domingo, 4 de diciembre de 2016

Carlos Battilana


Carlos Battilana (Corrientes/Buenos Aires), La demora [2003], 2a ed., Deshielo, Buenos Aires, 2016.




















I



Por mí,
o por vos, o por 
la clemencia que el tiempo otorga
esa perfección
se ha vuelto costumbre, 
descanso en la sombra,
tranquilidad
de estos muros
verdes y transparentes.
Vicio horroroso,
los días prometen algo
de lo que no estamos seguros.











III



Para no decir
que esto
es esto otro,
para no usar palabras
que los escribas cansados
se permiten
sin acertar,
retomo aquella huella,
este minúsculo aire
que el bosque
con su razón
reclama. Voces,
ruina cuyo origen
no es un hecho
sino la hiedra preciosa de la
Constancia.












Formas


En el círculo cerrado
que el viento atrae
en esta pequeña habitación
protegida de tumultos y escarcha
¿por qué será
que ese duro sonido de la ciudad
separa
como una ínfima línea
la materia
de sus palabras?
Si las palabras
derivan de las cosas,
si las letras
–como signos helados–
provienen de una plena
sustancia
¿qué será ese mínimo indicio
de los objetos, de las formas,
de esa materia
que se resiste?












Letras


Para no alejarme
de la tenue presencia
de la fe
descuido lo real
y me hago un sitio 
para mí. Para las Letras.
Eso sería
el único hecho
del que Dios procede
y del que 
también
procede
–sin rayas, sin ruidos,
sin devaneos– 
lo más real de mí. Por mí.












Objetos

En  esta  playa  mis  pies  reposan. El agua recubre con espuma el hueco  de  los  dedos. Como  una caligrafía sin voz, recojo  este poco de arena, y razono, con cierta calma, sobre los objetos. Entre este punto y el otro, entre esta cosa y el polvo que la recubre, ¿qué transparencia resiste?












Leyenda

Hay muros que los vientos han deshecho. Un hombre observa por sobre los árboles lo que separa el bosque de la ciudad. Si tocara el camino, sabe que se volvería impuro. 

La brisa recorre el lugar. En el círculo ardiente, su indecisión es una forma de la memoria: la forma en la que trabajan sus ancestros. Domina el paisaje, silenciosamente, y sus ojos asienten sin ver.