viernes, 17 de enero de 2014

Carlos Battilana





Carlos Battilana (Corrientes/Buenos Aires), Narración, Vox, 2013.











El viento


Hace siglos el viento atraviesa el lugar: ni los árboles del monte han podido detener las horas acumuladas como en un tonel. Dos, tres niños juegan en la plaza del ferrocarril y se hacen señas duraderas. Pasea la tierra por alguna calle lateral, y miro con cierta fascinación cómo el aire puede hacer del tiempo un pedazo de materia.






Sitio de la Memoria


Lo que más deseaba, recostar mi cuerpo junto al mar, no ha sido posible. Tuve que administrar cada una de las horas como si fueran piedritas, o lajas, y casi no puedo descansar... Dios del Invierno, ¿qué hacer? Beso la piel de mis amados, pero no alcanza... Como signos escritos en la arena, interpreto lo escaso del Sentido... Entonces, a través de un polvo acumulado por años, pregunto acerca de las palabras Gólgota, Evangelio, Nazareth... La imagen de un hombre escribiendo una palabra desconocida en la arena... Hacia ese sitio de la memoria vuelvo los ojos, una y otra vez.













Alicia Waisman



Alicia Waisman (Buenos Aires), Ser hablada, Ruinas Cirdulares, 2013.















No sé nada
de Safo
sino lo que dicen
de ella
algunas
malas lenguas.

(Está también
una tarjeta
que me dio
mi hermana
en mi adolescencia)

¿Qué dios,
así, de pronto,
la habrá sostenido
con su aliento?

¿Se habrá escurrido, Safo,
por sus propios huecos
sin saber
dónde ponerse?

Lo arduo se resume
                    en pocas palabras:

Y
sin embargo

no.














Sobreviviendo


Si la que habla
no es la sombra de su sombra
se diría
que he sobrevivido
a su naufragio.

















Elena Anníbali





Elena Anníbali (Córdoba), La casa de la niebla, libro "liberado" por la autora en formato pdf en 2013.
















I

señor, vos le diste a mi hermano un ford falcon rojo
para llegar a la casa de la niebla


y después qué


le dijiste?
le explicaste que el camino estaba cortado?
¿que el motor estaba roto?
¿que todo estaba roto?
¿que no había vuelta?


¿qué hiciste, cómo
para convencerlo?


para que te diera la mano
se sentara en la sillita de mentira
dejara que la oscura hostia de tu nombre
le llegara a la boca


¿o le metiste una piedra?
o una moneda, un gancho,
un papelito


de dónde lo enmudeciste, lo hiciste
olvidar
olvidarnos


qué señas le habrás hecho para que en vez de volver a casa
apagara el motor del falcon
se escurriera de la sedosa perfección del cuero
de la música en la radio
del ronroneo cachondo del auto
y se bajara con vos
para ir adónde


¿a cazar pajaritos?
¿a ver el dorado pasto extinguirse tras el fuego del invierno?
¿a romper el cristal del agua para que beban las crías?


o era verano, quizá, por entonces
y le diste el agua peligrosa de tu cielo


entradora, el aguita, sí
clarita, el agua, bueno
pero detrás de eso vos sabés que un agua así da más sed
uno se entierra más en el pozo


y más
hasta echarse tierra en el lomo


y ni el ángel constante y poderoso de los molinos de viento
puede salvarte
no


¿sabías que mi hermano iba a decir sí?


cuando viste el polvito que levantaba el falcon rojo en el camino
no pensaste dejarlo ir?


aunque sea, señor, porque él era toda belleza,
a esa edad,
toda alegría
toda
razón de ser








V

no, mi casa no se derrumbó,
no temblaron los vidrios
ni la araña cayó de la amapola del infierno


todo vino, empezó adentro:
nos tragaba un ojo


éramos o somos
el pan corruptible


por cada hueso hubo una boca
un diente
un hambre distinto


feroz, el ojo eligió
al Imprescindible
al Dulce
al que sigue cantando


somos tan tristes sin él
a veces no hay de qué hablar, ¿sabe?
no hay fuerza para decir las cosas de la vida


pero llega la lluvia, a veces,
que es mansa y hace música en las canaletas


llega la lluvia por el este para ungir la herida
para hacer grandes las flores de carne


de ángel se pone el patio


detrás del ligustro, el Dulce renace
me dice: poné, hermanita, tu mano
en mi corazón


hace el mismo ruido que los caballos
¿viste?
¿no es un milagro?