martes, 22 de diciembre de 2020

Alejandra Bosch


Alejandra Bosch (Santa Fe, 1967 / vive en Arroyo Leyes)

Sabio el pájaro, Villa Mercedes, Deacá, 2020.












1.

Hay una calle principal

en un barrio de la ciudad donde nací

que tiene el mapa del tesoro.

En la superficie, una casa.

Hoy existe allí, un taller de motores

aceite y caños

entre las líneas de tinta

de ese mapa.

Antes, cuando era mi casa

una vida de familia

corría por sus baldosas

esquivando juguetes

puro brillo.


Los domingos por la tarde

mis hermanos hombres

le sacaban lustre a los zapatos

negros con cordones

meta cepillo y betún.

Puro brillo.

Los lunes, él los calzaba y se iba.

Mi padre y sus libros

casa por casa

salía a trabajar

en su Opel celeste

cambiaba días por días

literatura por dinero.

Puro esfuerzo.


Las jaulas habladoras

llenas de pájaros traídos de la isla

corbatitas y loros

fueron después nuestros nidos de tristeza

donde jugábamos

a los territorios recuperados.

Niños enjaulados que reían

quebrando sus brazos

entre los fierritos.


Una mañana de febrero

mientras corríamos

del jardín a la mesa de la cocina

los platos blancos

las servilletas floreadas

cuchillo tenedor y cucharita

milanesas y puré

esperábamos su vuelta

corríamos como extraviados

por entre las paredes y la luz

y fue que

la televisión nos regaló

una imagen

por primera vez nítida.


Las chapas celestes retorcidas

construían un nuevo mundo

adentro de la casa y afuera.

Hay un mapa en toda infancia

se vuelve en sueños

se corre igual de extraviados

porque llega el día y todo

vuelve a la nada

porque es así, siempre es igual

para todos.








3.

Doce golpes recibió mi madre

todos, de la mano de un hombre.

La plaza era para correr y esconderse.

Un señor de traje y bastón

ocupó el lugar del hombre de mi vida.


Ella se callaba la boca y escondía

sus ojos tras unos lentes de sol

y las amigas charlaban.

Sentadas en los sillones confortables

alucinando que la risa era posible

discutiendo sobre cigarrillos extranjeros

todo, movimiento de pulseras

sin mirarle la cara.

Los viajes, los vestidos

el primer tapado de piel, suave y costoso

mi mano se acuerda de ese roce

el vino caro y los habanos

nada apaga la mancha de esos golpes.

Maquillaje y mangas largas

y también, largas bocanadas de humo

lentas bolas de humo

en mi cara

de niña curiosa.


Y el hombre del auto celeste cielo

se hizo invencible.







5.
En el barrio San José quedó el edificio
cuando ella murió.
Una mora enorme creció junto a la ventana
del cuarto de mis hermanos.
Un potus subió descontrolado
y ganó los techos.
Atrás, en el jardín
donde vivían
los perros y los pájaros
un limonero generoso
soporta
el peso de tanto abandono.









14.

Los inventarios

no son necesarios.

Sólo las camas nos protegen

de la intemperie

en ellas vivimos para siempre.


Siguiendo la marca del río Colastiné

encontré un lugar

y digo, es mío.

Un hornero hizo su casa arriba

sobre el tanque de agua

una tormenta de viento sur, destruyó

su construcción

y se fue.

Sabio el pájaro.


Otro, no tan sabio

pero sí muy laborioso

corrige el accidente

y sueña con ser propietario

del nido y de la hembra.


Cuando salgo a caminar, mientras atardece

él ya no está

miro hacia el tanque de agua

y lo busco entre la penumbra

lo imagino acomodando su cuerpo

frágil y aerodinámico

soñando recursivo

su eterna felicidad.