y lloré. En blanco papel que me diste pusiste tu nombre tu puño y tu letra, y sólo sé leer… quizás negarlo todo me salve, fingir que nunca pasó nada, fingir que soy otra. 
[...]








Verónica Pérez Arango



Verónica Pérez Arango (Buenos Aires), en Bonino/Maver/Núñez/Pérez Arango/Roggero/Saraceni, Razones para vivir en la dicha. Antología 2013, publicación del taller coordinado por Osvaldo Bossi.











Nosotros, los miopes

Es la hora de no ver: para nosotros, los miopes,
la mañana trae la niebla constante que entorpece
el camino hacia la cocina. Se vuelve una carrera
peligrosa porque no distinguimos las puntas imantadas
de los muebles, y los juguetes en el piso son pequeños
animales a punto de saltar si los pisamos con descuido.

Para nosotros, los miopes, las caras pierden siempre
los detalles que las hacen únicas: cicatrices, pecas,
lunares, la forma de una ceja, el color de la piel
y las pestañas desaparecen atrás de un velo grasoso.
Todos los rostros se asemejan. Hasta el matiz del iris
o quién sabe cuál es el tono que tiene una mirada.

A veces sueño que estoy en un cielo de aire grumoso
y extravío las lentes o los anteojos no me alcanzan
para reconocer a mis hijos. Me horrorizo ante la pérdida
de profundidad y de lo inútil que resulta forzar la vista
al preguntar si será importante todo esto, si servirán
los ojos para ser mejores, conocer el alma o ver a Dios.






El pan

Ahora que mi padre ya no trabaja
lo veo ir a comprar el pan que nos alimenta. Cada día
de su vida unió las piedras del mismo camino
en su corazón de brillo silencioso.
Ahora que mi padre
tiene una bolsa en la mano
pesada la próstata
sus pies marcan siempre las diez y diez
¿será esa la hora a la que mi padre va a morir?
¿qué dicen aquellas piernas inestables
como su humor hace tiempo?

A su regreso
mi padre se sienta en el diván
para que el sueño le baje por el pelo gris
y la barba, lo envuelva desde los ojos húmedos
donde van a beber sus animales.
Las migas caen
una a una
a medida que mi padre come
la costra dorada del pan
y piensa en mañana
y en el amor que dio
sin hablar casi
sólo mirando.











Cecilia Romana



Cecilia Romana (San Isidro, pcia. de Buenos Aires), Los que fueron, Cabiria, 2013.
















Búfalo y conejo

Acostumbrada a que otro venga
y tome lo que considera suyo, di la primera estocada.

Pero él, con buenas maneras, modesto casi,
siempre detrás del elogio
tuvo la aprensión, que es peor todavía.






Terrier
V

Existe una fábula donde los hombres
conocen al perro antes
que a cualquier otro animal.
Lo ordeñan, lo carnean: la necesidad
es la madre de las utilidades.

Dios dice: monte apártate,
y el monte se aparta.

Yo agrego: sobre esta brutalidad
construiré nuestro amor.